La iniciativa del coleccionismo privado ha dado pie en los últimos meses a la apertura en España de nuevos grandes espacios dedicados al arte contemporáneo. Uno de ellos es Bombas Gens, en Valencia, con Nuria Enguita como directora y Vicente Todolí asesorando la colección

La propia Nuria Enguita, encargada de los proyectos artísticos de la Fundación Tàpies durante más de una década y flamante directora del nuevo Bombas Gens, lo recordaba durante la presentación de este espacio polivalente en Valencia: Durante las dos últimas décadas, la ciudad ha perdido cierta institucionalidad artística. Han sido años duros, con una crisis(y una corrupción, sobre todo en esa Comunidad Autónoma) golpeando fuerte en el sector, que parece reconducirse poco a poco: con la labor de las nuevas administraciones, la de las galerías (Abierto Valencia se consolida), el de una institución de referencia allí como el IVAM (y el nombramiento de Sergio Rubira como subdirector de colecciones es otro avance destacable)…
Le tocaba el turno al coleccionista, y la apertura de Bombas Gens es un paso más que loable. No el único, afortunadamente, en este ámbito en la ciudad. Un proyecto, todo hay que decirlo, conformado en tiempo récord y a imagen y semejanza de sus inspiradores (los empresarios Susana Lloret y José Luis Soler), que ahora revierte en la ciudadanía con la necesidad de transformar unos gustos personales y unas inquietudes en un proyecto internacional y de servicio público.

Porque Bombas Gens –nombre de este centro en la ciudad, en el barrio de Marxalanes, sobre lo que fuera una antigua fábrica de bombas hidráulicas proyectada en 1930 por el arquitecto Cayetano Borso di Carminati, el autor también de su Filmoteca– es ahora la sede física de la Fundación Per Amor a l’Art de Lloret y Soler (fundadores de Ubesol, firma interproveedora de la conocidísima marca Mercadona, empresa a la que, por una de esas casualidades del destino, también está asociado el nombre de otra fundación, la de Hortensia Herrero, que asimismo está apostando por el arte en Valencia, y en base a unos gustos también «muy personales»), con un conjunto artístico de más de 1.800 obras generado en menos de siete años, que ahora encuentra una sede en la que almacenarse y mostrarse.
No deja de tener su guasa que este edificio art decó, rehabilitado ahora por Eduardo de Miguel y reformado por el equipo conformado por Ramón Esteve y Annabelle Selldorf, estuvo a punto de convertirse en un centro comercial. Su compra, primero, por unos tres millones de euros y la inyección de otros seis para su adecuación como espacio cultural tras dos años de trabajo, da paso a un inmueble de unos 6.000 m2 que dedicará más de 2.500 al arte, pero que compartirá actividades con las otras dos vocaciones de sus promotores: la investigativa y la social, con un centro de coordinación para el estudio de enfermedades raras como la de Wilson (algo que toca muy de cerca a estos coleccionistas), y un comedor social y talleres para menores en riesgo de exclusión (sin olvidar que en el mismo entorno acaba de abrir sus puertas el nuevo restaurante de Ricard Camarena, chef con varias estrellas Michelin a sus espaldas), que se inaugurarán a lo largo del otoño junto a la recuperada bodega del siglo XV y el refugio antiaéreo de la Guerra Civil (descubiertos durante las labores de rehabilitación), lo que da pie, en su conjunto, a una auténtica bomba de relojería, que ahora toca ajustar para que nada se desequilibre.

Dice Enguita, desde la parte que le toca, que este solapamiento de actividades les permitirá explorar cómo el arte se puede vincular con las otras dos áreas. No le queda otra (qui paga, mana, que se dice en valenciano). Para ello cuenta con una colección que nació apostando por unos gustos muy claros (el arte abstracto de las últimas décadas) y que para dejar de ser «aburrida y sin compromiso a largo plazo», introdujo como asesor a Vicente Todolí (la cita es suya), que introdujo en ella la fotografía y nombres que le son tan propios como los de Juan Muñoz, Cristina Iglesias…
Este fijó también algunos principios básicos del conjunto: que su acceso fuera público (también gratuito); que las adquisiciones se hicieran por series completas y no piezas aisladas, y que, por respeto a los artistas, no volvieran al mercado ni jugaran a especular con precios y nombres (curioso esto último, viniendo de un gurú como él).

Todo ello queda reflejado en las dos muestras con las que se da a conocer el centro: la colectiva, con fondos de la colección, ¿Ornamento = delito? (en alusión al manifiesto de Loos de 1908 en el que arquitecto criticaba de la falta de implicación social del arte), con la que sus comisarios casi piden perdón por el gusto de sus dueños por la abstracción -teniendo en cuenta que la de las décadas coleccionadas, mucho más contaminada por otras técnicas y otros procederes, no es la de los padres de la corriente-, y con exceso de ejemplos de algunos autores (como un sobrerepresentado Heimo Zobernig en su arranque), aunque también con capítulos memorables (como el fotográfico dedicado al cuerpo, el mural de «flores» de Araki, o el final, con esas películas proyectadas al unísono de Gusmao y Paiva que dan pie a multitud de combinaciones posibles).
En las dos naves consecutivas, casi una retrospectiva de Bleda y Rosa, Geografías del tiempo. Porque a partir de las series que ya poseía la fundación más las producidas para la ocasión (catalogazo incluido) y la inclusión de otras antiguas, se puede por vez primera ver las tres series completas de Campos de batalla y celebrar el 25 aniversario del colectivo, desde ese primer disparo al campo de fútbol del Ballesteros (en 1992) que ya dejaba patente el interés de esta pareja por la construcción de la Historia y su instrumentalización. La muestra viajará luego a la Universidad de Navarra, que la coproduce. Sin duda, al autor que le toque una producción como esta le toca la lotería. El presupuesto anual para toda la programación es de 400.000 euros. El único requisito es estar ya representado en el conjunto (aunque, como expresó Todolí, las normas están para romperlas). Paul Graham será el siguiente.

Como no podía ser de otra manera, una tercera muestra recoge la Historia de la antigua fábrica. De ella, al amante del arte le interesará la documentación fotográfica de la rehabilitación que firma Manolo Laguillo (autor también representado en la colección con otra serie «madrileña»), aunque la calidad de lo expuesto no está ni mucho menos a la altura del centro, con las imágenes sucumbiendo a la humedad de la sala desde el primer día.
Todolí recuerda a Kahn y cómo este, antes de construirlo, le preguntaba al edificio qué quería ser. Bombas Gens ya tiene la colección, la sede, el equipo. A partir de ahora, puede ser lo que quiera.

Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 15 de julio de 2017