El secreto peor guardado de Ernesto Neto
«El secreto sagrado» es el proyecto más reciente de Ernesto Neto que implica a las comunidades del Amazonas y que ha contado con el apoyo de la Fundación TBA21 de Viena, contrapunto de su retrospectiva en Krems

Hace ya un año que Ernesto Neto (Brasil, 1964) celebraba en el Guggenheim de Bilbao su mayor retrospectiva europea hasta hoy. Entonces nos recordaba el impacto que en su día le produjo su primer viaje a México: «Cuando visité sus ruinas prehispánicas me quedé muy impresionado con sus esculturas, con la vitalidad y el peso de la piedra. Me parecieron mucho más contundentes que las ruinas egipcias o griegas. Y la razón era la aridez de esos países. En México, como en Brasil, hay mucha más vida orgánica. En el Yucatán –y en el Amazonas– la floresta lo cubre todo. Había un exceso de vida, de “acontecimiento”. Todo ello es similar a lo que vivimos en la actualidad, en la que todo está conectado».
Estas ideas se han convertido en una especie de declaración de principios en el trabajo de Neto, y ayudan a entender mejor su labor. Ahora, mientras le seguimos por las salas de la Fundación TBA21 de Viena, vuelven a nosotros, mientras el artista no deja de repetir una más, como si de un mantra se tratara: «Vemos nuestro entorno, la Naturaleza, como un paisaje, cuando deberíamos verlo como un cuerpo. Nuestro cuerpo es prolongación del paisaje. Somos naturaleza. Aquello a lo que denominamos cultura hace que nos olvidemos de que somos parientes de las plantas, de los animales, que tenemos una vida, porque sólo cuando te das cuenta de que eres paisaje comienzas a interesarte por él; sólo cuando esto ocurre empiezas a verte en él»…
Ya a esa exposición de Bilbao, Neto se llevó consigo a algunos miembros de las comunidades indígenas para mostrarle a Occidente cómo hay hombres que son capaces de vivir en relación directa con la Naturaleza. En cierto modo, esa experiencia fue un pequeño banco de pruebas del proyecto que ahora ha desarrollado en Viena (aunque él siempre recalca que hay que «diferenciar y potenciar los contextos», y que estas son dos citas diferentes), y que enlaza con el cada vez mayor deseo de la Fundación capitaneada por Francesca de Habsburgo de desarrollar acciones colaborativas en las que se subraye el carácter ecológico de las mismas.

De esta forma debe ser entendido Aru kuxipa / El secreto sagrado en Viena, el trabajo más reciente de Neto con la comunidad Huni Kuin del Amazonas: como un acontecimiento, más que como una exposición. Como un proyecto a largo plazo que comenzó antes incluso de su inauguración, cuando el brasileño viajó a la región fronteriza entre Brasil y Perú para pedir a este pueblo participar en este intercambio cultural. Como una propuesta que se prolonga más allá de de las salas expositivas: en un libro (El Libro da Cura, con todos los saberes medicinales de los huni kuin, y que ahora se traduce del portugués y el hatxa kui –la “lengua verdadera”– al inglés), un simposio (que tuvo lugar el pasado fin de semana) y un nutrido grupo de encuentros y talleres que se celebran hasta este domingo. Y como una cita que pone en relación a la TBA21 con el Palacio del Belvedere (donde recala otra de las piezas de la colección de Francesca, la titulada El tiempo lento del cuerpo que es piel) y la Kunsthalle de la ciudad de Krems, que celebra su XXV aniversario con una retrospectiva de Neto, y con la que por primera vez colabora la TBA21 (cediendo obra, como también lo hace el Museo Reina Sofía,entre otras instituciones). Durante el Summerfest, una regata, Danubio arriba, conectará a ambas.
El brasileño se refiere con cariño a la ciudad de Viena: «Aquí participé en mi primera exposición colectiva en Europa. Y aquí, un señor muy famoso escribió hace más de un siglo un libro titulado La interpretación de los sueños. Todo el mundo conoce su nombre, pero nadie el de estos miembros de la comunidad huni kuin, que también hablan mucho de los sueños, y que cuando quieren sanar a alguien le preguntan lo que esta persona sueña».
Técnicamente, lo que uno se encuentra cuando entra en la TBA21 son dos de las piezas (monumentales, inabarcables) de la media docena que de Neto conserva la fundación. La primera que adquirió (La gente se encuentra aquí hoy. Mañana en otro lugar) y la última (la kupixawa, o espacio para el ritual y la contemplación empleado por estos pueblos y que Neto versiona desde su gramática artística). «Yo trabajo con la idea no de ser, sino de estar, que tan bien diferencian lenguas como la mía, el portugués, o la tuya, el español. Hemos basado la estructura occidental en el concepto de identidad. Yo estoy más volcado en el de transitoriedad (de ahí el título de la primera instalación). Hoy estoy así; mañana no lo sé», explica. Para penetrar en ellas, hay que descalzarse. Ya desde el suelo de espuma de la primera, que notamos con las plantas de los pies, sus colores (verde que representa lo masculino; lo rosa, que refleja lo femenino), su materiales (la licra en tensión; la gravedad experimentada por las bolsas rellenas de bolas de poliespán o de arroz), las contorsiones que nuestro cuerpo realiza al recorrerlas, entendemos esa idea de conexión con el paisaje de la que habla el autor.

Neto la ha «actualizado» interviniendo las paredes con el dibujo de una gran serpiente compuesto de letras «a» y «e» (tantas como miembros femeninos y masculinos quedan en la región brasileña de Acre de la esquilmada comunidad huni kuin) y que conforman un gran río. Asimismo, algunos vocablos de la lengua hatxa kui (nuku yura, o «nuestro cuerpo», o hauduaki, para «cosa bella») se reproducen con la tipografía específica utilizada para El libro da cura, al que se le dedica toda una sala, y que recopila el trabajo de más de dos años del chamán Agosthinho Manduca Mateus para que toda la tradición oral –con un guiño audiovisual en la última habitación– sobre su sabiduría médica y su cultura espiritual no se perdiera y quedara recogida en un volumen «como el de los hombres blancos».
Superada esa obra, se llega a la segunda, la de la kupixawa, una pieza que, para Francesca de Habsburgo, «crece según cae el día, cuando se encienden sus velas, se le da uso y surge en ella la vida»: «Son pocas las oportunidades que tenemos de escuchar al Planeta. Yo creo que todo lo vivido con Ernesto en Brasil fue una de ellas».
Porque todo comenzó en marzo, cuando una asamblea en Novo Natal de 34 chamanes (o pajés, en portugués), 20 profesores y 15 artesanos, en representación de las 37 comunidades huni kuin, aceptaron la invitación del que llaman txai Ernesto (mi reflejo, mi yo en ti) para participar en este proyecto de intercambio mutuo de conocimiento. El material se trenza ahora para generar una gran red (ese universo celular tan propio de Neto), mientras sus habituales especias alteran nuestros sentidos, y dibujos geométricos en el muro simbolizan a la pitón como animal sagrado (la giboia. Por cierto, ¿recuerdan cuál era el símbolo del Asclepio griego? Todo está más cerca -y más conectado- de lo que pensamos).

El día de la inauguración, seis chamanes pertrechados con sus tocados de plumas de halcón (otro elemento místico que les permite entrar en conexión con el resto de energías, lo visible y lo no invisible, algo que en el trabajo de Neto se traduce en su gusto por las transparencias, por los límites), la ocupaban para dar la bienvenida a los visitantes. Uno de ellos, Txaná, el más joven, aprovechaba para explicar cómo piensan las nuevas generaciones de esta cultura, tan lejana como similar: «Se nos suele ver como gente primitiva. Sin embargo, somos hombres contemporáneos, que viven y piensan en este tiempo. Porque en el mundo de hoy, hay muchas formas de contar la misma historia. Cada cultura tiene su forma de pasar el mensaje. Y solo conversando y compartiendo es como se aprende. Eso es lo que hacemos nosotros aquí ahora». Tal vez de todo esto se dio cuenta hace tiempo Ernesto Neto. Tal vez por esto, los huni kuin no lo ven como un artista, sino como un embajador, una especie de chamán de Occidente.
