Atípicos espacios para el arte
El spa de un hotel; una antigua yeguada, un polígono industrial… Entornos en principio hostiles al arte donde florece sin dificultad
Los que pasearan por las estancias de Est Art Space hace unas décadas solo reconocerían el espacio hoy por algunos detalle del mobiliario, como los expositores de mercancía o los muelles de carga, que aún se conservan. También por los despachos. Lo que ahora es una galería de arte, un estudio de artistas, un plató de rodaje y un taller de grabado y fotografía, entre muchos otros menesteres, fue en el pasado un negocio de importación de artículos de regalo y decoración, inserto además en un polígono industrial a las afueras de Alcobendas, en la periferia madrileña.
Desde ese negocio familiar de Javier Montorcier, y con el mismo aún en marcha pero ya en declive, se da el salto al arte en 2005, cuando Maite Sánchez, la otra pata del proyecto decide montar allí –las instalaciones, más de 5.800 m2 en tres plantas lo permiten– un tórculo para trabajar el grabado y un espacio para fotografía: «De 2005 a 2017 se sucedieron tres crisis, un brexit, el empuje de los todo a cien, Ikea y Amazon. La balanza se decantaba cada vez más hacia el arte», cuentan sus responsables. En 2017 celebraban ya su primera exposición.
Y su apuesta será por un modelo que corrige lo que no gustaba del galerístico tradicional: «La frialdad de esos espacios, ese pedir dinero por exponer de algunos lugares o esos tantos por ciento de comisión de venta tan elevados. Entendemos esto como una gran familia. Lo es el equipo, ahora de seis personas. Y lo es el equipo con los artistas».

La tendencia, como ellos mismos describen, es un lugar que supera los castradores límites de la galería al uso y que transforma una nave industrial para disfrutar del arte «en 360 grados»: «Aquí hay salas de exhibición, pero también talleres de creación, estudios de artistas (de Mar Solís, de Juan Carlos Ramos, de Tamara Jacquin…). Nos gusta que se vean los procesos, cómo se gesta el resultado final que es el objeto artístico, porque solo así, estamos seguros, se valorará más el arte y sus propuestas».
Los entornos de Est Art Space, que además se alquilan y son localización de rodajes: bien lo sabe Lola Índigo o muchas productoras («esto ha sido en la ficción desde una comisaría de policía hasta Radio Euskadi»), son uno de esos atípicos espacios en los que se despliega el arte, en pleno polígono industrial, si es que al arte aún le quedan espacios por conquistar.
Por eso quizás resulte más curioso comprobar cómo, toda vez que ha conquistado el ámbito digital, la realidad 3.0 salte a la galería convencional y haya abierto el primer espacio físico donde comprar NFTs: Se trata de la galería Kripties, en el edificio Rialto de Málaga.
«Fue con la embestida de la pandemia cuando empezaron a llegarnos esos titulares tan rimbombantes sobre los precios que alcanzaba el arte digital, lo que nos llevó a plantearnos qué estaba pasando en el sector», confiesa Fernando Carmona, responsable de actividades y progresión en el Thyssen-Málagahasta hace unos años y uno de sus promotores junto a su socio Juan Esteban.

«A lo que se referían esos titulares no era realmente arte, de forma que nos dimos cuenta de que, si realmente ha de existir un arte digital, este debería sustentarse en criterios artísticos y ser el sector artístico el que los generara y debatiera. Sobre todo porque ya vivimos en el inicio de lo digital, páginas web incluidas, que fueron los tecnócratas los que se adueñaron del ámbito».
El primer paso fue constituir Kripties, que juega a fusionar los nombres de la kripto moneda y de la famosa casa de subastas, como galería virtual en la red, pero también como asesoría (la Fundación Abanca fue uno de sus primeros clientes), funciones que mantiene aunque ahora desde un local para nada intangible. El segundo, desarrollar exposiciones ‘offline’, como ‘TransArte’en el verano de 2022, cuyo éxito invitó a dar el salto definitivo a lo analógico: «Nos hemos dado cuenta –continua el galerista– de que hay un público no sólo interesado en el NFT sino en piezas digitales en formato ‘print’ que ha dado pie a un pequeño coleccionismo muy activo».
Y remata: «Que todo nuestro espacio esté lleno de pantallas es algo que nos diferencia de una galería al uso, pero también la incidencia que hacemos en el elemento pedagógico, llevado a encuentros, reuniones o tertulias que se perdieron antes de la pandemia y que la pandemia terminó por exterminar. Hay necesidad de nuevo de hablar de arte y de encontrar espacios en los que entren en él las nuevas generaciones. La tecnología es la baza. No hay más que ver cómo estas no llegan a las salas de los museos. Por su parte, el interés de las mayores es no descolgarse de lo digital. Hay trabajo pues por hacer».
La gran especulación en el ámbito digital y la obsolescencia programada de las tecnologías son los dos grandes caballos de batalla contra los que lucha el nuevo negocio: «Y ahora llega la Inteligencia Artificial. Pero sorprende cómo son cuestiones extra artísticas las que más han aflorado en torno a escándalos y especulaciones digitales. La misma especulación de los mercados kripto y las plataformas de venta son las que distorsionaron el discurso que tenía que haber llegado a la cultura y el arte desde lo digital. Pero estamos a tiempo».

Con la Iglesia hemos topado. Un estamento, por cierto, que tan buen mecenazgo realizó durante siglos. Y en una iglesia, en Arévalo (Ávila), ha puesto su semilla Collegium, futuro centro experimental de creación y experimentación artística y última parada de la colección de arte de Javier Lumbreras y Lorena Pérez-Jácome, Premio A de ARCO este 2023 por su labor investigadora. Su conjunto, con más de 1.000 obras, ilustra el mejor arte internacional del siglo XXI. «Filosofía en cuarta dimensión», lo define ella.
«Del coleccionismo siempre nos ha interesado más el proceso de adquisición de una obra que su posesión final, todas las conversaciones a las que da pie entre nosotros dos –confiesa–. Y el conjunto no es un objetivo, sino, como bien explica Javier, su dimensión social es la que facilita hacer otras cosas. El arte se convierte en una herramienta de transformación de primer orden».
Pese a que hubo otras posibilidades para poner en marcha Collegium en otras localidades o museos ya preexistentes, el potencial del ámbito rural fue definitorio. El mismo en el que afloran la Fundación Cerezales, o El.Nucleo de Sara Zaldívar y Fernando Sarasola (este último, espacio de residencias en lo que fuera una yeguada en El Espinar): «En Nueva York seríamos una gota. En Arévalo recuperamos un edificio histórico, revitalizamos la zona y recuperamos su vida social, algo que parece que solo se puede desarrollar en el entorno urbano», recalca Lumbreras.
Collegium se establece además como centro de producción, con talleres y residencias, con una apuesta por la investigación del arte del siglo XXI (es centro de estudios) y ámbito de experimentación, abierto asimismo a colaborar con otras colecciones («esto no es el mausoleo de la nuestra»), «que una a los que quieran soñar con nosotros». «El objetivo es crear una comunidad, ser una plataforma de disfrute del arte donde te ‘apapachen’» (o abriguen)». Ahí se le escapa a Lumbreras el español de México que tan bien suena en Lorena, originaria de allí.
Entre sus próximos pasos, a la espera del edificio que le sirva de sede, el acuerdo por el que el archivo de la plataforma Arteinformado pasa a sus fondos (con el propósito además de ampliarlos) y una nueva exposición comisariada por Chus Martínez, ‘¡Doblad mis amores!’, en pocas semanas.

¿Arte en un spa? ¡Y hasta en un ‘parking’! El primer caso es el del Hotel Four Seasons, en el recientemente inaugurado Centro Canalejas de Madrid. El segundo, el de la VP private Art Collection, que despliega en sus cuatro plantas subterráneas un grafiti de Julián Polvorinos en el VP Plaza España Design. No es el primero de estos establecimientos turísticos que apuestan por sustituir las anodinas láminas de las habitaciones de hotel por arte de calidad. Recordamos, por ejemplo, el Atrio en Cáceres,resultado de la buena sintonía de sus responsables con la coleccionista Helga de Alvear.
En el Four Seasons, salas comunes, restaurantes, salones, pasillos y habitaciones (donde un catálogo recoge toda la colección) se decoran con algunas de las más de 1.500 piezas de arte contemporáneo adquiridas a través de concursos en las facultades de Bellas Artes de Madrid, Málaga y Sevilla, y que atesora esta firma, de la que es propietaria el Centro Canalejas, que también dedicó 7 millones de euros a la restauración de 16.000 obras históricas. Paloma Fernández-Irondo es su responsable, con nombres destacados como los de Cháfer, Pilar Cabestany o Sandra Val, aunque los ojos se suelen ir al Kaws del vestíbulo.
En el caso del VP Plaza de España, con 300 obras de 20 artistas atesoradas por Javier Pérez y Germán Álvarez para su hotel, sobresalen autores como Darío Urzay, la instalación ‘The Waterfall’ de Pere Gifre en su atrio o los paneles del Ginjgo Skybar de Jan Hendrix. El arte en escenarios como estos luce y se disfruta de otra manera.

Texto publicado en ABC Cultural el 4 de febrero de 2023