Se define a sí mismo como «artista nómada». Por lo que lo de tener un estudio, para Juan Zamora, es algo accidental y circunstancial. Nos metemos en el apartamento en Lavapiés que le hace las veces cuando recala en Madrid

El suelo está lleno de manchas de pintura, pero es muy problable que ninguna haya tenido su origen en un pincel o brocha empleado por él. En el balcón, una bicicleta blanca. ¿La habrá usado alguna vez? Pocos muebles ocupan ahora el salón, pero dice estar dispuesto a empaquetarlo todo en cuanto pueda y subirlo al trastero: «Me basta con poner una mesa en medio, un proyector, y comenzar a materializar las ideas. Siempre me ha interesado trabajar con lo más mínimo. He sido contrario a las grandes producciones. Y cuando me han dado muchas facilidades para manejarme, siempre he resuelto fatal».
Juan Zamora está a punto de volver a Madrid. Hoy mismo inaugura exposición en Roma con el resto de compañeros de la Academia de España con los que ha pasado los últimos meses. Cuando esta aventura acabe, regresará a España, pero no por mucho tiempo. Por eso no cuenta en la ciudad con un estudio personal, sino que ocupa un pequeño apartamento en una estupenda corrala de Lavapiés que pertenece a su galería (Slowtrack) y en la que se asientan otros artistas por temporadas. Esos restos en los que antes reparamos, son de ellos: «En realidad, yo soy un artista nómada –explica– que se mueve en función de la residencia artística que me va saliendo».
Posiblemente en los últimos dos años, Zamora haya pasado en este mismo espacio unos cuatro meses en total. En la capital italiana ha contado con uno de los estudios más espectaculares de la centenaria institución española en el Gianicolo, el más alto de los situados en los dos torreones: «De este mismo lugar disfrutó también Juan Francisco Casas hace ya unos años. Desde sus dos ventanales se tiene una vista fantástica. La belleza del paisaje es tal que es muy difícil trabajar allí, concentrarse. Es el peso de la Historia, de la arquitectura. Yo por eso prefería bajarme a la cafetería con el ordenador, rodearme de ruido para disiparme. Cuando llegué a Roma, como la habitación está en un altillo superior del estudio, alguien me dijo que dormía en la cama que estaba a más altura de toda la ciudad. Me pareció una imagen sublime, pero no sabía cómo gestionar esa información».

Pero no ha sido su única residencia: el artista cuenta con otro estudio en Nueva York, otro en Johannesburgo, ha pasado temporadas en Pekín… «El primer taller es la cabeza. Ahí es donde nacen las ideas y donde les das vueltas. Y es en función de lo que uno tiene más a mano que le da una u otra forma. En ese sentido, el espacio determina completamente la formalización del trabajo. Yo soy de los que pierden muchos materiales por el camino, pero no tanto obras, pues no genero mucha producción. Me ciño a un cuaderno, como la pequeña libreta que me ha acompañado los últimos ocho meses en Italia, desde el que las ideas saltan cuando tengo un sitio en el que sé que la obra se va a exponer o se va a comprar. El estudio son pues esas páginas o el ordenador. Incluso a veces todo eso me sobra. ¡Si pudiese comunicar las obras hablando! Es una contradicción, pero me gusta».
Precisamente, el proyecto que ahora presenta en Roma y que en febrero llegará a la Academia de Bellas Artes de San Fernando, habla de todo eso, además de asentar sus obras sobre la idea de la duplicidad. Zamora ha construido desde lo mínimo, con materiales naturales encontrados que, además, con el transcurso de los días y los meses, sucumbirán por la acción del tiempo y desaparecerán. El joven artista no tiene problemas de almacenaje: «Lo que no se vende se lo suele quedar la galería. O me lo mandan para que se vaya moviendo en exposiciones. Creo que no he tenido nunca junta toda la obra que he producido en mi vida. Todo, obra y yo, estamos siempre viajando». El madrileño admite no necesitar estudio, que ya es precaria la vida del artista como para gastarse el poco dinero que ingresa en esos menesteres: «Prefiero dedicarlo a vivienda, a comida; a seguir viajando…».
Podría pensarse que la vida de Juan Zamora es apasionante. Nunca en el mismo sitio. Abierto a lo que venga: «Cuando te mueves tanto necesitascrear rutinas para no volverte loco. Ir a la misma cafetería, apuntarte al mismo gimnasio, marcarte el mismo circuito cada día… Y cuando retorno a un lugar, busco esos sitios en los que estuve. Es una necesidad psicológica. Cuando viajo me gusta imaginarme cada destino como una de las diferentes habitaciones de una casa. Solo en ese imaginario me siento seguro».

Ese pensamiento y una rutina es la que permiten al artista mantener cierta estabilidad. Él divide el día en dos partes. Por la mañana, lo dedica al trabajo de oficina, a contestar mails o realizar gestiones. Después de comer, acude al gimnasio, y solo entonces dedica unas horas «a transformar ideas»: «Estoy a caballo entre las vacaciones continuas o el trabajo continuo. Intento trabajar todos los días, aunque, por lo de gestión y socialización que tiene el arte, a la creatividad pura y dura lo mismo le dedico una hora en toda una jornada. También procuro ver exposiciones, aunque sea a través de las redes sociales».
Ahora, en Madrid, volverá a generar la rutina que aquí le es propia. En el pequeño apartamento solo cuelga una obra suya, casi diminuta. En breve, el espacio quedará todo diáfano, sin imágenes en las paredes, porque dice que «disturban y no ayudan a que fluyan nuevas ideas». «Me toca reconquistarlo. Pero es bonito saber que aquí hubo alguien antes que tú y que tienes que hacer esto tuyo de nuevo». Zamora viaja con lo que necesita y hasta los fetiches le caben en un monedero. Su manera de proceder es entonces la contraria: no llenar, sino vaciar. «Me sobran hasta las esquinas», bromea.

Hace memoria y recuerda que quizás en Pekín es donde paso la estancia más larga: «Siempre digo que mis estadías son como embarazos, de nueve meses tras lo que expulso la obra». Si miramos su agenda comprobaremos que poco tiempo nos acompañará por aquí. En julio inaugura en la Hassall Gallery de la capital sudafricana; luego llegarán residencias en el Museo de los Sures de Nueva York y en Lanzarote. En septiembre su obra dialogará con los contenidos del Museo de Altamira, que es lo que ha traído ahora a Zamora a trabajar a Madrid… Y después vendrán las citas de Slowtrack y la Academia en febrero, una nueva fundación en Roma en octubre… Más todo lo que vaya surgiendo.
«Llevo en las venas sangre gitana –admite el autor del logo actual con el que ABC Cultural celebra su 25 aniversario, uno de esos «animaliyos» tan particulares del artista «que abandona la obra con la que su creador fue galardonado con el Premio ABC de arte en 2009 para invadir ahora otras partes del periódico– pero claro que quiero estabilizarme en un futuro. Pronto cumpliré los 35, por lo que aspiro a residencias que paguen un salario al artista por lo que hace, que es lo suyo. Estoy en conversaciones con algunas en Miami y Río de Janeiro. Más adelante ya me gustará tener una base en un sitio tranquilo, en un pueblo, con mi huerto. Y seguir cogiendo aviones, contaminando el planeta mientras regreso a casa pensando que vivo tranquilo y con una conciencia ecológica», bromea. De momento, le dejamos. Es hora de deshacer (o de hacer) la maleta.

Texto publicado el 24 de junio de 2016 en ABC. es