El primer Juan Muñoz en el CA2M

Juan Muñoz, donde todo comenzó

El 17 de junio, el creador madrileño habría cumplido 70 años. Una muestra en el CA2M, complemento de la de Alcalá 31, se ocupa de sus primeros años, en los que quedó ya fijada su gramática

Mañana, 17 de junio, Juan Muñoz, el que fuera uno de nuestros artistas contemporáneos más internacionalmente aclamados (su última obra supuso la entrada del primer español –y hasta el momento, el único– en la Sala de Turbinas de la Tate) cumpliría 70 años. Su súbita muerte, justo cuando acababa de presentar su proyecto para Londres, troncó una carrera en ascenso meteórico.

Este 2023, al madrileño (1953-2001) se le ha recordado desde la Comunidad de Madrid con dos exposiciones: la que todavía hasta el 7 de julio recupera en Alcalá 31 su obra última, la más icónica y reconocible, y la que precisamente desde este sábado, para coincidir con la efemérides, abre sus puertas en el CA2M.

Su título es ‘En la hora violeta’, en alusión a ese verso de ‘La tierra baldía’ de T. S. Eliot, uno de los autores de cabecera del artista, en el que se hace referencia a ‘la hora de la tarde que conduce al hogar y devuelve a casa al marinero’. Porque eso es precisamente lo que ocurre en el centro mostoleño: Muñoz regresa ‘a casa’, a su casa, a su origen. Y lo que se despliega en dos de las salas del museo son las obras de su primera etapa, aquella en la que aún quedaba lejos la Tate de 2001, pero la que le granjearía notoriedad y le llevaría al Aperto de la Bienal de Venecia de la mano de María Corral o permitiría su primera monográfica en un museo, en el CAPC de Burdeos, en 1987. También las colaboraciones con Rydy Fuchs, Jan Hoet o Chris Dercon.

‘Wasteland’, de la colección la Caixa

De hecho, uno de los grandes aciertos de esta muestra, uno de sus fuertes, es la recreación de lo que fuera su primera exposición, en 1984, en la galería Vijande, aquel viejo garaje en el madrileño barrio de Salamanca del que se reproducen aquí hasta sus características columnas. Lo más sorprendente es descubrir cómo, a tan temprana edad, ya están más que consolidados muchos de los elementos de su gramática: sus balcones, atalayas y torres de vigilancia, es decir, ese punto de vista superior, de control, desde arriba; también alusión a nombres, Eliot, Borges, Alvar Aalto… Más adelante todo esto se complementará con un gusto por el extrañamiento, la teatralización, la figura humana.

Reconoce Ana Ara, quien se ha convertido de repente en responsable de la cita, ante la imposibilidad de su comisario de defenderla tras su nombramiento como director del Museo Reina Sofía (Manuel Segade también es el comisario de la propuesta de Alcalá 31), que prácticamente se ha conseguido reproducir la que fuera esa primera exhibición en Madrid. Posiblemente falten una o dos piezas, una de ellas, precisamente ante la negativa para su préstamo del mismo MNCARS. Bromeamos sobre una posible ‘prevaricación’ que ahora estaría más que justificada. En el búnker cerca a su estudio en Torrelodones se situaría la referencia directa a los cuatros balcones de la instalación central de esta muestra histórica, titulada ‘El general Miaja buscando el río Guadiana’.

‘El astrolabio para el norte de la tormenta’

«Se optó primero por presentar lo último de Muñoz, lo que ha entrado en Alcalá 31, justo por ser lo más conocido», explica Ara. Sin duda, la cita en Madrid es mucho más escenográfica, mientras que la mostoleña, en un recorrido circular, se adapta más a la idea de cubo blanco y, por estar llena de sorpresas, puede decirse que es incluso mejor. Arranca de hecho ocupándose de ese Juan Muñoz que fue primero escritor, crítico y comisario. Con un dibujo que el mismo autor reconocía que había sido lo único que realizara tras un año de residencia en Nueva York en el PS1.

No es del todo cierto, puesto que allí también desarolló un interés por lo performativo, y esta exposición incluye documentación fotográfica de algunas de sus acciones. También la pieza ‘Retrato’, la figura de un gnomo de jardín del que solo quedan las piernas, y que el artista incluyó en la muestra ‘La imagen del animal’ (1983) que el mismo comisarió para Santander y en la que relacionaba el arte de su tiempo con el de las cavernas de Altamira.

Está ya ahí otro de los gérmenes de su ideario, su gusto por la arqueología, que pronto encontraremos en la sala contigua. Son esos muebles rescatados del Rastro y atravesados por lascas de piedra. Se sitúan junto a sus ‘Dibujos de gabardina’ (y de los que vimos unos cuantos en el Centro Botín en 2022), así llamados por el material de su soporte, similar al empleado en estas prendas, sobre los que realiza trazos con tiza de entornos cotidianos que, sin embargo, generan extrañamiento. Es como, tal y como el artista explicaba, «si hubiéramos llegado demasiado pronto a algo, o quizás demasiado tarde». Cosas de ser hijo de familia numerosa, que muy de vez en cuando, al volver a casa, se encuentra con todo el mobiliario cambiado. Una anécdota privada que da pie a una veta creativa. Y una escena inquietante: los cinco dibujos de la colección particular del también artista, ya fallecido, Juliao Sarmento, del que solo podemos observar uno, apoyados como están los otros cuatro tras este. Es ese desasosiego que siempre buscó en el espectador Juan Muñoz.

Dibujo de Muñoz durante su estancia en Nueva York

La cita abarca una década de producción del creador. Muchas de las obras, reconoce Ara, de coleccionistas privados, la mayoría amigos, que compraron en su momento para que Muñoz pudiera seguir trabajando. Pero agrupa las obras también por intereses. Por ejemplo, las piezas que hacen alusión a la escucha (o la incomunicación). O, ya una planta más arriba, sus propuestas con barandillas o pasamanos (una descanso más para la mente, que sabe que ese instrumento aporta seguridad, que para el cuerpo). Las encontramos tras pasar por una vitrina con algunos títulos referenciales de Muñoz: sobre escapismo, de Hudini; de ventriloquía, de Arthur Price; sobre control y vigilancia, de Dino Buzzati…

No faltan, en ese gusto por la figura humana, las piezas basadas en siluetas recortadas, como si de personajes para teatros de sombra se tratara. Aquí ‘Hunters’ o ‘Bending’, de finales de los ochenta. Estructuras articuladas que, sin embargo, no se mueven, y cuyos soportes no sabemos si son abrevaderos o ataúdes. Ver a cazadores que se cazan a sí mismos genera no solo extrañeza, también una sensación de ridículo.Unas piezas pensadas para ser movidas pero que no se mueven. Asimismo, toparemos con instrumentos mudos, con suelos ópticos: ‘Wasteland’ de la Caixa,pero también ‘Arti et Amicitiae’, que no se había vuelto a instalar desde que se mostrara por única vez en Holanda en 1988.

La muestra comienza y acaba con un retrato del artista. En el primero, ocultando su rostro con tippex. Un ejercicio simple de borrado. En el último, fotográfico, imitando un truco de magia. Muñoz el ilusionista. Nada por aquí. Nada por allí. Y espejos. Y objetos con una doble vida. ¿El primer chino? Todo estaba por comenzar. Regresar al CA2M, donde todo comenzó.

Arriba, algunas de las piezas articuladas de Muñoz, con ‘Hunters’ al fondo
Juan Muñoz. ‘En la hora violeta’. CA2M. Móstoles. Avenida de la Constitución, 23. Coordinadora: Ana Ara (sobre un comisariado iniciado por Manuel Segade). Hasta el 7 de enero de 2024

Texto publicado en la web de ABC Cultural el 16 de junio de 2023

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