Marina González Guerreiro, por el mejor camino
Pese a partir de lo mínimo, de lo precario, esta artista se crece en La Casa Encendida, donde muestra la solidez de su trabajo

Recuerdo (y atención a este verbo, porque en la obra de esta creadora va a ser capital), toparme por primera vez con la obra de Marina González Guerreiro (La Guardia, 1992) en la colectiva ‘Una imagen que no cueste ni duela mirar’, a principios de 2020, en la Sala de Arte Joven de la Comunidad de Madrid, una exposición comisariada por Anne Françoise Raskin y Víctor Aguado Machuca.
Allí presentaba algunos de sus ‘Charcos’, fragmentos de naturaleza encapsulados en desagradables bolsas de plástico, pero cuya potencia visual, uno no sabe por qué, despertaba cierto optimismo. La artista, después, reaparecería con sus ‘Benditeras’, a modo de pequeños recipientes imperfectos y frágiles, contenedores de agua estancada y sucia, en la primera de las dos ediciones que Estampa celebró en 2021. Ello ocurrió con su galería, la de Rosa Santos, y se desató el delirio entre los coleccionistas. Pocas piezas dejó por vender.

González Guerreiro regresa a Madrid, por suerte para usted, si, despistado amante del arte, aún no reparó en su trabajo. Lo hace en La Casa Encendida, dentro del cilco ‘Fantástico interior’, comisariado por Rafael Barber Cortell, con el que su artífice dota de otras lecturas, más allá de los tópicos que lo relacionan con lo vulnerable y lo que debe ocultarse, a lo que se entiende por ‘mundo interior’. Fracasó al hacerlo (o fue más interesante su discurso que lo que desplegó en sala) Ad Minolti, a cuyo rescate sale ahora González Guerreiro con ‘Buen camino’. ¡Y vaya manera de enderezar algo por parte de una persona que se deleita en lo torcido!
Su propuesta pivota, una vez más, en los materiales más frágiles y precarios (pétalos, cera, cordeles, semillas, azulejos…), mínimos, que, apilados, amontonados, perpetuados, pueden dar pie a obras majestuosas como el puente al final de la sala. Una ‘debilidad’ estructural, que, como escribió Paula Noya de Blas, tiene una lectura positiva para alguien que entiende la inestabilidad material como «algo que hace posible un cambio». Aquí, la gallega se regodea en el concepto de tránsito, de cambio de etapa, «de paso del invierno a la primavera, de la adolescencia a la madurez». De ahí que los puentes, como imagen, se repitan en la instalación, donde el recorrido no está prefijado y es posible el merodeo, el retroceso… Nunca el atajo.
Su inauguración coincidió además con la retirada de las mascarillas en interiores en España, y posiblemente a ninguna otra autora esto le ha venido mejor, porque más que banda sonora, esta propuesta tiene ‘banda olfativa’. Háganse un favor y no se la pierdan.

Marina González Guerreiro. ‘Buen camino’. La Casa Encendida. Madrid. Ronda de Valencia, 2. Comisario: Rafael Barber Cortell. Hasta el 19 de junio
Texto publicado originariamente en ABC Cultural