Ela Fidalgo: «El lobo de la moda es igual que el del arte, solo que con otra piel»

Ela Fidalgo: «El lobo de la moda es igual que el del arte, solo que con otra piel»

La Térmica de Málaga aúna el trabajo primigenio de esta joven creadora en el ámbito de la moda con el plástico actual. En ambos la labor es mostrar las costuras y corsés de nuestra sociedad

Se inició la balear Ela Fidalgo (1993) en el ámbito de la moda, donde su carrera parecía meteórica antes de despegar como demostraban premios e invitaciones. Sin embargo, sería después el ámbito del arte en el que encajaba su discurso creativo contra los cánones corporales o el consumo desaforado. La Térmica, en Málaga, pone a dialogar esos orígenes con lo que vino después, en un momento en el que la creadora se ve preparada para dar un nuevo salto, lejos de las disciplinas. El fin es siempre no sentirse ‘encorsetada’.

—Viene del mundo de la moda, pero este se le quedó pequeño. Aún así, parte de esa producción también entra en La Térmica para comparar. ¿Por qué se inició en esta disciplina y no llegó directamente al ámbito artístico?

—Desde bien pequeñita yo todo lo trasladaba a lo textil por influencia de mi abuela que cosía y me influyó, los trajes regionales, los mantones de Manila que veía y me fascinaban… Bellas Artes siempre me ha dado un poco de respeto y miedo: no me sentía o pensaba que no tenía la destreza de ser artista. Pero en el IED, ya en moda, los proyectos que presentaba en clase eran percibidos como escultóricos, más artísticos que comerciales o de diseño funcional. Todos mis profesores me apoyaban muchísimo en la parte creativa, querían que yo volara, pero a la hora de crear un diseño funcional se me ha dado siempre bastante mal.

Empecé a hacer desfiles, sobre todo la Mercedes-Benz porque tenía una beca en el IED y me la iban a cancelar. Una de las maneras de seguir avalando su pertinencia era haciendo algo extraordinario. Entonces una profesora me propuso, casi en plan cachondeo, que me presentara a la Mercedes-Benz. Lo hice con la impresión de que no me cogerían porque estaba en tercero de carrera y tampoco es que fuera una crack de la confección. Pero al final me seleccionaron y se presentó un proyecto con colegas de clase, profesores, cogiendo todo lo que pillaba de la basura, y, no sé, les gustó, no sé por qué. Cuando he tocado alguna puerta siempre se me ha abierto, no sé si es porque soy muy cabezona o porque soy como un torbellino: cuando una persona te dice algo con tanta pasión, a veces es muy difícil decirle que no.

—¿Por qué cree que es importante que ahora esta producción de moda esté también presente en el museo?

—Yo creo que Javier, el director, ha querido hacer un enlace para que la gente pueda observar de dónde vengo, y cuando tú estás en las salas sí que se ve claramente todo y puedes entender mi universo, mi cabeza, porque también están mis diarios y mis libros en vitrinas. Y entiendes muchísimas cosas que se ven reflejadas en los cuadros de ahora. Además la exposición se inauguraba durante la Semana de la Moda de Málaga, con gente súper top del sector, así que era también un premio para esos chavales de Málaga que están estudiando esta disciplina. Todo nace porque a Conchi Rosas, una de las comisarias, se le metió en la cabeza que yo entrara aquí. Eso fue hace cuatro años, que yo iba con una maleta y me daba igual a dónde. Pero al final se ha hecho todo a lo grande. Cuando Antonio Javier me llamó y me dejó exponer, me puse a llorar, me dije «¡Madre mía!». Yo no me imaginaba en una institución pública, yo pensaba que mi obra se quedaría para decorar. Lo mío ni es tan minimalista ni tan como lo que se lleva ahora.

Una mujer contempla obras de Fidalgo en La Térmica (Foto: JOSÉ BÁEZ)

—Además de la crítica a sus sistemas de producción y los cánones que impone, ¿qué permanece de esa etapa?

—Marc, mi galerista en laBibi, me lo dice mucho: que a mí me dan unos tiempos y me ciño bien a ellos. Soy una persona muy constante y, a la hora de hacer algún proyecto, alguna producción, este punto no me cuesta. Hay muchos artistas que se recrean y se les va el tiempo, yo no. En mi estudio hay muchísimas cosas en danza pero está todo ordenado. Como artista, necesito un orden visual para poder trabajar más rápido y poder tomar decisiones. Hace poco me preguntaron cuál sería la próxima revolución en la moda o qué hay que hacer para cambiarla, ¿no? Y está bien tener marcas sostenibles, pero este es un mercado que ya de por sí es insostenible en su totalidad; todo el engranaje actual social es insostenible. Somos tanta gente en el mundo que para mí la revolución sería no hacer nada más. Pero, claro, tú no le puedes decir al ser humano eso.

—Pensé que me iba a decir que lo que permanece es que pinta con hilos, con bordados y con parches, hacer alusión a sus materiales.

—Sí, bueno, aunque ahora por ejemplo estoy en un momento en que ni siquiera quiero pintar, que mi idea es aislarme un año entero para poder trabajar solamente desde lo textil. Tengo unos amigos en una finca en Mallorca que me han dicho de trabajar con un telar del siglo XV. Me apetece muchísimo el saborear el proceso, no estar haciendo obras porque hay que acudir a una feria y luego a una exposición en tal sitio… No sé. Me he visto que este año me ha afectado psicológicamente muchísimo porque me he sentido como que era igual que uno en el mundo de la moda. Los artistas, los diseñadores, no somos maquinitas, ni impresoras.

—Me habla de las grietas del sistema de la moda, pero digamos que muchas de esas críticas que se le hacen son aplicables también al del arte, ¿no?

—El lobo es igual, pero vestido diferente. Los del arte visten todos de negro, los de la moda van todos de modernas, ¿sabes? Pero es lo mismo, y yo este verano he pensado tanto en si merecía la pena seguir, hacia dónde se dirige todo, qué voz coger, qué camino. Si realmente lo que he hecho hasta ahora es mi yo verdadero o si me he estado obsesionado con ser una gran pintora, cosa que creo que nunca he sido y nunca voy a ser porque mi canal no es la pintura: mi canal es el textil, mi herramienta es la tela; y quizás me he frustrado por estar en un formato, por verme en un cuadrado plano. Me siento atrapada en el 2D, cuando yo siempre he sido volumétrica. Por eso ha sido un año complicado.

—No sé si le pillo en un momento de crisis o de transición.

—Además estoy leyendo ‘La metamorfosis’, de Kafka, y estoy ‘voladísima’…

—Más allá de las técnicas o de las disciplinas, ¿qué es lo que la define hoy como creadora?

—Va a sonar muy pedante, pero una cosa que Isabel Vélez, mi antigua directora del IED, me decía es que soy capaz de entrar en una escuela, una universidad, y disolver el sistema para reformarlo, reestructurarlo y observar de otra manera, con amor y de una manera mucho más colectiva. Me gustaría trabajar otros sistemas del arte, crear otros medios y otros espacios. Esto de hacer una exposición estática de cuadros, ya no me siento muy reflejada en ello. Me gustaría hacer algo mucho más humano, con más acción, más cercano a lo social, a las personas. El artista necesita estar más involucrado.

—Hablemos de lo humano, hablemos del cuerpo, hablemos de cánones. ¿Qué cuerpo es el que le interesa reivindicar?

—No hay ningún cuerpo, ninguno, que merezca marcar un canon. Es que al final es un contenedor que muta. Tú no eras como hace 10 años, ni yo seré como dentro de 10. El cuerpo muta y es lo bonito. Por eso creo que es tan importante no establecer las cosas. Cuando sentenciamos, dejamos de observar muchas realidades que suceden alrededor. Ahora mismo sé que tengo algo de figuración. Yo no sé dentro de 10 años a dónde llegaré. Lo único que me apetece es involucrarme más en el proceso del textil.

Detalle del montaje de la muestra malagueña de Ela Fidalgo

Ahora estoy colaborando con una cooperativa aquí en Mallorca que se llama Lla Natura, dos chicas artesanas que trabajan desde la fibra para, de ahí, trasladarla a un humanoide. Veo cómo mis personajes salen del cuadro y son todo lana. Y me imagino que no va a haber nada de color en ello. Estoy ya harta de los colorinchis, de la pintura, de lo plástico, del acrílico, del óleo… Me apetece algo más cálido, muy confortable, también ‘prehistórico’, como lo es el tejido, el telar. Me apetece volver a la caverna, a la esencia.

—Hablando de imperfecciones o de otras formas de belleza, ¿sigue dejando a la vista las traseras de sus obras para que el espectador descubra la cocina de las piezas?

—Sí, sí. Por ejemplo, y sobre todo en las esculturas, en la ‘gordita’ que hemos hecho en Málaga. Mucha gente me venía y me decía que no sabía coser, que lo suyo no estaba bien hecho. Pero es que nada está bien ni está mal, ¿sabes? A mí me gusta muchísimo ver esas imperfecciones, en las que hay mucha textura y mucha riqueza visual. Sí, eso va a estar siempre en mí porque yo no soy nada pulcra. O sea, yo soy políticamente incorrecta.

—Mencionó a las ‘gorditas’. Supongo que el salto a lo tridimensional no le ha sido difícil.

—¡Qué va! y lo disfruto muchísimo. Es por eso que yo ahí he empezado a experimentar un clic mental; eso que siempre nos dicen las abuelas de pensar en tu instinto. Cuando pintaba un cuadro, para mí, era como una meta, pero también me suponía una angustia, una frustración, porque como yo no tengo esas herramientas para generar la idea que tenía en la cabeza, yo pintaba a mi manera. Y por eso empecé a coser los cuadros, porque era la única manera que veía para crear una profundidad y unas texturas. A mí me dices «haz un claro-oscuro» y no tengo ni idea. Yo pinto plano, no pinto, pinto como en la Edad Media pero sin sus pigmentos.

—Hay una crítica también, no sé si velada, a la tecnología en la propuesta, ¿qué es lo que le inquieta de esta cuestión?

—Me inquieta que cada vez tengamos menos curiosidad, iniciativa propia. Que cuando voy a las escuelas todo está tan facilitado. Coger un libro e investigar por placer le cuesta a la gente. Lo de la inteligencia artificial está genial para muchos perfiles profesionales, pero, ojo, escuchar a alguien que sabe escribir y que ha estado ahí una tarde gozándoselo, no es lo mismo. Y tengo conflictos internos…

—Cuénteme.

—Mira: me tenían que poner un implante, me he quedado sorda y los audífonos no me han funcionado pero he decidido que no, que no me lo pongan. Ya veré cómo me comunico con la peña. Tengo un oído que está bien, a ver dentro de 15 años. Pero yo decía: «¿Cómo me voy a poner un implante si en mi anterior exposición trataba del miedo al poshumanismo? ¡Voy a caer en ese miedo! Me he sentido atrapada. La tecnología es genial para muchas cosas, pero me da la sensación de que de cada vez nos estamos individualizando muchísimo más. No hemos sabido trabajar entre nosotros y crear una comunidad de respeto, de diálogo. Lo ves en tu día a día, nuestros políticos, provincias confrontadas: ¿cómo vamos a saber dialogar a través de la tecnología? Sin vernos, sin tocarnos, ya es complicado.

—¿Hay un elemento biográfico en el trabajo, Ela?

—Sí, sí, sí. Estaba leyendo también un libro de Barceló y él lo narra: yo creo que en el artista es imposible que lo suyo no sea autobiográfico. Si te fijas, muchos artistas se autorretratan sin saber que lo han hecho. Yo, en estas semanas, he intentado sacar el trabajo como si no tuviera nada que ver conmigo, pero al final siempre lo acerco todo a mí. Al principio me daba un poco de miedo porque era exponerme muchísimo, hablar en público sobre mis problemas o mis traumas y depresiones. Mi madre y mi terapeuta me decían: «Manuela, cuídate, protégete». Todo el mundo está con el «protégete», y lo que el mundo necesita es confiar más.

—Ha trabajado para esta cita con alumnos de la Escuela de Arte de San Telmo, esto entiendo que va más allá de una colaboración puntual, porque le ha gustado siempre convertir el proceso de creación de las piezas en una especie de terapia, de performance, incluso de crear comunidad, lo que incide en la pieza. ¿Cómo lo hace?

—El futuro del artista es desprenderse de su obra o pieza, porque al final, nosotros somos un canal de crítica desde el que trasladamos una idea. Pero la gente ya no se conmueve solamente con observar, tiene que estar dentro de la acción, y para eso tienes que desprenderte, para eso tienes que confiar. En lo mío, no hay nunca una idea establecida: yo doy libertad absoluta de acción e incluso genero diálogo dentro de los talleres para que los participantes mismos tengan su propia iniciativa. También hay consenso, porque dentro del taller ha habido a veces cosas que a uno no le ha gustado y yo he dicho «vamos a votar».

Vista del montaje de ‘Victus et Amictus’ en la Térmica

Esto es un sistema democrático. Y es muy bonito porque la gente colabora. El ser humano al final, hasta el más cabrón, cuando está en un momento de comunidad, arrima el hombro. Al final lo que genero son espacios sobre todo de escucha. Podría ser súper interesante crear en una ciudad espacios de silencio, espacios de descanso, ¿no? Estamos agotados de trabajar millones de horas. Podría ser una idea que, en vez de hacer tantas exposiciones, generar espacios de escucha, espacios de descanso. A veces tampoco sabemos escuchar, porque no nos da tiempo, no tenemos tiempo para escuchar a la gente.

—¿Es una casualidad que esta exposición, ‘Victus et Amictus’, y la anterior, y la que vimos en Madrid, ‘De ente et Essentia’, lleven los títulos en latín?

—Sí, es una casualidad. De hecho, fue idea de Reyi, la otra comisaria, y de Antonio Javier, que así sucediera aquí. Y yo cuando me tienen que comisariar algo, doy rienda suelta y digo: «Mira, mi trabajo ya está. Ahora tú, sé libre».

—Llegó a hacer una carrera reconocida en el ámbito de la moda. ¿Volvería a ella con lo que ahora sabe?

—No, no, pero si de repente tuviera un año de solvencia, a lo mejor sí que crearía un proyecto artístico distinto. A lo mejor pediría una colección de un diseñador, pero ni siquiera para venderla, simplemente, no sé, para una especie de subasta que luego donaría a una ONG. Me imagino cosas un poco rarunas. Pero de momento me apetece salir de mi formato, del formato actual del cuadro. Trabajar bien las fibras, nada de color, y si utilizo alguno, trabajar mi parte más potente dentro de la moda que es la manipulación textil. A la presidenta de la Fundación Hermès le encantaban mis teñidos. A lo mejor en vez de utilizar óleos, plásticos, empiezo a hacer tintes naturales.

—¿Y eso le ha supuesto alguna vez algún problema de identidad: «la de la moda» en el ámbito del arte, «la artista» en la pasarela…

—Sí, sí. Yo, por ejemplo, tenía un poco de miedo a esta exposición por vincular moda y arte. Me encanta la moda pero no veo nada de moda, y siempre está ahí esa espada. Pero al final es parte de mí, es parte de mi pasado y tenía que estar. Sin embargo todo el rato siento que tengo la necesidad de decirle al mundo que mi trabajo es serio. A la gente de la moda se nos tacha de gente superficial y es un sector muy difícil y en el que trabajamos muchísimo, en el que la gran mayoría de los diseñadores, todos amigos míos, jóvenes, estrellas, sacrifican su vida entera.

Hay muchísimo más compromiso, incluso, que en la parte de los artistas. Cuando tú dices que eres artista, pero has venido del diseño gráfico, te miran bien. Eres artista, pero has venido del diseño de producto, lo pueden entender. Pero un artista que viene del diseño de moda, es como «¡uf, qué pereza!». Por eso me siento fuerte, no me siento segura con mi obra y mira que tengo apoyos. Todavía no me veo, me ve otra gente.

—Es obvio que hay ahora un auge del arte textil, ¿le ha beneficiado?

—Bueno, yo soy más pobre que las ratas ahora mismo. Yo creo que a mí no. Me cuesta muchísimo, muchísimo dedicarme a lo que me estoy dedicando. Es un sacrificio, pero ‘heavy’. Y creo que ser artista es un compromiso de por vida. Están mis padres, está mi novio, están unos suegros, una familia entera dándome dinero para seguir. Hasta este año pensaba que no tenía derecho a presentarme a ninguna convocatoria; yo veía proyectazos de otros y decía: «Es que son súper minimalistas, es que son más conceptual». Y lo mío es muy decorativo, es figuración, y luego con los tules. Es muy diseño de moda. Me sentía muy pequeñita. Tengo a gente que me apoya muchísimo, como Catalina d’Anglade, por ejemplo, pero a mí esto de vender así a lo loco no me ha llegado.

Vista del montaje de ‘Victus et Amictus’ en la Térmica

—¿El futuro está pues en ese telar medieval, en ese deseo de renovarse, de guardar un poco de silencio, de dar el salto a otra cosa?

—Pues sí. Mira: he estado dibujando en el avión todo lo que veía como para una siguiente exposición y veía un recorrido en forma de intestino. Al final, todos los dibujos que estoy haciendo de personas que intentan salir de la pintura hacia el 3D son una alegoría de mí misma, de mi necesidad de salir de eso, ¿no? Y necesito salir de una estética naif y popera porque creo que me he metido en una caja en la que me siento identificada, sí, pero todavía tengo que explorar muchísimo. Me siento que estoy en un capullito, ¿sabes? Y tengo que trabajar muchísimo más en mí misma, y me apetece, por ejemplo, quitarme las redes sociales, un fallo garrafal de los artistas. Mi cuenta la llevará alguien de la galería, yo no quiero saber nada, no quiero ver nada, no quiero estar vigilada, por salud mental y por salud a mi trabajo.

—Tiene sentido.

—Luego me he comprado una máquina de escribir porque a mí me gusta muchísimo escribir. Me gusta ese momento en el que te sientas y tienes que pensar lo que escribes y, si te equivocas, queda el error ahí, ¿no? Se ve.

Ela Fidalgo en La Térmica (Foto: JOSÉ BÁEZ)
Ela Fidalgo.’Victus et amictus’. La Térmica. Málaga. Avenida de los Guindos, 48. Comisarias: Concepción Rosas y Regina Pérez. Hasta el 28 de enero de 2024

Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 7 de octubre de 2023

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