«La autocensura es el suicidio del artista»
El IVAM otorga a Annette Messager el Premio Julio González y lo celebra con la muestra «Púdico-Público», con la que recorre su labor de las dos últimas décadas

Annette Messager está de vuelta de todo (Francia, 1943). No sé si es políticamente correcto decirle hoy a una mujer que tú (más, siendo hombre) la consideras una «gran dama» del arte. Pero ella me recuerda que la autocensura es «el gran cáncer de la sociedad actual»: «Para un artista, es el suicidio. En cuanto a lo de ser políticamente correctos, mejor que lo olvidemos». Por eso quizás a ella no le duele en prenda admitir que aquel Mayo del 68 hoy idealizado en el que se inició estuvo liderado por «auténticos machistas», o que el feminismo es la excusa perfecta para incluir a las mujeres artistas en otro gueto. Messager vuelve a España porque el IVAM le ha concedido el Premio Julio González. Es la primera mujer en 18 años en recibirlo. También sobre eso tiene una teoría. Parémonos a escucharla.
Esta muestra repasa los últimos 20 años de su trayectoria, dos décadas después de la que celebró el Museo Reina Sofía, su última gran cita en España. ¿Han cambiado mucho sus intereses en este tiempo?
Han cambiado, han cambiado… Aunque, sinceramente, los artistas siempre le estamos dando vueltas a las mismas ideas. Pero han cambiado porque han cambiado los materiales, por ejemplo. Yo antes utilizaba muchos elementos que adquiría porque los tenía muy a mano. Ahora está internet para hacerte con cosas muy lejanas. Quizás en mis comienzos me interesé más por la identidad femenina. En la actualidad, el concepto de identidad, en mi trabajo, se ha ampliado.

¿Cuáles son esas obsesiones que se mantienen imperturbables?
Es difícil de decir. Si que reconozco que en los comienzos fue etiquetada de muchas formas: Annette Messager la artista, Annette Messager la coleccionista… Era una forma de mostrar mis identidades cambiantes. Hoy en día, yo creo que están todas ellas reunidas bajo la misma persona. Pero el mundo también ha cambiado. Y no para mejor.
Esa era justo mi siguiente pregunta: ¿En qué mundo nos encontramos ahora?
El siglo XX fue un siglo sacudido por las guerras. Ese era el miedo más generalizado de la población. Hoy ya casi no las hay, pero la gente sigue teniendo miedo. No hace mucho que hemos vivido los atentados de París, de forma que el miedo se perpetúa: miedo a andar por la calle, a coger el metro… Es otro tipo de miedo, provocado por otro tipo de realidades. Pero ahí están también acciones nobles como la de España acogiendo a los refugiados que rechazó Italia. Eso es formidable. Vuestro gobierno, hoy, cuenta con un montón de mujeres en sus filas… Ahora bien: estos miedos están fomentando los nacionalismos, que cada uno se reafirme en sus fronteras. Y ahí está el Brexit inglés, el populismo italiano, los alemanes o los austriacos intentando cerrar fronteras… Todo ello, en el fondo, hace que este mundo sea cada vez algo menos libre.
Justamente se han cumplido 50 años del Mayo del 68 francés. Uno de sus lemas, Prohibido prohibir, da título a algunas de sus obras, aunque hoy parece un bonito eslogan publicitario. Usted ha sido muy crítica con el movimiento…
En realidad, ese “prohibido prohibir” no surgió de los estudiantes, sino que se le ocurrió a un cineasta, y estos lo adoptaron. Y hoy, si nos fijamos, las prohibiciones están a la orden del día. Es lo que yo he querido mostrar con esas obras. Cincuenta años ya, y los aniversarios no paran. Yo estoy un poco cansada de tanto aniversario. Por entonces, yo era joven, viví el ambiente de fiesta, las barricadas… Era muy tímida también. Quise participar con unos dibujos para unos carteles en la Escuela de Bellas Artes de París, pero estos grandes hombres eran todos unos machistas, y me echaron de allí. Yo no me olvido de aquello, no.

Tampoco se siente cómoda con el término “feminista”. Sin embargo, su obra se centra en muchos momentos en la mujer. ¿Por qué no lo es?
Es un término que me molesta, porque supone reducirte a una categoría. Estoy en contra de las exposiciones exclusivamente de mujeres porque supone incluirnos en un nuevo gueto. Yo quiero exponer junto a las mujeres, pero también junto a los hombres; junto a homosexuales y transexuales. Lo único que debería importar es que todos fuéramos buenos artistas.
Rechaza entonces la etiqueta para usted, pero no para su obra.
Para ambas.
En España, ahora mismo estamos obsesionados con las cuotas. ¿Qué piensa de ellas?
Tampoco me gusta que existan. Sin embargo, también es verdad que soy la primera mujer que recibe el Premio Julio González que otorga el IVAM. Y no es este el único museo del mundo en el que las mujeres están infrarrepresentadas en su colección. Es curioso, pero generalmente, los y las conservadoras de museos en todo el planeta están encantados de hacer exposiciones conmigo o con cualquier mujer. Pero cuando les hablas de adquirir mis piezas, sus piezas, el “no” es generalizado.
Pero supongo que no le parece natural que en 18 años ese premio del que habla no se haya acordado de ninguna mujer.
Lo importante es que no sea también la última.
Hablemos de la muestra del IVAM, de su título: ¿Qué es para usted lo “púdico” y lo “público” que anuncia?
Me encantan los juegos de palabras, esos términos que suenan prácticamente igual pero que casi significan lo contrario. Aquí también se incluye la pieza «Motion / emotion». Mi vida “púdica” es mi vida privada, aunque luego me exponga, haga exposiciones. Sin embargo, tanto en español como en francés, un hombre público es un sujeto al que se le reconoce cierta notoriedad, mientras que una mujer pública es directamente una prostituta, lo que nos lleva a referirnos a lo que hace en su esfera privada. Me gusta jugar con esas dualidades, con esas interferencias.
Nuestra sociedad, quizás por influencia de las redes sociales, también ha desdibujado la línea entre lo “púdico” y lo “público”.
Hoy nos rascamos una oreja y sentimos la necesidad de volcarlo en la red. Es horrible. Y le facilitamos el trabajo a los políticos: todo se lo damos fotografiado, filmado, documentado, y fomentamos que ellos también lo hagan por nosotros con nosotros. Eso no está bien. Hoy asumimos con naturalidad que haya cámaras en la calle que nos vigilen. Vendemos nuestra intimidad sin pedir nada a cambio. Pero, por poner un ejemplo, el movimiento #MeToo se hizo poderoso en redes porque lo apadrinaban mujeres de renombre, pero hace años que esas historias de abuso circulan. En ese caso, está bien que no hayan sido los políticos los que lo hayan liderado.

Hay otra dicotomía que se aplica a su labor la de poético y político. ¿Son compatibles?
¿Es la política poética? ¡Oh , la, la! ¡Menuda pregunta! Sin embargo, estoy segura de que podemos encontrar la poesía en todos lados. Pero yo no hago política.
¿Seguro?
Cuando no estoy deprimida, yo creo que con mi obra soy a la vez política, feminista, erótica, poética… Pero cuando me vengo abajo pienso: «Esto no vale para nada. Soy una inútil». Admito que soy pura contradicción. Como todo el mundo.
¿Y cómo se hace política desde un museo?
Se hace. Se hace, sin duda. Cuando programas una exposición como ésta, por ejemplo. Cuando le das cancha a los jóvenes, a los consagrados, a las mujeres…
Pero, ¿el arte no estaba en la calle? ¿Para qué meterlo en el museo?
[Ríe]. El arte, como la poesía, también está en todos lados. Está hasta en el diseño de tu camisa. ¿Cómo no va a estar en un museo?
Dice verse influida por el surrealismo, un movimiento que, por cierto, representaba la vagina como animal dentado. ¿Por qué nos sigue dando tanto miedo el cuerpo, el sexo femenino?
No sé si es tanto miedo al cuerpo como a lo que podemos hacer con él. Pienso en cómo es contestado el aborto en muchas partes del mundo. Sólo la píldora supuso una grandísima libertad para la mujer para hacer uso de su cuerpo. Cuando en Francia se aprobó el matrimonio homosexual se generaron unas polémicas, unas manifestaciones con los políticos en la calle, que a mí me sorprendieron realmente. Se supone que nosotros somos el país de la “liberté y la fraternité” y, sin embargo, todo eso se asumió de una manera más lógica en un país católico como el suyo. Aquí desde la muerte de Franco se respira un aire de libertad muy sano.

También me llaman la atención las alusiones a la infancia en su obra, su uso de materiales como el peluche, el disfraz…
La infancia es un periodo de la vida trascendental para todos y cada uno de nosotros. Aludir a ella es aludirnos a todos. Yo me siento una niña vieja. Materiales como estos, como los cotidianos, son los que me rodean, los que nos rodean. Todo el mundo se reconoce en ellos.
Le he de preguntar por otra aparente contradicción de su labor: el gusto por el fragmento en sus instalaciones, que luego tienden a la monumentalidad…
Es verdad que mis grandes instalaciones se basan en el uso de pequeños elementos o recursos. Amo el fragmento. Piensa que cuando tenemos dolor no decimos: «Me duele el cuerpo». Nos referimos a la parte. Nos duele la cabeza, la muela, el pie… Todo lo asumimos siempre a través de partes, de fragmentos. Me gusta poner a dialogar lo mínimo con lo máximo. Por otro lado, esa separación de elementos invita a que las instalaciones sean recorridas, asumidas poco a poco. De esta forma, cada uno tiene una experiencia personal y diferente de la misma, como de forma personal inciden en ella tus movimientos personales, tus recuerdos personales.
Si me intereso por «Sleeping Deep Red» es porque es su pieza más reciente, la que nos puede dar pistas de sus intereses actuales.
Lo primero que a mí me interesa de un trabajo como ese es su material. Son fibras impermeables que encontramos en los abrigos, en los sacos de dormir, pero también en los chalecos salvavidas de los refugiados, los sacos de dormir de los indigentes de la calle. Son materiales relativamente nuevos y creo que es importante introducirlos por sus connotaciones y por sus posibilidades. El de la inmigración es el gran problema actual de Europa y percibimos al inmigrante como despojos humanos, como animales abandonados. En Estados Unidos están separando a padres de hijos. Eso es inhumano. Todo esto me preocupa.

Bajo los adoquines, ¿estaba el arte?
Parece que sí, que el único resquicio de libertad que nos queda es el arte, la cultura. Aquí hay una pieza mía que se titula «Los inocentes», que a su vez se inspira en el cuadro de Poussin «La matanza de los inocentes», que, tristemente, está de plena actualidad. En ella incluyo la figura de un pequeño, que nos recuerda a las imágenes que todos tenemos grabadas en la mente del niño cuyo cadáver recogieron en una playa y que fue portada de todos los periódicos.
¿Es la autocensura el verdadero cáncer de nuestra sociedad, tanto o más que la corrección política?
Sin duda. Ciertamente. Para un artista es el suicidio. En cuanto a lo de ser políticamente correctos, mejor que lo olvidemos.
¿Y ahora qué?
Tengo que hacer y bien pronto un proyecto para la nueva Fundación Giacometti que está a punto de abrir sus puertas en París. Es un artista que me fascina y yo quiero centrarme en un «falso» Giacometti. Eso será en octubre, pero el catálogo tiene que estar ya. Luego también tengo individual en la galería Marian Goodman también en París que se unirá a un gran proyecto en Buenos Aires. En el taller quiero volver a dibujar. Llevo algunas jornadas obsesionada con los planetas y las estrellas.

Annette Messager. «Púdico-Público». IVAM. Valencia. C/ Guillén de Castro, 118. Comisarios: A. Messager y José M. G. Cortés. Https://www. ivam.es/. Hasta el 4 de noviembre
Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 14 de julio de 2018. Nº 1.338