Alicia Martín: «Me da pudor admitir que la obra es autobiográfica»
Con su entrada en el Museo Lázaro Galdiano y el DA2 de Salamanca, la escultora Alicia Martín genera sus dos citas más personales hasta la fecha

No le importa que la encasillen como «la artista que trabaja con libros». Pero si algo ponen de manifiesto sus actuales muestras en el DA2 (Palíndromo, que incide en su obra primera y el trabajo reciente) y Archivo 113, su participación en Reinterpretada (el programa del Museo Lázaro Galdiano que invita a los artistas contemporáneos a dialogar con su histórica colección) es que Alicia Martín (Madrid, 1964) es una creadora multidisciplinar y poliédrica, que por primera vez reconoce la carga biográfica de su labor.
Voy a empezar siendo original, que seguro que esta pregunta no se la han hecho nunca: ¿cómo debemos leer el interés de Alicia Martín por el libro?
Yo tampoco soy muy original cuando explico que mi interés por el libro no nació de un deseo de hacer un libro de artista, sino de entenderlo como un objeto que había que activar, algo que se transforma y que funciona como una prolongación del cuerpo y de la mente. A ello se suma que es un objeto universal, que todo el mundo entiende, vayas donde vayas. Curiosamente nunca me había ocupado de su interior hasta estas dos exposiciones. Me gusta que se mezclen, esa es la idea, y siempre digo que son artefactos.
Es curioso que nunca haya hecho un libro de artista. ¿Cómo sería, si un día se animara, su libro de artista?
No lo sé. A mí me gusta que las cosas me estimulen, no ponerme metas. Por eso este proyecto de la Lázaro Galdiano lo he disfrutado mucho. Pero es que todos los proyectos con Rafael Doctor son muy estimulantes, como es él. Cuando él me propone entrar en este museo, que fue una casa, es una casa, me doy cuenta de que está repleto de cosas. Allá donde mires te salen al paso objetos, imágenes, muebles… ¿Cómo atacar todo eso? Lo bonito es que llegué con una idea que luego se ha ido transformando a partir de las conversaciones con Carmen Espinosa, la conservadora jefe de la institución.

¿Y qué ha hecho usted en esta casa?
Ese título de Archivo 113 lo que busca es dar un contexto a todo lo que me he encontrado aquí, ahora tan cuidado, tan impecable, pero con una historia. Lázaro Galdiano fue un coleccionista con sus gustos y un criterio totalmente subjetivos que, pese a que también adquirió obras de mucho valor, con su actitud y aptitud, dotó de valor a aquello que compraba, que luego cede al Estado y se convierte en patrimonio para todos nosotros. Me interesaba esa parte subjetiva del coleccionista, esa autenticidad, pues cualquier cosa que cojas aquí tiene un registro y un valor, forma parte de un archivo. La primera sensación que yo tengo al entrar en las salas es la de aglomeración, y por ello me propongo rellenar huecos, vacíos. Lo mío ha sido darle a todo un contexto, pero en imágenes, no como lo haría un historiador del arte.
Si algo pone de manifiesto esta exposición y la del DA2 de Salamanca es que su trabajo va mucho más allá de la manipulación del libro como objeto y de la escultura como técnica.
Yo creo que si al final te etiquetan es por unas circunstancias, que no son del todo falsas. Yo trabajaba con una galería en Madrid, lo que me permitía tener un espacio en el que cada cierto tiempo podía presentar propuestas. Cuando dejo de trabajar en ese sentido, tengo la suerte de que me surgen otras iniciativas en otras ciudades y gracias a las cuales puedo vivir hoy. Y son proyectos muy visuales, muy fáciles de captar con una foto y, por tanto, lo que más sale. En Milán también he trabajado con otra galería pequeñita, en la que he ofrecido otro tipo de trabajo, pero que no se ha visto tanto desde aquí… Cuando me invitan a hacer la exposición del DA2, sin embargo, ante esa galería que fue antigua sala central de una cárcel, me apeteció hacer otra gran instalación, un gran péndulo. Y cuando la dirección me propuso buscar un comisario, no tuve dudas de que tenía que ser Sergio Rubira, al que conocía desde sus años de becario pero con el que no había trabajado aún, salvo en una colectiva en la galería Bacelos junto a June Crespo. Él dijo que sí con una condición: enseñar el trabajo primero. La muestra de la Lázaro Galdiano, por su parte, también me estimula porque me da la opción de trabajar de otra forma, de huir del libro volviendo al libro.

No sé si ese título, «Palíndromo», tiene resonancias biográficas en alguien que además sufrió de dislexia en su infancia.
Con Palíndromo me ha sucedido algo que yo sospechaba pero que no quería afrontar y es que mi trabajo es autobiográfico. ¡Ya está! ¡Lo reconozco! Pero hacerlo es algo que me da mucho pudor, porque siempre he querido que fuera solo.
De ahí ese péndulo…
Que es además una metáfora de mi forma de trabajar. Mareo mucho… Cuando yo planteo algo, no lo hago pensando en un vaivén, en un entrar y salir, pero me viene solo. Es mi forma de entender y comprender. Quizás porque yo, cuando comencé a leer y a escribir, lo hacía al revés. Eso me llevó en su día a repetir párvulos (ríe).
Reconoce que para el Museo Lázaro tuvo una idea original que luego desechó…
Era muy superficial. Me situé más en el jardín y no entraba en la casa. Por eso subrayo la importancia de esas conversaciones con Carmen. Ella es la que me ha invitado a entrar.
En la Lázaro, lo normal para usted quizás habría sido lanzarse a la Biblioteca de Galdiano…
¿Verdad? Pero me sedujo más el viaje de cada obra, cómo vinieron, cómo llegaron, dónde fueron… Todo archivo a su vez es una colección de cosas, y la esfera que propongo en el salón de baile es una especie de metáfora del todo… Juan Antonio, el jefe de la biblioteca, me contó en su día cómo en uno de los techos está representada la Biblia políglota, y también me relató historias de los volúmenes que atesoran. Y en un momento pensé en la Biblia por esa pluralidad de tipografías, pero lo deseché para pasar a la idea de “libros únicos”.
Por eso en la entrada relaciono una escultura, inspirada en la parte subjetiva de todo coleccionista y la posibilidad de error, con un libro de Ptolomeo, el autor más subjetivo de todos, que consideraba que todo giraba en torno a la Tierra. Me gusta abrir así. Lo que sí que tuve muy claro es que el espacio se tenía que presentar tal cual, sin que yo reprodujera o sustituyera nada en él. Tan solo subrayar. Por eso hay obras de la colección bajo las que he colocado libros. Y ahí está ese lienzo de Los Disciplinantes, acompañado del recopilatorio de los libros prohibidos por la Inquisición. He querido situarme en huecos que iba encontrando. La silla suspendida en la planta superior es otro “hueco”. Yo quería incluir en la muestra algo de la vida cotidiana del coleccionista. Esa silla fue, en principio, del comedor y después usada por los que entraron en la biblioteca. No podía intervenirla porque es pieza de patrimonio: cómo apropiarme de ella, cómo rozar la museografía por el hecho de situarla donde no se debe o de estar tan cerca del objeto de colección… Y otro hueco es la boca del Salvador Adolescente, que voy a colocar en vertical. También me interesaba el hueco interior de un calentador antiguo, porque es lo que no tiene de objeto, como el de los cofres de los tesoros…

Me gusta esa idea de subrayar, más que de sustituir. Así es cómo muchos leemos: subrayando.
¡Yo también leo así! Y escribiendo al lado. Destacando… Aquí, por ejemplo, me llamó mucho la atención la sala de las espadas. Su equilibrio. Ese punto en el que algo tan grande y pesado queda en suspensión. En ellas colocaré unos apéndices que son como los huecos de las manos.
Tiene sentido su interés por el archivo, en tanto que su idea de libro lo desborda en sí mismo: le interesan las bibliotecas, pero las bibliotecas expandidas, pues la idea de archivo es inabarcable, imposible, en constante mutación…
Aquí me llamó la atención la autenticidad de la biblioteca de Lázaro Galdiano. Su carácter enciclopédico. De ahí la pieza Anónimos, porque he querido que lo de fuera entrara en el museo.
Introduce una serie de collages que titula “Retrato de artista” y que le sirve para abordar el tema de la identidad. ¿En que sentido?
Esas obras son colecciones de colecciones, porque la materia prima son catálogos de colecciones públicas y privadas que funcionan gracias a un gesto; un gesto que permite unir, enumerar de otra forma. En el DA2 también hay una serie de retratos de artista más pequeños, en ese caso, realizados con revistas de arte. Y en una visita guiada de la exposición, el comisario al explicarlas comentó que, en el fondo, son un retrato de mí misma. Si tenemos en cuenta que se basan en mi idea de gesto y de cómo concibo las cosas, la lectura es posible.
“Monólogos” es otro conjunto de fotografías con el que, según la comisaria, subraya la preeminencia actual de la imagen por encima del texto.
Esa es una serie antigua, pero que quería que estuviera presente aquí. Me gustan mucho esas fotos. Y me gusta mucho que estén en la sala de las mujeres. Se basan en la idea de “girar”, un giro mental, interior. Me permiten situarme cerca del objeto de nuevo, poner en relación al coleccionista y al artista. He querido ponerlas cerca de los cuadros porque su lenguaje es seco y cortante. Y esa lectura, de la comisaria como bien dices, no se me había ocurrido nunca. Mi intención era hablar sobre la materia del objeto, darle una vuelta, por lo que es una interpretación posible. En este momento, es cierto que hacemos prevalecer las imágenes sobre cualquier otro lenguaje. Yo no creo que eso sea malo. Lo que sí que estaría bien es que nos enseñaran a leer imágenes. No parece que vayamos en esa línea.
Mencionó antes que es la primera vez que se enfrenta a los contenidos de los libros. ¿A qué ha dado pie esa “licencia”?
A resultados como la serie “Souvenir”, libros de Historia del Arte atravesados por un cristal que sale del muro y que los ensarta. En ese caso, tenían que ser libros de Historia del arte, no de cualquier otra cuestión. Para otras obras, el contenido está de más, de hecho, para las instalaciones, cuanto más plural sea mejor, por esa idea de archivo total. Aquí en la Lázaro el libro que acompaña a la pieza de Goya tenía que ser el del listado de los libros prohibidos por la Inquisición, para conformar un archivo en negativo, un archivo negado…
La cita contempla en el salón de baile una de sus instalaciones monumentales con libros, en este caso, donados por ciudadanos e instituciones. ¿Es habitual en su trabajo esta labor interactiva, azarosa y colaborativa?
Sí. Aunque fíjate: para el péndulo del DA2 he usado libros míos y de una persona muy cercana. Eran libros que tenían que salir de mi estudio. Me gusta la participación de los otros, pero no por moda, sino porque es una manera efectiva para conseguir que lo de fuera entre en un lugar. Creo que es un gesto similar al de situar en otro contexto la silla del coleccionista. Además me interesa esa idea de que son libros que cedes pero al mismo tiempo desechas. ¿Por qué estos? Para el jardín, en un principio pensé en la pieza que hice para Cáceres con Jorge Díez, un proyecto que tenía que haber dado pie a un jardín esférico con libros, sobre el que las plantas crecieran, y dejarlo permanente, pero al final no ha podido ser. De forma que finalmente, lo que he propuesto es una nueva “enciclopedia” a partir de otros volúmenes enciclopédicos, que son enterrados en la tierra y que nos dan la bienvenida.

Prefiere los libros usados a los nuevos.
Porque están leídos, están tocados, están “vividos”. Es otra vez la idea de gesto. Muchas veces, al estar mezclados, visual y formalmente crecen en interés. Aunque reconozco que últimamente soy más selectiva. Pocas veces he trabajado con libros nuevos.
Una de las pocas instalaciones permanentes suyas es la de la Cidade de la Cultura. Precisamente, si este tipo de obras suyas son efímeras es porque no es pesimista con su deterioro. Sin embargo, en esa, por su permanencia, sí que se percibe el paso del tiempo.
A mí lo que me gusta es que esas piezas sean temporales. Acabar y desmontar. Porque lo interesante es que son cosas gigantes que de repente aparecen en tu ciudad y tienen que plantearse cómo ocupan una arquitectura. Eso te da pie a pensar muchas cosas. Pero que permanezcan como si fueran un monumento, eso no me gusta. En la Cidade les pareció bien que permaneciera, e incluso me pidieron mi opinión. Y yo les dije que preferiría desmontarla. Se ve que está hecha un asco. Cada vez que hay que modificarla, esos trabajos no los hago yo, y los noto. No pido que me contraten eternamente para conservarla, pero sí que soy consciente de que este tipo de obras tienen una vida limitada. Ellos me cuentan que es ya un icono para la Ciudad, pero yo creo que los iconos los carga el diablo.
En ese sentido, hay una frase muy bonita suya que dice que la verdadero obra es el recuerdo que esas instalaciones dejan el espectador. De ahí que puedan ser efímeras.
Es que es así. En Madrid mucha gente recuerda la que hice para la Casa de América, en la fachada del Palacio de Linares. Y son muchos los que me cuentan lo que vieron, que no fue lo que yo hice o pensé, y me encanta que eso sea así. Porque cada uno la construye en su cabeza de forma diferente. Lo mismo ocurre cuando lees un libro. Tu sensación final no es la misma que tuve yo. Es de nuevo lo intangible, ese deseo mío de llenar huecos aquí…
También ha dicho que un libro “es” al leerlo y que tiene tantas lecturas como personas lo leen. ¿No ocurre lo mismo con la obra de arte?
¿Quién dice lo que es una obra de arte? Yo hago propuestas estéticas. No me atrevería a calificar lo mío como “obras de arte”. Y me encanta que me inviten y me llamen para seguir haciéndolas. Eso me hace sentirme orgullosa. No soy una artista que sepa venderse sola. Me boicoteo mucho. Pero no me ha faltado el trabajo. Es el tiempo el que nos coloca a cada uno en nuestro sitio.
Esta es la cuarta entrega de “Reinterpretada”, la primera protagonizada por una mujer. Resaltar este punto, ¿es pertinente o es una pena tener que hacerlo?
Es delicado. Me gustaría que no fuera pertinente subrayarlo. Y a cualquier cosa que diga se le puede dar la lectura equivocada. Es una pena que ese sea el titular. ¡Ojalá deje de serlo! Pero si tiene que ser, que sea. Es complicado.
Sin duda. En lo que al mundo del arte se refiere, ¿vivimos un periodo de redescubrimiento de la mujer, de puesta en valor, de moda que nos arrastra?
Yo tengo una hija que va a cumplir 20 años y veo cambios. Y eso me gusta muchísimo. Son generaciones que, junto a iniciativas como La Caja de Pandora, los pueden traer. No quiero poner palos en las ruedas diciendo que hay mucho de moda, porque claro que lo hay. Ahora: sí que creo que puede haber una fuerza transformadora y que es el momento, lo que no invalida lo que pudiera haber hecho mi generación también. Quiero creer que sí. Pero en ello juegan un papel fundamental también ellos. Mi hijo de 13 años, no sé si porque nos oye en casa, piensa también en esa dirección.
Por cierto, ¿qué está leyendo usted ahora?
Estoy perezosa, pero estoy leyendo “Volverse público”, de Boris Groys. Y ya tengo el siguiente libro preparado. Pero estoy picando muchas cosas sueltas. Me rompí un pie y no sé por qué, teniendo más tiempo para leer, me volqué en el cine.
¿El libro electrónico acabará con el trabajo de Alicia Martín?
No. Porque el libro no va a desaparecer. Son herramientas distintas, está bien que estas sean plurales y que nos enseñen a usarlas. Yo soy obstinada y seguiré trabajando con el objeto libro… No sé cuantas obras he hecho en exterior, obras que, sin embargo, no permanecen. Más de diez, seguro. ¿Cuántas me gustan a mí? No lo tengo tan claro…
¿No le gusta todo lo que hace?
Es que en esos casos trabajas con equipos. Entonces no es solo mi voz. Y las interferencias que puede haber no siempre funcionan. Yo soy muy individualista. Hice una obra en Moscú que no he sacado nunca. No se la he enseñado ni a mis propios amigos. No existe. Sin embargo, estoy muy orgullosa de la que hice para la candidatura de la Capitalidad Europea de Córdoba. Y mira que dio problemas. Pero la veo eficaz. La del Palacio de Linares tenía ángulos, y me quedo con la de Almagro, la última. Creo que es porque no es muy fotogénica, a no ser que te pongas en un sitio muy determinado…
Volviendo a lo de la digitalización, ¿perciben igual sus obras las nuevas generaciones que la suya?
Posiblemente, no.
¿Eso desvirtúa su sentido?
Lo coloca en otro sitio. Mi hijo ya no lee libros. Lee e-books. No le engancha el objeto. Eso ya determina otra forma de pensar. Y otorga al libro una dimensión de «museo».
