«Nova». La Mar de Músicas 2021

Acentos del español en ‘La Mar de Músicas 2021’

España se convierte en país invitado de la presente edición de La Mar de Músicas. Representantes de todas las regiones nutren una muestra en distintas sedes que pone el foco en nuestros ‘acentos’

Un momento de la ‘performance’ ‘El museo del pueblo’, de Daniel García Andújar – José Filemón

Veintiséis ediciones lleva con la que ha comenzado esta semana La Mar de Músicas dinamizando la vida cultural estival en Murcia. Lo hizo en el cambio de siglo, apostando primero por África, cuando nadie se interesaba por el continente y sus sones resultaban más exóticos que otra cosa. Con el tiempo, este festival –de los más longevos en nuestro país, y de los pocos proyectos culturales que en España sitúan, gracias a la cultura, una localidad en el mapa– se encargó de acercarnos a diferentes realidades nacionales a través de la música, en 2022, la de República Dominicana, la que suspendió en 2020 el coronavirus.

Desde su cuarta edición, sus propuestas (que también alcanzan hoy al cine o la literatura) se complementan con un programa artístico en torno al país invitado al que se dedica cada entrega. La idea, hasta el momento, era un plantel de unas tres o cuatro grandes exposiciones, individuales o colectivas, de autores internacionales de la nación homenajeada, y alguna más con creadores españoles vinculados de alguna manera a la misma, de forma que se equilibrarse lo local, lo nacional y lo internacional. Eso ha permitido disfrutar con interesantes proyectos de Olafur Eliasson, Rasmus Nilausen o Elgreen & Dragset en 2018, cuando el certamen se volcó en Dinamarca, o de Nadin Ospina, Alexandre Arrechea o Juan Manuel Díaz Burgos, cartagenero en La Habana, cuando la atención se asentó en Latinoamérica en 2017, por nombrar ejemplos cercanos.

Instalación de FOD en el exterior de la taberna La Uva Jumillana

Pues bien: aunque cueste creerlo, hasta la fecha, La Mar de Músicas no se había dedicado nunca a España. Huelga decir que ha sido necesaria una pandemia para darnos cuenta del valor de lo próximo, sobre todo en momentos en los que la movilidad, meses atrás, ha estado tan limitada, y lo global se ha tenido que trasladar a una experiencia digital. También, que nuestro país le ‘saca las castañas del fuego’ al festival en un año en el que a las artes plásticas se le dedica un presupuesto (unos 22.000 euros) que es una tercera parte de lo que se invertía en sus mejores épocas. El resumen, tristemente, es el de siempre: aquí lo hacemos igual por menos precio.

El caso es que Carolina Parra y Nacho Ruiz, los responsables del programa artístico, ponen en marcha este año ‘Nova’, en realidad, una única exposición en diferentes sedes de la ciudad (lo que invita a recorrerla de otra manera, leyéndola desde las artes), en la que lo destacable es la frescura de su punto de partida. Porque ‘Nova’ es una manera de coser desde la plástica los diferentes territorios del mapa nacional invitando a participar en la misma a un artista de cada Comunidad Autónoma, recibidos por dos murcianos y dos cartageneros. Un total, pues, de 20. Nos volvemos a olvidar de Ceuta y Melilla, cuando, vienen a la cabeza artistas como Carlos León o Jesús Zurita, por poner algunos ejemplos.

«No pretendemos ilustrar cierta idea de nación o patria. De hecho, dudamos que, ya en pleno siglo XXI, exista un “arte español”, es decir, un arte vinculado a ismos, tendencias o escuelas locales como se entendía en otras centurias», explican sus comisarios. El resultado, sin embargo, le toma el pulso a la producción que se hace en nuestro territorio, a lo largo de todo el territorio, para desvincular el arte de lo ‘identitario’ y sí relacionarlo con cierta idea de ‘contaminación’ (o mezcla), que en tiempos de coronavirus, sin contacto físico, adquiere otras lecturas.

Cerámicas de Fernando Renes para «Nova»

De esta manera, e influida asimismo por la pandemia, ‘Nova’ (que se presenta bajo el paraguas de ‘bienal’, sin ser nada de eso, sino para aportarle más empaque a la iniciativa, subrayar su pertinencia) se arroga  otras responsabilidades, como la de ser una celebración y una excusa para la reunión (todos los artistas han podido viajar a la inauguración, algo impensable con un proyecto internacional o desarrollado hace unos meses) a través del arte.

El resultado final es muy coral, porque lo son los seleccionados (artistas nacidos o vinculados a las regiones que ‘representan’), y porque la muestra no cuenta con una temática que ilustrar, sino que subraya los diferentes “acentos” –algo muy propio de nuestro idioma– de la creación, que es casi como fiárselo todo a los estilos personales de cada uno de ellos. En su favor hay que decir que los comisarios (que vuelven a tirar en muchos casos de viejos conocidos o vinculados a su proyecto galerístico, el de T20) han perseguido que buena parte de las producciones sean nuevas (si no, al menos inéditas) y que todos los participantes cobren honorarios.

Decíamos pues que, partiendo de ‘lo nacional’, la articulación de la muestra dialogará sobre todo con lo local, con la ciudad. Por eso, tienen más pegada esas sedes en las que la vinculación entre las obras y sus contextos es más evidente, como en el Museo Arqueológico o la Sala de la Muralla Bizantina (que luego resultó ser casa romana). En el primero de casos, Ángel Mateo Charris (el primer representante ‘cartagenero’) juega a equivocarnos desplegando en ‘Pacíficos’ los restos de una civilización a veces real, a veces ficticia, resultado de sus viajes por la Polinesia. Y en una vitrina similar a la que usa para las cerámicas, Víctor Jaenada (por Cataluña), también atesora (intuimos que un valor especial tienen para su propietario), ¡las uñas que se ha cortado desde 1998! Si se piensa, cosas peores (o similares) veneramos…

Pintura de «Pacíficos», en el Museo Arqueológico, de Charris

En el segundo de los enclaves mencionado, el Domus del Pórtico, las cinco seleccionadas están directamente aludiendo a los restos de la vivienda romana custodiada bajo la sala: son los fragmentos del mural ‘Raer’ de Miren Doiz (Navarra); las texturas de Irma Álvarez Laviada (Asturias) o los barridos cromáticos de Elvira Amor (Madrid). También las referencias al esparto que daba nombre a Carthago Spartaria, material del que se sirve Sonia Navarro (Murcia), perteneciente a un imperio que nació en torno al río Tíber, al que homenajea en vídeo Natividad Bermejo (La Rioja).

La Sala de Exposiciones del Palacio de Molina deja de ser sede de La Mar de Músicas, pero muy cerca de ella la taberna La Uva Jumillana sirve de escenario para las pinturas de Yann Leto (el aragonés nacido en Francia) y las esculturas arquitectónicas de FOD (el otro murciano). Raro espacio para reflexionar sobre arte, pero que casa a la perfección con el deseo de los comisarios de que los artistas buscaran el lugar donde realmente querían exponer y la idea de que un discurso cerrado no ahogara las obras, sino todo lo contrario. A Leto, por su espíritu burlón, este ámbito le viene que ni pintado (entre las fotos de prostitutas que José Casaú realizara en 1929 y que se exhiben en el bar), mientras que las ‘Arquitecturas del juego’, de FOD, en su techumbre, remarcan el espíritu lúdico de la ‘bienal’.

En la Sala Muralla Carlos III, recién inaugurada, el ‘morbo’ añadido de ver cómo dialogan las cerámicas de Fernando Renes (Castilla y León) y los dibujos expandidos de Abigail Lazkoz (País Vasco), que además son pareja, antes de llegar al Palacio Consistorial, donde se reúne el grueso de la propuesta; una propuesta que, al crecer en sedes, se permitió el lujo de incluir aquí obras más monumentales.

Esculturas de Santiago Ydáñez

Lo son por tamaño las de Javier Arce(Cantabria), los murales de Daniel Verbis (aquí, manchego, por ser donde tiene su estudio) y los canarios PSJM (orgánico, el del primero; con clara intención política el de los segundos, que traducen a un diagrama de color los resultados de las elecciones que llevaron as Hitler al poder); lo son por presencia las de José Maldonado (Extremadura) o Nicholas Woods (Baleares); lo es por rotundidad ‘Paso doble’, de Santiago Ydáñez, que mezcla parte de su colección de tallas religiosas con cabezas de ninots y cabezudos, de igual forma que los escultores alemanes se transformaron en jugueteros cuando la Reforma luterana acabó con la adoración de imágenes. Junto a ellos, Nicolás Combarro (Galicia) y Dora Catarineu, la otra cartagenera, artista ‘histórica’ de la que hace falta un buen homenaje.

Y la Comunidad Valenciana queda representada en Daniel García Andújar, que reactivó el día de la inauguración su ‘Museo del Pueblo’ haciendo desfilar copias de obras del Prado y el Hermitage, también el Guernica (como en su día lo hicieron las Misiones Pedagógicas por los pueblos), gracias a los jóvenes de Cartagena, los encargados de portarlas y colgarlas en el Batel.

Intervenciones de Yann Leto en La Uva Jumillana

Con su acción se subraya el carácter de fiesta y de reencuentro de esta bienal, que ya mira al futuro planteándose si asumir su propia condición y celebrarse cada dos años abriendo un espacio fijo en Cartagena al arte español, tal vez en diálogo con el de otros países. Todo es cuestión de matices y acentos.

Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 17 de julio de 2021. Nº 1.480

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