Ana Laura Aláez. «Todos los conciertos». CA2M

“Aspiro, si la cabeza me funciona, a ser joven con ochenta años”

Ana Laura Aález en el CA2M (Foto: Ignacio Gil)

Si hubo un nombre que «sonó» en el arte español de los noventa, ese fue el de Ana Laura Aláez. El CA2M de Móstoles nos devuelve a sus orígenes, a sus hitos, a sus gestas. Con ojos de hoy

Revisitar los orígenes de Ana Laura Aláez (Bilbao, 1964) pero con ojos de 2019. Y si es preciso, «reconstruyendo» sus piezas. Eso es lo que se propone Todos los conciertos, todas las noches, todo vacío en el CA2M. Y que en el paseo fluyan todos los temas desarrollados por esta autora (la identidad en movimiento, el fin a todo binarismo, la noche, la música, el vacío…) en un ir y venir incesante que la sacan de la escultura y la devuelven a ella.

Hay que remontarse al año 2000 para reencontrarse con su anterior exposición individual en una institución madrileña. ¿Ha cambiado mucho Ana Laura Aláez desde entonces?

Un artista sigue trabajando, lo que ocurre es que cuando tienes una exposición de este calibre, que muestras trabajos de toda tu trayectoria, desde fuera se percibe como una contecimiento. Son lecturas en torno a titulares del tipo “ha vuelto”, que a mí me cuesta hacer. Yo no he dejado de trabajar, y quizás suene a falsa inocencia, pero creo que el artista no deja de hacerlo. Pero sí que necesitamos contar con este tipo de posibilidades, exposiciones como esta, en las que yo me sirvo de mis piezas como si fueran un material en sí mismas. Aquí las he maltratado un poco, no he tenido cierto respeto conmigo misma… La única excepción es la obra que ya no es mía, sino que pertenece a la galería con la que trabajé durante algún tiempo, la de Juana de Aizpuru

Y al mirar todo el conjunto,  las nuevas acciones que ha efectuado sobre piezas antiguas, ¿en qué punto cree que se encuentra?

Me sale responder que no creo en la trayectoria ascendente de un artista. Socialmente nos han martilleado la cabeza con esa idea, que va unida además al concepto de genio, en el que tampoco creo. Según esa creencia, el artista se supera a sí mismo, es cada vez mejor profesional, y su obra se transforma, dando pie a cosas tangibles que a ti como espectador te marcan un camino evidente. Lo que tengo claro es que cada vez se menos. Y lo digo en serio. Creo que siempre nos hacemos las mismas preguntas, pero también como seres humanos. Lo que sucede es que se modifica la forma. Y como nunca se responden, siempre te estás planteando lo mismo. Creo que la juventud se rodea de un hedonimo inevitable, también de un sentimento de “fuck them all”. Luego, sigues en las mismas, pero de otra manera. 

«Pantalón preservativo»

Entiendo lo que explica, lo de la progresión asecendente, ¿pero que ocurre cuando realmente lo mejor uno lo hizo en los comienzos? 

Hacemos mucho daño cuando hablamos en términos de éxito-fracaso, o mejor-peor. Yo es algo que al menos en mi vida no lo practico. Me doy cuenta de que cuanto mayor me hago menos sé porque tengo más dudas. Y eso que crees que a nivel existencial ya tendría que estar solucionado, en realidad no lo está y nunca lo estará. Yo te podría hablar de mi trabajo actual con la misma intensidad que del trabajo de los inicios. Ahora bien, es cierto que hay un truco chulo que a mí me sirve y es el de no utilizar la experiencia como un saco de patatas. No por tener una experiencia larga en el arte eso supone tener unos ojos más resabiados. 

Esa cita del año 2000 fue la que le introdujo en el Espacio Uno del Museo Reina Sofía y que tanta controversia suscitó en su momento. ¿Qué aprendió usted con ella?

Ese proyecto se hizo en el momento justo y en las circunstancias adecuadas. Hasta entonces, y mira que a mí me duelen las categorías, lo que yo venía haciendo se había definido bajo la etiqueta de “arte relacional”. Para mí lo del Espacio Uno fue una oportunidad que se me brindó para irme hacia un extremo. Es lo que me sucedió cuando Manuel Segade me contactó para hacer algo en el CA2M. Él quería revisionar ese proyecto, a lo que yo me opuse. De ninguna manera. Eso ya lo hice. Hace 20 años. Lo del Reina fue muy intenso porque se me fue de las manos, en el mejor de los sentidos. Era un proyecto con vida propia. Eso fue bonito porque todo lo que yo esperaba de esa parte del trabajo “más relacional” alcanzó la cota más alta de lo que yo hubiera podido aspirar. También es cierto que yo lo viví de una menera intensa, porque, sin pretenderlo, tuvo mucho eco. Y ahora es cuando empiezo a tener conciencia de ese eco, y de voces más jóvenes y exteriores. Todavía hoy mucha gente, mucho más joven que yo, que me cuenta lo que esa obra supuso para ellos. 

Es cierto que Segade y este museo son muy de revisar los años noventa. ¿Dónde o en qué “estaba” usted entonces? 

Tengo que decir que yo jamás pensé, por mi origen de clase, porque yo pertenezco, y lo digo orgullosamente, a lo que antes se denominaba (ahora ha desaparecido como categorización), la clase obrera, que yo llegaría a “entrar” en el ámbito artístico. A mí, por mi origen, se me negaba el acceso. Pero, por otro lado, yo no busqué lo de ser artista. Y creo que es absurdo “querer” ser artista, escritor o lo que sea. Tú vas haciendo y luego es la sociedad la que te categoriza o avala. Si señalo esta gran pincelada de mi origen es porque, para mí, alta y baja cultura siempre han estado unidas. Ahora es algo que veo con más claridad. Últimamente me da la sensación de que los artistas tenemos que ser personajes con un discurso inamovible, ordenado y que transmite un “yo sé de lo que hablo”. Para mí, el artista es justo lo contrario, un “yo no sé”. Lo que ocurrió con el proyecto del Reina Sofía, por ejemplo, es que estaba trazado de una manera tan funcional, en el sentido de que ese espacio se podía ocupar como club, bailando, o hasta flirteando, porque también hubo mucho de eso allí. Lo mío, desde el comienzo, ha sido un buscar territorios que me permitan ser. Mi experiencia “nocturna”, en el amplio sentido de la palabra, también va asociado a eso: son territorios mínimos pero que yo he conquistado y que me han permitido ser yo, algo que tampoco sé lo que significa. 

«Todos los conciertos, todas las noches, todo vacío»

El arte le servía para darse respuestas. 

Es esa cosa que también tiene el arte, que es otra categoría, de la inmortalidad. Recuerdo que hace mucho tuve una discusión cruda con alguien que me decía que los artistas, con nuestro trabajo, conseguimos la inmortalidad. Yo me lo quedé mirando con suspicacia, sin dar crédito a lo que señalaba. Precisamente a mí el mundo de la noche me sirvió para romper esa noción de que pueda parecer que malgastas el tiempo porque no haces nada productivo. En la noche somos meros espectadores, nos miramos, hablamos sin rigor…

Ha mencionado los problemas para acceder al arte por su origen social. ¿Lo tuvo por ser mujer, un tema recurrente en su obra?

Durante años me he negado a decir que sí. Pero como no esperaba que el mundo del arte me diera cancha, hay cosas que ni me planteé. Yo lo percibía -luego descubrí que no era así- como una arena en la que no hay prejuicios ni de clase, ni de raza, ni de religión, ni de género. 

¿Qué pasó?

Vivimos un momento que no sé si definir de “rancio” a la hora de percibir la creatividad, no tanto el arte. Todo se intenta objetivizar, también el género, una cuestión que a mí no me interesa nada. Yo me considero una “hermafrodita”, esto es, transito de hombre a mujer constantemente. Y pienso que los demás también lo hacen, sin entender esto de una manera genital, sino emocional o simbólica. Está en nuestra naturaleza. Que estemos todo el rato intentando que exista una división evidente me duele. Siempre he rechazado esas categorizaciones tan binarias. Pero tampoco me interesan las de homosexual-heterosexual. Las cosas van por otro lado. Somos seres en movimiento. 

Dice su comisaria que su propuesta del CA2M no es una retrospectiva. Una retrospectiva obligaría a que estuvieran sus “mejores” obras. ¿Cuáles son, en su opinión, sus obras o proyectos más sobresalientes?

Vas a pensar que soy una falsificadora de respuestas, pero es difícil darte una sobre esto. Desde fuera, se supone que tus piezas más importantes son las que han tenido más eco a nivel social. Pero para mí, a veces, lo son las que no funcionan y he tenido que destruir. 

¿Y por qué se destruyen entonces?

Las destruyo yo. Porque para mí las obras tienen su propia personalidad. Y por mucho que trabajes en ellas, ellas se encargan de deicrte “vas a llegar hasta aquí”. Quizás no es tanto que la destruyas, sino que consigues que muten en su opuesto. Suena muy poético, pero mis mejores obras son aquellas en las que ha habido un antes y un después.

¿Las que no se pueden ver?

Hay algunas que sí. ¡Qué malo! Las hay. Para mí, aquí, hay muchas obras que por algún motivo significan muchas cosas. Lo que ocurre es que creo que si encuentro cierto valor en ellas es porque aquello no se ve. Hablo más bien de una actitud, que es algo que sí que me interesa mostrar en el arte. Quiero “estar enfrente” todo el rato, no ser una cobarde. Recuerdo leer en una entrevista decir a un artista que era muy sencillo hacer una escultura. Estuve a punto de levantar el dedo, hipotéticamente hablando, y responderle: “No, cariño. Es muy difícil hacer una escultura, porque nuestra vida está llena de objetos tridimensionales». Es muy complicado que una escultura te dé, tan solo un poquito, un puñetazo en el estómago. 

«Tigras y felinas»

¿Y en base a qué llena las obras de valor? ¿Es porque le hirieron, porque supusieron puntos de inflexión, fama…?

Te aseguro que fama tampoco es, porque la llevo bastante mal. Es una palabra que se me atasca y, aplicada a mí, ha ido en muchas ocasiones en mi contra. A mí me hubiera gustado en algún momento ser alguien con otro nombre, tener un pseudónimo masculino…

¿Por qué no lo ha hecho?

Lo haré, lo haré. Es buena idea. 

Y es joven.

Soy joven y lo seré siempre. Lo digo de corazón. Aspiro, si la cabeza me funciona, a ser joven con ochenta años. Pero volviendo al tema, las esculturas son como grabadoras. Me gustaría decirte que no recuerdo nada, pero lo recuerdo todo. Parece que te hablo en plan “negatronic”, pero yo también tengo mis momentos de ascenso. Estoy arriba y abajo todo el tiempo cuando trabajo. Y las esculturas son reflejo de ello. 

Pregunto esto porque se usa como título de la muestra el de una pieza poco conocida de su trayectoria.

Es Todos los conciertos, todas las noches, todo vacío. Es así porque, para comenzar, el título me encanta. Es un filón. Esa pieza la hice en 2009, y es especial porque responde a cierto rebote de lo que me sucedió en el MUSAC, que también fue para mí una de mis exposiciones más especiales, en el 2008. Habla de improductividad, esa que tanto se critica y nos criticamos a nosotros mismos, del manejo del tiempo, cuando tiempo y espacio no existen… Es un acto de borrado de muchos conceptos adquiridos. Hace alusión también al estigma, a cómo se nos estigmatiza, al concepto de vacío, pero no el de Oteiza, sino el vacío improductivo. Para mí es una pieza sucia… 

Me doy cuenta, según hablamos, que le funcionan bien los cambios de década: 2000, Reina Sofía; 2009, MUSAC: 2019, CA2M…

¡No me había dado cuenta! No son cosas premeditadas, pero se dan esas casualidades. De todos modos, hay que decir que el currículum de un artista no debería escribirse en función de su visibilidad, sino en base a todos esos “noes” que alguna vez dijiste a proyectos e instituciones. Yo tengo claro que solo expongo cuando tengo algo que decir. 

Eso dice mucho de usted.

Pero no es fácil. Sobre todo cuando eres joven. ¿Cómo decir entonces que no? Además, no te sale. Sería violento. Yo ahora digo mucho que no. A nivel económico, a veces, no es lo correcto, pero a nivel existencial, me lo puedo permitir. 

¿Todos los caminos conducen en el caso de Ana Laura Aláez a la escultura? 

Sí. Para mí, la palabra escultura casi es como un mantra. De todo el proceso creativo al que te tienes que someter para poder llegar a algo, la escultura tiene una impronta que me interesa mucho, sobre todo porque una escultura tiene su propia personalidad. Las piezas que están en la sala, en realidad ya no son mías. Eso solo le pasa a la escultura. El pulso entre lo que el artista quiso expresar y lo que resultó, que son cosas muy distintas, está en ellas. 

«Origen»

También escribe su comisaria que, con esta expo, han ido “al punto de partida para buscar entre las fisuras” de sus temas recurrentes. ¿Qué han encontrado allí?

En las fisuras te das cuenta de que no tienes respuestas, que eres un ser vulnerable y fuerte a la vez, que te enfrentas a cuestiones que si lo pensaras no lo harías… Estoy muy a favor de enfrentarse a una pieza. De no tener miedos. ¿Ves? Eso es otra cosa que encuentro en las generaciones jóvenes: mucho miedo. Y me preocupa. Hay un dogma sobre lo que es el arte y lo que es ser artista. Se aspira a querer ser como alguien, y lo mejor es aspirar a no ser nadie.

Por cierto, ¿cuáles son esos temas recurrentes? ¿Cómo los desgranaría usted misma?

El de la identidad en movimiento, la oposición a todo binarismo: masculino-femenino, sí-no, arriba-abajo, limpio-suicio, abyecto-belleza… 

Hay un bloque de obras que revisan lo performativo en su trayectoria. ¿Hemos abusado de la técnica?

En esto sí que soy algo clásica. Si me preguntas por “performance”, yo pienso en los años setenta, cuando nadie sabía que existía esa posibilidad. Entonces se generaron una serie de sinergias de las que vivimos todavía hoy. El ejercicio hoy sería olvidarse del término, que lo convierte en un contenedor en el que cabe de todo para dotar de libertad a sus formas. Porque hasta en esto nos hemos vuelto dogmáticos. Creo en la performance cuando no es dogmática. Y ahora veo mucha performance de aparente libertad, una libertad muy de academia. Pero la performance es una herramienta muy potente. Tiene esa cosa de proceso constante, de intangible, de dificultad de aprensibilidad… 

¿Se sobreexpuso, como mencionaba antes, cuando fue elegida para representar a España en la Bienal de Venecia? 

Ese es otro “temazo” para charlar. Creativamente, para mí fue una buena experiencia. Pero me hizo ver cómo la “Península Ibérica” afronta una cuestión como esta, que es de una forma fatal. Y eso sigue existiendo, porque hablo con compañeros y compañeras y están en las mismas. Es una cuestión de caspa, y no por parte de los nombres seleccionados. La Bienal en España se entiende como si esto fuera Eurovisión, con un lastre y unas carencias, que en otros países ya no existen, y de los que se culpa a los creadores. Es terrible. Esto no es un concurso de belleza y se la trata como si lo fuera. 

Boceto de «Mujeres sobre zapatos de plataforma»

¿Sigue siendo un ave nocturna?

Siempre me he cuidado mucho, porque, aunque suene un poco hippie, soy muy de energías. Yo tengo que alimentar una zona solitaria de mi ser que se plantea muy bien en la noche. En la noche puedo estar con gente, pero estoy sola. Eso me encanta. Y me encanta bailar. Pero para salir por la noche, ahora, tengo que hacer un planning muy complejo: haber dormido bien…

¡No somos tan jóvenes!

¡No! Dormir una buena siesta, saber que al día siguiente la agenda está despejada, y tengo que salir de casa divina para bailar. No me funciona lo de salir, cenar, tomar copas, charlar… No. Yo si salgo por la noche es para ponerme un modelón y entrar en la pista de baile. Directamente. 

Eso fue una de las cosas que nos enseñó: que se puede ser un artista sin taller, y que la pista de baile puede ser un buen estudio de artista. 

Yo nunca he tenido taller. Mi taller soy yo. Pero creo que todos somos como caracoles que portamos con nosotros nuestra realidad. Si ahora tuviera que irme a vivir fuera, cogería mi ordenador y seguro que podría plantear allí lo que hago. Lo básico es analizar lo que tienes a tu alrededor y usarlo como material. Y ese material puede ser un apartamento minúsculo, un dibujo… En eso me he autoeducado. Antes miraba con envidia a mis compañeros y compañeras (bueno, sigo haciéndolo), algunos más jóvenes que yo, que tienen unos talleres de vértigo. Pero lo he usado siempre a mi favor.

Nació en el País Vasco, su contexto fue ese, Arteleku, Ángel Bados, pero en un momento determinado migra a las Baleares. ¿Qué pasó?

Fueron cosas muy personales. En realidad, es que 2009 fue muy duro para mí. Un amigo mío íntimo falleció en unas circunstancias innombrables y de repente la ciudad se me hizo violenta. Entre eso, la crisis económica, cuestiones logísticas… Me di cuenta de que no tenía calidad de vida y me planteé qué podía hacer en otro sitio. Y como soy una persona muy de extremos, un animal social, acabé allí. 

¿Y qué le espera a la vuelta?

He tenido la fortuna de que me han concedido una beca BBVA que me permite viajar durante un mes a lugares que para mí fueron esenciales: Nueva York, Japón y Berlín o Londres. En el fondo, estoy negando lo anterior, pues no tendría por qué ir a las ciudades que nombro si sé vivir sin estudio, pero me apetece realizar un proyecto visual que, con una cámara, un estudio portátil, hacer una especie de documento, catálogo razonado o diario muy performantico a partir de elementos muy sencillos. 

Ana Laura Aláez por Ignacio Gil en el CA2M
Ana Laura Aláez. «Todos los conciertos, todas las noches, todo vacío». CA2M (Móstoles). Avda. de la Constitución, 23. Coproduce: Alhondiga de Bilbao. Comisaria: Beatriz Espejo. Hasta el 26 de enero 

Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 9 de noviembre de 2019

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