«Los desnudos, las religiones y los temas políticos son las tres grandes obsesiones de todo poder»
Desde la fotografía y en la Sala Alcalá 31, Montse Soto analiza cómo se construye la herencia cultural, censura mediante

A modo de lema de la exposición Imprimatur (término latino con el que la Inquisición aceptaba la publicación de un texto), sobre sus contenidos en Álcala 31 reza esta frase de Hans Belting: »Cuando las imágenes cayeron bajo la sospecha por cómo habían sido fabricadas entonces pasaron a llamarse «obras de arte»». Es decir, cuando preocupó lo que cuentan o cómo lo cuentan comenzaron a funcionar mecanismos para controlarlas o prohibirlas. Bajo estas premisas aborda Montse Soto, en la que es su vuelta a PHotoEspaña, la Historia del Arte. Y sus conclusiones llegan a nuestros días y a la falsa libertad en la web.
Le pregunto primero por la filosofía de “Imprimatur”: Por qué el interés por la censura y cómo se despliega un proyecto tan doloroso como apasionante.
Cuando estaba preparando la serie “Dato primitivo 5: pinacoteca”, en torno a la iconografía del libro, sentí el deseo de buscar una biblioteca que fotografiar que me permitiese abordar la presencia del libro en la pintura. Visité el Museo del Prado, el MNAC y un montón de instituciones más, pero pronto descubrí que, con sus obras, estaba haciendo un archivo cuyos libros, en realidad, no permitían leer sus contenidos. Eso me chocó y me hizo pensar que me estaba equivocando. Entonces empecé a indagar, y al repasar las leyes imperantes en cada momento histórico entendí lo que estaba sucediendo, que es lo que en cierta manera propongo al espectador que descubra aquí.

Esos datos históricos, en forma de cita, son los que reproduce en las paredes de la sala.
Así es, leyes que expresaban cómo estaba prohibido tanto pintar como escribir sobre determinados contenidos. Y, a partir de ahí, me pareció muy interesante no sólo presentar esa serie que mencioné, sino contextualziarla con todos los trabajos que ya había realizado antes sobre censura y autocensura. Hablar sobre estas cuestiones es francamente difícil porque en el fondo es hablar de aquello que no está. Por eso quise que la serie estuviera conformada por muchos cuadros para que se viera que no se trata de un trabajo de selección mío, sino que buena parte de la Historia de la Pintura, que es la que está contenida en nuestros museos, reproduce libros que, si no son la Vulgata, están velados o son imaginarios. O no cuentan con portada o están dados la vuelta. Y eso me parecía ideal para confrontarlo con un tema que siempre me ha tenido en alerta y que es internet. Así, he intentado comparar lo que fue y supuso la técnica de la imprenta (en mi clasificación personal distribuyo las obras en anteriores y posteriores a su aparición) con la web, lo que será la base de mi próximo trabajo, pues aquí solo introduzco un muro infográfico. Son muchas cosas lo que comparten ambas tecnologías pues, en cuanto aparecieron una y otra, enseguida apareció el deseo de control de las mismas.
El resultado es muy de pinacoteca.
Para mí era importante separar al espectador del objeto tratado. Es lo que busco siempre con la fotografía. Solo así podemos poner el interés en el contenido, no en la forma: no fijarnos tanto en la calidad de estas pinturas sino en sus mensajes, sus intenciones, el adoctrinamiento que hay detrás. La foto como técnica, en este caso, es perfecta porque separa la parte física de lo fotografiado y lo prepara para la contemplación. Y al poner juntas dos o tres obras, eso te permite comparar. Ver cómo un modelo escribe u otro mira en un cuadro. Cómo el libro está abierto o cerrado, tachado o más visible…
En el fondo lo que propone es mirar atrás para ver en qué terreno nos movemos.
Aportada la información en la planta inferior, la superior quiero que sirva para que el espectador saque sus conclusiones. Lógicamente, la interpretación queda muy abierta, y el acceso a lo que se propone también depende del visitante. Tú puedes ver solo cuadros, y esa será una experiencia maravillosa porque estás recibiendo y repasando la Historia del Arte. Pero puedes optar por no solo deleitarte con las imágenes sino también descubrir en qué época se generaron esas obras y bajo qué parámetros legales. Por último, y lo que a mí me interesa más, es ahondar en lo que falta. Todo a base de documentos, no de opiniones personales. Y me parece muy elocuente lo que cuenta Hans Belting, al que uso como conclusión de todo.

El recorrido queda marcado por tres grandes preguntas: «¿Qué es lo que vemos?», «¿Qué es lo que queremos ver?» y «¿Qué es lo que nos dejan ver?»
Eso es. A lo que se añade una cuarta que increpa directamente al artista que es «¿qué queremos enseñar?» El problema está en las leyes. Si estas te fuerzan a la censura o a la autocensura en el mundo “real”. Si estas, en el virtual, imponen restricciones, límites, pactos. Todo ello incide sobre la libertad, que es el espacio ideal para la creación.
Porque se supone que, en un Estado democrático, la censura no existe, pero pensar que eso es así es ingenuo.
Eso está claro. Lo vemos constantemente en la prensa: tenemos a los titeriteros, a los raperos, lo que sucedió en ARCO, exposiciones en las que hay problemas con desnudos… Eso está ahí y ocurre porque, si quieres evitarlo, has de enfrentarte a la ley o a todo un entorno social que presiona. Por supuesto: sí. Existe la censura. Yo estoy preocupada, con casos muy graves. Y lo peor es que también se reproducen moldes en el mundo virtual, con redes sociales que censuran obras o a artistas. Todo lo que metas en la red que sea sensible a otras opiniones acabará censurado. Y eso nos asombra y no tendría que ser así porque cuando tú le dices «ok» a Facebook o cualquier otra red social estás diciendo “sí, hazlo”. Te autocensuras en cuanto aceptas unas condiciones de uso. En ese ámbito también hay leyes, que en muchos casos desconocemos.
La pregunta sería si la autocensura es el gran mecanismo de censura del siglo XXI.
¡Que va! Ésta ha acampado siempre. Aquí lo demuestro: son las citas de las paredes de Cervantes, de Santa Teresa, el vídeo de Goya, el de Galileo… La autocensura forma parte también de la Historia del arte.
¿Usted ha experimentado la censura?
He sufrido la autocensura. Sí. La censura… No… No.
Exponiendo como ha expuesto casos de censura en el arte, me resulta curioso que haya entrado en la cuestión a través del libro.
Bueno, del libro en el arte. Todo vino porque en algún momento leí que tampoco había sido tan mala la censura de la Inquisición. A mí me encantan los libros y hago muchos libros de artista. Es un formato que me fascina y que me permite incluir muchas cosas del proceso creativo. Es un buen contenedor para meter todo lo que sientes, todo lo que ocurre cuando investigas. Ellos forman parte también de toda mi evolución como creadora.

Volvamos a Internet: ¿Qué prevalece más: su capacidad para sortear censuras o su naturaleza de herramienta para controlarnos?
Yo creo que es algo sobre lo que hay que alertar en este momento. Te hablo desde mi perspectiva y total ignorancia. Pero primero hay que tener en cuenta que Internet se está aún configurando; por ello podemos aún estar alertas. Y una de las cosas más evidentes es que te mantiene totalmente al margen, sumido en la total ignorancia, de cómo se está construyendo. Todo control es igual a censura y autocensura. ¿Dónde podemos crear libremente en internet? Eso solo es posible en la “web oscura” (la no indexada por los motores de búsqueda), y aún así allí también existe cierto control. El problema es que los Estados terminan legislando sobre lo alegal, lo traen al mundo real y lo transforman en ilegal. Las fronteras son difusas, los pactos entre corporaciones existen. Se borra la línea de lo que es privado y lo que es público, lo que es propiedad intelectual… Todo son pactos, pactos, pactos.
Incluso pactos con uno mismo.
Sí, claro. Mira cómo está twitter. Pero lo peor es que se aplica la ley en un ámbito en el que esta no existe. ¿Por qué consentimos esto? Me explico: Imagina que un tuit es lanzado desde otro país que no es España, ¿por qué se me aplica una legislación nacional? La red no tiene espacio físico. Todo es extraño y oscuro. Aquella es otra comunidad, otra manera de entender las relaciones humanas y el concepto de compartir.
Como ha precisado, como la web, también en su día se pensó que la imprenta como tecnología favorecería la libre circulación de mensajes y, sin embargo, como el proyecto destaca, sirvió para ejercer un control férreo sobre lo transmitido. Ahondemos en esto, sobre todo para los post millennials, que pueden creer que hay un abismo entre un libro y un ordenador.
Lo interesante es que si se mira cómo evolucionaron la imprenta e internet, existen muchas similitudes. Ambas aparecen como tecnologías que, como la escritura en su momento, nos iban a aportar mucha memoria, las técnicas que nos iban a hacer mucho más sabios, pero, inmediatamente, surge el control de las mismas. Y, desde ese momento, comienzan las luchas por sus democratizaciones. Será un camino muy largo.
¿Siglos para la web, como en el caso del libro?
Posiblemente más.
El gran problema es que a leer nos enseñan, pero a usar las redes y la web, no. Eso facilita aún más la manipulación.
El futuro de Internet pasa por tener un conocimiento de la herramienta, es decir, que tú no seas solo un usuario, sino también un programador, un creador. Que seas capaz de entrar en ella y modificar a tu gusto y según tus necesidades. El problema hoy es que te lo dan todo hecho y que no somos cualificados ni cultos para estas tecnologías. Cuando esto ocurra, todos seremos más libres.

Habló antes de memoria. Se subraya que las dos líneas de actuación de su trabajo han sido siempre el paisaje y el acto creativo o los espacios del arte. ¿Es la memoria –y su construcción- lo que unifica a ambos?
La memoria siempre ha estado presente en mi obra. De hecho, me interesa pensar a través de ella. Yo vivo en esos dos mundos, el del paisaje y el del arte, y por eso yo sí que veo relaciones. Me interesa mucho ver a través del viaje todo el paisaje físico, en el cual nos movemos y encontramos soluciones, frente a mis reflexiones sobre el mundo del arte, un ámbito en el que confluyen los actos creativos de los artistas, el coleccionismo, que es un engranaje que convirtió una pintura en una obra de arte…
Quizás el coleccionsita de arte contemporáneo es el último “censor”, el que convierte unos gustos personales en la base de colecciones públicas que llegan a nuestros museos.
¡Total! El coleccionista compra contemporáneo a bajo precio. Lo mete como en una nevera, lo que ya marca una selección. Y, a partir de ahí, los grandes pactan con los museos, prestan, crean fundaciones, lo que legitima a unos artistas y no a otros. Lo que queda, pues, es lo que se ha vendido. Todo lo demás simplemente “desaparece”. Eso es muy interesante porque hablamos de “la Historia del Arte”, pero esa Historia se construye sobre “lo que quedó”. Estoy harta de oír hablar del “Arte con mayúsculas”, cuando evolucionar en arte es difícil y fácil equivocarte. Belting, en Imagen y culto, lo expresa fenomenal: Cuando las imágenes cayeron bajo la sospecha por cómo habían sido fabricadas entonces pasaron a llamarse “obras de arte”. Ese tipo de sentencias son las que me liberan.
Es fácil reconocerla en estas fotografías. Ese gusto suyo por la ventana, los espacios vacíos pero que hablan de sus dueños…
Siempre me ha gustado tratar al espectador como alguien que se queda en la antesala de la obra. Constatar que es un observador. Eso queda claro aquí en el vídeo sobre Goya, en el que éste queda como en una estancia desde la que presencia la escena. También ocurre en mis grandes paisajes, grandes trompe l’oeil en los que el espectador entra pero no está allí. En cuanto a la ausencia de personajes, para mí es muy importante que el espectador entre solo a la obra. Cuando hay un tercero, se establecen relaciones entre las miradas que desvían el propósito.
Como ha mencionado a Goya varias veces, le pregunto por él y por Galileo, los dos “casos de estudio” dentro de la exposición.
La Fundación Lázaro Galdiano me permitió trabajar con sus archivos. Ni me lo pensé. Allí encontré un borrador a mano en el que Goya protesta con un lenguaje mucho más burdo del que se utilizó finalmente en la carta en la que respondía a los responsables de la Basílica del Pilar que habían rechazado sus propuesta para las pechinas de este templo. El vídeo plantea pues el encuentro entre el artista “ejecutor” y el artista “creador”, pues él no se considera un autor de encargo, sino un creador al que hay que dejar libre en el desarrollo de su propuesta. La respuesta final se la redactó su amigo Zapater. Entre las cartas que intercambiaron y el paso del borrador a la respuesta final se da pie a esta obra, coautoría de Áurea Martínez, que ha escrito el guión.
¿Y en el caso de Galileo?
Cuando hice Archivo de archivos, que trataba sobre la memoria, en colaboración con Gemma Colesanti, antropóloga y archivista que nos permitió llegar a las fuentes originales, conseguí entrar en el Archivo Secreto del Vaticano, hacer fotos del espacio -lo único que autorizaban-, que también presento en la exposición, y acceder a todo lo que la Santa Sede registró sobre la deposición de Galileo Galilei. Como el de Goya, este es un gran acto de autocensura.

Lo que parece dejar caer el proyecto es que hay una línea directa entre censura y religión. Todas las religiones.
En el caso de la cristiana, es que la Iglesia pactó con los gobiernos. Por eso nuestra Inquisición fue tan dura, puesto que no se dirigía solo a los creyentes, sino a los súbditos del Reino. Lo mismo ocurre ahora con las corporaciones,que pactan con los gobiernos. Los desnudos, las religiones y los temas políticos son como las tres grandes obsesiones de todo poder. Siempre estamos hablando del reconocimiento del otro. Y por eso las leyes son siempre de segragación, de “tú no”, “lo que opinas tú, no”. Y ahora son los talibanes, pero antes fueron los romanos, los turcos… Se trata de destruir la cultura. Por eso la quema de libros es una constante, también de obras de arte.
Con este proyecto regresa, después de muchos años a PHE. ¿Cómo ve la fotografía española hoy?
Ayer estuve en un curso de la Universidad Carlos III y me sorprendió que buena parte de lo proyectado era trabajo de artistas que se servían de imágenes ya existentes. Es curioso. Eso me lleva a pensar que hemos alcanzado un cierto agotamiento de imágenes, lo que es normal. Y ya no hace falta tenerlas, porque ya están. Hace muchos años que se trabaja sobre la apropiación, pero quizás ahora esto es más evidente. Y eso me llevó también a fijarme en mí misma y en lo que hago.
Mencionó el interés que le ha suscitado internet, algo que esboza aquí, y que puede ser la base de su próximo paso.
Al menos dentro de esta línea de investigación, sí. En lo que al paisaje se refiere, ahora seguiré con Doom City y las soluciones que se dan desde la periferia de la periferia a determinados asuntos urbanos. Soy consciente de que uso la web, muchas horas al día, pero que no la entiendo. Porque todo es oscuro, criptogramas extraños. Me sorprendo cuando censuran pero es que se me olvida que es un espacio privado. Mis trabajos me sirven para entender aquello que no entiendo. Eso me hace más sensible a ello.

Montse Soto. «Imprimatur». Sala Alcalá 31. Madrid. C/Alcalá, 31. Comisaria: Alicia Murría. Hasta el 5 de agosto de 2018
Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 23 de junio de 2018. Nº 1.335