Cuando el disco duro es el museo
Valencia ha sido primera parada de la gira del «Harddiskmuseum» de Solimán López, un museo de arte digital cuya sede es el pequeño disco duro de un ordenador

Hay pensadores y creadores que llevan tiempo alertándonos de las consecuencias y límites (que también los tiene) de esta sociedad digital en la que estamos inmersos y en la que los contenidos se nos escapan entre los dedos por su naturaleza líquida, tal y como la acuñara Zygmunt Bauman. Lo curioso es que entre esos artistas se sitúen algunos jóvenes, miembros de la generación que con más devoción abrazó la causa.
Es el caso de Solimán López (Burgos, 1981), que, tras meses de rodaje, presentaba esta semana en Las Naves de Valencia el Harddiskmuseum (HDM), un proyecto desarrollado por ESAT LAB (el laboratorio I+D de la Escuela Superior de Arte y Tecnología de esa ciudad), con el apoyo de PAC (Plataforma de Arte Contemporáneo) y ASUS. En esencia, su HDM es un museo contendo en el disco duro de un ordenador y destinado a albergar todas las obras de arte digital que le sean posibles: «HDM –explica su impulsor– es un contenedor o repositorio de lo que denominamos arte digital, entendido éste como toda manifestación artística que puede representarse com un archivo digital». Su origen se sitúa en la beca condecida al artista hace un par de años por la Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela, tras su paso por los Encontros de Artistas Novos dirigidos por Rafael Doctor, cuya finalidad es la intervención de las denominadas Torres Hejduk que forman parte del mastodóntico complejo:«Se me ocurrió entonces, con muy pocos recursos, inocular un museo dentro de un contenedor tan inmenso como aquel».
López nos llama la atención sobre el aspecto más físico de su propuesta, pese a su naturaleza virtual. Así, como los museos tradicionales, éste también viene definido por su arquitectura, que es la del propio disco duro. De igual forma, y como los centros al uso, acumula y archiva sus piezas, «sólo que en en este caso se hace por un sistema de carpetas». Hasta este momento, son diez los artistas representados (piezas de net.art, vídeos o fotos digitales de, entre otros, Enrique Radigales, con su «Souvenirs (file000643.tif )»; Fabien Zocco y la página web «logicallogic.html»; Hugo Martínez Tormo y su «nanowor(l)d»; o Inma Femenía y su vídeo «Mountain and Cavern»), seleccionados por un equipo asesor conformado por grandes agentes de lo digital en España como Juan Martín Prada, José Ramón Alcalá y Bernardo Villar.

«Sin embargo –resalta Solimán– el museo va a contracorriente de la lectura digital. De hecho, está siempre off line. Hay que ir a visitarlo». Eso sirve a su autor para dar mayor valor al archivo:«La potencialidad de las herramientas digitales deja en segundo plano la configuración de los archivos. Cuando PhotoShop compila una foto, es en una asociación de unos y ceros donde se encuentra la obra de arte en términos globales. Lo demás son copias, reinterpretaciones, réplicas…».
Ni siquiera en la página web del proyecto el usuario puede consultar las obras de los artistas reunidos, que, además han de avalar que sus archivos son «piezas únicas, como lo es una pintura»: «Hemos naturalizado lo digital, que, justo por su naturaleza, nos es ajeno». Y es que, tal y como recoge en el «Manifiesto intangible» que acompaña al museo, para López, «lo digital es aquello que nace para reinterpretarse en el tiempo, no en el espacio, desprovisto de gravedad y, por ello, de las fuerzas que rigen la Naturaleza».
No es la primera vez que este joven creador incide en el aspecto «más físico» de lo tecnológico. Anteriormente, con el proyecto «Guttenberg Discontinuity» enterraba archivos digitales albergados en ordenadores (otros discos duros) después de haber hecho una impresión digital en 3-D de los mismos. Entonces, esa copia se convertía en el único reflejo de su original. Aún así, el HDM nace condenado al fracaso, a su desactualización en el tiempo, y esto es algo que incluso alegra a su dueño:«Nos estamos obsesionando con que el arte digital ha detener una duración determinada y estamos equivocados. Lo que tenemos que hacer es asumir que el arte, todo el arte, no es para toda la vida. Disfrutemos de él dentro de nuestras posibilidades y mientras vivamos, pero dejemos de especular sobre la idea de hacer algo para siempre. Porque, por esa regla de tres, tendría siempre más valor una escultura de metal que una aguada».

Tras su presentación en Valencia (lo hace a través de sesiones performánticas de unos 90 minutos de duración), el «museo» recalará en mayo en Bilbao en el ámbito de Technoarte para iniciar después una gira por Latinoamérica, mientras se trabaja en la apertura de una «sucursal» argentina para recoger la obra de artistas de la región. «Lo más destacable de este museo es su movilidad», apunta.
Todas las acciones de este artista, que considera que el HDM es un proyecto a largo plazo que lo acompañará durante un tiempo, están llamadas a «romper la frialdad que lo digital lleva implícito». ¿También este museo?: «Claro, porque todo redundará en humanizar el sector. Si te das cuenta, yo hago lo mismo que internet –creando redes, enviando archivos pero en dispositivos físicos, generando nexos entre artistas pero visitando sus talleres–, sólo que de manera presencial y física. El trato humano es básico porque nos enriquece personalmente», termina diciendo.

Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 2 de abril de 2016. Número 1229