La «feria» más «fiera» de Madrid
Ayer ponía punto y final «Otra puta feria más», muestra colectiva de 74 creadores, con la que el Julio Falagán como comisario criticaba la disparatada situación del mercado del arte en España, que, en febrero –coincidiendo con el arranque de su propuesta–, se enfrentaba a una de sus semanas más intensas
Buena parte del sector del arte en España se queja de que en nuestro país no existe un verdadero mercado. Si acaso, como piensa el artista Julio Falagán (Valladolid, 1979), tenemos un mercadillo, con un sistema impositivo altísimo, una inexistente ley de mecenazgo que fomente el coleccionismo y una precariedad que afecta tanto a las instituciones privadas y públicas como a las galerías y los creadores.
Y, aún así, en tan solo una semana, se suceden en febrero en Madrid, al calor de ARCO, todo un plantel de ferias (Art Madrid, JustMad, Drawing Room, We Are Fair!, Flecha…), que generan un falso espejismo, como si la historia no fuera con nosotros y aquí nadáramos en la abundancia. La respuesta irónica y lúdica a esta situación fue este año «Otra puta feria más», desde la galería 6más1, el proyecto que él mismo Falagán comisarió en la semana grande del arte en España y a la que se sumaron con un proyecto que consideraron «la feria más democrática y cercana de todas las que se ofertaban esos días».
«Otra puta feria más –«O*F+» en su logo– es realmente una exposición de 74 artistas que nace de forma casual –expone el comisario–, cuando mi galerista me comenta que para la semana de ARCO le queda un hueco en la programación. La propuesta pretendió ser una crítica a un sistema muy precario, algo con lo que se juega incluso en su propia definición, al venderla no como una muestra colectiva, sino como una feria, porque sabíamos que así se despertaría mayor interés sobre la misma».

O*F+» se vendió a sí misma como «una oportunidad para grandes mentes exigentes pero con los bolsillos agujereados», con obras a un precio muy accesible (todas ellas se vendían a 300 euros), donde además también cabía la posibilidad de fotocopiar los originales y llevarse una pieza autentificada por tan solo 50 céntimos: «Hay quien nos ha tachado de provocadores e incendiarios –explica Julio Falagán–. Nada más lejos de nuestra intención. Los 74 artistas que participaban en esta exposición forman parte del mercado de un modo u otro, y no quieren ir contra él. Lo que pretendimos fue ayudar a repensar cómo funciona el sistema; por qué aquí se desarrollan tantas citas similares cuando no hay mercado; así mismo, defendíamos cómo acceder al arte de una forma no especulativa, así como analizar ciertas inercias que a mí me han llamado la atención, como las limitaciones que nos imponemos los artistas. Ha habido creadores –los menos– que han renunciado a participar porque ya lo hacían en “otras ferias” esos días y lo veían incompatible, mientras que compañeros suyos de galería sí que estaban aquí».
Esta falsa feria se levantó sobre una selección de 74 obras que funcionaban como los «solo projects» de una cita auténtica y cuya temática es en todos los casos el mercado del arte y la especulación. A los artistas se les impuso las mismas limitaciones («esto es una especie de dictadura», bromea Falagán): Así, sólo podían presentar una obra por autor y el formato debía ser el de un DIN A4. Todas llevaban el mismo marco y se debía pagar por ellas la misma cantidad: 300 euros, aunque se podían hacer copias ilimitadas de los originales por medio euro. «Ese precio iguala a todos los artistas y acaba con cualquier tipo de especulación en función de su peso en el mercado o la presencia de sus obras en el mismo», explican los organizadores. De hecho –apuntan– estas se disponían de forma alfabética por el nombre de su autor, y ni siquiera la galería sacaba un verdadero beneficio con el proyecto, que funcionó más como divertimiento, como un deseo de realizar cosas diferentes.

Durante los días que duró la exposición, del 23 de febrero al 19 de marzo, los trabajos estuvieron dispuestos en fila y podían ser descolgados por los visitantes (fórmula que rompe así con el aura de objeto intocable que a veces rodea a la obra de arte), que contaban con una fotocopiadora al fondo de la sala para fotocopiarlas cuantas veces desearan. La galería se comprometía a autentificar estas nuevas «obras seriadas» estampando un sello en ellas. Ahora bien: si el original se vendía, se rompía la cadena y no se podían hacer más copias, entre otras cosas, porque el nuevo propietario se la llevaba a casa: «En su lugar dejábamos una fotocopia que hacía referencia a la colección a la que ha ido a parar ese proyecto».
Pero eso no era todo: el dinero recaudado con la venta de la «obra seriada» se invirtió íntegramente en números de la Loteria Nacional del sorteo que coincidió ayer con el día de la clausura de la muestra, y el Día del Padre. Los billetes se repartían a partes iguales entre todos los artistas en la nómina de la exposición. Los números que se jugaban se hicieron públicos en la red y, en caso de ser los agraciados («era una forma de cerrar el círculo»), los beneficios se repartirían democráticamente.
El comisario, por cierto, quedaba fuera de la exposición («No sería legítimo»), en una cita que nace en un intento de democratizar el sistema del arte, «haciéndolo asequible a todos los bolsillos y eliminando la especualción al dejar claro la imposibilidad de controlar el mercado y lo ridículo de todo el proyecto en sí mismo»: «El beneficio obtenido por la venta de obra ha sido mínimo, por lo que la profesionalización del artista, del comisario y la sostenibilidad de la galería quedan en entredicho», sentencian. «Hacer de nuestra profesión algo rentable es cuestión de suerte», la que se deja en manos del azar.
Artistas de la talla (nunca mejor dicho) de Abdul Vas, Núria Güell, Alejandra Freymann, Miki Leal u Olalla Gómez se han atrevido a participar en esta delirante iniciativa. «Aquí había de todo: fotografía, pintura, dibujo y obra conceptual», señala Falagán. El comisario nos invitaba a descubrir el trabajo de Yann Leto, que carga las tintas contra Basel, la feria de las ferias; el de Julio Adán y su cartel de «se vende», con su propio número de teléfono; o la del colectivo Left Hand Rotation, un vale descuento de 300 euros por la compra de la obra, lo que la conviertía en una propuesta gratuita. A su lado, las recomendaciones de Andrés Senra para robar arte y colocarlo en el mercado; el retrato de Diana Larrea de la baronesa Thyssen y su hijo; las bambalinas de la sala VIP de ARCO, de la mano de Patricia Mateo; los pabellones (antiguos) fotografiados por Andrés Pachón; el alegato de José Antonio Reyes («Este comisariado lo hace mi niña chica»); o la falsa «Gioconda» de Chéfer Cless. Guillermo Peñalver, Juan Zamora, Julia Llerena, María Platero, Eugenio Merino o Rubenimichi, eran otros de los 74 artistas que completan el plantel.
Como toda feria que se preste, «O*F+» contó con su día de apertura, el pasado 23 de febrero, con jornada para profesionales. También con su fiesta para agasajar a sus VIPs el sábado 27 con ágapes y sesión DJ a cargo de Martín Moniche de La Térmica, y con acto de clausura el 19 de marzo, con el seguimiento del sorteo de la lotería en directo. «Me empiezo a dar cuenta de que tengo complejo de ludópata, dado el alto número de acciones que pongo en marcha en las que interviene el azar», bromea Falagán, cuya tarjeta de visita es un boleto para una rifa que coincide con su fecha de cumpleaños y en la que obsequia al ganador con una de sus obras. «Estoy contento con los artistas de la muestra –confiesa–. Ha habido nivelazo entre ellos y, si son tan numerosos, es porque son buena gente. Es una cuestión de actitud. Y sobre esto también tenemos que reflexionar».
Como era de esperar, un proyecto como éste sorprendió a sus propios organizadores: «El día de la inauguración esto estaba hasta la bandera, y en los días sucesivos no dejó de pasar gente -cuentan desde la galería-. No estamos acostumbrados a este tipo de cosas. De igual forma, ese intento de acabar con la especulación en la propuesta resultó en vano desde los primeros minutos. El sistema dio signos de su peso. De esta forma, en cuestión de segundos, desaparecieron las obras de los artistas más reconocidos (Eugenio Ampudia, Miki Leal, Eugenio Merino, DosJotas…), dado que sus obras estaban muy por debajo de su precio de mercado.

Solo se resistía uno: la aportación de Juan Francisco Casas. La razón es que su dibujo no era una obra auténtica, de su autoría, sino la apropiación de un boceto de uno de los plagiadores del andaluz. Y los coleccionistas no estaban para bromas. Incluso alguno agudizó el ingenio: Así, Miguel Ángel Tornero proponía una fotocopia realizada en la máquina de la galería, que ni siquiera había ejecutada por él mismo («Tornero nos dijo que él trabajaba con asistentes, como los grandes»). Un visitante de la expo hizo dos fotocopias de la fotocopia. Y finalmente adquirió «la obra original», de forma que por 300 euros se llevó un tríptico, e interrumpió la posibilidad de seguir haciendo más copias.
Cerca de 27 de las propuestas encontraron comprador. La cantidad final alcanzada con las fotocopias de las 74 ascendió a unos 300 euros, que fueron invertidos en 14 números de lotería adquiridos en su mayor parte en la sucursal de Doña Manolita en La Puerta del Sol («La verdad es que fueron muy amables con nosotros, teniendo en cuenta que en muchos casos nos pagaron con monedas de diez céntimos», explica Falagán). En la mañana de ayer, hasta la galería se acercaron artistas y curiosos para escuchar juntos el sorteo, aunque, todo hay que decirlo, no se les veía mucha maña siguiendo el ritmo de los bombos. ¿Y qué ocurrió al final? Los artistas no ganaron el gordo, pero tampoco perdieron del todo: al final recuperaron 185 euros, que volverán a ser invertidos. «Juegan con nuestra ilusión», escribía el comisario. La suerte, siempre, está echada.
Texto ampliado y actualizado del publicado el 8 de febrero de 2016 en ABC.es