‘Soy cada vez más consciente de mis limitaciones como ser humano’
Planta, el programa con el que la Fundación Sorigué apoya el coleccionismo empresarial, crece con una instalación permanente de la japonesa Chiharu Shiota, la primera en Europa

No es PLANTA (el programa con el que la Fundación Sorigué convierte espacios en desuso de esta compañía constructora en el complejo industrial de La Plana del Corb (Lleida) en sede de ‘site-specifics’ encargados a artistas de primer nivel) un proyecto fácil. Para que se hagan una idea, Juan Muñoz y su ‘Double Bind’, Anself Kiefer o Bill Viola se encuentran entre los elegidos hasta ahora. Tampoco lo es Chiharu Shiota (1972), una autora muy introspectiva (cuesta arrancarle una palabra), obsesionada con la memoria y las ideas de ausencia y permanencia.
Ella, también William Kentridge, son los últimos invitados a este festín artístico que da un golpe de efecto al concepto de coleccionismo empresarial. La japonesa (que paralelamente, acaba de instalar en el Salón de los Espejos del Teatro del Liceo ‘Last hope’, inspirada en Schubert), reactualiza ‘In the Beginning Was…’, pieza central de su exposición en Sorigué en 2015, primera instalación permanente de su autora, con el permiso de la obra con la que representó a su país en la Bienal de Venecia de 2015, hoy reubicada en Tasmania. Y entonces comenzó todo…

Me resulta curioso que opte por una cita de la Biblia, sus primeras palabras, para titular su instalación en Planta. El occidental no es su contexto nativo.
La pieza de llama ‘In the Beginnig Was…’ y me gusta resaltar lo de los puntos suspensivos del título, porque ese ‘en un principio’ se puede referir a cualquier cosa. Puede ser Dios, o puede ser la luz, pero también puede ser la piedra que empleo como material. Puede ser la Naturaleza o el sol. Nadie sabe lo que hubo en un comienzo.
A finales de los noventa abandona Japón y se establece en Alemania. ¿Qué le llevó a tomar esa decisión?
Fue en 1996, cuando estaba acabando mis estudios. Y tenía la sensación de que nadie se tomaba en serio lo que hacía, mi deseo de ser artista. Abandoné Japón para terminar mi formación fuera. Tenía amigos que ya habían viajado hasta Alemania para formarse y les seguí. Una de las razones por las que llegué a Berlín es porque estaba muy interesada en el trabajo de Marina Abramovic, que terminó siendo mi profesora.
La instalación de Lérida queda conectada con la muestra del mismo título que realizó en la Fundación Sorigué en 2015. ¿En qué consistió ese proyecto?
Ya entonces sabía que quería realizar un trabajo sobre la conexión entre los seres humanos. En cierto sentido, ‘In the Beginnig Was…’ conecta mi universo con el de otras personas. En 2015, el mismo año en el que tuvo lugar ese proyecto, me diagnosticaron un cáncer. Eso ha hecho que desde entonces le dé muchas vueltas a la idea de dónde irá mi alma, mis pensamientos, cuando yo muera. Me obsesionaba pensar qué estaba pasando en mi cuerpo.
Es imposible que, atravesada su biografía por la enfermedad, esta pieza, ahora reinstalada, tenga el mismo sentido para usted.
Tiene razón. En 2015, lo que yo quería era hacer una buena obra. Ahora, en 2021, me concentro más en mi propio ecosistema. Cargo más las tintas en mí misma. Soy más consciente de mis limitaciones como ser humano, siendo como soy una persona que con su trabajo habla de la persistencia y la existencia. Ya me siento recuperada, pero he de decir que, estando enferma, sentía cómo mi alma, de alguna manera, me abandonaba.
Está habituada a trabajar desde el objeto encontrado, pero aquí el punto de partida es un sonido. ¿A dónde le ha llevado?
Fue lo que más me llamó la atención la primera vez que visité esta gravera: el sonido de la piedra al caer desde las cintas transportadoras. Me hizo pensar en ‘un comienzo’, como el que marca la Biblia. Y eso nos remite a la piedra, de forma que vuelvo a trabajar con un material contundente como lo es el hilo que me caracteriza. Yo ya había trabajado con la tierra, como en la serie que la Fundación muestra junto a la instalación. Podemos pensar que las piedras no tienen memoria, pero yo no lo veo así.

El hilo sigue siendo una constante en sus instalaciones, que nos remite inevitablemente a Louise Bourgeois, que es un referente para usted. ¿De qué son metáfora sus telarañas?
Me gusta subrayar lo que nos conecta, y los hilos me sirven para remarcar esas conexiones. Aunque no seamos conscientes, todos estamos conectados –con los demás, con otras cuestiones– de forma invisible. Mis hilos marcan o dibujan esas líneas no perceptibles. Además me permiten dibujar o pintar en el espacio. Yo me especialicé en dibujo, pero no lo he tratado mucho desde la facultad. Para mí es un material que refleja la conexión entre todos nosotros, materializa lo que nos conecta y lo que no. Prefiero no hacer una lectura del mismo en clave de género.
No le gustan las divisiones…
Yo no hago divisiones sobre si alguien es hombre o mujer, de un país o de otro. A mí me gusta hablar de ‘artistas’. Eso es lo que yo quería ser cuando empecé a formarme. Es cierto que sucedió en Japón, que eso me influyó, pero yo realmente quería ser Chiharu Shiota.
Como menciona, también es la primera vez que emplea la piedra como material. ¿Acerca eso más esta propuesta a lo escultórico?
Los hilos por sí mismos no funcionarían en las obras. Necesito incluir elementos, ya sean llaves, cartas o piedras, en este caso, para reforzar esa idea de conexión. Esos objetos son metáfora de las memorias, de los recuerdos que nos unen. Aquí la intención es que el resultado nos inspire cierta idea del universo. Pero es que, además, si no empleara objetos, la obra quedaría reducida a una lectura en clave de tejido, de cierto ‘arte textil’, que no es en absoluto lo que persigo. Y la piedra remite a cómo todo está hecho con los mismos materiales. Si miras un ser humano a través de un microscopio, sus células, sus átomos; son los mismos minerales que se encuentra en la Naturaleza. Quizás las piedras no tengan sentimientos, pero no se puede decir que no exista relación entre ellas y nosotros.
Es cierto que usted está muy obsesionada con la memoria, pero, ¿es preciso la implicación personal sobre aquello de lo que habla? Este contexto, el de la gravera, el de Lérida, el de España, le es ajeno.
No puedo evitar implicarme en todo lo que hago, aunque en principio no me sea cercano. De hecho, tras las sesiones de quimioterapia, veo que es algo que necesito aún más que suceda. Mientras estuve más o menos convaleciente, coloqué los tratamientos de quimio en cajas, los dispuse sobre mi cama y los iluminé con luces parpadeantes. Eso me hizo tomar consciencia de que ese no era mi cuerpo, que yo no estaba ahí, pero también de que yo era parte activa de un proceso. Necesito hacer este tipo de ejercicios…

Hablemos de la simbología de los colores. Aquí vuelve al negro…
Para mí, el negro es el color del universo, del cosmos. Y las piedras que introduzco en la instalación serían como las estrellas. Hay quien ha visto aquí un refugio, un nido, un laberinto. Para mí es un sistema neuronal, de conexiones. Me gusta usar el rojo cuando lo que busco poner en conexión es a personas, sus objetos.
Esta será su primera instalación permanente en Europa. ¿Están sus obras pensadas para durar?
Pongo todas mis energías en mis obras. Y vuelco parte de mi vida en ellas. Sin duda, me expongo en ellas. Y cuando muera, me gustaría ser recordada. El trabajo juega a mi favor en ese sentido. Me interesa el intercambio que se genera en un proyecto como este de Planta. Un museo es un lugar frío, que marca una distancia entre el público y el artista. Este contexto lo entiendo más como un intercambio: ellos ponen el material, yo la obra, y luego está el intercambio que se genera entre el que viene a ver la pieza y la pieza que yo presento.
Afirma que su trabajo versa sobre todo sobre las ausencias. ¿Cómo ha vivido la pandemia, que nos ha obligado a separarnos?
Prefiero hacer una lectura positiva de la situación. A mí, el parón me sirvió para bajar el ritmo y para estar cerca de los míos, de mi marido, de mi hija, de mi suegra… Me ha ayudado a pasar seis meses con ellos.
¿En qué esta trabajando ahora?
Viví el confinamiento en Berlín y durante ese tiempo he dibujado mucho, consecuencia de haber estado más relajada. Yo viajaba demasiado antes de la pandemia. Creo que hasta diez exposiciones se me cayeron. Esta de Lérida se pospuso. También me tuve que centrar en mi tratamiento. Ahora estoy retomando el ritmo…
Todo ese trabajo en torno a la enfermedad, ¿tiene intención de mostrarlo?
Creo que es demasiado pronto. Lo veo todo demasiado ‘cercano’, pero no me cierro. Quizás bastará con algo de tiempo para madurar una idea, la forma de mostrar todo aquello.
¿Quizás en Madrid?
Quizás…

Su galerista española se acordó disfrutando de nuevo de ‘In the Beginning Was…’ de aquel vídeo que presentó en la Bienal de Venecia en el que usted recababa en los recuerdos de niños previos a su nacimiento. Ella se preguntaba si, dado que ‘In the Beginnig Was…’ es de la misma época, había relación ente ambas obras.
Sí, claro que sí. Todo mi trabajo está también conectado. Hablo constantemente de la memoria y del ser humano. Estoy obsesionada con indagar sobre aquello que no sabemos, lo que no podemos ver. Quizás un bebé sí que pueda recordar que sucedió justo antes por su proximidad a la causa del alumbramiento. ¿Por qué no pensar que el poso de memoria de un adulto, de un abuelo, no pasa a un niño? Muchos de esos menores a los que pregunté afirmaron tener recuerdos. Tal vez nuestra ‘socialización’ anula nuestra capacidad de recordar lo anterior.
Está obsesionada con la memoria…
Estoy obsesionada con la memoria: los objetos que uso, necesito que hayan tenido vida. Por eso los adquiero en mercadillos. Es como buscar que la piel, la huella, del que usó una llave que yo me llevo a una instalación esté presente en la pieza.
Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 12 de junio de 2021. Nº 1.475