«Lo que yo quiero resaltar es la mirada. Y que esa mirada se fije en mí»
El representante de ABC en ARCO, autor de la portada del número que rinde homenaje a nuestro 30 aniversario, lleva más de dos décadas retratándose en los demás. Llega el momento de dar las gracias a los que le han acompañado en el trayecto

Se ha servido de la fotografía, primero para ‘dibujar’ con ella. Ahora, para ‘esculpir’ historias con la herramienta, dados los resultados tan tridimensionales. Sea como sea, independientemente de la apariencia final, Germán Gómez (Gijón, 1971) emplea la técnica para contar una historia: la historia de su vida. Algo que podría parecer insignificante, pero cuyos resultados son de tal belleza e intensidad que merece la pena conocer. Se vuelve a repetir aquello de que no es tan interesante el destino del viaje sino el llevarlo a cabo.
Y en el de este asturiano afincado desde hace muchos años en Madrid no ha habido nunca personajes secundarios, porque todos los comparecientes le han valido para hablar de sí mismo en primera persona.
En los últimos meses, golpe en la mesa y cambio en el guion: es la hora de homenajear a los acompañantes. Parte de todo eso destila en la portada que Gómez ha preparado para el especial XXX aniversario de ABC Cultural y en los contenidos que ocupan el estand de ABC en ARCO 2022.
¿En qué estaba trabajando cuando recibió este encargo de ABC Cultural?
Estaba imbuido precisamente en la serie que se mostrará en el estand de ABC en ARCOmadrid y que se denomina ‘Rostros’, retratos de personas muy cercanas a mí, gente a la que admiro o que quiero muchísimo, que lleva toda su vida a mi lado. Ya no se trata tanto de llevar a cabo una búsqueda de mi identidad personal en los demás, sino de homenajear a aquellos que admiro por cómo son. Por eso también hay mujeres en esta serie.

Eso es lo que más llama la atención, y una de ellas entra en el estand del periódico en ARCO.
El retrato de la mujer que se presentará en la feria es el de mi mejor amiga. Nos conocimos cuando los dos trabajábamos como guías turísticos. Ese fue un cambio en mi vida grande, pero es que yo venía además de ser profesor de educación especial en un colegio después de nueve años. Y de repente me convierto en guía y me pongo a viajar por toda Europa. Pero no me arrepiento porque aprendí muchísimo y conocí a gente maravillosa. Fueron siete años los que me dediqué a esto. Marta Buján, su nombre, empezó a la vez que yo. Mi meta era conseguir dinero para producir mi propia obra artística y la de Marta, convertirse en guía profesional. Y lo ha conseguido. Está en la ONU con un puesto de esos para toda la vida.
Tiene una biografía curiosa. Cualquiera que le eche un ojo al conjunto verá que ha retratado a gente más anónima pero también a algún famoso…
Eso es porque me he movido mucho, mucho. Y siempre me ha gustado intimar con las personas. Al principio todos mis modelos eran personas desconocidas. Las paraba por la calle y les pedía posar para mí. Me podía mi descaro. Han pasado muchos años, más de veinte, y ahora estamos en una época en la que los modelos me entrar por Instagram.
¿Eso pasa?
Sí, pero no es lo que yo persigo. Aunque también es una herramienta que también he usado yo cuando he querido contactar con algún bailarín, y ha funcionado de maravilla, o con amigos de amigos. A Juan Vidal, del ámbito de la costura, llego desde Lorenzo Caprile, al que conozco desde hace siglos. A cualquier modelo le pido primero que me conozca, que conozcan la obra y, después, que pose para mí. Pueden pasar meses hasta que eso ocurre, y eso es genial, porque se forja una relación con la persona.
Hasta ahora estaba haciendo el mismo retrato: su propio retrato.
Así ha sido hasta ahora. He buscado a distintas personas para contar distintos capítulos de mi vida. Eso me ha permitido esbozar mi propio autorretrato con los rostros de otros. Lo que persigo ahora no es tanto «retratarme» como «retratar mi vida». Quiero tenerlos presentes lo que me quede de vida, pero plásticamente.
Que ha habido evolución técnica a lo largo de las series es evidente, pero, por lo que dice, el verdadero cambio «temático» ha llegado ahora.
Lo que sí que se mantiene es que, para mí, la fotografía es un medio de expresión. Es mi manera de escribir. Si supiera escribir, posiblemente sería guionista, pero no: soy fotógrafo. Soy un comunicador, pero tal vez un comunicador para mí mismo. Comunico lo que siento, y la única forma que sé hacerlo es plásticamente. Ojalá fuera escribiendo: me saldría más barato y el resultado abultaría menos [ríe].

Pero es curioso porque creo que es la primera vez que le oigo definirse como fotógrafo. Siempre ha dicho que dibujaba con la cámara.
Es que manipulo tanto la fotografía, que aunque el inicio es la imagen bidimensional, el resultado final es mucho más escultórico o dibujístico, que es lo que a mí me gusta. Lo que más valoro en el arte es el dibujo y por eso intento que mi obra plástica se relacione con un resultado similar. No quiero que veas uno de mis retratos y pienses que cualquier reportero pudo hacer lo mismo. Quiero que subyazca una lectura en él, que haya una historia detrás. Y creo que algo que ayuda a leer esa historia es que haya una manipulación en los contenidos, que es casi violenta a veces.
Es verdad que sus resultados ahora son muy escultóricos. ¿Cómo llega a ellos?
Todo nace en Estados Unidos. Mi galería local se dio cuenta de que salía más económico mantenerme trabajando allí un año que importar la obra desde España por las tasas que hay que pagar. Allí no tenía los recursos plásticos con los que cuento aquí. Vivía en una casa maravillosa, en un rascacielos enorme en Filadelfia. Pero no había un laboratorio profesional de fotografía. Tenía que ir a Nueva York cada vez que tenía que revelar fotos. Tampoco encontraba los materiales que uso aquí. Por eso empecé a preguntar a amigas restauradoras por posibles sustitutos. Así es como llego, por ejemplo, al papel japonés, que me permitió convertir el fotográfico en un soporte sobre el que dibujar. Eso ocurrió hace ocho años y la técnica se ha perfeccionado. Para mí, mis fotos son técnicamente mejores ahora que entonces, cuando estaba descubriendo la técnica.
¿Y cómo la definiría?
No sabría decir si es ‘collage’. Lo que sí veo es que es una deconstrucción de la fotografía, una manera, otra, de vincular la foto con el dibujo. Ya no me refiero a ellas como «fotografías» sino que las llamo «obras plásticas». ¿Son esculturas? No estoy seguro. ¿Son dibujos? Tampoco. ¿Fotos? Los fotógrafos dirán que no.
En Estados Unidos también desapareció la figura humana en su obra…
Es que desde el rascacielos yo solo veía ciudad y ciudad. Y no tenía la relación que tengo aquí con la gente, a la que llevo fotografiando veinte años… Allí nacieron nuevos modelos, pero lo fueron de un año. Algunos han venido luego a España, vienen a mis inauguraciones, lo que es fantástico, pero no es la relación que tengo con mis amigos. Hay gente que, siguen pasando series, y siguen posando para mí. Por eso en Estados Unidos me empecé a fijar en las arquitecturas. Y cambié la técnica. Esa técnica es la que ahora aplico al retrato.
Con la distancia del tiempo, ¿esas obras arquitectónicas son una coda, una rareza, en un continuo?
Los retratos sí que son un continuo, sí. Y ahora miro lo que he hecho tras Estados Unidos y veo evolución, veo sombras mejoradas, nuevas líneas. Las arquitecturas, curiosamente, funcionan mucho mejor comercialmente, se venden bien, pero no van tanto conmigo. Los retratos necesito hacerlos; las arquitecturas, no.

Una pregunta recurrente de la gente a la que le gusta el arte pero no lo compra es cómo se puede vivir rodeado de retratos de personas a las que no se conoce.
A mí es algo que no me preocupa. Cualquier retrato me inspira, me genera discurso. Para mí son como novelas. Los miro y me hacen pensar. Y la Historia del Arte está lleno de retratos, las obras que más me gustan son retratos. Sus miradas, lo que comunican.
Sus influencias, ¿son pictóricas o fotográficas?
Son más pictóricas, mucho más. Voy al Museo del Prado todas las semanas. Esta mañana he estado allí. Me sitúo, por ejemplo, delante de ‘La fragua de Vulcano’ y me tiro media hora mirándola. Me deleito de su pincelada hasta su composición. Es muy inspirador. Velázquez es una gran influencia. Goya también, con una pincelada totalmente diferente, y me ayuda a comprender mis fracturas de la fotografía como si fueran brochazos muy gruesos. ¡Durero! ¡Esa forma de dibujar! Un contemporáneo: Chuck Close. Veo cómo pinta con las huellas dactilares y veo que eso es parte de mi labor. Hay mucha influencia: los papeles de Giacometti…
¿Se lleva bien con el encargo?
En Estados Unidos estaba a la orden del día. Aquí cuesta mucho más que alguien te haga uno. Allí era muy normal que vieran mis exposiciones y me pidieran hacerse algo igual para ellos, para sus familias. La experiencia es muy interesante.
Pero dice que estaba escribiendo la historia de su vida. De repente entraba en ella un desconocido que quiere formar parte de ella.
Y eso es algo que les digo claramente. Lo curioso es que el comprador siempre es muy respetuoso. Le explico que necesito quedar unos cuantos días, comer juntos, que me cuente de ellos. Y lo cumplen a rajatabla: «Si el artista dice eso es que hay que hacer eso [ríe])». Disfruto de haber hecho cosas así.
Lo de ABC Cultural no ha dejado de ser un encargo.
Absolutamente, solo que un encargo institucional. De una empresa. En el que no conozco a los modelos.
¿Costó mucho dar con esa portada?
¡La de vueltas que la di! Había que encajar 30 rostros, de hombres y mujeres. Los combinaba y no funcionaban de ninguna manera. Pensé en superponerlos, pero tampoco. Sin embargo, me daba cuenta de que los retratos masculinos por su lado empastaban muy bien, y los femeninos, por el suyo, también. Así fue como llegué a la conclusión de que había que diseñar un rostro que fuera la mitad masculino y la otra mitad femenino, atravesado por una línea vertical. Y todas esas partes conformaban un único retrato. Componerlo luego fueron otras tantas horas: cortar, probar y pegar. Reposar, volver.

Pero resolvió rápido.
¡Es que no paré! Dormía y seguía dándole vueltas a la cabeza. ¡Tenía que combinar a 30 personas! Hice diez copias de cada una. Y cortarlas con la guillotina era un trabajo de chinos. Fíjate, tengo obras con más de diez mil teselas o piezas. Aquí el reto no era tanto el número de fragmentos, 30 en total, como el número de fotos que había que manipular para dar con el resultado.
Aquí lo que había que hacer era aplicar la técnica pero buscar la idea que hiciera que el puzle, nunca mejor dicho, encajase.
Exacto. Mezclar hombres, mujeres, desconocidos al fin y al cabo… Y hacer algo digno que conmemorara un aniversario.
Ahora no había tiempo de comer varios días con cada uno de nosotros.
¡No! Un ratito cada uno. Y con el asunto del virus, ni ofreceros café ni nada. Habría sido maravilloso…
Y en el estand, ¿qué es lo que vamos a ver?
Pues vamos a ver, por un lado, un vídeo en el que se resume cómo ha sido toda la producción para ABC Cultural, acompañado de una selección de los últimos ‘rostros’ que he fotografiado, trabajados con la nueva técnica, que es la que ahora me define. Personas cercanas, a las que admiro con fe ciega.
Una de las opciones que se barajó para el comisariado fue, ya que nosotros también estábamos de aniversario, treinta años, revisar la recurrencia con la que ha vuelto a algunos modelos, ver su evolución en el tiempo a través de diferentes técnicas y series. Hábleme de esa fidelidad a los modelos.
Es inevitable, porque son parte de mi biografía. Es gente estupenda. De uno de ellos, su padre me escribe a mano una carta cada vez que ve expuesto un retrato de su hijo. Me halaga muchísimo Han pasado veinte años desde la primera vez que fotografié a mi amigo Raúl. Ha envejecido. Eso es maravilloso. Comparar sus primeras fotos con las últimas es hablar de mi vida con él, como una novela. Yo lo registro todo, lo conservo todo, y escribo sobre todo lo que me acontece. Pero vuelvo a esas imágenes y me acuerdo de cosas.
¿Hay muchas diferencias entre esos «Compuestos» –en los que se generaba un retrato a partir de varios– y estos retratos en los que pequeñas teselas conforman un único rostro?

Los resultados son diferentes porque las piezas ahora son uniformes, muy cuadriculadas. La apariencia final de esas teselas es algo similar a un mosaico. En ‘Compuestos’, una de mis primeras series, el resultado era una fractura de la fotografía. Y dejaba a la vista el rasgado del papel. Digamos que aquello era más dibujístico y esto más constructivo, mas arquitectónico, más escultórico. Y al modelar también el soporte, los movimientos resultantes son diferentes, las sombras son diferentes, y los efectos en la cara lo son también. Hay una poesía diferente en un jirón que en el corte perfecto de una guillotina. Cuando tengo que situar esas obras sobre un bastidor, en realidad las voy modelando. Juego con las grapas para que quede con la forma que yo busco.
Supongo que será la escala, ¿pero qué es lo que hace que la tesela sea más grande o más pequeña, que opte por más o menos piezas?
Fue algo que empecé decidiendo intuitivamente, pero pronto descubrí que a las arquitecturas le iban muy bien piezas más grandes, pero que el rostro de una persona funciona mejor si se compone de teselas más pequeñas, porque los pliegues resultantes son más humanos.
Ahora que está empezando a experimentarlo, ¿se retrata de manera diferente a un hombre que a una mujer?
Diría que no. En Bellas Artes incidían mucho en que la luz del hombre tenía que ser de una manera y la de la mujer de otra para evitar sombras rígidas… Yo uso la misma iluminación para los dos géneros. Lo importante es cómo mira cada persona, no su sexo. Posan igual: si no están acostumbrados, hace falta una hora disparando para que asuman la situación con naturalidad. Porque no me importan tus gestos, no me importa lo bien que te conozcas. Lo que yo quiero resaltar es tu mirada. Y que esa mirada se fije en mí. Reconozco que, cuando fotografío, me fijo en las narices, me apasionan. Y que sobre los resultados, me seducen los labios. Pero lo que más me gusta, por encima de todo, es la mirada. Voy por la calle con ese afán. Miro las obras de arte fijándome en eso.
Tiene usted la suerte de no tener amigos feos. ¿Es eso o es que su fotografía dignifica, como la de Pierre Gonnord, a cualquier modelo?
Son muchos, muchos los amigos que dicen que se ven más guapos en la foto que en la vida real. Supongo que los focos y los flashes algo harán. Y supongo que será también la forma de manipular la obra lo que consigue que el resultado parezca más noble. La luz de Gonnord es muy barroca, muy fotogénica. A mí me gusta que los fondos sean lisos pero que a veces interrumpa la escena un elemento, un enchufe que se cuela. Me fijo mucho en cómo se sienta una persona en una silla. En Estados Unidos hice fotos sin eludir los fondos, los escenarios. Estos dicen mucho de sus dueños.

Hay proyectos que tienen fecha de caducidad: Sus «Condenados» eran resultado de una beca en Roma. Cuando no es así, ¿cómo se sabe cuándo acabar?
Retratos he hecho toda mi vida. Luego les he dado un nombre diferente en cada serie. Podríamos organizar todas las obras sin esas acotaciones y el resultado tendría sentido. «Años 30» resumía esa década de mi vida, pero fui haciendo otras series por medio, de forma que hay obras que podrían ser intercambiables, porque disparo mucho. Ahora, o me sale un encargo nuevo raro o seguiré haciendo retratos lo que me queda de vida. Quiero hacer esto siempre.
¿Y usted se ha autorretratado alguna vez?
Jamás.
¿Nunca?
Jamás.
No me creo que nunca se haya dirigido una cámara hacia usted. ¿Miedo, vergüenza, pudor?
Me veo horroroso. Si yo busco en los demás expresar lo que siento y los demás sois espectaculares, ¿para qué servirme de mi cara? Quizás cuando me haga más viejo vuelva a mí. Bacon lo hizo, un autor que me apasiona. Freud es también de mis artistas favoritos y sus autorretratos son maravillosos.
Pero Händel, su perro, sí que tiene…
¡Claro! ¡Menudo es!
¿No es muy joven para el reto que se ha puesto?
Tengo 49 años. Y si me quedan otros cincuenta, ese es el propósito que me he marcado. No quiero salir del retrato. Quiero que el retrato del otro sea el hilo de mi obra. Eso me lleva a mirar a los otros de manera diferente. Tuve un accidente hace ocho años y casi me muero. Uno no sabe cuándo se acaba esto…
¿Le molesta hablar de ello?
En absoluto.

¿Le cambió mucho?
El primer año fue terrible, no podía hablar, ni leer, ni escribir. La hemorragia tardó en absorberse del todo. Estuve en coma dos meses. Pero ya ni me acuerdo de ello. Y mi forma plástica de trabajar se mantuvo. Cambió mi forma de expresarme porque no podía hablar bien, pero no la de trabajar. Alguien que no supiera del accidente no verá un salto en mi producción.
¿Estuvo mucho tiempo sin trabajar?
Nueve meses en la universidad. Pero en cuanto salí me puse a hacer obra. En eso no tardé mucho. Y a todo aquel que me visitó en el hospital – yo estaba en coma, no podía enterarme de nada– les hice un retrato. Se lo merecían.
¿Y qué espera de ARCO?
Espero encontrar una buena galería, pero sobre todo que buenos coleccionistas conozcan mi obra y que me encarguen retratos. Será como volver a Estados Unidos. Yo conozco a gente a la que Sorolla le hizo retratos a sus familiares, a su abuela. ¡Eso es muy digno! También persigo que las instituciones se fijen en mi obra. Estoy en colecciones importantes, en la del Museo Reina Sofía o la del Museo ABC, pero quiero llegar a más. Espero que de la feria salga algún modelo.

Texto publicado en la web de ABC Cultural el 18 de febrero de 2022