Teresa Moro (MARCO-Vigo. CEART-Fuenlabrada)

«Los pintores somos unos supervivientes»

‘El efecto reliquia’ de Teresa Moro en el museo MARCO de Vigo es el canto de esta ya veterana artista al oficio de pintor condensado en algunas de sus series más memorables

Teresa Moro en su estudio en Pozuelo – Guillermo Navarro

Visto desde la distancia, el trabajo de Teresa Moro (Madrid, 1970) ha sido siempre un homenaje a la pintura, a sus hacedores, más o menos afamados, más o menos próximos a la autora, que ahora se ‘radicaliza’ al ser definido como «acto de resistencia» y de posicionarse en el mundo. La madrileña dice sentirse amenazada ante el avance de lo digital (los NFTs) y la pérdida de la experiencia directa de la obra de arte y del trabajo del artista. De la entrada en sus talleres y estudios.

De ahí los motivos de la exposición que la próxima semana inaugura en el MARCO de Vigo, en la que reúne diferentes series cuyo nexo de unión es otro de los leitmotiv de su labor, su fijación por los objetos, en este caso, aquellos que pertenecieron a otros creadores que, como explica, «por el desgaste al que da pie su uso se convierten en algo único». Eso rodea a anodinas mesas, paletas, camas o batines de cierta aura. Y explica el sentido del título de la muestra: ‘El efecto reliquia’.

¿Cómo definiríamos lo que es ‘el efecto reliquia’?

En esta muestra confluye el trabajo de varios años, con series que ya se habían mostrado –como la que hace referencia a las camas de artistas, que es además la más antigua– junto a obra más nueva. Me gusta mucho titular mis exposiciones y este título es un homenaje al oficio de artista. Creo que en esta era digital que vivimos se está perdiendo la experiencia ya no tanto de vivir la obra un situ, sino de ver al artista trabajar. A mí me emociona mucho ir a los talleres de mis amigos artistas y fijarme en sus mesas de trabajo. Me parecen obras en sí mismas, auténticos bodegones barrocos. Marta Cárdenas, pintora que además es mi tía, es una autora de la que fui asistente en mi juventud. A ella fue a la que escuché por primera vez ese concepto de «efecto reliquia», que se me quedó grabado, se perdió en mi mente, y que volvió a aparecer cuando hubo que nombrar la muestra del MARCO.

Un homenaje al trabajo de los artistas, pero también a la pasión por coleccionar. Un juego pictórico que facilita atesorar imágenes y hasta propiedades de artistas idolatrados.

¡Por descontado! Además yo tengo una devoción por el objeto desde mi primera exposición en los noventa, que se llamó ‘Inventario’. Entonces escribí un texto en el que explicaba que yo pintaba objetos porque eso me liberaba de la necesidad de poseerlos. En ese momento eran otros objetos más anónimos, menos fetichizados, pero sigue en mi acervo la actitud. Asimismo, en el fondo, yo creo que cuando pinto la pipa de Duchamp y la pongo en mi pared, tengo la sensación de trabajar bajo su aura. Esos objetos cumplen para mí una función protectora.

‘Martín Kippemberger, cama’ (2021)

¿Siempre son referentes reales o ha ficcionado esos objetos de los grandes maestros?

He pintado objetos falsos, lo confieso. Pero llegó un momento en el que pensé que igual que en la antigüedad se dio todo un comercio de reliquias falsas, y que los creyentes las veneraban sin problema, yo podía actuar de la misma manera. En la exposición hay, por ejemplo, una corbata de Hockney que no es de él, sino de mi abuelo. Pero yo siempre que se la veía la relacionaba con este pintor que me apasiona. También he pintado una camiseta de Picasso que en realidad es mía, que tengo predilección por las rayas. ¿Para qué buscar una de verdad si yo la tengo?

En algún momento define esta actitud como acto de resistencia y de reivindicación a través de la pintura.

Cuando tú estás en el estudio, y más alguien como yo que no lo comparte, son muchas las dudas. Ahora me afecta menos, pero en el pasado, cuando me preguntaban que a qué me dedicaba y decía que «a pintar», cuando se me daban la vuelta, me enfadaba. Eso hacía que me preguntara qué mal tenía o tiene la pintura. En realidad, los pintores somos unos supervivientes. Ahora parece que la técnica vuelve a vivir un momento dulce, pero esto es muy cíclico. Se vuelve a ver mucha pintura, pero no sabemos lo que durará. Y yo sigo pensando que este es un oficio de resistencia. Ahora llegan los NFTs, que a mí me resultan muy amenazadores, no sé si porque soy ‘boomer’. Tengo una hija de 17 años que ahora nos ha dado no sé si el disgusto de querer estudiar Bellas Artes y casi nos morimos [ríe]. Pero qué se le va a hacer…

En el fondo, está dotando a objetos anodinos –una silla, una mesa, una cama…– de un aura similar a la que el coleccionista aporta a la obra de arte.

La gran pregunta es por qué hay objetos que sí y otros que no, ¿verdad? Sin duda, mi actitud es tremendamente subjetiva. Y a veces me cuesta incluso encontrar la razón que hace que a mí me interese un objeto y no otro. Es cierto que en ocasiones me mueve la misma inercia que a un coleccionista: puedo pintar unas gafas, y eso hace que empiece a obsesionarme con este complemento y todo sean gafas en los cuadros. Es una emoción difícil de explicar. Por ejemplo, recuerdo pintar la cama de Louise Bourgeois y encontrar después una foto de ella al lado de la misma y que nazca una sensación imposible de describir. En el fondo, es una atracción por objetos muy ‘sosos’, llamémoslos así. Pero descubrir que ese objeto soso en la mesa de Frida Kahlo es igual que el que yo tengo en mi mesa genera una empatía difícil de explicar. Piensa que me mueven afinidades, conexiones personales. No tiene que ser nada intelectual o sesudo.

¿Ha pintado también su estudio?

Lo he hecho. Y para esta exposición estaba el propósito de volver a hacerlo, pero no he llegado a tiempo. Sin embargo, en primavera celebraré otra muestra en el CEART de Fuenlabrada y sí quiero incorporarlo. Lo que sí que voy a exponer en Vigo es mi propia ropa de trabajo y algunos objetos que he ido atesorando: paletas, cosas especiales… Cuando visito mercadillos acabo llevándome utensilios de pintar de otras personas, que me gustan y que hasta uso, y que recuerdan a algo de Picasso, a algo de Hockney…

El término ‘reliquia’ tiene unas connotaciones religiosas importantes…

Yo hablo a veces del estudio como cámara de un tesoro en el que se van acumulando este tipo de objetos.

Los lienzos cuentan con una disposición especial en el suyo, como si de una especie de altar votivo se tratase. ¿Se tenderá a la misma disposición en el museo?

Era una idea que se barajó, pero que no vamos a hacer al final. Es verdad que yo en el estudio manejo mucho fotos que recolecto en internet, en Pinternest, en páginas de museos, fotos de prensa… Pero cometo el error de no guardar los créditos. Eso me ha generado la duda de si debo mostrar ese material. Un material, unas fotos, que sí que forman parte de mi altar votivo en casa porque me van ayudando a la hora de trabajar, me acompañan. Elimino la idea del altar en el museo, la dejo como imagen mental, porque creo que todo el mundo ya la relaciona conmigo cuando le explico mi método de trabajo, y la sustituyo en Vigo por un montaje más clásico, frente a otros más de gabinete que he preparado otras veces. Reconozco que me cuestan los espacios grandes a la hora de exponer. Me bloquean. Este tiene un pódium en medio de la sala que me generó muchas dudas y que resuelvo colocando en él mi ropa de trabajo.

‘Puerta del estudio de Barbara Hepworth’ (2021). Acrílico/tela. 100 x 81 cm.

¿Y qué es lo que ha ‘recolectado’ en todo este tiempo?

Lo bueno de la pintura es que me da pie a hacer lo que me apetezca. Creo que es un medio tan potente y tan libre que me permite hacer peregrinaciones reales a los estudios de los artistas que admiro –la casa de Morandi en Bolonia o la de Magritte en Bruselas–, donde hago mis fotos, hasta visitas virtuales en internet a lugares a los que quiero viajar en el futuro. Ahora he trabajado con Georgia O’Keeffe y Lee Krasner y ha sido todo así. Pero es que con creadores como O’Keeffe o Judd está todo inventariado. Por eso es fácil trabajar con ellos y por eso este último protagonizó mi ‘solo project’ con la galería Siboney en ArteSantander en 2021. Otras veces es mucho más difícil. Tenía una foto de la mesa del estudio de Henry Moore, con un delantal sobre una silla que yo quería pintar. Me costó encontrar otra foto de él en delantal que no sé si es el de la primera imagen. Ahora estoy con una muy simpática de Picasso con un albornoz amarillo. Tengo que pintar ese albornoz amarillo…

¿En todos los casos hablamos de homenajes?, ¿son todos artistas con los que tiene una conexión especial o le vale que sea el objeto de un artista?

En el fondo, estoy haciendo mi propia colección. No me vale cualquier artista. Sí que recuerdo que cuando desarrollé la serie de las camas, me obsesioné más con los objetos que con sus propietarios. Y conseguí pintar la de Marina Abramovic. ¡El galerista sí que era reacio a colgar esa obra pero porque le caía mal la representada! Ahora no sabría decir si yo querría la cama de Marina Abramovic, pero no por nada, sino porque me parece muy sosa. Prefiero otras que me interesan más o de artistas que me interesan más. Pero a veces me gusta incluir a autores ‘raros’, que ‘no me casan’. Schnabel sería uno de ellos, de esos que no me pegan tanto, pero su casa es tan increíble, ese casi palacio veneciano, que hay que pintarlo.

En el fondo, los objetos hablan por sus artistas.

Desde luego: nuestras paletas, nuestros estudios, la manera en que se dispone todo en ellos… Esas colocaciones hablan incluso de las rutinas de los creadores. Y muchos son muy coquetos. A veces es imposible pintar donde dicen o muestran que lo hacen. Yo incluso veo conexiones entre los artistas y sus viviendas. Antes de que llegarais estaba con una foto de un almohadón de Frida Kahlo y, sin duda, por su bordado, por la frase en él grabado, no podía ser de otra persona. La camisa que pinté en su día de Donald Judd es un cuadro del artista…

Y si una Teresa Moro de 2222 hiciera lo mismo que usted y se pusiera a pintar los objetos de su estudio, ¿a qué es lo primero a lo que se lanzaría?

Tengo una cosa que aún no he empleado, que era de mi abuelo, y en lo que me gustaría que se fijara. Él era arquitecto y yo conservo sus reglas de curvas de urbanismo. ¡Tengo racimos de ellas para trazar planos de ciudades! No sé lo que hacer aún con ellas, pero sé que algún día las emplearé.

¿No lo ha hecho nunca?

Al MARCO llevo una, más pequeña, porque me recuerda a otras de Donald Judd. Entrará en los objetos de las vitrinas. Pero me cuesta trabajar con ellas porque son casi esculturas, y se sale de mi disciplina, de mi lenguaje. Pero si encuentro el camino, lo usaré.

Sin embargo, en el fondo le mueve lo ‘tridimensional’… Hablando de técnicas, usted pertenece a la generación de artistas que se fraguó en los noventa, década en la que estas estallan y proliferan. Sin embargo, usted decidió apostar por la pintura, con todas las connotaciones que esta tiene. ¿Por qué?

Es cierto que yo me formo en los noventa, viajo a Londres en 1993, cuando Rachel Whiteread recrea su casa, algo que hace que a mí me estalle la cabeza, o mientras Damien Hirst mete el tiburón en formol… Era un momento en el que se empieza a hablar de pintura expandida, de instalación, en la que lo tridimensional estaba a la orden del día. Pero me dio por pintar porque disfruto mucho haciéndolo, todavía hoy. Creo que es un medio muy inmediato, y quizás yo soy muy impaciente. La escultura requiere de procesos más lentos, y no siempre la puedes hacer tú sola. Además es que vi que podía contar lo mismo que una instalación y sin temerle a la gravedad. Veía una obra de Robert Gober, que me encanta, y pensaba: «¡Esto puedo pintarlo yo!».

‘Joan Miró, carrito’ (2021)

¿Lo pinta y lo mejora?

[Ríe] Eso ya no… Lo pinto, porque pienso en todo eso en imágenes bidimensionales. Además es lo que mejor sé hacer. Lo mismo es un poco cobarde por mi parte. He hecho algún intento de pasarme a la escultura, como un mueble gigante de color rosa chicle que metí en ARCO, pero luego, ¿quién guarda eso? Todo son problemas. Tal vez he sido una artista acomodaticia, pero mi obra ha ido muy en paralelo a las cosas que me han pasado en la vida: Cuando he sido madre y no podía bajar al estudio, pues he dibujado. Cuando tenía determinado coche, la obra tenía que caber en él… La pintura siempre ha sido muy flexible y su carga conceptual era tan interesante como la de un vídeo o una ‘performance’.

Mencionó antes los NFTs: ¿por qué sigue siendo efectiva la pintura?

Yo estoy un poco asustada con este tema. No tengo claro a dónde nos va a llevar. Y por eso yo estoy creando este santuario de reliquias que nos proteja. La pintura se convierte en una especie de culto heroico. Noto que eso es una amenaza. Y quizás lo mejor es seguir adelante con la pintura y hacerme la loca o esperar a ver que hará mi hija cuando acabe de estudiar… Me da palo decir que me parece una tontería, porque lo mismo me estoy pasando de lista, pero aún no asumo el fenómeno. Es cierto que últimamente las galerías venden obra por internet, que lo de la experiencia de ver la obra en directo se está perdiendo. Si eso sucede, ¿por qué no hacer NFTs? Pero voy a esperar primero a que me emocionen.

Lo del objeto, que le viene de largo, es porque ya desde un inicio luchó contra la estandarización que invadía todos los capítulos de nuestra vida.

Por descontado, y eso lo sigo defendiendo a gala. Esta globalización me parece muy frustrante. Recuerdo cuando con mucho esfuerzo ahorrabas y viajabas a Londres en los noventa, porque aquello era la bomba, un mundo diferente. Lo haces ahora y descubres que lo que ves lo encuentras en la Gran Vía de Madrid. Posiblemente ese halo especial nos lo hemos ido cargando entre todos. Y la estandarización lo ha arrasado todo, también nuestras viviendas. Todos tenemos las mismas cosas de Ikea en casa. Por eso empecé a fijarme en los muebles tirados en los contenedores y les dediqué una serie, víctimas de esa fiebre de nuevos ricos de la que hemos participado todos. Hemos tirado cosas que estaban bien, que eran bonitas y genuinas, pero queríamos lo nuevo. Yo siempre digo que los objetos, a base de ese roce íntimo con sus dueños, se convierten en algo único. Y cuentan historias sobre los mismos. Por eso pienso que la estandarización nos hace perder por todos los lados. Mi manera de luchar contra esta frustración es buscar y poner en primer plano los objetos. No soy nada exotérica, pero creo que tengo que referirme al término ‘aura’ para definir lo que persigo.

Y sigue siéndole fiel a la ausencia de figuras en las pinturas. ¿Por qué no los retratos de esos artistas a los que rinde homenaje?

Hice una serie muy pequeña, de seis o siete cuadros, a raíz de otra de los estands de ferias de la que salieron unos dibujos con gente, esas personas que miraban en los almacenes y las obras que no eran las que estaban colgadas en las paredes. Y me di cuenta de que aquello no aportaba más que cuando no pintaba a las personas. Creo fervientemente que en ese cuadro de esa bata está Georgia O’Keeffe; que ahí está, en esa habitación, Donald Judd… Ya hay otros que pintan retratos y que lo hacen estupendamente.

Una de las obras de la exposición

¿Hay paridad en sus fetichizaciones o descubre que recolecta más objetos de hombres que de mujeres?

Soy totalmente víctima del sistema y reconozco que no he hecho el esfuerzo de fijarme más en las creadoras. No hay paridad, hay muchos más hombres. Como no hay afroamericanos, no hay asiáticos… Acabo de pintar unas gafas de Yayoi Kusama y eso me redime un poco [ríe]. Es un desastre. Tampoco soy especialmente feminista militante, quizás soy algo incoherente. Pero soy víctima, y me doy cuenta, de mi propia educación cultural. Mis referentes son occidentales, blancos y patriarcales. Tendría que hacer el esfuerzo, sin duda. Pero con poca energía me veo para ello todavía.

Ya que los futuros proyectos incluyen la exposición en el CEART de Fuenlabrada que mencionó, le pregunto por ella.

Este 2022 pinta bien porque tengo estas dos exposiciones, con catálogo y honorarios, una maravilla con los tiempos que corren. Prácticamente ambas citas fueron en paralelo, fueron pensadas a la par. La diferencia es que la de Fuenlabrada tiene comisario, que será Emilio Navarro, con el que siempre me he llevado muy bien, y en la de Vigo esas funciones las asumen los responsables del museo y desde la distancia. Me quedan meses hasta lo de Madrid, que será en mayo y coincidiendo con Isabel Villar, pero quiero meter en ella piezas nuevas. Lo que sí tengo claro es que contendrá más piezas de autores amigos, tengo una buena colección de sus mesas.

Ahora que le ha dado también por la ropa de los artistas, ¿se ha encontrado fijándose en sus mascarillas?

No, lo cierto es que no. No me ha salido todavía la vena de la pandemia en las obras. Es cierto que me estoy fijando en la ropa de trabajo, los monos, los mandiles, pero el textil siempre ha estado presente en mi labor. Me divierte. Me acuerdo ahora de la serie de las ferias cerradas en la que había una mirada especial a los toldos.

Teresa Moro en su estudio (Foto: Guillermo Navarrete)
‘El efecto reliquia’. MARCO. Vigo. C/ Príncipe, 54. Comisarios: Miguel Fernández-Cid y Pilar Souto. Colabora: Diputación de Pontevedra. Del 14 de enero al 3 de abril. CEART. Fuenlabrada. Desde el 13 de mayo

Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 8 de enero de 2022. Nº 1.501

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