«En España prima aún mucho lo de “estás conmigo o contra mí”»
«El archivo del polvo», en las Naves del Matadero (Madrid), despliega todo el material y los restos que la española Elena del Rivero recopiló desde su estudio, cerca de la Zona Cero, tras el 11-S

Pese a llevar diez años viviendo por entonces en Nueva York, el 11-S le pilló a la española Elena del Rivero en Madrid. Cuando consiguió volver a Manhattan se encontró su estudio, cerca de la Zona Cero, inundado por el polvo y los restos del desplome de las Torres Gemelas. A partir de todo eso nació «Chant», una pieza lógica en la trayectoria de una artista preocupada por lo efímero, por lo perecedero. El proyecto, ampliado («El archivo del polvo»), se despliega en las Naves del Matadero, insuflada de un caracter más teatral que le aporta su comisario, Mateo Feijóo, y con resonancias desde este sábado en el Museo del Exilio, en Gerona.
¿Por qué volver al 11-S, cuando la realidad nos ha demostrado que la situación puede ser todavía peor?
La pregunta es muy adecuada. Yo llevaba dos años intentando traer este proyecto a España. Para ello hablé con mucha gente. Todo el mundo lo entendía como algo muy ad hoc del momento actual, pero a todos les daba miedo. Yo iba detrás de Tabacalera, porque el espacio se prestaba a como yo lo quería presentar: desde el “Yo lo vi”, de Goya, su famoso grabado, crear un ámbito en el que se hablara de cómo el 11-S sigue influyendo en el mundo y cómo las consecuencias del imperialismo dieron pie al desastre que tenemos ahora. A mí no me interesa tanto hablar del 11-S como de sus consecuencias. Yo tenía la idea pero necesitaba un interlocutor para armarla.
Y en esas llego a Madrid en 2017 y una persona me insta a conocer las Naves del Matadero. A mí no me apetecía. Había estado allí como espectadora de teatro tres veces y me terminé saliendo en todas las actuaciones de la sala. Casi arrastrada, volví allí y me quedé impresionada con el cambio. Pregunté quién lo había llevado a cabo y me mencionaron a un tal Mateo Feijóo. Inmediatamente pedí conocerlo. Eso es algo muy americano: yo lo propongo y si tú no quieres verme, me dices que no. No pasa nada.
A los dos días me estaba llamando. Vino a verme y le conté lo que yo tenía en la cabeza. Dos horas estuvo en el estudio escuchándome y viendo lo que le proyectaba. Y se fue. Pensé: “Otro que se cae de la lista”. Pero a los dos días me vuelve a llamar. Necesitaba ver más cosas. Volvió pero no me concretó nada. Yo le taché definitivamente de la lista. “Me están haciendo perder el tiempo”, pensé. Me equivoqué. Poco después me anunciaba que quería llevar a cabo el proyecto. Su programación para 2019 y 2020 se ocupaba de las consecuencias de las migraciones y los desplazamientos. ¡Eso es lo que yo quería hacer!
Esto nos ha llevado dos años conformarlo, porque él viene del ámbito del teatro, de las escénicas, que era lo que yo quería: escenificar la tragedia.

La duda es lógica, entonces: ¿Lo que entra en Matadero es una idea muy mutada de la original?
Igual que tu interlocutor es el que “hace” tu entrevista, tu comisario hace que tú como artista respondas de una manera u otra. Mateo enseguida supo llevarse mi trabajo a ámbitos donde antes nunca había estado. Para mí, el resultado es muy operístico, muy de obra total. De hecho, el comisario le dio mi trabajo en bloque a una ‘performancer’, Mónica Valenciano, que ha creado una pieza, una performance, que se presentó en la inauguración basada en mi experiencia y en lo que hoy ocurre en el mundo; está el sonido de la pieza de Chat compuesta por “Butch” Morris: yo le di el sonido de las máquinas excavadoras trabajando en la Zona Cero y él incluyó su música de jazz para crear una pieza; están los vídeos, las grabaciones que hice desde el estudio de todo lo que ocurrió allí en los días sucesivos, o los de las “capillas”, en los que me registraba a mí misma removiendo el polvo, o encerrada en la Zona Cero con toda esa lluvia que cayó, que se venía Nueva York abajo, frente a dos vitrinas, un símil de las dos torres gemelas, reducidas a su polvo, real, del 11-S.
Todo eso junto, más ‘Chant’, una obra compuesta con los papeles que volaron y entraron en mi estudio, que en el fondo no es nada, porque con el tiempo se deshará, enfrentada a una pared con carteles cuyas imágenes son las fotos que yo hice de esos documentos, más el texto de dos alumnos de aquí de Madrid, muy jóvenes, hablando sobre el imperialismo americano y sus consecuencias; los del catálogo, uno de un científico sobre el concepto de polvo y otro sobre las migraciones y la situación de los musulmanes en EE.UU., todo eso, y más cosas, dan pie a una puesta en escena teatral.
Entonces, aunque todo remita a un origen, al 11-S, esta es realmente una historia de consecuencias.
Exactamente. Pero lo más maravilloso es que ha hecho que mi cabeza cambie. Tal es así, que tuve que volver a Mateo Feijóo en mi última exposición en la galería Travesía Cuatro. Y ahora me voy a Nueva York, a un proyecto público que tengo allí, frente a otro que tenía aquí y con el que me están poniendo la zancadilla, y me veo diferente. Hans Ullrich Obrist me vino a ver a Nueva York por lo que había visto en Travesía. Él me dijo: “Es que eso es teatro, Elena”. Si así ha sido es porque he trabajado con este hombre. Soy vieja y me estoy haciendo joven. Me estoy abriendo a no tener miedo. Eso es la juventud.
Se dice “yo soy mayor”.
Bueno, vale. Lo que tengo es la mente aún muy abierta y con Mateo he trabajado con fluidez, la fluidez del sexo contemporáneo, esa cosa tan bonita de poder serlo todo. Eso lo he vivido yo aquí.
Todo el mundo recuerda lo que estaba haciendo ese 11-S. A usted le pilló aquí en España.
Yo estaba instalando aquí “La perfecta casada”. Había salido de Nueva York diez días antes. Estaba en la galería en Madrid, instalando, cuando me llamó mi madre, hacia la hora de comer, para decirme que las torres frente a mi casa en EE.UU. estaban echando humo. Salí para verlo en algún bar y llegúe en el momento en el que la torre sur se vino abajo. Yo también me caí redonda. Mi marido estaba allí. Lo intenté llamar y fue imposible. Lo conseguí una semana y media después. Yo tampoco pude regresar. Lo hice al mes. Entonces quise acceder a mi casa estudio, pero no me dejaron porque estaba en la zona que llamaron “del crimen”. Era la única casa de vecinos allí.
Cuando conseguimos los permisos de la policía, no era tampoco fácil moverse y los controles eran constantes. Con el tiempo todo eso se fue dulcificando. Entonces es cuando vi que yo tenía margen para hacer algo, me compré la cámara de vídeo y empecé a grabar. Tuve incluso problemas con los papeles que recogí. Me decían que todo esto no era mío, que perenecía a la investigación. Creo que comencé a grabar en enero de 2002. En julio, agosto precitan también mi casa y es cuando una mañana temprano me grabo desnuda bajando la escalera retomando a Marcel Duchamp. Creo que lo que ha hecho Mateo es un ‘tour de force’, enfrentando esta tragedia, que también es del arte contemporáneo, situándola frente a Duchamp.
“Chant”, con todos esos papeles que recogió, es una pieza en la que la costura, una vez más en su trabajo, se convertía en elemento primordial.
Esa pieza me la da lo que había hecho hacía muy poco en el Drawing Center de Nueva York, dos meses antes, una ‘performance’ que duró un año en mi estudio basada en papeles de un metro y medio por un metro veinte que instalé en el suelo durante seis meses hasta que se destrozaron y con los que hice cinco paños de cocina de tres metros por dos. Cuando yo vuelvo al estudio tras el 11-S y me encuentro todo ese material en el suelo no me lo creía porque la pieza estaba hecha. La primera se llamaba ‘Sweet Home’. Esta, aunque la conocemos por ‘A chant’, también incluía su nombre (‘Sweet Home: A Chant’). Cuando se expuso en la Corcoran de Washington, allí se presentaron todos los abogados de las familias para ver si en esos papeles aparecía algún nombre propio. Yo ya había declarado que estaban quemados y no aparecía nada. Pero encontraron uno y se montó un follón importante. Querían retirar la pieza. Quemé ese papel y otros delante de los abogados. Luego viajó al New Museum. La pieza tiene una trayectoria, pero no es mía. Es una pieza que no quiero vender. La quiero donar. La entiendo como monumento funerario.

¿Y a quién se la quiere donar?
Al que se porte mejor conmigo.
¿Y ese quién ha sido?
Cuando comencé a trabajar con Mateo y vi esa apertura de las instituciones ue no había vivido aquí, pensé: “¡Cómo está cambiando Madrid!”. Y decidí venirme, después de 31 años. Yo soy valenciana, y mi hija está en París ahora. Pero con lo último que estoy viendo…
Pero estamos todos igual, que allí todo eso se llama Donald Trump, en Reino Unido, Boris Johnson y Brexit…
Sí, pero yo allí vivo en la República independiente de Nueva York. Vivo en el Village. Allí hay un motor que está moviendo a la gente a hacer cosas, cosas constructivas. La política americana es un horror, pero aquí en España está todo absolutamente politizado. A mí aquí los de Madrid Destino me están jodiendo pero bien. Por ejemplo, esta exposición solo se puede visitar la tarde del viernes y el fin de semana. Yo no tengo ningún problema en hablar “con el jefe”. Que venga aquí y vea lo que hemos montado. ¡Utilícenlo! ¡Aprovéchense de mí! Yo no he cobrado un duro por ello ni lo voy a cobrar y llevo trabajando dos años. ¡Expórtenlo! ¿Dónde están los artistas españoles en el extranjero? ¡No lo hagan por mí. Háganlo por España! ¡Tanta bandera y tanto patriotismo! Así también se hace patria. Ni un duro he recibido. He tenido que pedir dinero a mis coleccionistas americanos y españoles. Lo dejo todo hecho.
En España la pieza se vio antes en Patio Herreriano y el IVAM…
–Me invitó el Patio Herreriano en tiempos de María Jesús Abad, su primera directora. Y, a la par, me llegó invitación del IVAM. Yo no tenía para tanto. La nueva directora de Valladolid, Teresa Velázquez, hace un pacto con Valencia: el catálogo lo hizo PH, pero la pieza se tenía que inaugurar en el IVAM. Otro proyecto para mí también fallido, porque nadie me había avisado de la situación en la que se encontraba el IVAM de Consuelo Císcar en 2006, tampoco mi galería. La gente se negó a verlo. Hubo un boicot. En Patio Herreriano se visibilizó un poco más, pero el centro pillaba a desmano.
Supongo que la pieza, en cada escenario, se crece.
Es una buena apreciación. Se crece y va variando. Aquí en Madrid no sabía qué hacer con tantos metros. Y vuelvo al comisario. Hasta aquí la instalación había sido muy tradicional, también en la Corcoran, donde estuvo hasta el gobierno de Obama. Y en el New Museum, Massimiliano Gioni quiso dar un paso, encañonarla con un cristal, algo que admito porque me remitía al Gran Vidrio de Duchamp, pero me quedé también pensando “no”. Hasta que hemos llegado aquí. Pero, claro, este ha sido un trabajo de dos años, de muchas conversaciones. Y hasta hace unos días que no lo vi todo claro. Pero cuando acabó el montaje, me emocioné, me puse a llorar. Creía que se podía hacer todo esto pero no sabía cómo.
¿Hacen la misma lectura de ella americanos que europeos?
Definitivamente no. Esto en la Corcoran movió masas. Había colas. Los americanos lo sienten como algo catártico, que les cura. Se sienten como ante un monumento funerario y le rinden respeto. Para nada pasó algo similar en Valladolid o Valencia. En el New Museum volvió a pasar. Estados Unidos no fue el mismo tras el 11-S. Generó un antes y un después… Aquí no sé cómo se va a recibir. Lo que sé es que no se va a saber aprovechar, hablo de las instituciones. Yo no tengo idiología. Mi ideología es la ética y la estética. Soy consciente de que este proyecto no es del actual ayuntamiento. Y por eso los dos últimos meses han sido duros. En España prima todavía mucho lo de “estás conmigo o contra mí”. ¡Aprovéchate de algo que te han dejado hecho! Pues no, porque no es mío. Aunque sea bueno. Y no avanzamos porque estamos constantemente en la ruina.
En Madrid, como ha dicho, es la primera vez que se muestran las grabaciones de vídeo de las labores de desescombro en la Zona Cero. ¿Cómo se ha conseguido convertirlas en material artístico?
Cuando expuse en el New Museum, a la par el International Center for Photography me invita a hacer algo allí. Y me uno a otra artista que también había disfrutado de una beca de la Warhol Foundation, con la que acabo el proyecto. La idea era hacer una película de 15 minutos con todo el material. Allí se proyectó a cinco pantallas. Eso hizo que una televisión alemana se enterara de la existencia del material. Me lo querían comprar. Yo por entonces no tenía dinero y ofrecían bastante. Pero se me hizo la luz y no lo vendí. La primera vez que se ve todo es ahora, en Madrid. Son cien horas. Todas. Sin edición: hay veces que se ve cómo la cámara se cae. Para mí era la primera vez que cogía una de vídeo, pero vi la necesidad de hacerlo. Tuve que burlar a la policía para subirla al estudio. Aquí se enfrentan las grabaciones diurnas, en un lado, con las nocturnas, en el otro. Las capillas de este espacio albergan las grabaciones dentro del estudio, un espejo de lo que ocurre fuera.

¿Podemos decir que la performance de Valenciano es lo que hila o une todo?
(Se hace un silencio). Eres muy listo tú… En esa coreografía yo termino cosiendo… Mateo le dio a Mónica todo mi trabajo y ella estuvo estudiándolo durante un año. Vino a verme una vez cuando volví aquí y le hablé de todo lo que había hecho, sobre todo esa parte tan importante de mi trabajo que son las ‘Cartas a la madre’. Yo sigo con ellas, llevo ya unas 5.000 cartas. Ella ha querido retomarlo todo, que vuelva a coser. No me di cuenta, preparando la pieza desde Nueva York, que me había dejado allí cinco papeles de los más de 3.000. cuando se lo conté a comisario y artista me dijeron: Esa es la performance. Tengo que terminar de coser la pieza.
Eso se grabó.
–Se grabó. Yo me metí en la pieza para terminar de coserla, de unirle los papeles que le faltan.
El proyecto, de alguna manera, se amplía en el Museo del Exilio de Gerona. ¿Qué es lo que se verá allí?
Yo le conté todo a su directora, Pepa Balsach, y la idea del comisario era que esto rompiera sus fronteras y se convirtiera en una pieza de teatro expandido que hablaba de las migraciones. Pero hacía falta apoyo. Madrid Destino podría haber ayudado a llevarlo al sur de Francia, por donde huyeron los españoles por la guerra civil, o a Italia… fue el Museo del Exilio el que se terminó interesando. Allí cuentan con un recinto para artistas invitados y para ese espacio se ha diseñado como otro teatro con carteles, papeles, polvo, sonido… Eso se inaugura este sábado.
A ellos les voy a donar todo el polvo que no se queda Madrid Destino. Se lo daría a ellos, pero tienen que portarse bien conmigo… Además en Gerona se va a desarrollar toda una jornada con artistas para dialogar sobre contaminación, migración. La idea es reflejar cómo lo personal deviene público. Eso es lo que pasa en la guerra que lo público afecta a lo privado. Para mí esa es la grandeza de este proyecto. Me habría gustado que el Museo del Prado hubiese participado. Este es mi “Yo lo vi” de Goya. Yo quería ese grabado de Goya en la entrada. Pero se ha dado la circunstancia de que en la antesala de la cita hay un grafiti de Sadik Kwaish Alfraji inspirado en el ‘Grito de Munch.
¿Cómo es ahora su estudio en la República de Nueva York?
Yo tenía un estudio muy grande, que fue el que me cedió John Coplans, que fue mi padrino de bodas. Éramos muy amigos y compañeros en la galería Lelong. Él se apiadó de mí tras el 11-S, me lo pagó todo. Pero en 2003, yo caí muy enferma, física y emocionalmente, consecuencia de todo esto. No podía seguir viviendo allí porque seguía escuchando los trabajos bajo mis pies y la casa estaba siempre en movimiento 24 horas al día. Mi matrimonio también se rompió. Todo ello hizo que me terminara marchando a mi emplazamiento actual, un estudio pequeñito, pero en el que construí ‘Chant’, porque, a pesar de su tamaño, tiene mucha altura. Lo hice todo con poleas. Allí estoy feliz, aunque me planteé volver…
¿Qué lo frena?
Me gustaría que España fuera más generosa con sus artistas.
Pero la tentación ha estado ahí.
Cuando ocurrió todo esto yo ya llevaba allí diez años y me sentí muy neoyorquina. Participé en las labores de rescate. Estados Unidos y la ciudad nos ayudó mucho. Cuando me separé me entró pánico, me quedaba sola en un lugar en el que las cosas se ponían feas. También me lancé a la calle cuando empezó la guerra. En ese momento me sentí antiamericana. Quemé una bandera en la calle. Me metí en este proyecto y no paré hasta que lo terminé. Eso sería en 2006. Desde Patio Herreriano, en 2007, a mí nadie me ha llamado para hacer nada en España. He sufrido mucho aquí. Tengo dudas. Me gustaría que fuéramos más dulces, esa es la palabra. Fuera se habla del Museo Reina Sofía como no se ha hablado nunca. Aquí todo lo echamos por tierra. ¿Cómo podéis criticar a La Casa Encendida, los Teatros del Canal? Allí están orgullosos de todo lo que hacen u ocurre. ¿Por qué aquí no? No será porque los artistas son malos.

¿En qué punto está ahora?
En breve me voy a Nueva york para hacer un proyecto que conmemora en centenario la modificación número 19 de la Constitución americana…
Pues sí que lo celebran todo, sí.
Es que fue la que permitió que la mujer votara….
Entonces está totalmente justificado.
–Ese es un país de celebrar. Enrique Faria me invita a hacer un proyecto al hilo de todo esto y yo se lo dedicaré a Gertrude Stein y Alice B. Toklas, una pareja de mujeres que se amaban. Esta última escribió un libro de recetas. Eso ya me gustó porque se relacionaba con mis trapos de cocina, pero cuando empiezo a leerlo y descubro que tienen una receta de brownies con hachís, me voy al galerista y le digo que quiero hacer algo con eso. Me ha dado carta blanca.
Aquí en Madrid también tenía otro proyecto de arte público, por lo que he oído.
Sí, era para conmemorar el centenario de Tierno Galván en 2018. Estaba con presupuesto asignado y todo. Y era precioso. Pero les ha dado miedo. Quería volar banderas que serán en realidad trapos de cocina, manchados y destruidos por el vino. Los estoy fabricando en España porque me cuestan menos que en Estados Unidos. Al final será allí donde ondeen porque aquí los nuevos me están marenado la perdiz. A mí me eligió un equipo de expertos. Yo les propongo el proyecto en el edificio del ayuntamiento, me dicen que es un bien cultural. Les digo que no pasa nada, que un mastil delante con nombres de ciudadanos elegidos al azar y un paño de cocina ondeando bajo la bandera española, »of course». Mi idea es señalar que estoy harta de banderas y que lo que hace falta es sentarnos a hablar en una mesa, como la de la cocina…
La sobremesa en España.
¡Tú lo entiendes! Y le llamo a la pieza “Dialoguemos ya”, la frase que las familiares de Ernest Lluch lucían en un cartel cuando a su padre lo mata ETA. Al equipo anterior del consistorio le entra un poco de nerviosismo con eso de trapo de cocina-bandera. Me piden un segundo proyecto. Les ofrezco entonces un mástil florido, como la vara de San José –¡yo les meto la Biblia, ¡eh?– con todas las flores que aparecen en Hamlet entroncando con el teatro (¿ves como me ha influido Mateo?). La bandera que propongo ahora es de SOS blanca donde solo se lee “Mother”. Pero llegaron las elecciones y ahora no es que lo tengan parado, es que llega diciembre y me van a decir que era para el 2019 y no lo he hecho. Como ocurra eso escribiré cartas diciéndole a todo el mundo lo que se pierden.
¡Más cartas!
–¿Tú lo ves agresivo? Es algo lúdico. ¡Déjenme de estaladas, déjenme de banderas! Hablemos de cómo entendernos. Es la mesa de la cocina en la que todas las familias nos hemos contado siempre las cosas, en las que hemos aprendido. ¡Hasta Vox, Obama, el Papa se habrán sentado en una mesa para ver cómo arreglaban algo! Esas mesas son la base de la familia. Y cuando la familia no funciona, no funciona nada. Yo soy el producto de una familia ultraconservadora, ultranacionalista, que por no sentarse conmigo a hablar lograron que me levantara de la mesa y no les volviera a ver nunca más.
Habrá que regresar a esa mesa de la cocina.
Ahí hemos sufrido todos, ellos por no tener hija. Yo por no tener padres. Esto se traslada a la vida política. Y yo lo que quiero es crear un pacto a través del arte.
¿Se cierra un ciclo de este proyecto aquí?
Con lo que ha ocurrido aquí, en principio se cierra. Y «Chant», al que hasta ahora he tenido conmigo, se marcha a un trastero. Yo no sé idear mundos sola. Necesito siempre un interlocutor. Mateo ha hecho un trabajo difícilmente superable. No sé si Madrid se ha enterado de lo que es Mateo Feijóo. Yo sí. Nunca he trabajado así, aunque en América es posible hacerlo. He descubierto que en España tenemos a gente muy buena para hacerlo, a todos los niveles. Pero no me había yo topado con ellos. Lo más importante es que son gente que no tienen miedo. Como yo. Yo no le tengo ya miedo a nada.
