«Me dicen que soy pedagógica con el trabajo. Eso, lejos de encenderme, me entusiasma»
Con «Manchas en el silencio» (Sala Alcalá 31), Cristina Lucas y Gerardo Mosquera se quitan la espinita de no haber representado a España en la Bienal de Venecia de este año. Y reflexionan sobre las heridas de la Historia coincidiendo con el 80 aniversario de Guernica

Es una vídeo-instalación en tres pantallas en la que el espectador se sumerge aunque no quiera. La primera nos devuelve cronológicamente los datos de todos los ataques aéreos con víctimas civiles desde la invención de la aviación en 1903 hasta hoy. En la segunda, los nombres de esas localidades se van disponiendo en el mapa, y se solapan, creando manchas, grietas en el terreno. En la tercera, fotografías que documentan esos ataques. La pieza se titula El rayo que no cesa y, si bien se inspira en el 80 aniversario del bombardeo a Guernica, es un desgarrador archivo visual de todos los guernicas del mundo, base de Manchas en el silencio, la muestra de Cristina Lucas (Jaén, 1973), en la Sala Alcalá, 31, junto a otras reflexiones sobre el tiempo y el poso de la Historia.
Su nombre sonó para representar a España en la Bienal de Venecia en la edición de este año, comisariada por Gerardo Mosquera. Y aquí nos la encontramos, en la Sala Alcala 31, con obra nueva y coordinada por este mismo comisario. ¿Es el germen de ese proyecto la base de esta exposición?
No está tan directamente conectada, pero sí que nos sirve para sacarnos una espinita. Lo que sí es cierto es que cuando desde Alcalá 31 me proponen hacer una exposición, me preguntaron por el comisario que me podría interesar, mientras que, por otro lado, también tantearon a Mosquera para hacer algo aquí. Era pues algo muy lógico acabar juntándonos, y ocuparnos de algo que teníamos ahí sin hacer. Pero también hay que decir que la muestra está muy vinculada a un taller que coordiné para Madrid 45 (el programa de artes visuales de la Comunidad de Madrid), una invitación de Sergio Rubira que dio pie a una labor de investigación junto a la Universidad Complutense, y una publicación desarrollada por tres instituciones, producida por la editorial Turner y que se presenta ahora: la Comunidad de Madrid, el OK Center de Linz y el Mudam de Luxemburgo. En edición bilingue, no está asociada a ninguna exposición en concreto, pero sirve para esbozar una mirada general a un periodo muy concreto de mi producción, analizado invitando a amigos para que escribieran sobre él desde diferentes perspectivas. Se han juntado muchas cosas…
Porque ha habido antes expos en Luxemburgo y Austria, entiendo.
Sí. Y todo se ha concatenado: Venecia, Mudam, Linz, Turner… Las exposiciones en esos destinos fueron diferentes, muy diferentes. Corrieron paralelas en el tiempo la austriaca y la luxemburguesa, mientras esta quedaba descolgada a después del verano pero en una fecha excelente.

Lo que puede resultar curioso es que, de alguna forma, como se anuncia, esta cita sea su homenaje a los bombardeos de Guernica de hace 80 años. ¿Por qué Guernica?
Esa es también una larga historia. Al Guernica le celebramos casi todos los cumpleaños. Es de las pocas cosas extraordinarias que hacemos de forma continua, quizás por empatía, por la significación de una obra basada en una tragedia local muy concreta pero que fue capaz de trascender y traducirse a un idioma universal, con unas consecuencias muy filantrópicas y deseables para el arte. Y curiosamente su autor no era un artista tan político, aunque aquí fue capaz de darle esa dimensión a su labor. Pero no sólo es el aniversario de Guernica y del Guernica. Hacemos esta entrevista un 11-S, en la mente de todos los estadounidenses. Hay multitud de aniversarios sobre tragedias que deberían servir para pensar hacia dónde nos dirigimos. Ya en el 75 aniversario de Guernica, Artium me invitó a hacer un trabajo sobre la cuestión y yo comencé a reflexionar sobre la idea de los bombardeos y la Guerra Civil española. Pero sentí que me quedaba corta, porque esta se solapaba con la segunda guerra chino-japonesa de 1937, demoledora, que se produjo justo después de la ítalo-abisinia, mientras que la guerra del Rif era precedente del bombardeo vasco, antesala de la II Guerra Mundial… Y ello me llevó a preguntarme desde cuándo es posible volar. Se vende Guernica como el primer bombardeo sobre la población civil de la Humanidad y ni mucho menos lo es, pues hay precedentes. Es posible volar desde 1903. Hay una disputa si fueron los hermanos Wright o Alberto Santos Dumont. Y ya en 1912 se contabilizan las primeras víctimas civiles, en menos de una década. Ese es el origen de este proyecto, muy largo, juntando piezas muy dispersas, investigando, ayudándonos de internet, que es una herramienta extraordinaria, de archivos fabulosos como el de ABC o La Vanguardia… Y todos los bombardeos a civiles son igual de dramáticos, del primero al último. Hoy se repiten en Yemen, en Siria, en Irak…
Acude a Samuel Beckett para titular la exposición: “Manchas en el silencio”. ¿Cómo la definiría?
Como el propio Beckett: ese libro era una recopilación de textos, y esto una compilación de obras que también se concatenan, aunque la principal es El rayo que no cesa. Esa obra audiovisual crece ahora aquí gracias a las ayudas BBVA que gané en 2015, lo que ha permitido digitalizar la base de datos en la que se basa el proyecto, de forma que toda esa información a la que antes se accedía solo a través del vídeo, ahora se puede consultar en la red, incorporar nuevos datos, actualizarlos, sumar bibliografía… Por eso, cuando el espectador llega al final de la sala se topa con un espacio de trabajo en el que seguiremos incluyendo esos datos. Y el muro que sirve de proyección, por su parte trasera, es un buen soporte para contener todas fuentes que hemos manejado, junto a otro muro de doce metros (el más grande de mi carrera y el más grande expuesto aquí hasta la fecha, aunque ni se trataba de alcanzar récords, ni de romperlos a través de tragedias) con los nombres por orden cronológico de las ciudades que en algún momento fueron bombardeadas y con víctimas civiles, y que han sido registradas por el sistema. En definitiva, es una manera de ver el backstage de la obra. De hecho, si lo consultas y ves que no está tu pueblo, eso nos puede dar pie a incluirlo, tras investigar la veracidad de la información.
La sala tiene una especie de banda sonora de fondo…
El sonido que se escucha es el del motor de una avioneta Piper del vídeo Piper Prometeo, que arrastra en un cartel la fórmula física de la elevación, gracias a la cual podemos hoy volar. Todo empezó ahí. De hecho, recibe al visitante, para que no olvidemos como un sueño asentado en la tecnología puede tener un uso perverso. Esa lona también se incluyen en la muestra, como los bordados de la serie Tufting, paños que muestran imágenes fijas de los mapas de los vídeos, las cicatrices del territorio. Porque cuando una localidad ha sido bombardeada, en la cartografía que genera el proyecto su nombre se preimpresiona sobre el mapa y no se desvanece, lo que da pie, si ha sido masacrada muchas veces, a auténticas manchas sobre el mapa. En esta última versión de la obra hemos quitado incluso las fronteras, porque esto no es un asunto de países, sino de guernicas, de ciudades cuyas poblaciones civiles fueron bombardeadas. Esos borrones grabados a muerte en la orografía, en el terreno, se reflejan en unos bordados a máquina, para que la tela también quede afectada. Es lo delicado frente a lo terrible.
En la planta superior se reproduce la importancia que le otorgo también a la idea de tiempo con una instalación que se mostró en Luxemburgo. Son 360 mecanismos de reloj, todos en hora, cada uno de los cuales se corresponde con uno de los 360 grados en los que dividimos la esfera del globo. No es pues tan solo ese principio de la navegación que te permite localizarte en grados y minutos, sino también ese tiempo de la globalización, un tiempo presente e infinito. El montaje permite que te sitúes en el centro de todo, en un tic tac permanente que suena cacofónicamente a la vez y que parece una lluvia constante. El rayo que no cesa arranca en 1912 y llega al 14 de agosto de 2017, hasta Siria, con las 12 víctimas de Al Raqqa.
En el fondo, esta es una cita muy “rizomática”, en la que un proyecto como “El rayo que no cesa” no está cerrado y sigue creciendo en sala, y del que se derivan los demás.
Es que El rayo que no cesa es una obra que necesita de muchas cabezas para su desarrollo. Nos hemos apoyado en muchas fuentes, muchas instituciones, muchos investigadores… En realidad yo no soy su autora: es una obra que ha hecho la Historia, las guerras, los ejércitos. Es una cartografía que se va haciendo. Un tejido constante.
¿Por qué es importante que el arte contemporáneo se nutra de la Historia?
Porque si no sabes de donde vienes es imposible que entiendas el presente o puedas imaginas a dónde puedes ir. Este trabajo crea una sensación de dejà vu permanente, en el que el tiempo es una constante fundamental. Ante los vídeos ves como este se sucede, cómo evoluciona la tecnología (cómo hoy tendemos a los drones, que son casi como videojuegos a distancia). Sin embargo, el tipo de destrucción que se genera, de daños, de víctimas es el mismo. ¡Estamos atrapados en una cápsula! Puede resultar un poco coñazo volver a llamar a la puerta del Guernica, este es un icono que aún funciona.

¿Hay más obras con esa capacidad, si de derechos civiles se refiere?
Hombre, La libertad guiando al pueblo, de Delacroix, tampoco está mal…
Y sobre la que usted también ha trabajado.
Son obras de arte que trascienden su propia naturaleza. Son políticas porque tienen una trascendencia más allá de un proyecto artístico. Se estudian desde la Historia del Arte, pero su ramificación es enorme.
Mosquera arranca su texto para el libro haciendo alusión a la brecha que separa hoy al artista del público. ¿Cómo consigue acercar Cristina Lucas a la gente de la calle a la creación contemporánea?
Primero, y no es este un dato despreciable, poniéndolos a investigar. Yo te doy la oportunidad de que en un proyecto como este me cuentes tu historia. Alguna vez me han dicho, y como si fuera una crítica negativa de mi trabajo, que soy pedagógica. Eso, lejos de encenderme, me entusiasma. Porque no quiero que sea inaccesible. Yo escribo sobre él y hablo sobre él, y te lo explico todas las veces que haga falta. No tengo pavor a explicar lo que hago porque lo domino.
Supongo que cuando los contenidos del trabajo son políticos, costará también conseguir el beneplácito de todos. ¿Es algo que persigue un artista?
Hay que trabajar, a pesar de que los contenidos sean problemáticos. La política es una gran disciplina que proviene de la filosofía, del diálogo y de la convivencia. Estamos demasiado acostumbrados a una política concentrada en partidos y, por tanto, con créditos a cuatro años, y, por lo mismo, con amigos y con consecuencias. El arte no debería nunca asociarse a esa dialéctica, que no digo que no haya quien tenga que hacerla, pero esa persona no es el artista. A mí no me interesa. Sobre todo porque a nosotros nos corresponde contar otras cosas. Por eso se han obviado los países en esta cartografía. Solo aparecen ciudades dañadas, ciudades Guernica.
Mosquera se para a analizar la relación entre lo político y lo estético en el arte: ¿Es entonces el suyo “arte político”?
Para mí el elemento estético es fundamental. La lectura que yo puedo ofrecer de una situación tiene que ser visual. Ese es el lenguaje que yo domino. Por eso muchas veces tomo frases de la literatura. Es básico usar bien las palabras, los conceptos y las imágenes para transmitir correctamente la obra en cuestión. Y esa debe ser mi preocupación política y estética.
El comisario también habla de su tendencia al uso del humor y la ironía de forma habitual en su trabajo. Está desaparece en estos proyectos. ¿Poca broma con algunos temas?
Sería cruel ponerle humor a esto. No me lo imagino. También me dicen muchas veces que ya no soy tan feminista como antes. Posiblemente este proyecto, si bien no es feminista, si que es “femenino”, dado que muchas veces la memoria histórica de lo sucedido queda en manos del trabajo de hormiguita de miles de mujeres tejiendo datos. De hecho, en este caso, salvo un chico, todo han sido investigadoras en Madrid 45 y en la Complutense. Y esa idea de tejer, aunque sea a máquina… La paciencia de andar urdiendo datos sobre una manta infinita no sé si es feminista pero sí que tiene un lado femenino. Yo he presenciado la santa paciencia de mi abuela tejiendo día tras día, tras día… Aquí hay mucho de eso.
Tal y como está el panorama, mójese un poco. ¿Cree que tendrá que acabar añadiendo al proyecto la fecha y el lugar de «Barcelona, 2 de octubre de 2017»?
Podría ser. No sería una medida ilógica. Me explico: Antes de este proyecto de las bombas realicé el denominado Pantone en el que ya quedaba claro que todas las fronteras se dibujan con sangre, porque si no lo haces así, no se respetan. Una generación podrá votar en un referéndum democrático, aunque también hay que revisar el concepto de democracia, pero no dejará de ser una que decide por tantas y tantas posteriores y anteriores. La democracia debe ser un ejercicio activo y no un dogma de fe, de forma que cada 15 años habría que decidir sobre cuestiones como estas. Un referéndum me parece algo poco consistente para decidir un cambio de estructuras, de líneas de fronteras. El último que ha tenido lugar en el mundo fue el de Sudán del Sur y llevan 30 años derramando sangre; el anterior fue Kosovo, en 2001, terrible… Es verdad que en el pasado se han comprado y vendido territorios: Alaska, Miami… Lo cambios de frontera son complicados, se dan porque estas están vivas, por eso la idea de identidad nacional es extraña, y se respetan porque se preceden de una gran violencia y de mucha sangre que se derramó para que esa línea se dibuje en el suelo. Que se lo digan a los palestinos. La democracia es fantástica, pero siempre que esté viva y se mueva. El neonacionalismo neoliberal no me hace ni media ilusión, sobre todo porque creo que los retos que nos quedan por vivir son mucho más globalizados. La idea de Estado en sí ya es obsoleta, y no sirve para tantas cosas. Cuestiones que nos deben preocupar como los mares contaminados, la polución en el aire, no tienen fronteras o soluciones locales. ¿En realidad me estás contado que como eres más rico te quieres separar para no juntarte con los pobres? ¿Te parece eso respetable? Pero está claro que tenemos un problema en Cataluña que debe ser escuchado y resuelto. No podemos darle la espalda, obviar o negar. Ningunearlo no lo resuelve.
Para ver “Clockwise” hay que elevarse como un avión a la segunda planta…
Esa pieza es una reflexión sobre la superglobalización del tiempo presente que, según Sloterdik, comenzó en 1519 cuando se culminó la primera vuelta al mundo, porque antes se tenía la noción de que este era plano (y yo creo que ahora lo vuelve a ser). Su razón, curiosamente, también fue económica: abrir nuevas rutas comerciales. Cuando te introduces en la pieza estás como en un loop, un no tiempo permanente, como abajo parece que no acaba la tragedia del bombardeo continuo. Pero también esa necesidad de inmediatez, de chatear por whatsapp o vivir todos en la web, hace que la idea de tiempo se haya deconstruido completamente. Esto es algo que nos afecta tantísimo que nos lleva a pensar que solo podemos estar tranquilos dentro del ojo del huracán. Allí quizás está la calma. Eso es lo que yo propongo. La hora local marca el inicio de un recorrido que se completa en 360 grados.
El libro de Turner recorre sus últimos diez años como artista. ¿Cómo entiende usted esta publicación?
La valoro muy positivamente. A mí me ha servido para llamar a amigos, pues con todos los que escriben tengo una buena relación anterior. Cada uno se ha centrado en un aspecto que le parecía interesante de mi labor o sobre la que antes habíamos hecho juntos alguna cosa. Es una manera de poner una trayectoria en perspectiva, aunque la lectura está necesariamente concatenada. Es un poco caótico, pero los textos se leen fácilmente y se entiende el resultado final. Turner es además una editorial fantástica, que yo sigo desde hace tiempo. Fue bonito trabajar con ellos. No creo que el formato libro esté agotado en este mundo digital. La relación con el objeto aún es necesaria. Incluso creo que la memoria funciona mejor cuando el soporte es un libro. Hacer una buena publicación funciona bien a muchos niveles. Esta no es pretenciosa, es pequeñita, se lee bien…

No es normal que el artista escriba en su propio libro-catálogo. ¿Por qué vio la necesidad de hacerlo?
Para serte sincera, falló la persona que tenía que escribir sobre el aspecto económico en mi trabajo. Ese es el principal motivo de que yo me atreviera. No hay que darle más ínfulas. Yo soy capaz de escribir. No es lo que mejor hago, pero recuerdo que mi primer trabajo fue como periodista. El rayo que no cesa está muy vinculado a este sector. He hecho muchas preguntas. La entrevista es un género que he usado mucho… Me gusta más preguntar que escribir, pero puedo hacerlo.
¿Sobre qué quiere seguir preguntando?
La globalización, sus orígenes, me tiene absorta y preparo un proyecto sobre esto. Eso se cruzará con algunos viajes, una residencia en Filipinas…
La obra “Plusvalía”, en Matadero, demostraba que todo tiene un precio. ¿También Cristina Lucas?
¡Sí! Además, yo soy barata.
