¿Qué fue la así llamada Movida madrileña? ¿Qué queda hoy de su espíritu? ¿Cómo la vemos en la actualidad y en qué medida la hemos asimilado o desterrado? Sobre ello charlamos con Ouka Leele, Antón Patiño, Pedro Castrortega, Javier de Juan, Rosa Muñoz y Mar Solís, algunos de sus protagonistas y sus herederos

Ouka Leele, Antón Patiño, Pedro Castrortega y Javier de Juan pertenecen a esa primera generación de artistas que, tras la dictadura, trabajó en España en libertad y sin censuras. Esa época no pasó desapercibida porque fue la que se bautizó como la de la Movida, con todo lo que tiene de leyenda y aires de apertura. Rosa Muñoz, más joven que ellos, también la vivió como fotorreportera de primera mano, convirtiéndose de hecho en la sombra de Tierno Galván en el diario Villa de Madrid antes de dedicarse a la foto artística. No se lleva mucho con Mar Solís, pero lo suficiente como para que esta escultura pertenezca ya a la generación siguiente, la que vivió la resaca de esos años de colores que renunció a ellos para convertir España en «un país más serio».
Con ellos nos reunimos en El Tercero de Velázquez, el proyecto expositivo de Julieta de Haro (también de su quinta) y que se está dedicando a recuperar a los artistas de esta generación, a la que en muchos casos parece que la Administración ha dado la espalda. Sobre eso conversamos con ellos. Sobre eso y sobre más cosas: sobre lo que dio de sí esa época y su reflejo en la actual. Sobre lo que hemos avanzado y en lo que no nos hemos movido un ápice. Bienvenidos a la Movida madrileña: lo que fuimos y lo que somos.
¿Cómo fueron sus inicios? ¿Por qué optaron por el arte cuando empezaron?
Antón Patiño: En mi caso influyó el entorno, mi familia, la efervescencia cultural que se vivió entonces en Vigo, que se convirtió en un pequeño París a escala gallega. En ese contexto, siendo chaval, empiezo a pintar. Lo mío fue de cierta precocidad, influido por lo que se vivía en librerías, en tascas…
Pedro Castrortega: Yo venía del mundo del campesinado. Estaba muy lejos de todo esto. Mis padres quisieron que estudiara, alguien les dijo que yo no debía acabar trabajando en el campo y terminé en un internado siete años. Ahí ya dibujaba, participaba en concursos, y disfrutaba con ello. Mi padre, que venía del mundo de la caza, coincidió con un escultor, Joaquín García Donaire, que fue el que lo convenció cuando yo les dije que quería dedicarme a la pintura. Él, entonces, daba clases en la universidad de Bellas Artes, de forma que eso lo tranquilizó. Ya en Madrid, este hombre me presentó a Pedro Mozo, pintor, que formaba para el ingreso en Bellas Artes, que fue lo que acabé haciendo. Fue apasionante. Yo, que además tenía buena melena larga, ahora que se habla de hipsters, volvía a mi pueblo y me veían como un zombi. Piensa que hasta los 18 años yo tuve que escuchar muchas veces que me dijeran “eso no se dice” o “eso no se hace”. Lo mío fue descubrir todo un universo de posibilidades, libertades e ilusiones.

Ouka Leele: Yo quise ser artista desde que tuve uso de memoria. Mi padre era arquitecto, y su padre, al que no conocí, pintor y fotógrafo. Yo veía sus obras, sus cámaras, los libros de arte que había en casa… Me alucinaba uno de Ortiz Echagüe. Fue mi madre la que me habló de la existencia de la carrera de Bellas Artes, que yo no me podía creer, es decir, que pudiera estudiar para aquello que me gustaba tanto, y fui abocada. Pero justo cuando tenía que ingresar explotó la Movida; yo entro en contacto con amigos como los Berlanga, que hablaban de cómic, de forma que el arte dejaba de ser aquello que habíamos visto hasta entonces y se convertía en otras cosas. También conocí a Ceseepe, al Hortelano, a Alaska, me fui a vivir a Barcelona, que entonces era un mito, otra tierra, donde coincidí con Nazario, con Mariscal… No hice Bellas Artes. Me arrastró la vida. Me arrastró la vida y la prisa por hacer cosas. Y lo que yo quería hacer, que era mezclar la foto y la pintura, no me lo iba a enseñar nadie en Bellas Artes. Sí que me sentí carente de técnicas, pero aprendí preguntando.
Me parece que esa “prisa por hacer cosas” es consustancial a todas las generaciones…
O. L: Desde luego. De hecho, mis padres estaban muy contentos con Bellas Artes pero al ver hacia dónde tiraba todo ya no estaban tan contentos. La gente con la que me juntaba, cómo vivía, casi en comunas… Lo nuestro fue un ideal de vida. Queríamos cambiar el mundo, no era solo ser artista. Y creíamos que lo cambiábamos, como cualquier joven, yo creo.
Javier de Juan: Yo también desde pequeño me estaba “pintando encima”. Tengo cuadernos con cinco años. Y las primeras fuentes fueron todo el 68 en Estado Unidos, la revista Star, el Ajoblanco… Aquí todo era un rollo patatero. O eras de Fuerza Nueva o de la Joven Guardia Roja. Un coñazo. Todo muy etiquetado. Y con ese puntito anarquista, la Movida nos demostró que podías hacer lo que te daba la gana y además divertirte. Fue la primera vez que yo percibí el arte con un componente lúdico. La Movida no fue sino una etiqueta en la que cabían muchas cosas. Muy ambiguas. Para mí fue sobre todo una actitud: Hagamos lo que nos dé la gana, no sigamos reglas, éstas son eclécticas… Yo estudié arquitectura porque en aquella época un hombre tenía que hacer eso, medicina o una ingeniería o derecho. Lo demás no era serio. Y por orgullo, estuve neuve años y lo dejé en sexto. Mis padres no me lo perdonaron. Ayer mismo me lo recordaba mi madre. Reconozco que también pillé una época maravillosa en la facultad con Sáez de Oiza, Navarro Baldeweg, Alejandro de la Sota, Moneo, Alvaro d’Ors… Los exámenes de Historia del Arte eran sobre cosas que estuvieran en el Prado, por lo que nos obligaron a visitarlo mucho. Todo eso se unió a lo que se llamó “lo underground”, que nos parecía tan moderno… Y sin dinero, yo me pasaba las horas en la Gran Vía en Espasa Calpe mirando libros, cómics. Las librerías y las galerías fueron fundamentales: Rayuela, para conocer a nuestros mayores, de El Paso a Brickmann.
O. L.: También lo fue el MEAC.

J. de J.: Tenía una colección razonada del arte español desde el XIX, ¡pero con unas piezas de Chillida, de Saura!… Aquello era muy didáctico. Tuvimos la suerte de poder llenarnos los ojos de conocimientos, por un lado, y de libertad, por otro, gracias a las revistas. Que es donde acabamos todos metidos, luego: La Luna de Madrid, Madrid me Mata…
O. L.: Nueva Lente, para los fotógrafos…
J. de J.: Yo no tenía la sensación de que estaba “siendo artista”. Era la sensación de que estaba viviendo simplemente. Uno ni se planteaba estudiar para aquello.
Rosa Muñoz: Yo con 12 o 13 años ya me fijaba en las cámaras de los japoneses de la Plaza de Oriente. Y de mayor quería tener algo así, con ese teleobjetivo. Empecé a hacer cursos de fotografía durante dos o tres años, y documentaba Madrid. Por eso me atreví a acudir al Ayuntamiento. Era la época de Tierno Galván, acabé en el periódico Villa de Madrid, donde buscaban fotógrafos, y acabé siguiendo al Profesor. Yo era como su apéndice. Donde iba él, iba yo. Seguí estudiando, pero llegó un momento en el que vi que el reportaje documental se me quedaba corto, que quería hacer algo más. Comencé a trabajar en suplementos, en El País Semanal haciendo retratos y foto escenificada y en el Magazine de El Mundo más tarde. Pero me encantaba crear, componer historias, y por eso salté a la fotografía escenificada. Eso dio pie a mis primeras instalaciones.
Mar, tu llegas un poquito más tarde…
Mar Solís: Eso es. Y puedo decir que no habría hecho Bellas Artes si no fuera por la pinacoteca tan alucinante que tenemos en España como es el Museo del Prado. Recuerdo ir de pequeña con mis padres. Y soy consciente de que soy artista porque Goya existió… Aunque luego me dediqué a la escultura. Pese a todos los consejos de mi padre y los deseos de que yo tuviera un trabajo bien remunerado y honesto, terminé haciendo Bellas Artes, pese a su disgusto. Mi generación se vio influida por la sombra de la anterior, esa imagen que habían dejado de que todo en el arte era muy alocado. De ahí la tensión de los míos. En mi caso, además, al no tener antecedentes en casa, todo les parecía muy ajeno y alejado. Y pretendiendo ser pintora, al tocar la primera materia, esta me dijo que tenía que ser escultora.

¿Y con qué contexto topasteis o construisteis?
O. L.: Pues un contexto en el que también fue trascendental el cine que consumimos. Passolini, Fellini, los alemanes, y los cortos que se ponían antes de las películas.
P. C.: Recuerda también el papel de la televisión, el programa de Paloma Chamorro. Que lo veía todo el mundo y todo el mundo quería estar allí.
J. de J.: Es que se pasó de estar todo prohibido a que nos llegara todo de golpe. Todo era nuevo.
O. L.: Las películas de Divine. Eso y el Museo del Prado vacío. No iba nadie. Todo para ti.
J. d. J.: Lo que sí que es cierto es que ir a la Facultad de Bellas Artes no tenía prestigio. Era un tiempo que perdías, que luego te tenías que quitar.
O. L.: Nuestra generación fue muy de fuera títulos, fuera carreras… Investigabas contigo mismo o los demás.
M. S.: Es curioso porque justo una década después, el paso por la facultad era fundamental. Y, sin embargo, pocos de los que estáis aquí la hicisteis o la acabasteis.
A. P.: Yo no la tengo, no la acabé a propósito y me considero autodidacta. Era una manera de enfrentarse al orden, al poder, a la academia…La atmósfera era de tal libertad que no podíamos aceptar las mediaciones, los corsés ortopédicos… A pesar de estar allí, porque allí coincidí yo con Patricia Gadea, con Juan Ugalde, pero esos encuentros pasaban en los pasillos. Y en el economato, que era muy bueno.
J. d. J.: Se aprendía mucho en la calle. Yo nunca pisé la facultad de Bellas Artes. Ni siquera ahora.
Ahora todo está “institucionalizado”. ¿Cuáles eran las instituciones legitimadoras de entonces?
J. d. J.: Lo que hubo fue más bien un interés por las instituciones, sobre todo a través de Tierno, de utilizarnos para mostrar una imagen de España moderna. Hicimos un viaje a Vigo en un tren…
A. P.: Yo estaba en Vigo cuando eso ocurrió y todavía me acuerdo de Quico Rivas llamando al telefonillo diciéndome: ¡Antón, Menchu! ¡Estamos aquí! ¡Bajad!
O. L.: La verdad es que nos alzaban, nos hundían, nos alzaban, nos hundían…

J. d. J.: Y cuando en los noventa España decidió ser un país serio, entonces todo eso se acabó. Yo recuerdo el día que llegó a mi estudio, un séptimo sin ascensor, un tipo que mandaba el por entonces ministro de Cultura francés Jack Lang, a ver lo que estaba pasando en Madrid. Había una sensación de que algo nuevo estaba ocurriendo aquí.
A. P.: Ese espíritu de Jack Lang, que aquí luego adpotaron gente como Jorge Semprún, denota ese espíritu, esaa clave de la renovación cultural y artística que se vivía en España y que hoy se ha perdido. Un apoyo que hubo por parte de la política que no existe ahora. El cambio es abismal.
O. L.: Yo siempre entendí la Movida como un movimiento artístico, como lo fue el surrealismo, del que mamamos mucho, pero eso no ha calado, no se ha entendido. Todavía no se entiende.
A. P.: Lo que define a nuestra generación es la explosión de unas risas compartidas mientras se hacían otras cosas…
Como una actitud, un movimiento artístico, una explosión de risas… Lo cierto es que era difícil definir lo que fue la Movida, porque ni vosotros os ponéis de acuerdo.
J. de J.: Yo creo que el catalizador de todo fue el papel impreso, las revistas, por encima de todo. La gente se las bebía…
O. L.: Mis primeros trabajos se publicaron en revistas como Playboy o Penhouse.
J. de J.: ¡Yo también!
O. L.: Había un interés por la cultura. Me pedían imágenes con cierto contenido erótico, pero me dieron seis páginas.
A. P.: Lo que caracteriza el periodo en todos los casos es que no había recursos económicos, tampoco un apoyo explícito institucional, había ganas de hacer cosas, pero sí que había una cierta sintonía. Y esa diferencia es abismal con lo que tenemos ahora. Había un respeto por parte de la política a la cultura. Eso se ha perdido absolutamente, y en la escena ultraliberal y globalizadora de ahora, de entretenimiento del capitalismo apresurado, nos olvidamos de todo lo que no sea espectáculo. No había recursos pero sí energía.
P. C.: Todo fue muy experimental. Todo era muy extraño. Y de arriba abajo. Tú salías por la noche y te ibas al Tate Tate, una galería que era un bar que había en la calle Augusto Figueroa. Allí estaban siempre Macnamara, Pedro Almodóvar, con una juerga estupenda, en el que era muy físico todo. Pero, al tiempo, a la mañana siguiente te recibía el Rey, ¡porque había recepciones reales para los artistas!

¿Cómo creeis vosotros que vemos desde 2018 vuestra época? ¿Hemos hecho bien la digestión?
O. L.: Yo creo que aún no se ha entendido.
A. P.: Es como la Transición. Si oyes a otro hablar de ella dirás que tú no lo viviste así. Yo la viví desde Vigo, digamos entonces que de manera lateral y más vinculada a la música, a Os Resentidos, Siniestro Total… Pero se ha hecho un paquete con todo.
J. de J.: Lo importante es no considerarte un artista de la Movida. Lo eres de tu época y en cada una has hecho lo que ha tocado. Y quien no ha actuado así no ha evolucionado. Nuestras carreras son mucho más largas.
A. P.: yo creo que el de Movida es un concepto restrictivo y por lo mismo incómodo. Hay que hablar de una explosión multicolor. De una guerrilla de una creatividad increíble pero sin recursos, y lo ves ahora cuando repasamos sus imágenes, reclamo de libertad y con esas risas, más allá de lo lúdico, una especie de carcajada contra lo establecido, que, como todos los movimientos artísticos, se sustentó sobre la ecuación arte/vida. Todo eso junto explica el trabajo de cada uno de nosotros, y de gente que ya no está como El Hortelano.
O. L.: Y esa explosión de vida salpicó a toda la sociedad, porque incluso los que pudieran criticarnos o ser más reticentes, estuvieron también ahí participando de esto.
M. S.: ¿Y no pensáis que los medios de comunicación os ayudaron con todo el eco que se hicieron de lo que favorecíais?
J. de J.: Es que los medios éramos nosotros. Nosotros hacíamos las revistas. En ABC hacíamos, por ejemplo con Jorge Berlanga, «Gente y aparte».
R. M.: En los ochenta venían hasta los japoneses a vernos. Pero es que eso ya no ha vuelto a pasar. No pasa ahora.

Quizás en esos años todos remaban a la par, artistas, público e instituciones. Se era consciente de que se formaba parte de un cambio y cada uno quería aportar su granito de arena desde sus posibilidades.
A. P.: Pero no es cierto que se vendiera nada. No hubo apoyo económico. Y tú te paras a ver las fotos de cómo vestía la gente y todo era pura artesanía. Con cuatro trapitos te vestías.
M. S.: Sí que es verdad que si algo diferencia a los ochenta de los noventa es que ese dinero llegó. Se produce el resurgir de las galerías porque estas quieren ser negocio. Y ese negocio se empezó con vosotros. De repente ARCO entra fuerte en escena. En vuestra generación se puso las bases de todo. Y en la nuestra se engrasa. A nosotros nos toca que todo se pusiera más serio.
A. P.: Yo quiero imaginar que el espíritu de la cultura en los 80 fue un poco el de los años 30 con la II República. Momentos de ebullición, que podría haber en cualquier momento. Quizás no ahora porque los tiempos son sombríos, ya no por la situación política en España, hipercorrupta e hiperpodrida, sino porque las tendencias globalitarias generan una especie de rejilla de política económica que marca las normas.
J. de J.: A lo que se suma que las cosas ya no pasan en la calle. La gente se relaciona en las redes, en un ámbito virtual.
O. L.: Yo estaba acostumbra a entrar en cualquier sitio y que hubiera periodistas pendientes de los artistas. Nos breaban a fotos y entrevistas. Hasta aquel día en el que le oí a uno decirle a otro: “Ouka Leele, no. Nos han dicho que Norma Duval o futbolistas”. De pronto nos quitaron de enmedio, por orden de no sé quién.
Y cuarenta años después, ¿dónde estamos?
J. de J.: Lo que yo sí que veo que compartimos con esa época es que comenzó a comprar arte “gente normal”. España no ha sido ninca un país de coleccionistas. Entonces surgen esos profesionales jóvenes que empezaron a gastarse su dinero en cosas pequeñitas, médicos, abogados, que han sido en buena parte la base real de lo que tenemos. En las épocas de crisis, este tipo de comprador desaparece, que ahora parece que emerge otra vez, y que son personas que se identifican con los artistas de su tiempo. Eso es sociedad civil. La administración cumplió un papel en los noventa, que es cuando vendíamos a colecciones como Tabacalera, al Banco de España, pero lo institucional desaparece en cada crisis.
M. S.: Estoy de acuerdo. Y eso tiene que ver con el cambio de concepto de las galerías, las de los 80 y las de ahora. Entonces, las galerías crecían con los artistas. Los incorporaban a su plantilla para generar desde ahí un coleccionismo que se sumaba también a la aventura del artista. Ahora todo es mucho más negocio. Y las galerías tienen pocos coleccionistas “fijos”.
O. L.: Hasta el punto de que los galeristas te dicen que les traigas tú a tus coleccionistas. ¡entonces te estoy haciendo tu trabajo!
P. C.: La confianza de un coleccionista no la haces en un año o dos. Es algo más a largo plazo. Pero si no cuidas al artista a largo plazo no le puedes dar seguridad. Eso ha desaparecido. No puedes cambiar de artistas cada dos años.
M. S.: Y eso está haciendo que el artista esté tomando las riendas de la gestión de su trabajo. Eso es muy positivo y muy bueno de esta época. Nos hemos quitado paternalismos, la idea de que el artista no es nada sin galería fija. Y seguimos sin incentivos fiscales a la compra de arte.
O. L.: Y si el IVA del arte es de un 21 por ciento frente al de otros productos, pues ya me contarás qué te vas a comprar.

P. C.: A lo que se suma el régimen fiscal que seguimos teniendo hoy en día los artistas.
J. de J.: Yo, como Mar, hemos sido presidentes de la asociación de artistas y hemos visto cómo en otros países se defiende lo suyo, porque la cultura se entiende como aquello que hace poso y que logra que nos reconozcamos. Aquí la administración no solo no lo ha hecho, sino que ha ido en contra de todo ello. Y cuando las galerías españolas venden a artistas españoles fuera les preguntan que quiénes son estos creadores a los que ni siquiera en su país les apoyan. ¿Cómo quieres que te compren ellos? Nos hemos quedado con el culo al aire. El grupo El Paso fue llevado a la Bienal de Venecia en tiempos de Franco y España sube. Se trataba de poner en valor, sin necesidad si quiera de que te den dinero.
M. S.: Los artistas interesaron a los políticos para hacerse la foto, entonces y ahora, y cuando dejaron de interesar, se retiraron del foco.
Esas son las cosas que hacen que en 40 años poco haya cambiado…
A. P.: Fue creciendo el interés por el arte actual en muchos sectores de la sociedad a partir de la efervescencia creativa de los años 80. También tuvimos durante un tiempo el decidido apoyo a la divulgación del arte contemporáneo.
J. de J.: Las galerías quieren estar en las grandes ferias internacionales, pero, para que eso ocurra, tienes que defender un tipo de arte muy determinado: conceptual, político, reivindicativo… Los comités de selección exigen eso. Eso es la academia de antes. Y el que quiera “figurar”, artistas jóvenes, tienen que entrar en ese embudo. Por otro lado, está la vida real. Yo, después de muchos años, ya no estoy ahora vinculado a ninguna galería. Pero me muevo, hago proyectos y exposiciones. Hago de todo. Me muevo en la red para darme visibilidad y vender a esa sociedad civil, que además me encarga cosas, no sólo compra lo empaquetado. Y esos son mundos paralelos que no se tocan entre sí. Con sus públicos.
O. L.: Hay ocasiones en el que si quieres conservar tu libertad tienes que vivir al margen de los gestores, que imponen por donde tienes que ir.
J. d. J.: Ahora hay becas y ayudas que te dicen que tipo de arte tienes que hacer si quieres acceder a esa beca. Eso es una falta de respeto que no había existido nunca.
M. S.: Eso empezó con nuestra generación, poco después de vosotros. Mi primera exposición fue en un museo de arte contemporáneo porque me presenté en tercero de carrera a un concurso. Y cuando lo hiceron, flipé. Tenía veintipocos. Comenzó un consumo rápido y de usar y tirar que llega hasta hoy.
O. L.: Y nosotros éramos anti-concursos.

R. M.: Yo, como Mar, por ser de los noventa, comencé gracias a una beca Injuve.
J. de J.: Nosotros además no éramos competitivos. Y mucho menos íbamos a aceptar que llegara alguien a decirme si lo mío era o no bueno.
M. S.: Sin embrgo, a nosotros nos cogían las galerías por ganar premios y por las becas que hacíamos. Y eso sigue siendo así ahora mismo.
O. L.: Pensad lo que supusieron gente como Juan Perro, Radio Futura, Gabinete Caligari, investigadores en música, y en el cambio de siglo aparece Operación Triunfo, que es una fábrica de músicos prefabricados. A los que les dicen lo que tiene que hacer. Se lleva lo teledirigido.
Pero habrá cosas en las que habremos avanzado o mejorado.
M. S.: Muchas cosas. Hay una gran libertad de expresión en todos los sentidos. Ya no hay campos definidos, se tiende a las hibridaciones, y las nuevas generaciones se sienten más apoyadas por la sociedad de lo que lo estuvimos nosotros. Institucionalmente no. En eso seguimos igual.
R. M.: Sobre todo los emergentes. Ellos sí que reciben ayudas. En nuestra época no.
P. C.: Esto sigue siendo una guerra de guerrillas en la que cada uno va a lo suyo. Somos aún incapaces de trabajar al margen de los vaivenes institucionales. Y todos conocemos a galerías que no entran en ARCO aunque hacen otras ferias internacionales.
M. S.: Pero yo creo que todo eso va a cambiar porque el artista cada vez está menos dispuesto a que lo ninguneen. Eso va a ser lo más innovador del siglo XXI: tomar las riendas de nuestras propias carreras.
J. de J.: La hibridación de técnicas es un avance. Y las posibilidades que nos dan las nuevas tecnologías, no solo para reducir infraestructuras y dependencias, sino para proyectar nuestro trabajo. Eso hace que la percepción del arte sea hoy mucho más rica.

¿Esa obsesión por la emergencia es lo que hace que España vaya perdiendo a todas y cada una de sus generaciones?
J. de J.: No creo que los emergentes nos hayan tapado a nosotros. En cuanto a la administración, es que nunca he contado con ella. A mí las últimas crisis me han llevado a valorar aún más a la sociedad civil. Creo que es la que hace funcionar las cosas en España. Empresas y particulares.
R. M.: En el ámbito de la fotografía, a lo que se ha tendido es al fotolibro. Eso no pasaba ni en los ochenta ni en los noventa. Y gracias a este fenómeno hoy conocemos a gente como Ricardo Cases o Cristina de Middel.
A. P.: En los ochenta existía una sensación de libertad que propició una explosión de creatividad, una vitalidad sustentada en el efecto-esperanza como eje. Parecía que un futuro vibrante se podía tocar con las manos. Las risas compartidas se convirtieron en nuevas formas de representación. El cuerpo se expresaba con una libertad inédita. La atmósfera creativa tuvo el refrendo de un clima cultural y un apoyo social que permitió que se extendiera el ansia de libertad creativa como ingrediente decisivo de la recuperación democrática. El régimen globalitario de nuestros días no permite sueños que se alejen de las coordenadas predeterminadas por un sistema despótico de dominación y consumo. El espectáculo celebra ensimismado el éxito de la incesante alienación colectiva en una dinámica conformista. El trabajo artístico actual tiene que posicionarse contra la hegemonía de la simulación. Rebelarse contra el mundo administrado que amenaza con cuadricularlo todo. Alejarse de la red de coerciones y recuperar un vitalismo libertario, en busca de plenitud sensorial.
¿Qué ha aportado vuestra generación a las posteriores y que os aportan a vosotros las nuevas generaciones?
O. L.: Nosotros aportamos libertad.
P. C.: Y ganas.
J. de J.: A mí me alegra haberles ayudado a romper barreras. Ver que hay gente haciendo cómic sobre una pared o un grafiti en una galería, que hace años se veían como gamberradas. Y esa libertad la ejerce tanto el que hace arte como el que lo recibe, que no se cuestiona ya tanto si eso es cómic, si es arte, si es grafiti… Nosotros sufrimos mucho el haberte “encasillado” haciendo historietas o lo que se consideró mucho tiempo “ilustración”, que era como un arte menor.
M. S.: Es que ahora contamos con un espectador más formado. Eso es un cambio para bien. Van mucho a galerías, van más a museos, se informan…
J. d. J.: Y esa libertad que nosotros aportamos también la recogemos de los jóvenes. Ellos hacen cosas que a mí no se me habrían pasado por la cabeza e intento aplicarlas desde mi perspectiva. Sus fuentes son otras, y eso me obliga a ver las cosas desde otras miradas, que es al final lo que tiene que hacer el arte.
O. L.: Yo necesito a los jóvenes. Sus técnicas.
R. M.: Sus nuevas tecnologías.
J. de J.: Ellos son los nativos digitales. No les podemos alcanzar, pero sí intentar estar a la altura. No podemos olvidar que esta también es mi época. Sigo vivo. Y hay unas herramientas digitales hoy que te permiten hacer unas cosas maravillosas.
A. P.: Pienso que hay una conexión grande entre creadores, de distintas generaciones. Existe un conocimiento mutuo del trabajo en una empatía intergeneracional. La actual es una escena apasionante, aunque con muchas dificultades derivadas de la involución política y del desinterés del Estado ultraliberal por la cultura. Seguimos manteniendo vivas las risas y las preguntas decisivas que se alzan como interrogantes poéticos. Hay una rebeldía estructural en el arte del cuerpo que choca con el discurso inerte de la subversión institucionalizada que habla el idioma “discursivo” de la sociedad administrada. En la “jaula de hierro” no quieren dejar espacio para la libertad del arte.

Ahora estamos viviendo, por ejemplo, cierta visibilización de la mujer en el arte. ¿Cuáles eran las sensibilidades más propias de los ochenta?
J. de J.: En los ochenta no había mujeres artistas y hombres artistas. Había artistas. Si algo aprendimos entonces era a no juzgarte por ser blanco, negro o verde. Alto o bajo.
R. M.: Hoy sí que se tiene más en cuenta la cuota femenina en ferias como ARCO, como JustMad…
J. de J.: Entonces no nos parábamos a contar.
O. L.: La verdad es que también éramos cuatro mujeres. Para mí la reivindicación del 8M tiene un lado perverso. Claro que es positivo visibilizar a mujeres que han tenido un trabajo artístico maravilloso, Leonora Carrington, que lo mismo la comparas con sus contemporáneos hombres y les da mil vueltas. Pero aparece el 8 de marzo y a mí, que siempre estuve en la cresta de la ola, se me empieza a reconducir a esa fecha: me exponen en marzo. En octubre no. Me apartan a un mes. A mí me humilla que me metan en algo por ser mujer.
M. S.: La única manera de igualar es normalizar.
Quizás es que vivimos en una sociedad muy políticamente correcta, en la que hoy serían impensables muchas de las cosas que hicisteis vosotros en los 80…
P. C.: Y también una sociedad muy de miedos. Yo recuerdo las primeras manifestaciones en Chueca a favor de los homosexuales en los ochenta, el setenta por ciento de los que estabamos allí no lo éramos. Y sin embargo luego nos echaron.
J. de J.: Y era una época super violenta.
A. C.: Si , hoy parece que vivimos una involución inquietante… Una deriva totalitaria, una regresión hacia épocas predemocráticas que considerábamos superadas. Existen obstáculos en la política cultural y en el desmantelamiento del sector publico dedicado al arte actual. El caso del MARCO de Vigo, que es en este momento el epicentro de la destrucción, fruto de la insensibilidad y el desconocimiento, es paradigma de cómo se puede eliminar o desnaturalizar un servicio público dedicado al arte actual. Con relación a los derechos de autor de los artistas visuales, se ha realizado en estos años una expropiación en toda regla por parte del gobierno.
P. C.: Hay mucho miedo a ser políticamente incorrecto, a hacer algo que pueda dañar la sensibilidad femenina o masculina…
M. S.: Ahora: lo que pasó el pasado 8-M fue fantástico. En España, cuando nos juntamos, hacemos muy buenas cosas juntos.
Eso a lo mejor es una de las cosas en las que seguimos igual.
Todos: ¡Que no nos juntamos!
M. S.: Hemos hecho grandes manifestaciones multitudinarias. Pero lo dejamos en gestos. Nos reunimos, pero luego no continuamos peleando por los asuntos.

¿Somos un países en el que se mezclan las generaciones?
M. S.: Por supuesto. Yo voy a sus exposiciones y ellos vienen a las mías. Pero a lo mejor es porque yo les doy clases en la universidad, no lo sé. Y también nos reunimos con gente como Martín Chirino, que son generaciones muy anteriores a la mía, porque nos suscitan gran interés.
O. L.: Yo lo confirmo. Cuando hay un joven que me interesa, y los hay, me acerco a ellos como me acerco a los mayores.
J. d J.: Sí hay que subrayar que las administraciones no han hecho el trabajo de dar a conocer mucho más a las distintas figuras de las diferentes generaciones. Eso es un problema.
P. C.: Y pocas galerías tienen hoy en nómina a autores de ochenta años conviviendo con emergentes.
M. S.: Las galerías hoy tienen las plantillas muy jóvenes. Se ha ido eliminando a los mayores.
J. de J.: Ahora hay un escaparate magnífico que son las pequeñas ferias nuevas, no sólo en Madrid, que suponen menos gastos y es donde se está dando la oportunidad de ver cosas.
O. L.: A los jóvenes no los tenéis que buscar en las galerías. Buscadlos en las redes.
J. de J.: Yo trabajo para las redes. Y gratis. Subo contenidos porque me interesa. Así doy visibilidad, me sigue público joven que me interesa. Quizás el intercambio generacional se está dando en las redes. España está lleno de contenedores culturales que se han construido sin criterio y para los que no hay dinero para rellenarlos. Yo me niego a hacerlo gratis. Porque el que me lo pide está cobrando un sueldo. En la red sí que lo hago, porque lo controlo yo todo.
¿Y hemos manoseado demasiado el concepto libertad que nos legasteis? Ahí están casos como el de Santiago Sierra, el de “Fariña”, las censuras a desnudos en Facebook o Instagram…
J. de J.: Los analizamos y nos da la risa.
O. L.: Nosotros le cedimos la libertad a los artistas jóvenes, pero el mundo actual se la quita por otro lado. Que te censuren un desnudo en las redes o una exposición es una locura, cuando no te censuran nunca una pistola, un tiro, un charco de sangre… El cuerpo humano tiene que ver con la vida.
J. de J.: A lo que se suma que cada vez que se censura algo se le da un autobombo que consigue el efecto contrario de visibilidad. Aunque también es verdad que en tiempos de Franco prohibir un libro significaba que todo el mundo lo leyese.
¿Ahora ya no?
J. de J.: Ahora ya no.
O. L.: De todos modos, a mí esto de que el artista tenga que estar dando todo el rato el triple salto mortal para llamar la atención no me interesa. Eso debería ser más interior.
J. d. J: Una cosa sí que os digo, y he viajado mucho: España es una país de una creatividad espectacular, de los jóvenes a los mayores; de la danza al arte; del uso de la madera a las nuevas tecnologías. Somos una potencia, y quizás la administración no lo potencia porque se cree que funciona solo.
R. M.: Pero, ¿por qué somos unos desconocidos fuera?
J. de J.: Porque no estamos en las colecciones públicas. La administración tiene la obligación de adquirir obras de todos los artistas con un determinado recorrido. Es su responsabilidad para que la credibilidad de los artistas se mantenga. Y hay época en las que eso se hizo.
O. L.: Yo soy premio Nacional. Y pensaba que eso conllevaba la adquisición de obra para el Museo Reina Sofía. Lo dije inocentemente. Y me comenzaron a gritar. Es un buen premio, luego te cae algún trabajo. Quizás te mueven por España, pero no te sacan fuera.
R. M.: Desde luego, sería la forma más lógica de demostrar que te están apoyando, que siguen una carrera que ellos mismos avalaron. Somos poco conocidos porque estamos poco representados en las colecciones nacionales.
O. L.: Somos poco cariñosos con lo nuestro. Admiramos lo de fuera pero no lo español… Eso significa que también somos poco responsables. Soy optimista y quiero pensar que es porque nos queda nuestra mejor etapa. Lo mejor está por llegar.
R. M.: ¡Somos emergentes!
M. S.: Tenemos más fuerza y más conocimiento que en toda nuestra vida.
J. de J.: Y más visibilidad. De nuevo las redes…
¿Es cosa mía, o la estética de los jóvenes de ahora es muy ochentera?
J. de J.: Lo es, pero es que además está volviendo a nuestro espíritu de hacer lo que te da la gana.
M. S.: La gente está revisando con fruicción esos años y destilándolos en sus lenguajes y estéticas del siglo XXI. Están aprendiendo de ahí y eso “mola”.

Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 17 de marzo de 2018. Nº 1.321