«La palabra “hábil” no forma parte de mi diccionario»
Luis Gordillo, maestro de pintores, se mide en «Tríplex», proyecto para el Centro Párraga de Murcia, con la generación de Miki Leal y Rubén Guerrero. Y con ellos pinta a seis manos

Luis Gordillo (Sevilla, 1934) es uno de nuestros pintores vivos más fascinantes, capaz de reponerse de su propia melancolía, y de reinventarse, como hace en Tríplex, el proyecto en el que pinta a seis manos (junto a los más jóvenes Miki Leal y Rubén Guerrero) para el Centro Párraga de Murcia. Él dice encontrarse al final del camino, pero la propuesta lo descubre una vez más como un escapista. La pintura como trampa, pero también como salvación. Ahora entre colegas.
Esta es la tercera vez que lo entrevisto. Dicen que a la tercera va la vencida, pero usted siempre me ha dado buenos titulares. ¿Le gusta charlar de su trabajo?
¡Ay, Dios mío! Pues yo soy una persona muy dubitativa y, además, un tanto cobarde, para serte sincero. Después de más de medio siglo de trabajo, todo eso creo que se nota en la obra. Soy como un mono en la selva, de rama en rama, dando saltos, y no me privo de tentaciones. No tengo confiaza ciega en ninguna idea. Hay artistas que encuentran rápidamente una veta y se afianzan en ella, la desarrollan… Yo diría que son la mayoría. A veces se comprometen tanto con su idea que la desarrollan incluso después de muerta. Yo he tenido la ventaja de “no creérmelo” nunca, de escaparme siempre para un lado o para otro, pero sin desaprovechar ninguna energía. Como digo, estoy lleno de tentaciones, y no las reprimo. Prefiero entregarme a la tentación que desarrollar ideologías casi militantes. Así respiro mejor.
Hablando de “tentaciones”, de energías, del número tres… En “Triplex”, para Murcia, accede a trabajar con otros dos autores más jóvenes, componer junto a ellos. ¿Por qué le dice que sí a un proyecto como este?
La idea inicial, realmente, era la de haber hecho una exposición solo mía, aquí, comisariada por Sema d’Acosta, bastante ambiciosa, pues se planteaba como una especie de resumen de una trayectoria, pero el espacio en el Centro Párraga no daba para ello. Por eso consideramos – y lo digo en plural porque ya sabes cómo trabajo siempre de manera muy cercana con Pilar, mi mujer- rechazarla, lo que dio pie a esta segunda propuesta del comisario, junto a Miki Leal y Rubén Guerrero. Yo conozco bien la obra de ambos, porque sigo de cerca a este grupo sevillano de pintores, que además comparte taller en la ciudad y en el que también está José Miguel Pereñíguez, Fernando Caballero, y otros muchos, cuyo trabajo es de muy buen nivel. Yo ya les admiraba, de forma que la oferta de colaborar con ellos encaja de una forma muy natural. Ellos son muy distintos, pero han hecho la carrera juntos, son muy amigos y se conocen a fondo… Me he entonado bien con ellos. Ellos dicen que admiran mucho mi trabajo. Todo este grupo se siente “deudor” de lo mío, aunque lo suyo no se parezca a lo mío. Para mí es una aventura muy grata. A mí me interesa mucho la pintura, y si esta además es buena me interesa mucho más.

Son dos “jóvenes” contra un veterano. ¿Significa eso que hacen falta muchos jovenzuelos para enfrentarse al maestro?
(Ríe). No se trata de una pelea… De hecho, creo que nos hemos relacionado en plan de igualdad. Les considero tan válidos como yo. Simplemente son más jóvenes, pero estoy seguro de que van a tener unas carreras muy buenas.
Lo que es cierto es que usted siempre se ha llevado muy bien con las generaciones más jóvenes, y estas le tienen en consideración. ¿Qué se enseñan mutuamente?
Es verdad que es una relación en un doble sentido: no es que yo me aproveche de los jóvenes para situarme sobre ellos, en absoluto, ni pienso que ellos se aprovechen de mí para nada. Es una “atracción” espontánea de la que todos salimos ganando.
Usted que es muy dado al psicoanálisis, ¿cómo le ha servido enfrentarse a otros autores con los que ha tenido que gestionar y discutir los procesos de elaboración de las obras?
Una cosa que me ha llamado la atención desde el principio es que ellos hayan completado la carrera entera de Bellas Artes, porque, en mis tiempos, entre los progres, eso era una rendición, una humillación. La enseñanza no tenía nivel. Todos hemos admirado en Sevilla a don Miguel Pérez Aguilera, que era un profesor extraordinario y muy competente, también muy comprometido, pero el resto no merecía la pena. Pero todo eso ha debido de cambiar: lo mío era «la escuela” de Bellas Artes y aquello parecía un jardín de infancia. Ahora ya es una facultad y el nivel debe de ser distinto. Y me doy cuenta de que ellos han aprendido cosas allí, cuestiones en las que yo no me eduqué y de las que me tuve que dar cuenta por mí mismo y con el esfuerzo que eso supuso. Ellos tienen una serie de “trucos constructivos”, y no lo digo en sentido negativo, elementos prácticos para representar ciertas cosas -profundidades, atmósferas…-. Ese armazón instrumental se lo ha tenido que dar la facultad. Eso de hacerse el valiente y el opositor, como fue mi caso, tiene también sus costes. Yo a ellos los veo con las defensas fuertes, que son de tipo instrumental…
¿Son más resolutivos los jóvenes o es que hemos dado con dos viborillas?
Eso no te lo sabría contestar. Pero el último día, que nos reunimos en mi estudio, ya con los tres trípticos resueltos, para dar toques finales, yo me di cuenta de hasta qué punto son hábiles. La palabra “hábil” no forma parte de mi diccionario. Yo soy más bien todo lo contrario. Todo me cuesta mucho, excepto el dibujo, que para mí es como patinar sobre hielo. La pintura, en cambio, me es una cosa muy, muy liosa, muy compleja y de mucho esfuerzo. Y Miki muestra una facilidad sorprendente al enfrentarse al cuadro. Los suyos están hechos “a la primera”, pese a ser tan complejos.
Cada vez que he hablado con usted, me insinúa tener la sensación de que se cierra un ciclo. Pero ahora nos sale con estas. ¿Es una manera de reinventarse?
Yo prefiero no definir lo que hago. Yo me dejo ir. Simplemente, sigo viviendo y sigo haciendo con la pintura lo que me apetece. Cada vez trabajo más con ordenador, con fotografía. Ahí he desarrollado una segunda personalidad, me ha dado pie a una segunda línea de trabajo desde siempre. Todo eso me interesa muchísimo, pero no quiero abandonar la pintura. Ella es como el corazón de mi obra. Allí toco lo orgánico, lo instintivo a través del cuerpo. Es la base de todo lo mío. Los pintores geométricos, más fríos, más distantes, no la ven desde este punto de vista. Pero donde yo me sitúo, la entiendo como un psicoanálisis. Y el psicoanálisis, lo que intenta es llegar a la “fórmula” de tu personalidad, la “fórmula Luis Gordillo” o “la fórmula Javier Díaz-Guardiola”. ¡Como si eso fuera posible! Y cuanto más profundizas, más todo se abre. Y más difícil se lo pones a la fórmula. Lo que va ocurriendo es que vas descubriendo paisajes, espacios, y se amplía la fórmula. Pero es una ilusión. Persigues alcanzar el quid de la cuestión para mejorar… No sé…

Siempre ha renegado del concepto “estilo” en pintura. En un ejercicio como este usted estará en su salsa porque a lo que se tenderá es a confundir autorías.
Una parte de mi obra es el collage. Y antes de ponerme a pintar me gusta desarrollar una idea gráfica de lo que voy a plasmar. Estos chicos me lo pusieron a huevo porque fue trabajar desde la pintura en le puro collage. Y el resultado, en mi opinión, enriquece el conjunto. Es una aventura en la que nos hemos dado permiso para intervenir, lo que hacía que la independencia de cada uno quedara también cuestionada. De alguna manera, el collage se hacía más orgánico.
Considera que el estudio es un espacio muy privado, con muchos secretos. Ahora que han entrado dos artistas en el suyo, ¿se ha revelado alguno?
Es cierto que allí se conservan muchos secretos, pero están al alcance del que quiera entrar. No los guardo bajo llave. Mi estudio está abierto a todo el mundo, y me gustaría que fuera más gente. Es un espacio demasiado solitario. Por eso entiendo la fórmula de estos chicos de trabajar juntos. Rubén Guerrero, por ejemplo, prefiere estar en un estudio pequeño, rodeado de otros, que contar con un espacio amplio. Eso me resulta curioso, pero hasta cierto modo lo comprendo: es mejor estar rodeado de gente que te respeta.
¿Qué está pasando ahora en el suyo?
Pues que están dando las campanas del final…
¡Vaya por Dios!
Noto que soy mayor. “Mayor” por decirlo elegantemente.
Eso me lo dice cada vez que hablamos…
Pero es que ahora es de verdad.
¡Pues ya van tres! Pero, sigue trabajando, ¿no?
Sí, sí. Yo trabajo todo lo que puedo. Todo lo que puedo y más. Yo realmente me sacrifico ahora por la pintura, porque no puedo hacer lo que yo quisiera. Pero aún puedo seguir adelante. Pero que tengo ya 85 “tacos”. ¿Tú cuantos tienes?
La mitad.
Cuando tú llegues a mi edad, 85 no será nada.
¿Seguro? ¿Me lo promete?
Te lo firmo.
El caso es que en la muestra hay un retrato de Miki Leal. ¿Qué piensa cuando se ve en él?
¡Hombre! Que es una broma. Es fácil señalar las diferencias. Es como si hubieran pasado veinte años. Me veo muy hollywoodiense, muy hockney. Esa es la piscina de mi casa…
¿Es un hombre nostálgico? ¿Le gusta buscarse en fotos, hacerse fotos?
No especialmente. Me gusta la fotografía pero no en ese sentido. Me hace gracia… Conservo una de la clase del colegio, cuando ya éramos algo mayores, y me gusta comprobar cómo éramos entonces los amigos, los que quedan… La foto me interesa mucho, y la que yo hago no precisa de la intensidad de trabajo de la pintura. La mía precisa de una focalización, profundización y observación realmente exagerada. La pintura es una obsesión absoluta en mi vida, pero, por otro lado, es asimismo un martirio. No sé a qué otro artista podría compararme. Los últimos cuadros que expuse en la galería Marlborough lo son de meses, a veces incluso años de dedicación. Y yo no pinto un cuadro, pinto muchos a la par. Porque si me fijo en una obra a morir, eso es tremendo. Prefiero que ellas se vayan estructurando. El tiempo, sin exageraciones, va produciendo sus propias elaboraciones. La mirada se transforma. Es mi método de trabajo. En el fondo, no es que yo tarde dos años en pintar un cuadro: es que el cuadro ha estado dos años en el estudio. Allí ha estado viviendo, latiendo, haciéndose. Casi convirtiéndose en una criatura.
Pero eso significa que no es un artista visceral. Todo eso tiende a destilarse por su forma de proceder…
Ahí hay una contradicción enorme en mi obra. Porque por un lado parece muy espontánea. Sin embargo, sus “tripoteos” se producen con una elaboración casi de científico. Siempre digo que no hay pintor geométrico que controle o planifique tanto un cuadro como yo lo hago, pese a su experiencia expresionista. Es una disociación tremenda, que quizás es la que me perturba tanto a la hora de crear un cuadro…
Pero, me va a perdonar, todo eso que me cuenta se llama “estilo”.
Es el estilo mártir, sí. Y da pie a una vitalidad enorme, porque me obliga a que todo parezca que está muy vivo, con mucha expresión, pero por otro lado he procurado que todo ese expresionismo esté lo más medido posible.

Siempre ha afirmado ser una persona que está normalmente en crisis, tendente a la depresión. Cualquiera lo diría con sus formatos, sus motivos y sus colores. ¿Cómo lo justifica?
Otra de las cosas extrañas de mi personalidad. Yo soy un depresivo crónico, y, a veces, profundo, siempre en tratamiento… Pero yo no definiría mi obra de melancólica. De hecho, parece todo lo contrario. Ahí hay otra contradicción. Pero, ¡qué se le va a hacer! Estas cosas pasan.
Si “Support/Surfaces” es, como me dijo la última vez, el final de la pintura, ¿qué es lo que han estado haciendo ustedes los pintores desde entonces?
Ese es un movimiento francés de los sesenta con el que yo conviví que se proponía llegar al objeto cuadro. La pintura, ya desde comienzos del siglo XX, se puso en cuestión. El proceso fue largo. Y, evidentemente, la pintura es algo distinto hoy. A mí me gusta tener en mente esa imagen del cómic del sujeto que va corriendo, llega a un acantilado y sigue corriendo en el aire antes de caer. Quizás es demasiado exagerada, pero define bien lo que seguimos haciendo los pintores. Y más vale no tomar conciencia para no precipitarnos al vacío. Para mí, la pintura sigue siendo un campo lleno de dudas. Pero veo las obras de Miki, de Rubén, de sus compañeros, y me encantan, me parece que están muy vivas. En ningún momento pienso en decadencia o academicismo. No se me ocurre eso. Y sí pienso que eso esta vivo, y me interesa, y me entusiasma, ¿por qué he de pensar que no es ya útil a la sociedad o la cultura? Tal vez son respuestas trampa que yo me doy, pero, no puedo negar que, desde los setenta u ochenta, se generó una nebulosa plástica de la que todavía hoy vivimos los pintores. Si analizas la obra que hacemos hoy nosotros, enseguida encuentras antecedentes en esos años. Hay, hubo una cantidad de calor creativo que no creo que haya variado tanto. Y son 40 años ya. Todo eso me impresiona: me impresiona la fortaleza del arte conceptual, que yo más bien no comprendo, que no siento, pero que dio pie a la evolución del minimal, de la performance… ¡Tantas cosas! La pintura para el mercado es básico. Eso es posiblemente lo que la mantiene viva. Las ferias están llenas de ella. No las bienales de Venecia o las Documenta. Allí entra poca pintura, y generalmente mala. Yo he optado por no ir más a este sitio porque me pone enfermo. Y yo estoy obligado a vivir en ese columpio, en ese malestar de la duda. En los sesenta, cuando la pintura geométrica era la protagonista, yo viví la angustia de no ser geométrico. Y siempre me toca luchar contra algún “ismo”.
Ahora que los mencionó, siempre ha sido fiel visitante de los grandes acontecimientos artísticos internacionales. ¿Ha estado en la Bienal de Venecia?
Últimamente ya no voy. Me canso demasiado. No aguanto a nivel físico.
Le iba a preguntar por el Pabellón Español, tremendamente conceptual. ¿Ese es el arte que se hace en España hoy?
Yo no soy ya de la época que representa, la de su conceptualismo, al que ya no se pone límites. Pero, por otro lado, yo he respetado siempre mucho la vanguardia. Siempre he considerado que la vanguardia tiene la razón. Lo vimos con Van Gogh, el pobre, un desgraciado que nunca vendió un cuadro, o Cézanne, otro individuo extraño. Y, sin embargo, hoy, esa es la pintura más divertida y más popular. Parece mentira. Pero, ¿quién nos dice que Esther Ferrer o sus coetáneos no sean la base de la cultura de masas del futuro? Quiero respetar la vanguardia, aunque no la comprenda, pero me siento llamado por mi biografía, por mi vida, por el desarrollo de mis ideas, de mis instintos. Y en esas estoy.
Los malos periodistas escriben para que les lean sus compañeros periodistas. ¿Para quién pinta hoy un pintor, también para los colegas?
No es fácil responder a esta pregunta… Yo pinto porque no tengo otro remedio. Mi extraña psicología se encaminó a la pintura como campo liberatorio. Siempre tuve mucha facilidad para el arte, desde pequeñito. Me encerraba con pocos años en el despacho de mi padre a escribir cuentos o pequeñas novelitas. También se me daba bien la música. Yo tuve temperamento artístico y eso es algo que se tiene o no se tiene. Y si encima le metes el fuego de la “depre”… Yo estudié derecho, pero cuando acabé me pregunté: ¿Dónde te has metido, Luis?”. Lo hice porque lo sentía como la continuación del bachillerato, pero cuando me tuve que dedicar a eso como profesión me di cuenta de que no estaba hecho para mí. Luché entre el derecho y la pintura, hasta que se impuso esta, viviendo durante años en una precariedad económica bastante importante, pero asumida con una naturalidad absoluta: sabía que estaba en mi sitio, aunque yo venía de una familia que vivía bien. Pero hubo que separar. Vuelvo a lo del estilo “mártir”.
Eso responde a la pregunta deduciendo que uno pinta para uno mismo.
Para mí es muy importante la admisión de los otros. Siempre lo ha sido.
Pero, ¿los otros son los colegas?
No. Es todo Dios. Que los otros me admitan ha sido fundamental. El primero, para mí, fue mi hermano, el anterior a mí, que era el primogénito. Mi hermano Ramón, cuando yo hacía garabatos, ya decía que yo iba a ser un genio. Tenía una confianza en mí instintiva. Y para mí, cualquier nuevo defensor ha sido muy importante porque, como dije, he sido muy dubitativo. Como apoyo, no por reconocimiento social, ha sido básico. Pero también para sentirme miembro de la sociedad: ¿qué hago yo aquí? ¿para que sirvo? Por eso la geometría para mí era un problema, porque los geómetras se presentaban como seres sociales, o los artistas políticos: ambos eran los que iban a servir a la sociedad. Para ellos el expresionismo era cosa de locos, subjetivismo puro, algo burgués… Sus argumentos eran muy morales. Y eso me hacía mucho daño.

Vuelvo al pabellón español porque es Itziar Okariz la que dice que todo arte honesto es arte político. Por eso no le voy a preguntar si lo suyo es político sino si le interesa la política.
Sí, mucho. La sigo muy de cerca. No soy de ningún partido, lo fui en un momento del PS-A, cuando era marxista, porque un grupo de amigos se hicieron del movimiento y yo participé. Pero sí que sigo la política desde un lado de izquierdas. Pero lo vivo todo como un tebeo también. Escucho las noticias y sigo las tertulias como el que sigue una serie de televisión. Lo vivo como narración.
¿Y qué opina de la situación actual?
Un coñazo. Absoluto. No comprendo que los políticos no hayan podido ponerse de acuerdo. Pero es que creo que son personas de poco talante, de poco valor intelectual y humano. Estamos en manos de suplentes.
No le puedo preguntar qué va a votar, pero, ¿va a votar?
Pues tengo mis dudas. No se lo han merecido. Pero por otro lado, tengo miedo de que ganen en los que no creo, y eso me molestaría muchísimo.
Si hubirera sido finalmente músico, ahora le tocaría lidiar con el reguetón y el trap. ¿Está mejor ese panorama que el del arte?
La música es un campo mucho más difícil que el de la pintura. Nosotros tenemos un denostado mercado ,que al que le toca con sus dedos, le hace un hombre. No ocurre a menudo, pero yo no me puedo quejar, que vivo bien de la pintura. En la música todo es muy distinto. Lo máximo que sería en este sector sería un profesor de conservatorio. Pero yo te estoy hablando de la música seria.
¡Como si no hubiese un regetón de la pintura!
No tanto. Quizás algún muralista… Pero volviendo a lo de la música, este es un campo muy difícil. La respuesta social a la música culta que se hace ahora es peor que la del arte, incluso, la del arte conceptual. La música de mediados del siglo XX, que es a la que yo he conseguido llegar, ya era difícil. Su recepción es muy menor. En Radio Clásica, de hecho, es raro que pasen de esas fechas, de Stravinski. Debussy sería ahora como el Van Gogh de la música, pero la recepción de un Arnold Schonberg es muy, muy baja. Esa música, cuya “pintura” ya está aceptada, la de la primera mitad del siglo, Mondrian, por ejemplo, lo tiene complicado. Es como si la música clásica se estuviese muriendo. Es tan minoritaria y difícil de aceptar que prácticamente no existe.
¿Pero usted es partidario de Rosalía o no?
A mí me divierte el fenómeno, ella como persona. Me parece un revulsivo muy positivo.
Decíamos antes que recopila mucha fotografía de prensa. La actualidad internacional también le estará dando juego. ¿Qué tipo de fotos son las que guarda?
Cada vez estoy más obsesionado con eso. Son fotos que tienen algún misterio y no es documental. Es algo que encierra una naturaleza extraña entre poética, pop, de chiste y azar. Lo hago desde muy pequeño, cuando empecé tres colecciones: la de fotos de hombres importantes que salían en los periódicos, otra que era de chistes, y otra, dado que mi padre era médico y le mandaban publicidad de medicina, con diseños muy buenos, con esas imágenes. No toda la vida he conservado esa obsesión infantil, pero cuando la he reanudado se han seguido estas líneas.
¿Y no le han interesado redes sociales como Instagram, que es pura fotografía?
Para nada. Yo soy muy torpe para las máquinas. Hablo de que uso un ordenador pero no sé nada de ellos. Yo me ayudo para ello de un experto. Mi mujer es la que lleva el móvil, yo no tengo. A mí me abandonas y me muero de hambre.
¿No puede o no debe dejar de pintar?
Yo la cabeza la tengo ágil, y tengo ideas de sobra para trabajar. Pero las energías disminuyen mucho con la edad. Para mí la vejez está siendo una sorpresa. Nos hemos llevado bien hasta hará hace un año, pero desde entonces veo que esto es serio y hacer un cuadro es algo que lleva muchas energías. Mi duda es si sigo haciendo estos cuadros o si bajo el nivel a, por ejemplo, el dibujo, que para mí es casi un jolgorio, mucho más fácil. Puedo también bajar el tono; puedo trabajar en el ámbito de la foto, del ordenador, que es otro jolgorio, o darme con la cabeza en el muro con la pintura. De momento me voy bandeando. Pero me doy cuenta de que algo se está terminando.
Esta entrevista.
Cada día hago un esfuerzo por acostumbrarme y hacer mea la idea. Pero es una idea muy molesta, aunque obligatoria.

«Tríplex». Luis Gordillo, Miki Leal y Rubén Guerrero. Centro Párraga. Murcia. Comisario: Sema d’Acosta. C/ Madre Elisea Oliver Molina, s/n. Hasta el 17 de noviembre
Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 5 de octubre de 2019