De «hipsterismos» y otras «Movidas»
Tres décadas y media han dado para mucho. También para que surja toda una generación a la que ARCO marcó profundamente en los inicios y que relativizan o contextualizan su efecto en la actualidad. Así lo rememoran algunos de esos agentes

En el que fue el primer acto institucional de ARCO’16, a comienzos de febero y en el Círculo de Bellas Artes, como moderador de una mesa redonda, parafraseaba a Ortega y Gasset Francisco Calvo Serraller (al que, curiosamente, la artista Marina Núñez menciona como «una institución» de la feria: «Todos los años esperábamos su crítica, en la que no le gustaba nada. ¡Algo bueno habría, digo yo!»). Según el filósofo, cada quince años podemos hablar de la pujanza de una nueva generación. Si tenemos en cuenta que la feria madrileña –y española, visto el panorama con perspectiva histórica– cumple en 2016 35 ediciones, en todo ese tiempo han pasado por sus pasillos, con o sin moqueta, tres de ellas.
Los galeristas de Ponce+Robles las describen bien: «Ahí tenemos a la generación pre-ARCO, la que lo puso en marcha, que es la de Juana de Aizpuru, Rosina Gómez Baeza o María Corral. Luego está la nuestra, la que ya ha comprendido lo que es ser una galería del siglo XXI, porque, en la feria aún queda alguna muy siglo XX, pese a que el relevo es real. Y luego está la nueva hornada, la de los jóvenes, la gran sufridora hoy de esta cita, a la que se arrincona según se profesionaliza la feria. Participar en cualquiera de estas citas es caro, y el galerista opta así por artistas consolidados y con currículum para cubrir gastos. Eso es peligroso».
Raquel Ponce, como José Robles, Marina Núñez o el crítico Javier Montes reconocen la existencia de toda una estela de españoles que, de alguna manera, se ha criado profesionalmente al calor de ARCO: «Allí apren- dimos muchos lo que es el arte contemporáneo, quizás de forma equivocada, dado que es una feria y no una bienal. Pero sin duda sí que fue el lugar donde, si bien no tenías por primera vez contacto con los artistas, sí que lo experimentabas con el sistema de críticos, de directores de museo, de comisarios… Y todo a la vez», expone Montes.
De la misma opinión es Juan Canela, que este año 2016 se estrena como curator en la sección Opening, pero que anteriormente vivió la feria de Madrid como galerista desde Nogueras-Blanchard, y mucho antes como visitante, acompañando a sus padres: «No me atrevería a decir si nos ha formado, puesto que una feria no es el mejor lugar para aprender nada, pero sí que nos ha influido. En el caso de los comisarios, por ejemplo, y en un país en el que se observa en algunos un rechazo al mercado, muchos han aprendido a trabajar para una feria, donde uno se relaciona con galerías más que con artistas, y a hacerlo con otros ritmos, para otros públicos, con otras necesidades…».

Para Tania Pardo, ahora implicada con La Casa Encendida, ARCO fue «cita ineludible para toda una generación», aquel escenario en el que uno vivía de alguna manera «una puesta de largo». Y eso que ella, por edad, llegó a la resaca que supuso la Movida, en la que la feria se gesta; casi, casi al cambio de siglo: «Recuerdo que yo empecé a colaborar allí muy pronto. Trabajaba para El Correo de ARCO y, junto a Sergio Rubira y Javier Fuentes Feo, nos tocaba ir a cubrir las mesas redondas. Allí fue donde escuché por primera vez a Hans Ulrich Obrist, a Dan Cameron… He visto a muchas generaciones pasar por ARCO». Pardo colaboraría más tarde como expositoria junto a Masha Prieto y hasta realizaría algún comisariado. «Lo cierto es que la feria no tiene la misma influencia en las nuevas generaciones. Su público, al profesionalizarse, también es otro. Pero es que antes ARCO era lo único que pasaba en el ámbito del arte contemporáneo español. Ahora hay muchísimos más museos, muchísima más oferta expositiva. Ya no hace falta pasar por ARCO. Yo no es la cita ineludible que fue para mi generación y la anterior», confiesa.
Quizás uno de los agentes consultados que la ha seguido de forma más camaleónica ha sido Manuel Segade: primero la visitó como estudiante (él se refiere al «peregrinaje» que los estudiantes de Bellas Artes de provincias» hacían anualmente, algo en lo que también repara Marina Núñez); luego la vivió como comisario-jefe del CGAC, como comisario de Opening… Este año le toca como director del CA2M: «Yo me quedo con ese ARCO punto de encuentro anual que, más que formar generaciones, fomentó el encuentro de unas con otras. Y lo más importante: que ayudó a conectar con miembros de tu propia generación que desconocías que existieran. Yo ya estaba viendo en el CGAC a Boltanski, a Vito Aconcci, pero en Ifema conocí a Ana Laura Aláez, a Carles Congost, a Joan Morey… Gente de mi quinta que rompía en mi cabeza mi noción de lo que era el arte».

¡Y claro que ARCO nos ha enseñado cosas! A los artistas, por ejemplo, cómo se premia a un tipo de obras y se castiga a otras. Lo explica Núñez: «Si solo vas a ferias, te crees que todo el arte contemporáneo es como el que ves en Ifema, pero hay trabajos más sutiles, más críticos, no tan espectaculares que en una cita como esta no encajan. ARCO me enseñó que el éxito de una obra no depende solo de su calidad. Eso es duro. ¿Que da visibilidad? Desde luego, pero tampoco es obligatorio “estar”». A los comisarios, el salón de Madrid les mostró el camino para saltar a una nueva tipología, la del curador de feria, que, como relatan Pardo o Canela, no es para nada desdeñable. A los galeristas, a descubrir lo que es la verdadera competencia (ese insufrible IVA que no nos ha colocado en igualdad de condiciones con las firmas extranjeras) y a «adoptar los cambios en el modelo que ha supuesto todo cambio de paradigma en el mercado», señalan desde Ponce+Robles. Para Montes, que reconoce que el primer ARCO de todo el mundo «es un momento de confusión, catártico, de querer verlo todo y no entender nada» –el suyo tuvo lugar a finales de los noventa–, la experiencia nos prepararó a todos para convivir con normalidad con una propuesta artística como esta, «después de enterrarla y resucitarla tantas veces»: «ARCO se planteó mediático, en un momento en el que había hambre de arte contemporáneo y los medios la recorrían como si de una bienal se tratara. Los críticos también tuvimos que adaptarnos, aprender a movernos por los pabellones, a no dejarse avasallar».
Segade define ARCO como «la mayor institución, quizás la más fuerte del arte español junto al Museo Reina Sofía» (Canela de hecho puntualiza que su nacimiento es anterior): «De cara al coleccionista y al amante del arte en el exterior, es la cita que marca el calendario, la forma como se ve el arte desde España». A su generación, a nuestra generación, es a la que le tocará dar respuesta a los retos de la feria de los próximos 35 años. El prefiere ser más cortoplacista: «Todo apunta a que la edición de 2016 será excelente. El reto es que la de 2017 esté a la altura. Y plantearse hacia dónde se expande. Si Lisboa es un primer paso a desinos más lejanos o solo una sede de consolidación de Madrid». Núñez añora esos tiempos en los que ARCO atraía a tanto público joven, «del que en un momento determinado la feria decidió prescindir». Habría que recuperarlo, «de igual forma que habría de educar a los medios para que no se queden con la anécdota». En «lo joven» pusieron también el acento antes los galeristas, que señalan que, «tras la maduración, toca la depuración, y encontrar tu hueco en un mapa sobredimensionado en citas similares». Pardo y Montes se acuerdan del coleccionismo. El segundo apuesta por generarlo «antes, durante y después de la feria». «Eliminando al país invitado y proponiendo este febrero el espacio comisariado Año 35, ARCO repasa su pasado para mirar al futuro –subraya Canela–. Ese es el gran reto: reinventarnos en un evidente momento de cambio como este». ¿Estamos preparados?

Texto ampliado del publicado en la víspera de ARCO’16 en ABC Cultural