“La idea de la extrema complejidad -además, mentalmente inabarcable- de lo que es la vida es lo que más me interesa”
Coincidiendo con Apertura, se produce la presentación de La Bibi Gallery en Madrid, un espacio itinerante que desarrolla sus exposiciones en distintos lugares emblemáticos de diferentes ciudades. En Madrid se estrenan con Aljioscha, en una doble cita en el Palacio de Santoña y Cano Estudio

“Me gusta tratar de evitar al máximo posible mi “dimensión humana”, aquella para la que fui creado. Eso me permite pensar en términos de complejidad de una manera más acertada”. Y, sobre todo, me facilita pensar que otro mundo, otros mundos, son posibles. El que así se expresa es el creador alemán de origen ucraniano Aljoscha (Glujov, 1974). Coincidiendo con Apertura, el arranque de temporada conjunta de las galerías de arte contemporáneo de Madrid, La Bibi Gallery, con sede en Palma de Mallorca, realiza de su mano su primer proyecto itinerante en Europa, precisamente en la capital, con una doble exposición en el Palacio de Santoña y Espacio Sin Título, de Cano Estudio.
Las barrocas estancias de la actual Cámara de Comercio de Madrid dialogarán con las pinturas e instalaciones del artista, para el que el arte, influido por las corrientes “animistas” y del “Bioísmo”, no tiene como misión copiar la Naturaleza, sino que es una herramienta perfecta para crear Naturaleza. La exposición, titulada «Vivimos el mejor de los tiempos. Estamos comenzando a construir el Paraíso», introduce en los espacios del palacio, en los que se respira la pujanza de la sociedad capitalista y burguesa de la época, las piezas del artista, que colonizan sus rincones como si de un organismo vivo que busca su lugar entre las ruinas de un pasado glorioso se tratara. Como declara el propio Aljoscha, «Entiendo esta concepción del arte como una revelación a la que he llegado a lo largo de los años. Podemos encontrar un paralelismo en la música, donde hay autores que han nacido para ser intérpretes, y otros, muy pocos, capaces de componer por sí mismos. Esta división también se da en el arte. Y así tenemos creadores que ‘interpretan’ conceptos a los que hemos vuelto muchas veces: políticos, sociales, identitarios, sobre la Naturaleza… Y artistas que, desde hace una centuria, se afanan en crear nuevas realidades. A este último grupo pertenezco yo».

La propuesta se completa con la individual «¿Puedo dar de comer a los monos de Gibraltar?», en el espacio en la calle Alameda de Cano Estudio, en la que el autor subraya la dimensión ética de un trabajo en el que las obras, de carácter instalativo, en ocasiones, crecen por acumulación del material pictórico hasta alcanzar una apariencia tridimensional. Una manera de proceder similar al de muchos microorganismos, o las células que conforman nuestros tejidos.
Aljoscha, ¿cómo llegaste al arte? Tengo entendido que no fue tu primera opción.
Fue un viaje complicado el que me trajo hasta aquí. Sin embargo, si lo pienso ahora, nací para ser artista. Tengo la sensación de que todos nosotros somos algo así como ‘robots biológicos’, que se enfrentan al desarrollo de diferentes cometidos. Por ejemplo, yo siempre me siento insatisfecho cuando me equivoco o cuando no alcanzo a hacer algo que se supone que debería saber hacer. Yo sobresalí siempre en algunas cuestiones, por ejemplo, en matemáticas, y empecé a estudiar económicas en Ucrania, cuando aquello era aún la Unión Soviética. Pero pronto me di cuenta de que esto no era lo mío, y sí el arte. De hecho, de niño había hecho muchísimos dibujos y hasta gané premios con algunos. Y fue solo cuando ya me había licenciado que decidí probar en el ámbito artístico. Creo que fue la mejor decisión. Viajé hasta Dusseldorf, a la Academia de Arte, de ahí pasé a Salzsburgo, donde coincidí con Shirin Neshat, y, en cuanto me profesionalicé en este campo, me sentí bien.
Siempre afirmas que el arte no está para copiar la realidad, sino para crear realidad. Eso es lo que lo emparenta con el Bioísmo.
Entiendo esta concepción del arte casi como una revelación a la que he llegado con los años. Podemos, de hecho, encontrar un paralelismo en la música. En realidad, cualquier músico que toca obtiene una sensación placentera al hacerlo, pero algunos han nacido simplemente para ser intérpretes de lo que otros compusieron con anterioridad, y otros, muy pocos desde luego, son capaces de componer por sí mismos. Esta división es asumida en la música desde hace unos cuatrocientos años. En arte, que también tenemos copistas y productores, la separación se asume hace tan solo un siglo atrás. Y tenemos artistas que ‘interpretan’ sobre conceptos a los que hemos vuelto muchas veces (políticos, sociales, identitarios, sobre la Naturaleza…), y artistas que desde hace una centuria se afanan en crear nuevas realidades. Los artistas abstractos, por ejemplo.
Pero tú no eres un artista abstracto…
Yo no me considero un artista de la abstracción porque lo que yo genero son mundos totalmente nuevos. Lo mío no es una quimera, es una realidad. Es una nueva forma de afrontar la estética. Y me llevó años darme cuenta de que ‘interpretar la realidad’ no me satisfacía. Desde luego que pinté muchos paisajes, que hice retratos, todo lo que cualquier artista hace en su trayectoria, pero, una vez que acababa, me daba cuenta de que el resultado no me gustaba, de que no era lo que se esperaba de mí. Solo cuando descubrí que tenía que crear obras totalmente nuevas, que nadie conociera, que nadie hubiera imaginado antes, entonces encontré mi lugar. Desde luego que somos organismos biológicos: como seres humanos, somos seres sociales. La pandemia de coronavirus nos ha demostrado lo frágiles y dependientes que somos unos de otros. Desde el comienzo, me di cuenta de que mi proyecto tenía que tener raíces en lo biológico, tenía que guiarse por cuestiones relacionadas con la Biología. Es así como llego al Bioísmo.
Sí que has declarado anteriormente que el Bioísmo, con las técnicas o tecnologías actuales, no es una realidad sino una meta. ¿Qué misión tiene entonces el arte ahora?
No creo que el arte tenga que tener ningún objetivo concreto, porque en el momento que asume uno, el que sea, se transforma en propaganda. El buen arte no debe llevarte nunca a ningún lugar. Como mucho, hacer que te cuestiones determinadas realidades. Pero no está para explicar nada. Entonces estaríamos relacionando el arte con un algoritmo, y lo artístico es un gran misterio. Es como la música, que provoca sensaciones intraducibles dentro de ti. En el momento en el que quieres buscar palabras para explicar ese sentimiento interior, el mensaje se destruye. Lo conviertes en un manual de Ikea. A veces me he referido a mis obras como organismos biológicos del futuro, porque pueden ser entendidas como criaturas, como algo vivo.

Pero no existe un manual para llegar a piezas así. Es, como en una melodía, una sensación la que te hace alcanzar la conclusión de cómo estas “criaturas” podrían ser en un futuro. Porque la vida no es como un objeto cerrado, es un proceso. De hecho, es que no sabemos ni lo que es. Los científicos aún son incapaces de definir qué es la vida. ¿Cómo se empieza? ¿Cómo se acaba? ¿Se puede ser digital? ¿Podremos conseguir alojarnos en un ordenador en un futuro? Los denominados ‘animistas’, desde hace siglos, creen que todo en este mundo está de alguna manera vivo: cada piedra, cada pedazo de madera, cada partícula de polvo, es vida en sí mismo. Y cada átomo es una parte de un todo, de una cadena de vida.
Entendiendo entonces una obra de arte como un organismo vivo o viviente, ¿su entrada en una galería, como Cano Estudio, o un museo, como el Palacio de Santoña, es una manera de colonizar un espacio?
Eso es. Hace unos veinte años, cuando comencé a trabajar y concebí lo que denominé mi “Manifiesto”, una de mis sentencias más provocadoras, sobre todo entonces, era la de considerar que, en el futuro, las galerías serían como granjas biológicas y los museos como enormes zoos. En el futuro, viviremos rodeados de vida, nuestras casas “pensarán” junto a nosotros. Todavía hoy pienso en esos términos. Y creo que cada vez nos movemos más en esa dirección. Pero a día de hoy, es muy caro hacer “arte vivo”. Ya en su día yo realicé algunas instalaciones de las que formaban parte organismos vivos, pero todavía hoy, lo que hacen los artistas es interpretar la Naturaleza. Podemos pensar en un conejo azul, pero en realidad es una reinterpretación de algo que ya existe. Generar algo que sea nuevo de principio a fin es realmente caro y toda una aventura. Hay algunas compañías trabajando en la creación de nuevos organismos, pero sus resultados son pequeños, como diminutas bacterias que producen cierta energía o ciertos tejidos que nos hacen creernos dioses.
Admites entonces que sí que has usado organismos vivos, moho o sustancias similares, para que te ayuden a “crear” obras.
Sí que hice algunas obras utilizando organismos biológicos, algún animal, pero los resultados no me satisficieron porque el resultado no era un organismo vivo nuevo. Soy algo escéptico, de hecho, de lograr resultados por esa vía en el futuro porque ya tengo una edad y porque es muy caro. Las tecnologías no están lo suficientemente desarrolladas. Ni siquiera es algo que pueda asumir la ciencia biológica, en buena medida, por la cantidad de información que se debe alojar en ordenadores que aún no tenemos preparados para ello.
¿Cuál ha sido tu idea a la hora de “colonizar” el Palacio de Santoña, actual sede de la Cámara de Comercio de Madrid?
Lo que he querido hacer allí es dialogar con el palacio y tener en cuenta su pasado. Lo que se alberga allí es una enorme cantidad de “pasado antropocéntrico” que ya se ofrece de alguna manera monumentalizado en sus estancias. Toda su ostentación barroca nos hace preguntarnos sobre la propia Historia de la humanidad. Y este diálogo mío, de alguna forma, también se establece con esta Historia de la humanidad y con nuestra ética. Porque el Bioísmo no se refiere solo a lo estético, no tiene que ver sobre la vida en el futuro o el diseño de esa vida futura, sino también sobre “Bioética”, que va más allá de la ética humana, excesivamente antropocéntrica.

No somos dioses, pero nos comportamos en este mundo como si lo fuéramos. Creemos que todo nos pertenece y por eso tratamos de controlarlo, a los animales, a las plantas. Para la Bioética, un ser humano es tan importante e igual que un árbol, una hormiga o un pájaro. Nos sobra tanta Naciones Unidas y nos falta más una Ecosfera Unida. Por eso hablamos todo el rato de futuro. Y eso es lo que quiero destacar en Madrid, en el Palacio de Santoña: que ya no somos los que lo reglamentamos todo, sino que formamos parte de un conjunto de criaturas vivas, con capacidad para crear otras nuevas.
La muestra se nutre en buena parte de obra nueva, de forma que, aunque es tu primera exposición en Madrid, no has querido organizar algo retrospectivo para darte a conocer.
Eso es así porque no se trata de apercibir a nadie de nada; no quiero ser un profesor de nada. En ese aspecto, soy algo vago. Pero lo que sí que puedo hacer es compartir contigo “cierta música”, “cierta melodía” sobre el futuro. Esta composición sobre el futuro, basada en la ética del futuro. La intención es que cuando visites la exposición te hagas preguntas, te cuestiones qué puedes hacer tú por este mundo. Y eso te posiciona en otro lugar. Tengo claro que lo más importante que un ser humano puede hacer en la vida es descubrirse a sí mismo. El mundo está lleno de maravillas, pero muy pocos son los que se preguntan por ellas o por su papel en el mundo.
Algo que seguro que le llama mucho la atención al que te conoce por primera vez es tu proceso de producción de la obra. Muchas nacen de la pintura, pero la acumulación de la misma, sobre determinadas superficies, da lugar a estructuras tridimensionales.
Me gustan las obras “micro”. De hecho, creo que solo me satisface el trabajo cuando logro hacer algo muy complejo, que, generalmente, es el resultado de juntar muchas cosas muy pequeñas. Si lo piensas, somos complejas máquinas biológicas compuestas por millones de células que están cambiando todo el rato. Mientras hablamos, no somos conscientes de los millones de moléculas que se están transformando o, directamente muriendo, y cuántos millones se están creando. No soy el mismo hombre que empezó esta conversación hace un rato. Y esta idea de la extrema complejidad -además, mentalmente inabarcable- de lo que es la vida es lo que más me interesa. Por eso todo mi trabajo se basa en pequeños elementos. Claro que a veces tiendo a escalas grandes, pero en muchas ocasiones parten de ejecuciones muy sencillas y muy rápidas. Eso es lo que trato de extrapolar a mi conciencia de mí mismo: cómo millones de pequeñas estructuras o partículas me conforman y están en constante movimiento y cambio sin dejar de ser yo.
Precisamente porque actúas como si de un montón de células se tratase creando un tejido humano, ¿cómo se sabe cuándo parar con una obra?
¡Es que probablemente el trabajo es interminable! Y es muchas veces mi mujer la que me dice “para”, “ya está”. Por descontado que podría estar trabajando en algo sin fin, pero hasta nosotros somos finitos, mientras la ciencia se afana en alargarnos la vida o buscar cierta “eternidad”. Tienes razón: pese a que me canse, o aunque me deje de interesar un proyecto, podría estar trabajando en él sin fin. Pero también el proceso supone la complejización del mismo o el llegar a otro tipo de soluciones…

Lo mismo es que estás haciendo siempre la misma obra, y lo que hay entre ellas son tiempos de descanso…
Totalmente. Así lo creo yo. Pero eso nos lleva a plantearnos otra cuestión, de la que ya hablamos al principio: si bien antes te dije que todos nosotros somos robots biológicos, ¿hasta qué punto somos individuos independientes? ¿hasta qué punto no somos la pieza de algo? Nuestra sociedad también es un organismo biológico. Nuestras funciones prescriben en sociedad. Yo no me siento satisfecho cuando hago otra cosa que no sea arte. Y en mi organismo hay millones de componentes, cada uno de los cuales tiene una función específica y no pueden hacer otra. Cuando mutan, por ejemplo, derivan en un cáncer. Por eso muchas veces me pregunto sobre cómo, en nuestra sociedad, la raza humana no es una especie de organismo, además sin ética. Su única ética es dominar el mundo. Entonces, como parte de esa sociedad, ¿hasta qué punto gestiono mi individualidad? Si revisas la Historia, las legislaciones humanas, el fin no es conseguir que seamos felices o vivir mucho, sino llevar al conjunto de la sociedad a un destino exitoso dominando todo lo demás en el planeta. Entonces, ¿hasta qué punto yo soy un individuo en ese contexto, en una sociedad sin la que, además, no puedo vivir? Piensa en la función de una prisión, que es la de hacerse cargo de conductas desviadas.
¿Utilizas bocetos, dibujas antes de ponerte a pintar o lo haces todo a mano alzada? Cuando se crean mundos nuevos, no hay planos de referencia a seguir…
Realmente, detesto los bocetos. Intento no perder ese impulso que tenía cuando era niño de sentir cada minuto de este mundo como algo maravilloso. Un boceto en sí mismo es algo imperfecto. Me gusta pensar que cada pieza que creo tiene que ser pequeña. Y me gusta dibujar, pero no son bocetos lo que realizo. No son productos intermedios, y no son “funcionales”. Cada dibujo, pasado un tiempo, se termina convirtiendo también en algo complejo.
¿Es el arte lo que pone en contacto Naturaleza y Ciencia?
Posiblemente no. La Naturaleza es un proceso. Es algo vivo. Es algo tan inabarcable que no podemos comprender. Y la Naturaleza se basa en todo momento en mutaciones, algo que el ser humano aborrece: aborrecemos las mutaciones. Necesitamos orden en todo lo que nos rodea. Todo tiene que estar catalogado, compartimentado, que no se noten los movimientos. Sin embargo, las mutaciones son el motor de la vida. Sin ellas, nada sobrevive. De hecho, nosotros somos el resultado de mutaciones muy exitosas. Son mutaciones nuestras enfermedades, lo es el covid. En realidad, lo que persigue la ciencia es detener este maravilloso proceso, fragmentarlo en partes muertas, en pequeñas piezas, desmontarlo. Lo del arte es, si quieres que lo definamos así, algo más espiritual. Es casi una religión; al menos, comprende mejor el sentido de profundidad asociado a este mundo. En el fondo, su labor es más de distracción con respecto a lo que hace la ciencia. Para mí, el arte es “creativo” en el sentido de que “crea”. No diría que es un privilegio, porque está al alcance de todos hacer arte, aunque no todo el mundo entiende que lo hacemos constantemente. Cualquier cosa que imaginas en tu cabeza es un proceso artístico, el paso previo a conseguir que algo sea real. Por eso no creo que sea el enlace entre Ciencia y Naturaleza, sino que va más allá.

Tengo que preguntarte por el color, fluorescente en muchos casos, el rosa predominando en la escenografía del Palacio de Santoña. La Naturaleza lo utiliza para atrapar a sus espectadores.
Es una pregunta más difícil de lo que parece. Para ser honesto, podría contarte cualquier historia sobre el uso de los colores, pero tengo que decir que no lo sé. Quiero pensar que mi selección de los colores tiene que ver con la “genética”. Para mucha gente, sobre todo mujeres, el rosa es un color que gusta mucho. A los hombres también, pero no se atreven a decirlo: la sociedad les castiga si lo confiesan. A mí me encanta, lo empleo mucho en el trabajo, posiblemente porque para mí es algo que relaciono con la esperanza, con el sol al amanecer, el color de nuestra esfera biológica. Es el color más bello de los que podemos percibir en este mundo conocido. Tan solo con que la masa de la Tierra o del sol fueran algo diferentes, tendríamos colores totalmente distintos en nuestro planeta. Y quizás nuestro mejor color sería entonces el marrón, o el gris…
Había otro autor, español, que renunció a las líneas rectas: Gaudí. Ambos coincidís en que no existen en la Naturaleza. Todas son ilusiones ópticas o invenciones de nuestros sentidos…
Es imposible eludir la presencia de la línea recta. Nuestro pensamiento es lineal. Si uno echa una mirada al mundo, todo lo construido por los seres humanos la contiene. Si no las tiene, es algo que parece de fuera de este mundo o se le llama “orgánico”. A mí me trae la complejidad, y lo complejo siempre tiene apariencia de orgánico. No tienes otra opción. A veces yo me sirvo de ciertas líneas. La del horizonte sobre el mar realmente está generada por toda una cadena de moléculas inestables. No puedes evitar la línea, no puedes evitar su percepción, pero es creada para reforzar nuestra naturaleza humana. Pero me gusta tratar de evitar al máximo posible mi “dimensión humana”, aquella para la que fui creado. Eso me permite pensar en términos de complejidad de una manera más acertada.
Has mencionado le ética, incluso la religión. En algo que parece tan orgánico, ¿dónde reside el alma de las piezas? Una de las obras del Palacio incluye una figura venerada del dios hindú Hanuman.
Hanuman es un buen ejemplo de cómo nos asusta todo lo que sucede en este mundo, porque los dioses son construcciones con súperpoderes que penalizan nuestros comportamientos. Muchos de ellos, en muchas culturas, son demoniacos y buscan nuestro sufrimiento. La idea de que nosotros somos como pequeños dioses es algo que quizás habíamos olvidado pero que de vez en cuando resucita la Ciencia. Y la Ciencia está obsesionada con descubrir qué es la vida. Desde la perspectiva de la ética o la religión, todo organismo tiene alma. Pero, ¿qué es el alma? Nadie lo sabe. A los científicos les ocurre lo mismo, se vuelven locos buscando cuál es el proceso o mecanismo que hace que todo empiece y, sobre todo, que termine. La conciencia es quizás aquello que llamamos alma. Para los animistas, desde hace siglos, no hay duda de que todo tiene alma.

También las obras, claro.
Quiero creer que sí. Todo lo que yo produzco, entiendo que está vivo. Yo soy el dios de este mundo personal, donde realmente juego con las piezas. Y si yo imagino que tienen vida, deberían tener vida.
Hay algo muy revelador, que ya has declarado en otras entrevistas, y es que cuando alguien no es capaz de discernir una forma, de entender qué es algo, le otorga atributos de ser vivo.
Esa idea de miedo, de ser atacado por lo que desconocemos e incluso pensar que es un alien o algo así, lo he utilizado yo en algunas intervenciones. Al menos dos veces al año, a Natasha, mi mujer, y a mí, nos gusta salir a la calle con algunas de mis piezas, abandonarlas, y ver la reacción de la gente. No necesariamente piezas de gran tamaño. Y algunas personas se asustan de verdad, hasta el punto de querer destruirlas, de tirarles piedras, de no poder ni tocarlas. Hemos visto de todo. Y esto nos lleva de nuevo a la idea de las mutaciones y las compartimentaciones. Es como tener miedo a que se haya producido una mutación, que se haya dado pie a algo nuevo, lo que relacionan con una estética “desconocida”. Que conste que también los hay que corren hacia las obras para abrazar a estos “marcianos”.
No te pregunté, aunque sí que lo has mencionado, por el coronavirus.
Es una mutación, afortunadamente no la que nos matará del todo, similar a lo que se conoció como “gripe española”, aunque la causa fuera de los estadounidenses. Es una historia triste por todas las muertes que ha producido y sigue produciendo, las alteraciones mentales que ha provocado en muchos, sus secuelas… pero, en términos biológicos, cada mutación es útil. Desde un pensamiento no antropocéntrico que considera que todo lo que nos daña debe morir, creo que debemos respetar la Naturaleza y la Biología. Por descontado, tenemos que protegernos, pero no destruyendo todo lo que nos rodea.
