“Siento que la ciudad no se me agota”
Extraños objetos domésticos que aluden a la urbe ocupan las salas de la galería Raquel Ponce en Madrid. Con ellos, la escultora Esther Pizarro convierte lo cotidiano en prótesis de nuestra existencia

Hacia cinco años que Esther Pizarro (Madrid, 1967) no entraba en una galería. Le han tenido ocupada sus proyectos urbanos, en los que ha seguido analizando la ciudad y las formas contemporáneas de habitar: «Necesitaba volver al espacio privado, sobre todo, porque es en él en el que descubro como avanza mi obra. Pero necesito alternar los dos ámbitos y ver cómo uno alimenta al otro. Me resisto a considerarme una escultora de pequeñas escalas». Su atención se posa ahora en lo doméstico, y cómo este se construye desde el exterior. Es la filosofía de su mestra en Raquel Ponce, cuya génesis siguió de cerca el reportaje “Los oficios de la Cultura” de RTVE.
Vuelve renovada a la galería. ¿Cómo definiría «Prótesis domésticas»?
La muestra es una vuelta de tuerca en mi obra. En series anteriores, investigué sobre la ciudad y cómo el hombre se encuentra en ella y con ella. Ahora tiendo a la casa, a un habitar más privado, pero teniendo en cuenta cómo lo interior se vuelve exterior, y viceversa.
La muestra se asienta en un triple concepto: lo urbano, lo doméstico y lo protésico.
En mi búsqueda de nuevas topografías para la ciudad, el contexto doméstico no deja de ser nuestro referente diario. Eso me lleva a trabajar con los objetos, pero carentes de memoria, muy identificables, que al ser entendidos como cuerpos, comienzan a deformarse, a generar una especie de tumores… Investigo en el concepto de prótesis como instrumento que se utiliza para corregir o suplantar. Esas ideas, aplicadas a la escultura, dan pie a la génesis de la cita.
¿Es posible entender su escultura sin atender a la arquitectura?
No. La escultura que yo hago se diferencia de la arquitectura tan sólo por su escala. Bebo mucho de cómo los arquitectos buscan y entienden la ciudad. Y me interesan esos crecimientos espontáneos que suceden en ella y que a veces se nos escapan, porque no están canalizados ni por la legislación, ni por los urbanistas. Los asentamientos espontáneos, de ahí el nombre de algunas piezas, con los que el hombre, espontáneamente, genera su hábitat. Lo mío no es una reflexión sobre la arquitectura de autor, sino sobre el acto de habitar; sobre ese cubículo que el hombre genera para protegerse y para marcar la barrera entre lo que considera privado y público.

En sus intereses se ha producido un desplazamiento del centro de la ciudad a la periferia y de ahí, ahora, a los núcleos privados. ¿Son las conclusiones las mismas?
No lo son, como tampoco lo son los modelos de análisis. Es cierto que mi trabajo ha evolucionado a modo de zoom conceptual, que poco a poco comienza a deconstruirse. Y mis conclusiones han sido siempre muy difusas. Para mí, la reflexión se mueve en las barreras de los no-límites, de lo difuso, de lo espectral, de lo blanco. Intento limpiar. Creo que cada vez tenemos más información, algo que también afecta a la ciudad. Llega un punto en tu carrera en el que te desprendes de lo accesorio y crece la capacidad de pulir.
Al servirse de objetos, la escala humana se hace más evidente.
Sólo en una ocasión hubo una alusión directa al cuerpo humano en mi obra anterior. Sin embargo, está siempre presente a través de la ausencia. Al trabajar ahora con objetos cotidianos, la escala me ha venido impuesta. Y no es circunstancial que en los títulos de las piezas, la primera parte haga relación al objeto. Quería que su presencia fuera máxima. El segundo epígrafe hace alusión a un modelo de crecimiento urbano. Y salvo la pieza central, una estantería compuesta por módulos que podría tener una extensión infinita, el resto tienen unos límites muy concretos. Eso es algo muy habitual en mi obra. Y la escala siempre ha sido un reto básico, porque creo que es ahí donde reside mi posibilidad de crecer.
Tras su paso por la Expo de Shanghai, la luz se ha convertido en un material escultórico más.
Piel de luz, en Shanghai me permitió hacerlo. Ahora se ha transformado en un material más, aunque no corpóreo, que es capaz de cambiar la formalización final de la pieza y su lectura. En el caso de las estanterías, esa luz es periférica y dirige la mirada a un centro, mientras que la cuna ofrece una luz puntual. Para mí, la tierra es lo macizo, y la arquitectura es vacío; por eso necesitaba ese aspecto gélido en las obras que la luz aporta al resto de materiales. Sin la luz, parecerían hechas de piedra y eso acabaria con esa tensión.
Reconocemos esos objetos cotidianos que menciona en las obras: cunas, mesas, estanterías, perchas… Sin embargo, nos resultan extraños.
Las obras actúan en un doble movimiento. Primero atraen, porque resultan familiares. Pero en un segundo momento, la sensación de sorpresa y extrañamiento nos inunda. Merleau Ponty habla ya en los setenta de ese concepto unido a ser contemporáneo: el sujeto se convierte en un ser extraño en su propio contexto. Por eso esta ciudad ya no tiene nombre ni apellidos; forma parte de nuestra memoria, a pesar de estar construida a partir de objetos sin memoria. Quería que la exposición también reflejara cierto choque con la ciudad. La ciudad nos arropa, pero también la llevamos a cuestas.

Su aproximación a lo bidimensional, los dibujos que acompañan a las piezas, tiene mucho de tridimensional.
Me gusta acompañar las exposiciones de dibujos que complementan a las esculturas. Pero yo no hago dibujos planos; la idea de capas es fundamental. Ya de entrada, su soporte no es papel, sino metacrilatos, sobre los que trabajo con transferencias. Pero es que yo no concibo la vida de forma plana. Todo lo entiendo desde la tridimensionalidad. En el fondo, hablando de lo doméstico, los dibujos son como ventanas que invitan al espectador a convertirse en voyeur.
¿Ha sacado ya conclusiones de su regreso?
Es pronto para eso, pero sí que he visto cosas sobre las que quiero profundizar. Y lo que me resulta interesante es que la ciudad no se me acaba. Eso es básico despues de casi quince años trabajando con ella. Quizás ésta sea la exposición más objetual que he hecho hasta la fecha, pero los límites de los objetos han quedado bien desbordados. Me interesa rescatar esa idea de lo difuso, porque así es como funciona nuestra memoria. En ese sentido, esta muestra es una exposición de luces y sombras.
Esther Pizarro. “Prótesis domésticas”. Galería Raquel Ponce. Madrid. C/ Alameda, 5. Hasta mediados de abril de 2012
Texto publicado en ABC Cultural el 17 de marzo de 2012