Entrevista a Ana Juan (ilustradora)

«Me dejo llevar por la gran aventura de la equivocación»

Ana Juan es sin duda una de nuestras ilustradoras más internacionales. Ella ha vivido en primera persona el auge de la disciplina dentro y fuera de nuestras fronteras. Sus múltiples encargos no le impiden desarrollar una línea artística personal

Ana Juan en su estudio madrileño (Foto de Maya Balanya)

Comienza a caer la tarde en el estudio madrileño de Ana Juan (Valencia, 1961). A él llegó hace unos meses, y solo ahora, tras muchos encargos y compromisos, empieza a asumirlo como propio. De Juan tiene a su disposición varias mesas, pero trabaja en una de ellas, con una pequeña lámpara. La noche, cada vez más amenazante, convierte el entorno en una especie de cueva, de escenario de sombras que tan bien casa con su imaginario. Premio Nacional de Ilustración en 2010, el salto internacional de esta creadora –verdadera llave para su descubrimiento– fue el inicio de sus colaboraciones con The New Yorker a mediados de los noventa. Desde entonces, muchas portadas, muchos textos ilustrados, personajes como Frida, Blancanieves, Circus (su primer libro sin texto)… Momento de impasse el actual, en el que se centra en su obra más personal:la que se libera del encargo pero que terminará volcando sus logros en él. Justo la que nos rodea descansando en caballetes y sobre mesas. De todo esto, conversamos con ella.

Vivimos o parece que hemos vivido una especie de boom de la ilustración.

A lo largo de los años, yo, desde luego sí que he visto una evolución. Cuando empecé, de hecho, no existía de hecho la disciplina como materia en la facultad de Bellas Artes. A la hora de ponerse a trabajar, solo te quedaba la prensa o la ilustración infantil, poco más. Y poco a poco se han ido abriendo caminos, el mundo se ha globalizado, todos tenemos acceso a todo y finalmente nos hemos convertido en aquel reducto que está salvando al libro. El de papel, para el bien del planeta, desaparecerá antes o después. Y lo que se está demandando, lo que está quedando son los libros bien hechos, libros cuidados, con imágenes, que no tiene competencia con el mundo electrónico.

Ana Juan en su estudio madrileño (Foto de Maya Balanya)

Que nos fijemos en la disciplina, ¿eso es bueno, malo o regular?

¡Es bueno! ¡Está bien, por supuesto! De hecho, ya hay toda una generación que ha crecido con los libros ilustrados, con el cómic, que se ha hecho mayor y que sigue necesitando las imágenes. A estos hombres y mujeres no le son algo ajeno, como bien podría pasarles a nuestros padres. Para ellos, los libros con dibujos, con ilustraciones, eran para niños.

¿Usted siempre tuvo claro que se quería dedicar a esto?

Yo nunca he sabido dónde estoy, en una especie de tierra de nadie… Desde el principio me gustó dibujar, me puse a ello, y en la ilustración encontré mi camino. Hoy por hoy es el nexo que tengo con el mundo. De niña, yo veía los libros ilustrados y quería hacer eso, pero no sabía cómo se llegaba a aquello. Y empecé por arriba, estudié Bellas Artes, estuve durante muchos años preparándome para el examen de ingreso, y dentro me di cuenta de que lo que me tiraba era el dibujo, pero ni siquiera el dibujo se consideraba entonces como una disciplina en sí. Tan sólo era la base, el boceto, lo que sustentaba la obra de arte con mayúsculas.

Eso también tendrá sus ventajas: más libertad para trabajar porque nadie te presta atención.

Yo no tenía conciencia de ello. Yo quería dibujar, y por amor a los libros y por amor al dibujo, todo confluyó… Pero bueno: los libros llegaron mucho más tarde. Antes fue el libro infantil, un ámbito en el que nunca me sentí agusto. Mi estilo no casaba con aquello. Ahora ya sí que puedo decir que lo he casado.

Ilustración de Ana Juan para «Otra vuelta de tuerca», de Henry James

Sin embargo, el mismo concepto “ilustrar” suena a sinónimo de “apostillar”, “subrayar”, como si no dejara lugar a la opinión del autor. Supongo que no comparte esta idea. ¿Es la ilustración un género opinativo?

Por supuesto, cuando te enfrentas a una obra, lo último que debes hacer es ser reiterativo. Todo está ya perfectamente explicado o descrito en el texto. Por eso tú lo que tienes que hacer es buscar otro camino. A mí me gusta decir que el ilustrador tiene que ir buscando los silencios que hay en los textos. Silencios que incluso el autor dejó ahí, los ha intuido. Y esa es la senda que debe tomar el ilustrador para que lo tuyo apoye a lo suyo. Esa tercera vía es la que permite o da pie a que el lector pueda interpretar lo que le ofrecen.

Siempre que le preguntan admite que España no es el paraíso ideal para la disciplina. ¿Se vuelve a cumplir también aquí el tópico de que suplimos los medios con creatividad?

Eso, por supuesto. Sin embargo, también tengo que decir que aquí en España se trabaja con más libertad. Pero, por otro lado, tienes que estar constantemente peleando, peleando para que te respeten, para que se cumplan tus derechos… Eso por no hablar de la dimensión económica, donde lo que se paga es irrisorio.

Pero, ¿la labor se va reconociendo cada vez más? ¿Usted nota que haya no tanto lectores de tal libro sino seguidores de tal ilustrador?

Sí, sí. Eso se nota. Hay mucha gente que nos sigue, que me sigue, independientemente de lo que hayas ilustrado. Eres consciente de que no siguen un género, un estilo o a un autor literario. Eso es muy bonito. Y eso lo descubres a través, sobre todo, de las redes sociales. El feedback es inmediato. Tampoco sabe una si vale para mucho… Pero es una ventana muy importante. Antes, por ejemplo, a una exposición podías invitar a 30 o 40 personas. Enseñabas el trabajo a unos pocos. Hoy miles y miles tienen acceso al mismo.

Cartel para el Latin Beat Film Festival

¿Cómo se pone en contacto con usted, por ejemplo, «The New Yorker»? Estamos hablando del año mil novecientos…

No había redes sociales, no. Pero fue una cosa muy sencilla, como todas las cosas importantes que pasan en la vida. El editor cambió, la nueva editora, Gina Brown, quiso renovarlo todo y buscó a una nueva editora de arte. Entonces esta se encontró con el trabajo de Françoise Mouly, que era la directora de Raw, que desarrollaba junto a su marido Art Spiegelman. Fue ella la que, en un viaje a Barcelona, entró en una librería, se topó con un catálogo mío, le gustó mucho y, a través de Ceesepe, que ya había hecho una portada con ella, contactó conmigo.

¡Qué fácil!

Intentamos hacer una portada, y no salió. Así que hubo que esperar un par de años, cuando volvimos a probar. Entonces funcionó y, a partir de ahí, se estableció una relación.

¿Cambia algo que a uno le concedan un Nacional de Ilustración, como fue su caso en 2010?

No (ríe). Es verdad… A ver: es una ayuda económica, un reconocimiento por parte de tus compañeros, que son los que te lo dan, pero el mayor premio es poder seguir trabajando y poder seguir haciendo lo que te gusta. Pero no: no empieza a sonar el teléfono, ni te empiezan a llegar los grandes proyectos. No. No. Todo sigue exactamente igual. Hay que seguir peleando como todos los días.

¿Ni siquiera uno es rey o reina por un año, como las misses?

Tampoco. La prensa aprovecha para atacar de nuevo… Es lo único.

Quizás no muchos sepan que se inició en la historieta gráfica. Sin embargo, ¿eso fue circunstancial o volvería a ella ahora que incluso ha llegado a escribir los guiones de sus propios libros?

Lo que ocurría es que estaba buscando mi camino, un medio que te posibilitara seguir dibujando y, sobre todo, contar historias. Digamos que hoy he editado mis propios guiones, pero sin el lenguaje del cómic, que me es bastante ajeno. Mi manera de plantearme una historia es otra.

Portada para «The New Yorker»

Un sector que rechazó, como dice que hizo con el libro infantil.

Al libro infantil llegué a través de una ilustración en el New Yorker, creo además que una de las más horribles que he hecho en mi vida, una cosa tremendamente triste sobre la eutanasia…

Sí: una extraña conexión que alguien hilara eutanasia con libros infantiles.

Pues a través de esa ilustración, un editor, Arthur Levine, me escribió para vernos, no sé que vio en mí, pero me coincidió que estaría en Nueva York por un viaje que tenía, quedé con él, me sacó un manuscrito de un libro infantil sobre la infancia de Frida Kahlo… Y me lancé. Y ese libro, hoy, aún sigue funcionando, lo que no es nada fácil, porque los libros hoy tiene una vida muy corta.

¿Esa pregunta se llega a verbalizar, me refiero a “¿qué ha visto usted en mí para encargarme esto?”?

A veces sí. Te planteas por qué habrán pensado en ti, sobre todo en esas situaciones en las que crees que tu estilo no tiene nada que ver con lo que te piden.

¿Y se llega uno a especializar en algo? Repasando su trayectoria, parece que lo haya hecho en personajes femeninos: Frida, Snowwhite…

Lo que notas es que tus gustos se dirigen a un bando y no a otro. Si miras lo que tenemos a nuestro alrededor te darás cuenta de que no es en absoluto ilustración infantil. En definitiva, lo que yo hago es sacar todos mis fantasmas a pasear. No tengo problemas en ahondar en mundos más oscuros. Pero también, de vez en cuando, me gusta darme un homenaje de color. Poco, es verdad. Con el tiempo descubres cómo te has ido despojando de cosas. Yo decidí dejar atrás el color. Creo que desde el blanco y negro puedo contar más cosas.

¿Cuánto menos texto hay, más posibilidad de que aparezaca el color? Sí que ha declarado en alguna ocasión que cuando no hay guion, todo elemento es información.

Sin duda, en casos como esos el color se convierte en una herramienta narrativa nada desdeñable. Acentos de rojo que pueden reforzar la narración. Todo elemento ha de contar muchas cosas y con mucho cuidado también, mientras queda todo muy legible…

Uno de los dibujos más personales de Ana Juan

¿Es casualidad que hoy vaya de negro?

No. Suelo vestir bastante de negro. Soy como Picasso que, cuando no sabía qué color utilizar, afirmaba que empleaba el negro.

Su trabajo más reciente es el libro de Sandra Sabatés “Pelea como una chica”. ¿También las ilustradoras lo tienen más complicado que sus homólogos masculinos?

Sólo puedo hablar por mí, pero creo que esta es una profesión bastante igualitaria. Yo personalmente, nunca, ni desde el principio he sentido la más mínima discriminación. Todo lo contrario: la verdad, soy una persona afortunada porque no he sentido más que cariño y respeto. Nunca he tenido ni un choque ni una mala experiencia en el ámbito de esta profesión.

¿Cómo se consigue no poner el piloto automático a la hora de recibir otro encargo?

Más que la monotonía, lo que hay que evitar son las zonas de confort cuando trabajas. Lo que hay que hacer es sentirse siempre como en una cuerda floja, saber que tienes que seguir adelante sin darte complacencias. Eso no quita para que uno de vez en cuando no vuelva a sí mismo, pero buscando ir un poquito más allá. Si no existe reto, emoción, todo eso se nota en los resultados.

¿Trabaja rápido? ¿En un encargo abultado, usted nota las diferencias entre el primer dibujo y el último?

Cada proyecto tiene sus pautas. Por ejemplo, este último, me ha llevado a componer los retratos de toda una galería de mujeres y cada uno he querido abordarlo de una manera diferente, porque lo que me interesaba no era hacer una ilustración simbolista o darle cierta escenografía al personaje para dejar claro que era una científica o una escritora, sino que hablase el color, la mirada, la perspectiva… También el grafismo, porque no tiene nada que ver Rosalía de Castro con la Pasionaria.

Los encargos, ¿evitan que exista un trabajo personal, sin condicionantes?

Evito que eso pase, y es mi pelea contra el tiempo. Pero todo lo que nos rodea ahora son cosas mías. Ahí está ese laboratorio que aplico a los encargos. Por ejemplo, intentar pintar con grafito, me refiero a pintar, no dibujar. Eso son cosas mías, para mí. Ya veremos si algún día salen a la luz, lo mismo no lo hacen nunca, pero está nutriendo todo el trabajo público, el profesional.

Uno de los retratos de escritoras para el libro de Sandra Sabatés

Eso significa que cuando llega al encargo llega con músculo.

Claro. Pero también experimentas ahí, porque tienes que abordar el trabajo desde unos parámetros, con unas consignas, que nunca son las mismas. Pero yo lo necesito.

¿Dónde queda entonces su libertad?

Muchas veces es mejor tener tantos acondicionantes. Yo prefiero que me digan que el formato será tal, aunque sea extrañísimo, que sólo puedo trabajar con dos colores, porque al ir acotando se descartan muchas pérdidas de tiempo. Es un empujón a la creatividad, la despierta. No deja de ser escasez de medios.

¿Y es de las que se enfrasca en un único proyecto o prefiere tener dos o tres abiertos para ventilarse?

Más bien lo segundo. Pero luego, al final, cuando lo ves todo junto, te das cuenta de que es lo mismo. Estoy creando un universo particular en el que sus elementos se van complementando. Los proyectos van encajando unos en otros.

Reconoce sentirse más cómoda reinterpretando a los clásicos…

Me entra la risa porque parece que la respuesta es “sí, porque están muertos”…

¡Y no se quejan!… ¿No es un problema dotar de rostro a personajes tan interiorizados ya por el lector?

Te voy a poner un ejemplo: Otra vuelta de tuerca, de Henry James. Lo más fácil del mundo es pintar fantasmas, a la señorita Jessel saliendo del lago… Pero te dices: “No. Hay que enfocarlo de otra manera”. Y lo más importante: que tu interpretación no cambie el sentido de la obra. Si, por ejemplo, James no quería que el lector supiese si había o no fantasmas en la novela, es la eterna duda, lo que yo no puedo hacer es pintarlos, porque determino la lectura. Eso me pasó también con algún Stephen King. A la hora de ilustrar el momento cumbre del cuento, estaba todo tan bien descrito que había que evitar que la ilustración fuera una reiteración y, al tiempo, no desvelar nada… Es el lector el que tiene que sacar conclusiones.

Obra de la serie «Flesh and Soul»

En el otro extremo está “Circus”, un libro para el que por primera vez renunciaba de forma total a las palabras…

Cuando faltan las palabras tienes que contar con imágenes. Tus dibujos tienen que asumir cierta elipsis, tener un ritmo, que cuenten una historia y que no eches de menos las palabras…

Si los colores tienen alma, ¿tienen voz los materiales?

Claro. No es lo mismo un carbón que una acuarela. Todo depende del “tono” en el que quieras contar una historia. Eso es lo que te llevará a utilizar un material u otro.

¿Se siente más cómoda con alguno?

Siempre he trabajado mucho con el carbón. Con Snowhite me di cuenta de los grandes problemas que tenía para trabajar el blanco y negro. Entonces me acordé de todos esos años que había estado preparandome para ingresar en Bellas Artes, todas esas hojas de acanto del mundo que tuve que reproducir, todos los bustos, todas las estatuas… Un material que tenía tan dominado, ¿por qué no lo recuperaba? No es un técnica habitual para lo que es la ilustración, se suele usar como preparatorio. Pero, al emplearlo, tracé un camino hacia el futuro.

¿Se puede ilustrar cualquier cosa?

Por supuesto. No creo que haya nada que no admita una ilustración, por bello u horrible que sea.

«Nightmare»

¿Y cómo se percibe como espectadora de su propia obra?

Soy tremendamente crítica. No soy nada feliz. Es más: soy una absoluta insatisfecha.

¿Eso es lo que le obliga a seguir?

Sí. Es un buen motor de búsqueda. Aunque la búsqueda es eterna, porque no sabes lo que buscas. De hecho, espero no encontrarlo nunca.

He de admitir que no sabía que también existe o existió una Ana Juan escultora, aunque sí que es verdad que sé que ha participado en la elaboración de videojuegos, que, en el fondo, es casi como modelar en 3-D.

Necesito la tridimensionalidad. Aún no me queda claro si debería haber hecho escultura en lugar de pintura. Es fácil comprobar que mi trabajo es muy de volúmenes. Trabajo mucho el volumen a través de la luz. Creo que mi visión es más escultórica que pictórica.

De hecho ha declarado: “Nunca he sido pintora: soy dibujante, y con el paso del tiempo he vuelto a la sencillez y engañosa simplicidad de la línea”. ¿Realmente es poseedora de un único estilo?

Sí. Pero hay quienes lo encuentran desde el principio y los que lo hemos ido peleando a través de la evolución y la búsqueda. Ahora lo llaman “voz”. Pero no hay nada más difícil que enfrentarse a uno mismo. El día que uno comienza a aceptarse, a aceptar cómo es, sus limitaciones, es el día que empieza a trabajar como realmente es. Todos somos únicos y diferentes, y en ese momento asumes tu individualidad, porque ya no empiezas a fijarte en otros. Lo que estás es dialogando contigo. Yo hago lo que hago porque esta es la forma que tengo para superar mis carencias. Intentando superar mis carencias he conseguido una forma diferente de contar.

¿En qué se va a embarcar en breve?

Este ha sido un año intenso. Por eso ahora estoy trabajando para mí.

Que en el fondo es lo que quiere.

Estoy que no me lo creo. Dispongo de mi tiempo para seguir disfrutando, remando y buscando.

¿Y qué está saliendo?

Estánsaliendo cosas. Adoro el papel, pero sin olvidar el lienzo. Es la vulnerabilidad frente a la estabilidad del uno y el otro. Me gusta hacerme mis propias imprimaciones. En esas estoy. El futuro no existe. Tanto en mi vida personal como en la profesional no me gusta tener planificaciones. Saber lo que voy a hacer más allá de tres mses vista me produce vértigo. En primavera saldrá Annadei Miracoli para Logos (Italia), de la que soy autora e ilustradora; también la historia de Helen Keller ( El milagro de Anne Sullivan). En este libro he pasado todo el verano convirtiendo en un trágico cuento de hadas la historia de Helen Keller y Anne Sullivan. Llevada como siempre por mi pasión por el dibujo, sigo investigando nuevos medios, técnicas que me son ajenas.  Me dejo llevar por la gran aventura de la equivocación.

De Juan durante esta entrevista (Foto: Maya Balanya)

Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 8 de diciembre de 2018

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