Arte LGTBI a las puertas del World Pride Madrid

Cuando toda plataforma es trinchera

El World Pride y el Orgullo Gay  son la excusa. Los proyectos artísticos que contemplan la pluralidad del colectivo LGTBI, su Historia y sus anhelos, una necesidad. «El provenir de la revuelta» es el más ambicioso de los que se desarrollan estos días en Madrid, pero no el único. Propuestas que alertan sobre la fragilidad de la conquista de derechos, individuales y colectivos

Vídeo de «We are Queer», de Andrés Senra, para las Pantallas de Callao

El Ayuntamiento de Madrid toma la decisión de incluir a supuestas parejas gays y lesbianas en sus semáforos del centro (que ya damos por hecho muchas cosas por el hecho de ir de dos en dos y ser «del mismo sexo») y se genera un pequeño revuelo. Ello da pie a dos conclusiones: una, que nuestra sociedad es más madura de lo que parece, y que el fuego de esta polémica no da ni para encender una cerilla. Y dos, que en estos tiempos en los que lo políticamente correcto es la nueva censura, los ataques han de venir siempre del «gasto» que supone la medida. Ahora bien, no sólo es que la visibilidad de realidades alternativas sea sana y necesaria. Es que mientras haya un derecho -por pequeño o grande que sea- que corra el peligro de dejar de serlo, será obligatoria su defensa, y por parte de todos. Por el bien de todos.

La semana pasada, Manuel Antonio Domínguez, el artista que ahora ocupa las salas del Museo ABC con un más que recomendable proyecto sobre la identidad de género (La relación estable, hasta el 24 de septiembre), nos recordaba que cualquier mirada acomodada sobre el colectivo LGTBi olvida realidades de injusticia y ataque a esta comunidad que ocurren en el mismo plano que la gentrificación de Chueca o el Gayxample barcelonés. Cosas como el tiroteo, hace justamente un año, de aquel bar de ambiente en Orlando, solo por el hecho de que su concurrencia fuera homosexual. O  el aumento de agresiones a gays en una capital como Madrid. O los actuales campos de concentración en Chechenia para gays y lesbianas. Han leído bien: campos de concentración en pleno siglo XXI, muy cerquita de esa Rusia donde hacer «propaganda homosexual» (vamos, ser uno mismo fuera de armarios) está perseguido. Eso, por no hablar de la docena de países en los que sentirse atraído por alguien del mismo sexo está penado con la muerte.

Por eso también conviene recordar, justo después de decir aquello de «no, si yo también tengo muchos amigos homosexuales», que el día del orgullo gay no nació del deseo de celebrar ser LGTBi, sino de la defensa del derecho a ser respetado y no sometido a ningún tipo de persecución o humillación por cuestiones de tendencia sexual. Quizás por eso no exista un día del orgullo heterosexual y quizás por eso sean buenas todas las iniciativas en pos de la visibilidad de esta parte más que numerosa de la población.

Fotografía de Bruce Labruce en La Fresh Gallery

Porque nada peor que la desmemoria y el olvido. Estos días, David Trullo presenta en Factoría de Arte y Desarrollo (hasta el 6 de agosto) una incisiva e irónica serie –que se desarrolla en paralelo a sus investigaciones sobre la cerámica como soporte que tan buenos resultados le está dando y que también despliega de forma maravillosa en su Queer cabinet del Museo de Artes decorativas– en la que los grandes iconos gay (los combativos, los activistas, pero también los referentes culturales), se convierten en logos e «imágenes de camiseta o carpeta»: Trullo nació en  el año de la Revuelta de Stonewall (la misma que hace que buena parte del Orgullo Gay se realice hoy a golpe de pelucón, purpurina y plataformas, porque todo eso era lo que molestaba); aquella que dio paso al desarrollo de las reivindicaciones del colectivo LGTBi. Cincuenta años después, las imágenes homoeróticas clásicas se han revelado –también rebelado– revisitado y transgredido. De la misma manera, se han globalizado, mercantilizado y banalizado.

De ahí el título de su propuesta: Souvenirs, en la que también hay cabida para los heterosexuales. Imágenes de chicos de gimnasio (ejemplares lógicos de esta sociedad hipersexualizada -ellos, ellas y ellxs- que baila a ritmo de reggeton), que lucen músculo y abdominales en redes sociales. Pero también esos otros que se quedan dormidos en el metro o en el bus. Metáfora de esa sociedad hastiada de sus políticos, pero que parece adocenada, dormida, que no hace nada

Piezas de David Trullo en Factoría de Arte y Desarrollo

En la misma línea, en un deseo de recordar lo que fuimos para saber hacia dónde vamos, se sitúa el ambicioso proyecto El porvenir de la revuelta, organizado por el Ayuntamiento de Madrid en torno a tres ejes (Conde Duque, CentroCentro y Matadero), pero con un montón de ramificaciones y tentáculos que llegan incluso a los barrios. Porque, si bien es cierto que algunos, sobre todo los más jóvenes, pueden pensar que es el World Pride lo que ahora toca celebrar (carro al que se han subido empresas culturales y no culturales de todo tipo de condición y pelaje, museos del Prado y Thyssen incluidos, el primero con más acierto que el segundo con La mirada del otro, que hace lo propio, esto es: recorrer su colección sin mover nada sino resaltando tan sólo sus contenidos LGTB en Amor diverso. Hasta el Museo de América realiza un repaso de la historia de la transexualidad en la Historia (Trans, hasta el 24 de septiembre); esperemos que lo suyo tenga continuidad), otros prefieren recordar que lo que hay que festejar es que hace 40 años se celebró la primera manifestación en favor del reconocimiento de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales, en un país en el que por menos de nada al homosexual se le podía aplicar la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, y que hasta el año 1978 no recogió de forma firme los derechos de reunión y manifestación en una constitución democrática.

La ciudad en la que esa efemierides tuvo lugar el 26 de junio de 1977, Barcelona (aunque me chivan q hubo otra por esas fechas en Sevilla), ha puesto también en marcha un programa de actividades conmemorativas que llegarán hasta el otoño -entonces tocará volver al Palau de La Virreina- y que arrancaba hace unos días con una instalación fotográfica en la Plaza Real (Molt amor per fer, de Ricard Martínez), que se nutre de las imágenes tomadas por los fotógrafos que documentaron esas jornadas en las que todo estaba «por hacer», como reza su título.

Montaje del proyecto «Molt amor per fer», en Barcelona

Dado que el Centro Cultural Conde Duque es la sede del Archivo de la Villa y la Hemeroteca Municipal, tiene sentido que allí se desplieguen dos de los capítulos de este Porvenir de la Revuelta con mayor vocación archivera: ¿Archivo Queer? y Anarchivo Sida, en los bajos del centro («¿un nuevo cuarto oscuro?», bromea Fefa Vila, la coordinadora general de toda la iniciativa), que convergen en el Agitador, bisagra entre ambas exposiciones y que sirve de escenario para otras propuestas (en estas primeras semanas, para la cartografía diseñada por Diego el Pozo Barriuso con los principales hitos políticos y culturales del movimiento LGTB, luego ilustrados por el mismo, mezclando así realidad y recreación. Entre ellos, exposiciones como la pionera El arte y su doble, en 1986, en el MNCARS, El jardín de Eros, en la Virreina (1999), Héroes caídos (EACC, 2002), Radicales libres (Auditorio de Santiago de Compostela, 2005) o Genealogías feministas (Musac, 2012), hasta llegar a este proyecto global, probablemente el más ambicioso en su género hasta la fecha.

Colectivo en Construcción comisaría ¿Archivo Queer?, así, entre interrogaciones, enfatizando el origen plural, bizarro, a veces sin vocación de transformarse en material clasificable de los fondos de una memoria (hoy, afortunadamente depositada en el Museo Reina Sofía, institución que, junto al Van Abbemuseum de Eindhoven, participa en la propuesta), pero que subrayan el papel fundamental que jugaron en el desarrollo de la visibilidad queer en España y desde la ciudad de Madrid colectivos como LSD o La Radical Gai y sus publicaciones alternativas. También sus acciones de guerrilla. Se lo debemos a «ellas». El vídeo 20 retratos de activistas queer (Andrés Senra, Fefa Vila, Sejo Carrascosa y Lucas Platero) es una buena guía para moverse ante la avalancha de materiales.

Imagen del montaje de «Archivo Queer?» en Conde Duque

Justo al otro lado de la sala, Anarchivo Sida no puede olvidar el impacto que la enfermedad tuvo en los noventa en la comunidad homosexual, una nueva excusa para estigmatizar al colectivo. Aquí, el excelente montaje de Carme Nogueira afronta todas estas cuestiones con una nueva lectura de lo corporal a través de tres capítulos esclarecedores: «Salud» (pero también farmacéuticas y patentes); «Animal» (de los origenes de la pandemia en los simios al Nido, de Pepe Espaliú, o La temporada de caza, de Rita Moreira. No hace falta decir a quién es a quien hay que disparar); y «Muerte», designio trágico durante años de estos enfermos. Este fantástico montaje, les decía antes, es el que hará que su propio cuerpo como espectadores se vea sometido a una danza invisible: Obligado a distanciarse de los datos técnicos en el primer apartado; Agachado en el segundo para recibir las obras y ponerse a la altura del «hermano animal»; y que se acerca más de lo normal para afrontar los mensajes ante el fin de la vida…

¿Recuerdan esa manifestación pro derechos de los homosexuales de la que les hablaba antes? ¿La de 1977? En realidad fue una manifestación contra la Ley de peligrosidad social aprobada cinco años antes. Vamos, que era una manifestación a favor de los derechos de todos. Algunas de sus imágenes quedan ahora recogidas en el punto de partida de Nuestro deseo es una revolución, el segundo megaproyecto de El porvenir, ahora en CentroCentro, comisariado por Juan Guardiola y Juan Antonio Suárez.

Esa pieza es importante por varios motivos. Primero, porque generalmente el archivo al que se acude para ilustrar este hito es fotográfico (la famosa foto de Colita de los fondos del Reina Sofía). Pero es que en estos años es cuando comienzan a democratizarse los sistemas de grabación domésticos, obras audiovisuales que serán uno de los hilos conductores de esta muestra, que también acude a técnicas más convencionales como la pintura el dibujo o la instalación.  Otro de ellos será la alternancia de los movimientos de vanguardia y la cultura popular y de masas como fuentes de inspiración de los artistas LGTBi. Y nos queda alguno más. Una doble constatación a lo largo de las obras seleccionadas: que la lucha del colectivo LGTBi y, por extensión, de los artistas queer ha sido siempre por y para toda la sociedad (pues la suya no era una demanda de recorte de derechos, sino de ampliación de los mismos) y, por otro lado, que la normalización del sector ha supuesto el paso de la defensa de derechos colectivos (y de forma colectiva, pero también anónima en muchos casos) a otros más individuales (como el derecho al matrimonio y la adopción, que se ejercen a título personal).

Detalle del Agitador en Conde Duque

Antes de abandonar esta sala, el espectador toma conciencia del recorrido circular de la propuesta, ya que, al vídeo de esa manifestación se enfrenta otro, el grabado por Javier Codesal hace no muchos años de aquellos en contra del matrimonio homosexual. Otro aviso para navegantes: los derechos se conquistan, pero también hay que protegerlos. No son para toda la vida. Que se lo digan a los afectados por la crisis. Avanzamos y entramos en el primero de los capítulos de la cita: «El archivo intermitente», basado en una necesaria obviedad, que a veces, no obstante, hay que recordar: hubo gays y lesbianas antes de 1977. Los fotografió un histórico como Joan Colom en el Raval (barrio chino que recorrió Genet, del que se reproduce un texto de su Diario de un ladrón). También Gabriel Casas, con algunos de sus travestis de la colección del Archivo Nacional de Cataluña. A su lado, la recuperación de la figura de un vanguardista como Gregorio Prieto, un autor que «renunció» a su homosexualidad, que aquí se ilustra desde su labor fotográfica y con el collage. La cultura popular también queda reflejada en cintas como Lejos de los árboles, de Jacinto Esteva, o Esta es mi vida, con Miguel de Molina.

El vídeo doméstico sirvió tanto para documentar los avances sociales como para «contraprogramar» e interferir los discursos oficiales. Esa es la base de «Militancias». El Ventura Pons de Ocaña trabajó también para el Front d’Alliberament Gai de Catalunya, al que asimismo perteneció José Romero Ahumada (el autor de las imágenes del arranque). Una memoria que es reciclada por Pedro Ortuño. Este camino cronológico nos introduce en los años 80, en la Movida madrileña (Pérez Mínguez, Almódovar…), Valencia (Ploma 2, Tino Casal…) y la Barcelona de Nazario, de Cucarecord… Se supone que su filosofía, junto con la de Las Costus o Fabio McNamara, se filtra en artistas actuales como Joan Morey, Biel Capllonch o Equipo Palomar, con los que se contraponen.

Fotografía de Gregorio Prieto en «Nuestro deseo es una revolución»

Los noventa quedan atravesados de nuevo, también aquí, por el sida. Tiempo pues para un nuevo tipo de activismo ante la pasividad gubernamental en el avance de la pandemia. De nuevo, Pepe Espaliú (ahora con sus Carriying), pero también en el espacio especial dedicado a  Javier Codesal (Días de sida  y Fábula a destiempo) o el estudio etnográfico de la enfermedad de Pepe Miralles, junto a las fotos de estigmatizados de Jana Leo. Entonces se rompe por primera vez el recorrido cronológico para centrarse por primera vez en los subcolectivos. La corrección política hace que las «señoritas» vayan por delante, aunque estas son más bien «Guerreras y bolleras»: Cabello/Carceller, Azucena Vietes, las fotos encontradas de Carmela García, las manipulaciones cinematográficas de Cecilia Barriga… Llega el siglo XXI y con ello, el cibersexo. Una vía de escape, de liberación, de generar el personaje que uno desea ser, pero también la creación de nuevas barreras, de nuevas fórmulas de prejuicio («abstenerse plumíferos», «sólo gente fuera del ambiente»). Fito Conesa, pero sobre todo el «gesto afeminado» de Manu Arregui (con un proyecto paralelo sobresaliente sobre el mismo asunto en la galería Espacio Mínimo) o Florencia Alberti y los youtubers que usan la red para salir del armario, toman el mando en este ámbito.

Mensaje de «Chelsea, amanecer», de Manu Arregui, en Espacio Mínimo

Otro colectivo, el más invisibilizado, el transexual, protagoniza las siguientes escenas. La contraposición entre la vida pública y la privada de muchos, base de la obra de Virginia Villaplana. El colectivo ORGIA juega con los estereotipos, como también lo hace con Passolini, sembrando las dudas, Del Pozo Barriuso. Aunque quien más juega e invita a jugar a los espectadores con los signos empleados para distinguir a los sexos en los baños (un proyecto con la misma filosofía es la base de otra exposición en Swinton & Grant) es Coco Guzmán. En «Intimidad, sexualidad y fetichismo», uno de los puntos álgidos de la muestra: Cuando la revolución se hace desde el ámbito doméstico. O digamos, mejor, el privado, ya que puede ser la cama, el cuarto oscuro (Carlos Aires o Álvaro Perdices) o la zona de cruising (Francesc Ruiz y su dibujo Montjuïc). No decepcionan Juan Hidalgo, los dibujos eróticos de Pérez Villalta o una rara avis: una escultura de Rodrigo basada en su cómic Manuel.

«Días de Sida»,de Javier Codesal

Poco espacio para las «Masculinidades»(Ruiz, asociándolas al manga japonés y Barriuso -otra vez-, a la violencia en el deporte), quizás porque esta cuestión es la más manoseada en muchas otras exposiciones, para desembocar en el final de la muestra, no sin antes levantar varios memoriales a lo queer: el de los colectivos Subtramas y Jeleton y el de Carmela García. En un deseo de evitar el atentar contra ciertas susceptibilidades (o incluso «protoger» a los menores), las aportaciones del postporno quedan relegadas a otro cuarto oscuro, casi al comienzo del recorrido, en un espacio fácil de descartar en caso necesario.

Fotografía de Isabel Muñoz de «El derecho de amar» (CentroCentro)

No se puede salir de CentroCentro sin reparar, en el hall, en el mapa «lgtbizado» del metro de Madrid, de Javier Sáez, en el que los nombres de las estaciones, generalmente referentes para la sociedad a la que va destinado, son sustituidos por miembros o colectivos de la comunidad homosexual, nacional o internacional. Ello pone de relieve dos cuestiones: que gays, lesbianas, bisexuales y transexuales están en todas partes. Y que han llegado para quedarse. Y dos: que la visibilización de ciertos nombres ayuda, y mucho, a la normalización de todo el colectivo, sobre todo en una sociedad que vive tanto de los iconos y los influencers: Alejandra Pizarnik, Diana Fuss, Carla Antonelli, Jodie Foster, Paul B. Preciado, Lawrence Schimel, Juan Goytisolo… Solo Chueca mantiene su posición original (lo que es un error). Seguramente echen en falta muchos nombres. Lógico: hay tantos que podrían usarse para llenar las redes de metro de todo el mundo. Pero Sáez se ha dejado llevar por los de aquellos que configuraron su propia red de referentes personales. Lástima que el suburbano madrileño no se haya animado a aceptar el juego y haber trasladado la iniciativa de alguna forma a la red de la ciudad. Porque, cuando hay dinero de por medio, sí que hay motivos para convertir Sol en Vodafone o Chueca en la bandera arcoiris.

Plano del metro LGTBI de Madrid de Javier Sáez

Talleres, documentales, seminarios…  Si aún no están empachados, les quedan un buen número de propuestas en la misma línea. En la Nave 11 de Matadero –donde El porvenir se sirve de la pieza de Elena Alonso en Abierto x Obras como escenario del programa Políticas de la noche (30 de junio), pues fue bajo su protección donde se gestionaron infinitas disidencias y liberaciones– tiene su sede la arquitectura efímera con forma de mano de Marco Canevacci Dactiloscopia Rosa. En su interior, una una selección de los fanzines históricos compilados por La Neomudéjar. En sus «dedos», hasta cinco piezas de vídeo –de Alessandro Amaducci, Isabel Pérez del Pulgar, Francisco Brives…– sobre cuestiones de género.

Montaje de «Dactiloscopia rosa» , en Matadero

Regresaremos a CentroCentro donde recala El derecho de amar, un repaso por la trayectoria fotográfica de la Premio Nacional Isabel Muñoz  bajo esta lectura. También este es el escenario en el que se despliega otra muestra activista: Subversivas. 40 años de activismo LGTB en España. En la Estación de Chamartín, los espacios de MEEU se han propuesto homenajear anualmente por estas fechas el desnudo. La primera edición, coordinada por Corina Arranz y Ana Blanco, cuenta con las aportaciones de Álvaro Villarrubia, Joan Crisol y Rubendarío (hasta el 16 de julio). Ramón Tormes interviene los retratos masculinos seleccionados por artistas amigos y conocidos en Ecce Homo (hasta este sábado en la galería Benito Esteban de Salamanca y desde la próxima semana en Mercedes Roldán, en Madrid); Bruce LaBruce, en su línea, en La Fresh Gallery; tres dibujantes madrileños –Wouter de Vylder, Andrés Torres Rivas y Javier Sánchez– artífices del Cumming soon de Mad is Mad; las piezas de vídeo del proyecto We Are Queer, de Andrés Senra, serán proyectadas en las Pantallas de Callao; eslóganes feministas y lésbicos, que también cuelgan de Conde Duque, decoran ya marquesinas y autobuses («El placer es mío, caballero» o «Usted con don y yo con doña»)…

Fotografía de Joan Crisol en MEEU

Y para acabar con muñequitos, tal y como arrancamos, y el deseo de aquellos que quieren hacerlos desaparecer, pero ahora con mejor talante: el Free Wee Project de Swinton & Grant que antes les mencioné: ¿Tiene sentido la separación por sexos en los baños públicos? Los habituales humanoides que identifican las puertas de los aseos masculinos y femeninos son rediseñados por artistas como Patricia Mateo, Félix Fernández, Roberta Marrero u Olalla Gómez, en pos de una sociedad más inclusiva.

Colaboración entre Ramón Tormes y E. Rubaudanadeu para «Ecce homo»

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