Tras veinte años de profesión y diferentes estudios, la escultora Esther Pizarro tenía perfectamente claro como sería su taller ideal. Y se puso a construirlo. Este se levanta ahora a las afueras de Madrid, y es también vivienda de su moradora

Esther Pizarro nos invita gustosa a visitar su estudio a las afueras de Madrid, pero nos pide sólo un favor: que lleguemos antes de la caída del sol. Hemos quedado por la tarde, ya que por la mañana, sus obligaciones en la Universidad Europea tienen entretenida a la escultora. El tráfico en la capital, casi en la víspera de un macropuente, casi nos frustra en nuestra intención, pero al final lo conseguimos. No tardamos en dar con la vivienda de Pizarro dentro de su urbanización. Las vallas que la rodean sirven de pista y guía: son planchas recicladas de un proyecto anterior de la artista. Imposible perderse pues. Cuando las traspasamos y bajamos a su estudio entendemos el porqué de su petición: las vistas allí son maravillosas, con el taller abierto y rodeado por la Naturaleza. La luz natural, en su interior de cemento, hace el resto.
«No me importa vivir lejos de los centros –explica Pizarro–. De hecho, para mí casi era vital, sobre todo dedicándome como me dedico a la escultura. Madrid es muy caro en lo que a inmuebles se refiere, y yo necesito espacios grandes para trabajar. Desde aquí estoy bien conectada, cerca de la universidad en la que doy clases, y, si no hay mucho tráfico, en veinte minutos estoy en la ciudad. Prefiero estar rodeada por la Naturaleza, por este color verde, por la luz. Eso me aporta tranquilidad y calma. Además, y aunque me encanta Madrid (que ahora disfruto más cuando visito), siempre me he movido bien en las periferias».

Una de esas periferias nos traslada de Villaviciosa de Odón (sede del taller actual), a Los Ángeles, en Estados Unidos, donde la creadora disfrutó de una beca Fullbright y que Pizarro señala como un punto de inflexión en su profesionalización: «Fue donde me di cuenta de que el taller ideal sería aquel que estuviera al lado de la vivienda. Porque allí vivía gente que perdía hasta cuatro y cinco horas al día en desplazamientos. Eso es una locura. Minimizar ese tiempo era ganar calidad de vida, aprovecharlo para el estudio. Y eso es algo que confirmo ahora como madre de tres hijos. Vivir donde trabajo, o al revés, es lo que me ha permitido seguir ejerciendo mi profesión estando embarazada o durante los periodos de lactancia».
«Si no es el definitivo, mucho se le asemeja, porque lo hemos diseñado nosotros desde cero y conforme a las necesidades que, pasar por otros muchos, creo que debe cubrir un taller»
Sin embargo, Pizarro también considera que es básico que haya una separación física. La parcela en la que se asienta la casa alberga tres módulos, diseñados por la artista y su pareja, el fotógrafo Markus Schroll. Uno es el de su propia vivienda; otro, la de unos familiares. El tercero, en hormigón, como los anteriores, es el estudio, que se comunica con la casa por un pasillo. «Intentamos que una cosa no invada a la otra –confiesa–. Pero que eso ocurra también es bonito. Es bonito que los niños merodeen de forma natural por el estudio, pues saben de sobra lo que pueden tocar y lo que no. Yo puedo estar dedicada a mi labor y ellos a las suyas. No hay que hacer ningún drama de nada. La casa y el estudio han de ser espacios líquidos. Y los ámbitos son lo suficientemente amplios como para moverse por ellos con independencia», sentencia.
El estudio de Esther Pizarro está organizado a dos alturas. «Si no es el definitivo, mucho se le asemeja, porque lo hemos diseñado nosotros mismos desde cero y conforme a las necesidades que creo que debía cubrir un taller tras pasar por otros muchos», señala. Lo más importante, precisa, es que este fuera un lugar flexible y muy diáfano, «porque el taller ha de transformarse en función del momento del proceso en el que me encuentre». Lo mismo le ocurre con los materiales que la creadora emplea: Estos no se eligen al azar, sino que se escogen porque son los que mejor se adecúan a una idea.
«Ligada como estoy al ámbito tridimensional, sabía que necesitaba separar dos espacios, que están bien diferenciados. Arriba se sitúa el área de reflexión y biblioteca. Allí es donde se gestan los proyectos, y tiene que ser una zona aislada del polvo y el ruido del ámbito de trabajo. Este se desarrolla abajo, donde, además, la superficie se distribuye en diferentes ámbitos. La mayor parte está dedicada al área de labor, de manipulación de las obras, pero cuento también con un espacio para almacenar materiales y herramientas, lo que yo llamo “mi despensa”, y otro para el almacenaje de las piezas acabadas y documentadas, donde todo está organizado como si de un gran tetris se tratara», bromea.

Pizarro explica varias veces que este lugar es «un sueño cumplido tras veinte años de profesión», un periplo que le ha llevado a varios estudios –al menos cinco o seis–, bien resultado de alguna residencia, bien como espacios que cedían las instituciones artísticas. «Y con perspectiva, puedo admitir que el lugar en el que trabajas influye de manera decisiva en la obra. La simbiosis con el entorno es total. Cuando he tenido más espacio, la obra ha tendido a crecer. Aquí contamos con más altura que en el módulo de la casa; y eso es algo que se hizo de forma intencionada, para poder trabajar las piezas en vertical o contar con espacios en los que colgarlas. Mi taller ha de ser un entorno de experimentación espacial, que permita las más variadas disposiciones. Y mientras estábamos en plena obra pensé: “Yo quiero que las paredes queden así, desnudas, ofreciendo la superficie del encofrado; ese hormigón, esa materia en la que se van depositando las historias del propio estudio”. En ese sentido, los espacios hablan de sus moradores, lo que tiene mucho que ver con los conceptos que yo empleo en mi obra».
«El espacio en el que trabajas influye de manera decisiva en la obra. La simbiosis con el entorno es total. Cuando he tenido más sitio, la obra ha tendido a crecer»
Nuestra anfitriona cuenta ahora con un taller inmenso para trabajar en soledad. Anteriormente compartió estudio. «Eso formó parte de las estapas de formación, de las de residencias, y es bonito. Ahora no es que no pudiera hacerlo. De hecho, por la envergadura de los proyectos, estoy acostumbrada a colaborar con equipos. Pero en temporadas en las que estoy muy inmersa en un conjunto, todo esto que ahora ves medianamente recogido está inundado, y no se puede transitar. No podría compartir pero por una cuestión de espacio. Y los límites no me gustan. De hecho, prefiero romperlos».
La proximidad de la vivienda hace que, desde que uno entra en este taller, le quede claro que este es un lugar para trabajar. La belleza del entorno la marcan las vistas («en verano, abrimos los ventanales corredizos, y el interior se convierte en prolongación del exterior»); y la luz («he trabajado en talleres que eran auténticos zulos. Este está bañado por una luz muy especial, que hace que en el periodo estival no haga falta tirar de la artificial»). No depende de la decoración de las paredes (desprovistas de toda obra que no sea de la autora y no esté en proceso) o de rincones especiales: «Si quiero un té o descansar un rato, me voy a casa. No tiene sentido habilitar áreas de reposo o de “showroom” aquí. A veces el estudio se convierte puntualmente en casa y la casa en estudio. Se trata de habitar los espacios, algo muy habitual en mi producción. Y eso lo da el tiempo, lo dan las vivencias».
Lo que ahora ocupa el estudio son las piezas de la que será la próxima exposición de Pizarro, desde mediados de este mes, en la galería Ponce+Robles. En ella la artista continúa con su investigación con el vidrio como material, que le llega de un proyecto anterior en colaboración con el Museo del Vidrio de Alcorcón y que ya ha empleado con éxito en la gran instalación que todavía hoy se puede visitar en la Fundación Metrópoli, de Alcobendas: «La muestra se titulará “Liquid Mapping. Conected to”, un proyecto que nace de una ayuda a la producción de VEGAP y que ilustra cómo España está conectada con el resto del mundo».

La madrileña relata cómo descubrió, en un proceso exhaustivo de documentación, que, en la actualidad, el 99 por ciento de los datos que se transfieren se hace a través del mapeado subacuático que cose el lecho de los océanos: «Estando como he estado siempre obsesionada por la cartografía física de las ciudades, el mapeo de las actuales me tenía que llevar a ocuparme de las grandes autopistas de la información, que hoy se desarrollan bajo el agua. Iimpulsos electromagnéticos en cables de fibra óptica tan finos como cabellos humanos transmiten paquetes ingentes de información en cuestión de segundos. Y si estos sistemas se caen, como ha ocurrido en alguna ocasión, los países se bloquean y las pérdidas económicas son incuantifcables».
De ahí el empleo del vidrio como material. No sólo es la base de la fibra óptica. Es que además es frágil, pero perfecta para visualizar todos esos datos cruzados con los que Pizarro ha lidiado y que materializa en redes: «Del vidrio me fascinó su transparencia y su fragilidad, hasta el punto de que me enganché a él y habilité en el estudio un espacio para trabajarlo. Y empecé a pensar en este material. La materialidad de esta instalación habla de la vulnerabilidad de todo un sistema y se completará con unas cajas de luz a pared que generan entre todas ellas una especie de línea del tiempo, ya que relatan la Historia de la conexión del país con el resto del mundo desde sus inicios en 1994 hasta hoy, diseccionada por años, comparada con la del resto del mundo. Vamos a hablar de datos con datos, visibilizando redes y empleando pantallas; porque pantallas (las del móvil, el portátil, la televisión) son las que usamos ahora para comunicarnos los unos con los otros».
Y por eso la luz (junto al sonido: la pieza se sincroniza con un audio) se convertirá en un material más en la exposición de Madrid (y de ahí los extraños materiales que ocupan las mesas de trabajo en el estudio): «Los tubos de la instalación principal contienen en su interior hilos electroluminiscentes. Cada color se conecta con su pantalla, reflejando así los datos de un año». La artista apaga la luz para hacernos una prueba(«hasta que no hagamos el levantamiento de la pieza en la galería no sabremos cómo se verá todo el conjunto», confiesa temerosa). Entonces se obra el milagro y no nos importa que se haya hecho de noche fuera.
Texto publicado el 15 de diciembre de 2017 en ABC.es