Destino y destinos de Vasily Kandinsky en el Guggenheim de Bilbao
Es una de las exposiciones de la temporada. El Museo Guggenheim de Bilbao tira de sus propios fondos para ilustrar la trayectoria de una autor fundamental en el tránsito del arte hacia la abstracción

Ahora que el coronavirus nos tiene limitada la movilidad, Vasily Kandinsky (1866-1944) nos invita a viajar a Múnich, a Moscú, a la Bauhaus (Weimar-Dessau-Berlín), a París, destinos en los que se forjó su trayectoria. En estos momentos en los que se apodera de nosotros el pesimismo –o el escepticismo–, el pintor ruso nos recuerda el que fuera uno de los leitmotiv de su trabajo: que el arte tiene capacidad transformadora. Cuando la pandemia altera nuestra vida, el teórico y artista, que vio cómo las dos guerras mundiales despedazaban su cotidianidad, demuestra que los cambios pueden traer consigo interesantes nuevas oportunidades…
A este artista universal, uno de los padres de la abstracción (aunque el prefería el concepto de «arte concreto»), dedica el Guggenheim-Bilbao una exposición que abarca toda su trayectoria, una de esas citas de la temporada, aplazada por las circunstancias por todos de sobra conocidas. Y lo más sorprendente de ella no es su calidad (que también), o su sobrio pero acertado montaje. Este, por ejemplo, tiene en cuenta las medidas sanitarias que obligan a controlar los flujos de visitantes, de tal manera que, en su apuesta por un orden cronológico, obliga a recorrerla no de sala en sala, sino bordeando las paredes, de forma que en la primera estancia, se encuentran, a uno y otro lado, los comienzos figurativos con los últimos avances. Lo más sorprendente, les digo, es que todos los fondos provienen de una única colección, la de la Fundación Guggenheim de Nueva York, la cual alberga 150 obras del pintor, algunas de ellas, capitales.
Con más de sesenta se arma esta muestra, que ilustra cómo Kandinsky se planteó el arte como una cruzada contra los valores estéticos convencionales. En De lo espiritual en el arte, uno de sus textos capitales que ahora Paidós publica en español, escribe: «Toda obra de arte es hija de su tiempo, muchas veces, madre de nuestros sentimientos. De la misma forma, cada periodo de la cultura produce un arte propio que no puede repetirse. El intento de revivir principios artísticos pasados puede producir, a lo sumo, obras de arte que son como un niño muerto antes de nacer».

Fue su deseo «despertar la capacidad de captar lo espiritual en las cosas materiales y abstractas, absolutamente necesaria en el futuro», liberando así la pintura de sus vínculos con el mundo «real» y convirtiéndola en una gramática, con sus reglas, las cuales reflejen el mundo interior del artista.
Para los que piensen que debido a su edad ya no tienen posibilidades de nada, que tengan en cuenta que Kandinsky llego tarde al arte, para luego revolucionarlo. Estudió derecho y economía, pero en 1895 decide dar un cambio de rumbo inspirado por un Lohengrin de Wagner –del que asume el concepto de obra de arte total– en el Teatro Imperial (y en la música y su capacidad para transmitir sensaciones desde la abstracción encontrará referencias; de ahí la cantidad de impresiones, improvisaciones o composiciones en sus títulos); y una exposición moscovita sobre Impresionismo francés. Más concretamente, la obra Montón de heno, de Monet: «Comprendí con toda claridad la fuerza insospechada, hasta entonces escondida de los colores. De pronto la pintura era una fuerza maravillosa y magnífica. Al mismo tiempo, e inevitablemente, se desacreditó por completo el objeto como elemento necesario del cuadro».
Múnich será la primera parada estable del artista, también de esta cita, que se distribuye en función de los escenarios que forjaron su espíritu. Los inevitables comienzos figurativos, con referencias a su Rusia natal y al grabado (que le sirve para entender cómo se generan los planos en una imagen), van dando paso a fórmulas expresionistas, también fauves, mientras nacen símbolos de la nueva cruzada emprendida contra la tradición, como el jinete , que con el tiempo derivará en el círculo, por combinar lo «concéntrico y lo excéntrico en una única forma, y en equilibrio», y, por tanto, símbolo espiritual por excelencia, anhelo al que aspiraba su «necesidad de traducir el mundo interior del artista en afirmaciones universalmente comprensibles». La transición a la abstración ya es evidente en Grupo con miriñaque (1909), aunque es Líneas negras (1913), aquí presente, la que se considera su primera obra totalmente desligada de la figuración.

Con el estallido de la I Guerra Mundial, Kandinsky se ve obligado a abandonar Alemania. Vuelve a Rusia, donde le influye sin duda alguna el Suprematismo y el Constructivismo, pero de los que le separa su vocación espiritual (de hecho, ciertas formas orgánicas que recuperará en el futuro pululan ya por sus lienzos). La invitación en 1922 para impartir clases en la Bauhaus, escuela que cree en el papel transformador del arte, será definitiva. Son años fructíferos para componer y para teorizar, en los que entra en contacto con Solomon Guggenheim, que adquiere de él su primera de muchas obras: Composición 8 (1923).
El cierre definitivo de la Bauhaus supone el traslado del artista a París. Será un periodo prolífico en el que la escasez progresiva de materiales dará paso a la experimentación (arenas y pigmentos en A rayas, de 1934, o el uso de cartones como soporte); también a la reducción de formatos. Y al paso a una paleta más pastel, con la inclusión de elementos biomorfos, en un interés por lo orgánico que ya venía de la etapa anterior. El Surrealismo estaba ahí, y la cercanía a Jan Arp, Paul Klee o Miró es evidente, pero Kandinsky se mantendrá equidistante al movimiento.

El «mal fario» rodeará al ruso en sus últimos años. Él mismo reconocía que en esos tiempos pésimos para la lírica él ofrecía un triple talón de Aquiles: no ser alemán, haber sido profesor de la Bauhaus y ser pintor abstracto. Su obituario en The New York Times señalará cómo tenía que pintar en el estudio, sin calefacción, con abrigo sombrero y guantes. Hasta en varias ocasiones pidió ayuda a Hilla Rebay, primera directora del Guggenheim, para que le comprara obra. Los nazis considerarán lo suyo arte degenerado. Los soviéticos lo enviarán a los almacenes por no servir a la causa.
Aún así, la cita de Bilbao se cierra con Alrededor del círculo, de cuatro años antes de su muerte: una obra dinámica, vibrante, llena de esperanza. Un mensaje también para el hoy, en tiempos estos de incertidumbre y desasosiego. Un cierre redondo.
