«Un valor como el del amor no es en absoluto inmutable»
Fundadora del colectivo NoPhoto, y una de las voces más autorizadas de la foto escenificada en España, Marta Soul recurre a la figura de Corín Tellado para desojar la margarita del amor romántico

Corín Tellado tiene el récord de ser una de las autoras más leídas en español, con el permiso de Cervantes. Llegó a publicar más de 4.000 libros –algunos saltaron al cine–, de lo que se conoce como «novela rosa», creando así buena parte de los arqutipos de lo que muchas generaciones han entendido en nuestro país como «amor romántico». Es lógico que una autora como Marta Soul (Madrid, 1973), preocupada por las emociones, los estereotipos y los constructos sociales terminara reparando en su figura, aunque su relación con la misma, en su juventud, no fuera buena. El resultado es Tras las huellas de Corín, un proyecto que se despliega en múltiples formatos (incluido un curioso fotolibro), que esta primavera se convierte en exposición en el Instituto Cervantes de Manchester. Una propuesta que enamora.
Su relación con Corín Tellado es de amor-odio. ¿Por qué era ahora una buena excusa un proyecto?
Yo conocí sus novelas de adolescente, pues mi madre fue una ferviente admiradora. Ella, a su vez, de joven, no las compraba, sino que las alquilaba, de forma que todas las chicas del barrio se iban pasando estos libros, que casi se publicaban semanalmente. Yo tenía muchos prejuicios con la novela rosa: no solo se trataba de ir a la contra de lo que le gustaba a mis padres sino de considerarme de una generación «más liberada» en aspectos como los que estos libros reflejaban. De hecho, me daba un poco de vergüenza que fuera la autora más leída en casa y formara parte de la pequeña biblioteca que pudiéramos conformar allí. Pero más adelante, al venirme a vivir a Inglaterra, en mis viajes de nuevo a Madrid me empecé a sentir muy turista, entrando de nuevo en contacto con las fotonovelas en el Rastro.
Que empezó a coleccionar.
Así es. Y eso me llevó a rememorar mis tiempos de la infancia y adolescencia, ya con cariño, con la cercanía que te da el hecho de vivir fuera y necesitar sentirte cerca de tus raíces, sean estas las que sean. Vivir en el extranjero me ha llevado a interesarme por este personaje en concreto, y que, además, empezara a trabajar con material de archivo, algo que no integraba hasta ahora en mi producción, que siempre procura crear fotos nuevas, inspiradas en el cine o la literatura. Y al llevar tiempo trabajando sobre la idea del amor romántico, se me ocurrió comenzar este proyecto medio homenaje, medio reconciliación con su figura. Y empezar a valorarla como mujer con mucha fuerza, muy trabajadora.

«Tras las huellas de Corín» se divide en varios capítulos: collages, fotos, fotolibro, película…
Lo más importante ha sido la necesidad de integrar el archivo. El punto de partida fue la recreación escénica de parejas inspiradas en novelas que representaran la transformación de lo que antes y ahora se entendía por «romanticismo» o «amor romántico». Y también influido, no solo por el aislamiento resultado del confinamiento del coronavirus, sino porque mi actividad fotográfica ha cambiado. En Madrid me relacionaba mucho más con la gente, nuestra cultura latina es de acercamiento, de abrazo, de conversación, algo completamente diferente aquí, donde además estaba la barrera del idioma. De ahí, el salto al collage, que consideraba algo atrevido, aunque siempre me había interesado. Creo que este proyecto me ha liberado de muchos prejuicios a muchos niveles. Pero me interesaba el concepto comercial de la obra de Corín Tellado, su espíritu medio pop, el estilo de la publicación…
Que a usted le da pie a un fotolibro que no es el fotolibro canónico.
Así es. Yo propongo una especie de novela corta desde la fotografía, en un estilo minimalista, resolutivo, que se divide en cinco piezas que se transforma cada una de ellas en un póster, que es un objeto de consumo, y que, en cierta manera, reflejan lo que Corín Tellado hacía de su obra. Ella convertía sus historias en objetos de consumo al alcance de cualquiera. Tengo otro fotolibro publicado, perteneciente a mi serie Idilios, cuyo formato es el clásico, de objeto muy cuidado, con papel especial de máxima calidad… El que propongo ahora es un producto más barato, más asequible, con la intención de que, con el tiempo, se sumen más capítulos o sets, como esta autora hacía con sus novelas. Quiero crear una colección.
No es la primera vez que se acerca a las emociones como si de una socióloga o antropóloga se tratara. ¿Pretende su trabajo mostrar las costuras de los constructos culturales que subyacen bajo las mismas?
Me interesa trabajar desde el ámbito sociológico y psicológico lo que abordo. Y plasmar todo eso en fotografía, recoger emociones, es todo un reto. Comencé en mis inicios con un primer proyecto que abordaba el tema del amor, Chance of Love (2005), en el que me ocupaba de mujeres inmigrantes que se casaban con españoles, algo que trataba desde un punto de vista más documental, pero integrando siempre un elemento de ficción que luego me ha caracterizado. Y yo funciono así: lo que me seduce es lo que proyectamos, nuestro comportamiento y el elemento cultural que eso conlleva. Cómo interactuamos y cómo esa interacción tiene unas consecuencias –políticas, científicas, medioambientales–, que yo no me paro a analizar del todo. Mi ámbito es el de los comportamientos y las emociones. Su razón de ser. Me interesa más cómo se construye la cultura y cómo se transforma con el paso del tiempo. Porque valores como el del amor, no digamos el de la familia, no son inmutables.
¿Y por qué funcionaba bien la estética «clásica», «de época», para hablar de esos conceptos en la contemporaneidad?
Yo valoro mucho la memoria, lo que resulta algo raro en la actualidad, en la que el estilo de vida que predomina es rápido, fugaz, efímero. Y el hecho de acentuar una estética que te retrotrae a cierta época, que evoca ciertas sensaciones, me parece un aprendizaje. Siempre me ha gustado que así sea. Es una invitación a no querer perder la memoria. Me gusta mucho jugar con la parte estética de las propuestas. Me encantan los años sesenta –también la década de los ochenta, aunque yo soy más de los noventa–, una época de la que estaba enamorada de niña, aunque luego en la adolescencia rechazara todo lo que mi madre me quisiera inculcar, incluida su juventud.
¿Y hemos cambiado tanto, desde los conceptos que usted baraja, los del amor, los de la pareja, de los sesenta a ahora?
Se ha cambiado bastante. Aunque el romanticismo o la idea de amor romántico sigue ahí. Forma parte de nuestra cultura y seguimos creyendo que la vida se soluciona enamorándose de alguien. Eso es más difícil de sacarlo de la cabeza. Pero se ha cambiado en parte porque nuestro estilo de vida consumista también afecta a nuestras relaciones afectivas. Nos cansamos mucho de todo y muy pronto, incluidas las personas que nos rodean. Quizás del siglo XVIII al XX, la noción de romanticismo fue muy similar. Pero, de pronto, del siglo XX al XXI las parejas son otra cosa. Y las familias, ni te cuento. Pero tampoco sé si nos hemos adaptado a los cambios, que provocan problemas precisamente por ser muy rápidos. Y a ello se une el cambio del rol de la mujer. Su imagen evoluciona ascendentemente también de forma vertiginosa. Y todos ellos se perciben al analizar los valores de nuestros padres y aquellos con los que nosotros vivimos ahora. Ahora lo que prima es la realización personal, el individualismo, el quererse a uno mismo… Todos simpatizamos con estos eslóganes. Nuestros abuelos verían esto como algo marciano. Y no hace tanto.

En definitiva, ¿cómo encaja este proyecto en su trayectoria?
Además de con el archivo, ahora mismo, y gracias a Tras las huellas de Corín, he comenzado también a trabajar con cine, que es algo que no había hecho, aunque sí que había tocado el vídeo. E intento relacionarlo con la labor fotográfica porque me parece que hay una vinculación con la parte escenográfica de mis imágenes. Y es más desde fuera que la gente ve la relación entre unas cosas y otras. Es ese «esto que has hecho es ‘muy tú’». No estoy muy segura qué quiere decir eso pero sucede. Yo prefiero dejarme llevar y no plantearme lo que hago. No creo que vaya a abandonar la fotografía, que es donde me siento más cómoda, pero me doy pie a dejarme seducir por otras cosas. Lo mismo el cine no me da para más de sí que para este proyecto. No lo sé. Me dejo llevar. Soy más fiel a mí misma en cuanto que me siguen interesando los mismos temas. No creo haber cambiado demasiado.
Y en la fotografía, representa lo que se conoce como «fotografía escenificada». ¿Por qué se siente cómoda en esta fórmula?
¡Porque me divierto bastante! Tengo que ser sincera: soy una malísima reportera, y el captar el «momento preciso» de Cartier-Bresson no se me da. Me gusta más meditar la imagen, crear sus personajes, dirigirlos… Es otra especie de trabajo coperativo, en el que todos creemos en todos. Pero no fue algo premeditado en mis inicios. Entonces intenté tocar todos los palos. También me gusta el bodegón, pero hacerlo es algo aburrido, solitario… A mí me llama interactuar con la gente. Quiero pensar que la que aparece en mis fotos también disfruta. Aunque la mayor parte de mis colaboradores son amigos. Eso lo facilita todo mucho.
Afirma que a la fotografía casi llegó por casualidad, que «lo echó a suertes». Supongo que, a estas alturas, sí que estará más convencida de lo que hace.
Sí. Pero lo más importante es la determinación. Lo que yo quería expresar con eso es que considero que todo es más azaroso de lo que pensamos. No me creo nada que alguien nazca para ser algo. Es como un mito. Decir que soy fotógrafo por casualidad es una manera de ir a la contra, de ir a la contra de mitificar al artista o al fotógrafo como un sujeto especialmente talentoso. Todo es desarrollo, es tiempo, es determinación y trabajo. Creo que funciona más lo de «estar en el lugar indicado en el momento preciso». No hay más.
Consideraba además la técnica como algo muy masculino. Eso enroca con su interés por las identidades de género. ¿En qué punto nos encontramos?
Estamos viviendo una etapa en la que la figura de la mujer está siendo más fructífera que nunca. Eso es fenomenal. ¡Qué te voy a decir yo que lo soy! Cuando empecé lo hice en un colectivo en el que solo éramos dos chicas de trece que lo conformábamos. Viví esa etapa en la que ser mujer fotógrafo era algo «especial», lo raro. Ahora eso no es así: se nos está dando más voz, se nos presta más atención. El único problema es que hay una competitividad enorme entre hombres y mujeres que entronca con la etapa competitiva que vivimos. Ahora es fácil ver el trabajo de autoras muy interesantes, pero en los noventa, cuando yo empecé, no era tan común, no se las visibilizaba. Posiblemente porque las mujeres siempre nos hemos exigido mucho a nosotras mismas y no hemos creído en nosotras. Es nuestro gran pecado. Pero hemos pasado de no creer en nosotras a vernos como las protagonistas del futuro. El cambio es radical. Y hay que pararse a pensar y procesarlo. Ni es una cosa ni es la otra. A mí siempre me ha gustado todo lo colaborativo, he hecho cositas de comisariado, y en breve lanzaré unos encuentros en el Centro Cultural de España en Lima con autoras fotógrafas de nuestro país. Es algo muy bonito porque ayudará a visibilizarlas. Porque no creo que sean tan conocidas ni dentro ni fuera de España.

Hábleme de esta propuesta.
Se presenta el día 18 y se titula Cómo ser fotógrafa. Será una serie de encuentros online organizados con autoras españolas. Ellas presentarán su trabajo y también se realizará una convocatoria de visionado de portfolios. El encuentro online quedará grabado, subtitulado en inglés, y podrá visitarse en la web del Centro Cultural y también en mi canal de youtube. Asimismo, hay una página de Instagram donde se irán colgando imágenes: @como_ser_fotografa. Las participantes en este primer encuentro son Cristina de Middel, Laia Abril, Paula Anta, Gloria Oyarzábal y Soledad Córdoba. El objetivo de esta iniciativa es visibilizar la labor de fotógrafas españolas en activo, incluyendo los retos a los que se enfrentan dentro de la escena cultural contemporánea. Pero creo que es toda la fotografía española en general la que tiene poca visibilidad en el extranjero. Aquí en Reino Unido conocen la obra de Alberto García-Alix y quizás, Cristina García Rodero. Pero hay toda una generación joven que pisa muy fuerte.
¿La causa de que usted viva ahora en Inglaterra fue la falta de oportunidades en España?
Yo llevo aquí ya siete años, y la causa fue que mi pareja, profesor de psicología de la Complutense, se quedó sin trabajo y le hicieron una buena oferta aquí. Nos lo planteamos y nos tiramos a la piscina. Pensamos en ello también como una aventura, que no me iba además a afectar demasiado, porque iba a poder viajar a España. En ese momento yo trabajaba en el Centro de Arte de Alcobendas, tenía un proyecto con ellos, pero se hizo evidente que para hacer cosas aquí tienes que estar aquí. Fue una decisión familiar porque nuestra base económica era mi pareja. Como artista y fotógrafa, mi situación siempre ha sido muy inestable, pero como el 99 por ciento de los artistas en España, con temporadas buenas, pero muchas más bajas en las que necesitas ayudas.
Comentó antes su relación con el colectivo NoPhoto, porque siempre creyó en construir desde lo colectivo. ¿Sigue pensando lo mismo?
Estoy completamente a favor de la cooperación. Me parece que es la única forma de sobrevivir. Y creo que lo que conseguimos con NoPhoto sería muy complicado de repetir, precisamente porque la tendencia es a individualizar carreras, a centralizar los éxitos y generar «héroes». Esto es casi una doctrina que te persigue socialmente, en el cine, en la televisión, la idea del que uno se construye a sí mismo y se vale por sí solo, lo que hace muy complicado trabajar en equipo. Sobre todo en el arte. Pesa mucho la idea del artista solo en el mundo. Pero para cualquier disciplina, artística o científica, creo en la cooperación. Es más: es que creo en la cooperación arte-ciencia. Hasta en la elaboración de vacunas debería haber artistas, aunque sea para mostrar y explicar los resultados. En Inglaterra se están empezando a dar cuenta de que esta es la forma de avanzar, mezclando ciencia y humanidades, potenciando la filosofía…
¿Cuáles fueron esos logros del colectivo?
Conseguimos posicionarnos en la fotografía, conseguimos avanzar como fotógrafos, nos ayudábamos y retroalimentábamos unos de otros continuamente, ayudamos a la visibilización de todos y a la profesionalización de nuestras prácticas. Crecimos juntos como fotógrafos, incluso a nivel internacional. Conseguimos cosas que cada uno por separado no habría logrado. Para mí será siempre como una especie de familia.

Sin embargo, no la leo muy amiga de las redes sociales para fomentar lo fotográfico…
Efectivamente. Soy esclava pero no amiga de las redes sociales. No trabajo con gusto en ellas. No tengo nada bueno que decir de las mismas. Y no quiero sonar a ir en contra de los avances tecnológicos, pero es que es una dictadura, en la que hay de todo menos libertad, la censura campa a sus anchas…
El proyecto de Corín se va a exponer en Manchester esta primavera.
La exposición, en el Instituto Cervantes, se ha vuelto a atrasar por el covid. Aquí en Reino Unido vamos a volver a salir a la calle a partir de la semana que viene, que vuelven los niños al colegio. Entonces será cuando retome las conversaciones en esta montaña de incertidumbres que es hoy todo. Así que, antes de mayo, no creo que sea posible. Donde sí que se va a ver el proyecto de manera virtual es en mi galería de Sidney desde finales de este mes.
¿En España hay forma de ver el proyecto?
Pues una de las fotos fue seleccionada para el concurso Pilar Citoler y, como estoy trabajando con La Fábrica, ellos han puesto en marcha PHotoEspaña Gallery en Madrid con una exposición colectiva de su colección permanente de la que una de las obras de Tras las huellas de Corín forma parte. Estoy al lado de Diane Arbus y Javier Campano, por lo que no puedo estar más encantada. Con los clásicos: estoy como una reina.
¿Y después?
Durante el confinamiento británico he hecho un documental, un corto sobre este momento, con mi hija de protagonista, que ya es adolescente y que tienen estos problemas resultados de la situación: Ansiedad, ataques de pánico… Y estoy esperando a «que nos suelten» para retomar la película que se quedó a medias antes de que llegara la pandemia. Quiero hacer un par de capítulos más de Corín y cerrar ese proyecto. En esas estoy, pero es muy difícil hacer planes de futuro en estos momentos. Lo mejor es dejarse llevar, y eso es lo que estoy haciendo.

Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 6 de marzo de 2021. Nº 1.461