Mona Hatoum, alegoría de lo sutil y extraño
Con un año de retraso, el Premio Julio González de Mona Hatoum se traduce en una muestra en el IVAM que repasa sus obsesiones, también fortalezas, de las últimas décadas

Lo deja claro desde el arranque de la cita, sobre uno de los muros: «Quiero que la obra tenga, en primera instancia, una fuerte presencia formal, y que a través de la experiencia física, active una respuesta psicológica y emocional». Y prosigue: «En un sentido muy general, pretendo crear una situación en la que la propia realidad se convierta en un aspecto cuestionable, donde los espectadores puedan replantear sus concepciones previas y su relación con lo que les rodea».
Sobre estos dos planteamientos teóricos se distribuyen en el IVAM las obras (más de una treintena) con la que la institución ilustra la concesión a Mona Hatoum del Premio Julio González en 2020, una de las creadoras contemporáneas más aclamadas, con intachable currículum (no hay cita internacional que se le haya resistido: Bienal de Venecia, Documenta de Kassel, antológicas en el Pompidou y la Tate…), que se convierte además en la segunda mujer a la que se le otorga este galardón (la precedió la francesa Annette Messager, y ella cederá el testigo a Carmen Calvo en 2022).
Eso desde un punto de vista conceptual. Desde otro más cronológico, el comisario de la cita, el anterior director del IVAM, José Miguel G. Cortés, ha pretendido ilustrar con piezas que ya forman parte de nuestro imaginario (como la gran bola ‘incandescente’ del mundo que es ‘Hot Spot’) las dos últimas décadas de esta autora, un periodo en el que el cuerpo como base de operaciones (y metáfora de las fuerzas sociales que actúan sobre él) desaparece en la labor de la creadora británica de origen palestino para dar paso y prioridad al del espectador, lo que también le permite centrarse en la relación del mismo con el espacio.

Toda aquella Hatoum anterior ligada a la ‘performace’ queda excluida de la presentación, aunque se atisba la posibilidad de un pequeño acercamiento a la misma, gracias a la documentación contenida en otra muestra en este mismo museo, la que se dedica al israelí Absalon unas plantas más arriba.
Nacida en Beirut en 1952, en el seno de una familia Palestina, Hatoum realmente ha pasado gran parte de su vida en el Reino Unido. El estallido de la guerra civil libanesa le sorprendió en Londres, lo que le impidió regresar entonces a su país natal. Para una creadora con ramalazos freudianos, una circunstancia como esta, que puede hacernos sentir en cada momento ‘fuera de contexto’, atraviesa toda su producción: una obra que atiende al territorio o los territorios, a lo identitario y a la memoria, al cruce de culturas, a cierto extrañamiento que hace desconfiar, incluso, de lo conocido.
En las propuestas de Hatoum todo nos parece cercano. De hecho, la artista recurre a materiales sencillos (de las pastillas de jabón de Present Tense, a las canicas de Map (Clear), o el cabello humano de Keffieh,), a veces con resultados industriales, cuando no objetos cotidianos (un somier, literas apiladas, un rallador de queso, una silla…), que, sometidos al cambio de escala, generan cierta ambigüedad que incomoda. De entre todos ellos, la exposición pone el acento en el mapa, un instrumento racional, metáfora perfecta de la capacidad del ser humano para demostrar su control sobre el territorio (y por lo mismo, fuente constante de conflictos), que desdibuja sus límites de forma poética en manos de esta creadora.

Puede pensarse por todo esto que en la producción de Mona Hatoum hay cierta tendencia al pesimismo, cuando no a cierto existencialismo nihilista. Nada más lejos. Es el humor en muchas ocasiones el ingrediente final que invita a otras lecturas. Pongamos como ejemplo el espejo con el que acaba el recorrido, la pequeña obra con la leyenda grabada ‘You Are Still Here’. Una apreciación a la existencia efímera, pero también un canto a la necesidad de aferrarnos a los recuerdos o a nuestra capacidad de resiliencia, sean cuales sean las adversidades. Desde esta dimensión evocadora y ambivalente debemos acercarnos a todas las obras propuestas.
Un recorrido (al que quizás se le habría agradecido una luz más atenuada, algo que favorece a las piezas de la británica) que arranca con una de las dos obras de la artista de la colección del IVAM: Búnker (2011), ocho torres metálicas que parecieran maquetas y que son edificios del Beirut natal de Hatoum, dañadas en su superficie. Sus formas remiten a cierta lectura minimalista que se hace de su trabajo (como en clave surrealista se interpretan otras como Paravent y Daybed, los dos ralladores que, en sus gigantes proporciones, transmiten agresividad y violencia), cuyo perfil reencontramos más adelante en trabajos como Quarters (en el que el ‘módulo’ es una cama, que, apilada, da pie a sensaciones carcelarias o a estructuras institucionales para contener a la población); o, ya casi desvaneciéndose, en Impenetrable, ese falso cubo en suspensión del que, al acercarnos, descubrimos su verdadera esencia: varillas de alambre que impiden nuestro paso. En cierto modo, es un homenaje a Jesús Soto, como otras obras lo son a Duchamp, a Magritte, a Carl André y Sol Lewitt, invirtiendo su cariz minimal, o hasta a la belleza política de Felix Gonzalez-Torres, ahora en el MACBA.

Estas mismas líneas invisibles que conectan piezas se repiten en la cita: a veces por el empleo de un material (el cabello humano en la almohada de Interior. Landscape, que en el caso de la mencionada Keffieh, sirve para subrayar el sutil feminismo de la creadora, mientras subvierte un símbolo de masculinidad y transforma rabia contenida en protesta silenciosa a través del bordado); o la recurrencia del objeto: los mapas sobre una alfombra en Baluchi; de canicas –y por tanto alertando sobre la inestabilidad de las fronteras– de Map (Clear); a base de cuentas de cristal clavadas sobre el jabón, que, al diluirse harán que estos contornos también vayan cayendo…
Es inevitable sentirse atraídos como polillas a la luz a las grandes instalaciones. En el caso de Hot Spot, con el planeta todo él incendiado por ser en su totalidad una zona de conflicto y, por ello, con el contorno de los continentes en neón, chisporrotenado como si de una resistencia se tratara, es literal. Pero háganme caso y reparen en las pequeñas piezas, las más delicadas: la ‘telaraña’ de Hair Grid with Knots; los dibujos sobre revistas de rutas aéreas de Routes, generando con los planos de color ‘no lugares’; o la silla calcinada de Remains. Por otro lado, sus litografías empleando muelles de colchón o los dibujos sobre papel encerado sobre los que crea destruyendo con varillas de metal caliente la relacionan con la última Mona Hatoum, la que experimenta con los materiales y que recientemente se ha dedicado a la pintura… mezclando el pigmento con cenizas.
En una creadora que además «escucha el contexto a la hora de crear y se empapa de la cultura local» echamos en falta una pieza nacida en Valencia o reinterpretada por ella en estas latitudes. El covid no solo retrasó un año esta muestra, sino que le ha impedido recoger su premio. Además del Brexit. Paradojas con una autora que tanto ha luchado contra las fronteras. Todas.

Mona Hotum. IVAM. Valencia. C/Guillén de Castro, 118. Comisario: José Miguel G. Cortés. Hasta el 12 de septiembre
Texto ampliado del publicado el 24 de abri lde 2021 en ABC Cultural, Nº 1.468