Cuando Zidane, Manises y «Fanfán Fitur» exponen en el museo
Un divertido grupo en Facebook recoge bajo el nombre de «Tontunas de visitantes» las mayores ocurrencias y anécdotas de los espectadores de los principales museos españoles, compiladass con ironía e ironía por su personal de taquillas y de sala

«Perdone, ¿me da una entrada para Fanfán Fitur?». En realidad, el aguerrido visitante se refería a la muestra de Fantin-Latour del Prado, pero no es el único caso de despiste. Hay quienes han solicitado acceso para las exposiciones de Durero y «Crunch» (léase Cranach), la de Manises(Matisse, del que por el momento se desconoce su procedencia valenciana), Zidane (ese Cézanne que dejó los pinceles por las botas) o los «Jardines impresionantes» (mucho mejor que «impresionistas») del Thyssen.
Estas anécdotas y muchísimas más se recogen en «Tontunas de visitantes», un grupo creado en Facebook por personal de taquilla y auxiliares de sala de los principales museos españoles y que en muy poco tiempo ha crecido como la espuma en número de seguidores (son más de 200) y «posteos» (está visto que la memoria de sus responsables es inagotable), con los que recuerdan las ocurrencias y dislates más imprevisibles con los que han tenido que enfrentarse (y se enfrentan a diario) en el ejercicio de su profesión. Como los de aquellos visitantes que preguntan por la entrada del museo cuando ya están dentro o que confunden lo ser «amigo» de un espacio artístico con haberle dado un like a la institución en la red social de Mark Zuckerberg.
«No hay día que no surjan una o más anécdotas, algunas de las caules son realmente hilarantes –explica Álvaro Gurrea Suárez, administrador del grupo y auxiliar de sala en un importante museo madrileño–. Y muchas veces nos hemos propuesto recopilarlas para que no se pierdan, pero nunca dábamos el paso». Ese momento ha llegado ahora, aunque sea desde el ámbito virtual, con aportaciones que provocan la sonora carcajada:
-Aquí tiene su entrada. Tiene que comenzar la visita con Matisse [otra vez Matisse], al fondo de aquel pasillo, y después puede visitar la colección permanente cuando quiera.
(La señora coge su ticket y empieza a mirar con preocupación hacia todos lados. Finalmente, se decide y pregunta)
-Disculpe. ¿y por dónde dice que viene el tal Matisse a recogerme?
O la siguiente:
-¡Oiga! ¿esto del Thyssen es lo de Tita? [son muchos los visitantes que se desconciertan al saber que no es la autora de todos los cuadros de su colección; o que no está pasenado todo el día por las salas; o que quieren conocer en qué árbol exacto del Paseo del Prado se encadenó para hacerse un «selfie» en la misma pose]
-Sí, el apellido y parte de su colección.
-¿Y tiene expuesta la corona de Miss España, objetos del Barón y de su marido el Tarzán?
-Caballero: esto es un museo de pintura, no de objetos personales.
-Aaah. ¿Y el Prado dónde está?
-Justo al otro lado de la rotonda, caballero.
-Bueno, prefiero ir allí. Por lo menos veré objetos de Franco y de la Transición a la Monarquía. Historia de España, señorita! ¡Que ya sirven ustedes a cualquiera!

Por lo escrito en el grupo, es de lo más normal que el visitante no tenga ni la menor idea de dónde se halla (y así pregunten por «Las Meninas» o «Las lanzas» en el Thyssen, o por la cercanía del museo en el que se puede ver el «David» de Miguel Ángel). Pero lo peor que pueden hacer estos auxiliares es sacar de su error a aquel que tiene más que claro que lleva la razón. Como cuando se le espeta a una señora que no puede tocar las esculturas expuestas y esta se despacha con un «es que dan suerte», o hay que explicarle a una pareja que ni esto es un cine, ni lo de Antonio López un «blockbuster» cinematográfico («¡Pues qué vergüenza que no haya un cine por aquí!»). Y es que el manchego, da mucho juego. Sobre todo a cuenta de su «nacionalidad»:
-Hola, bonita. Habíamos escuchado que teníais aquí una exposición de Antonio López.
-Sí, señora
-¿Me podrías decir dónde está? Porque llevamos una hora buscando y no lo vemos.
-Pues tiene que subir las escaleras y al fondo del pasillo. Donde cafetería, está la entrada.
-No, no. Eso es «Realistas de Madrid», bonita. Nosotras buscamos a Antonio López. Mira, Mari: otra que dice lo mismo, que Antoñito está arriba.
-Señora, es que Antonio López pertenece al grupo de los Realistas.
-Anda, niña. Entérate bien de qué van las exposiciones porque Antonio es de Castilla la Mancha, ¡y qué tendrá que ver con Madrid! ¡Vámonos, Mari, que en el Thyssen nos están engañando!
Y cuando no es López, es el Greco (español, español, español…):
–En el cartel del Greco pone que nació en Candía, ¿dónde está eso?
-Pues si es del Greco, será en Grecia.
-¡Ja! No, no… No puede ser: El Greco era de aquí.
-«Greco», de Grecia.
-No: estás muy equivocada. No tienes ni idea. El Greco era español. Ya preguntaré en información.
Con salidas, en algunos casos, que le dejan a uno como un muñequito de cera:
[Control de Accesos en el Museo Thyssen. Señora con su entrada recién comprada, se la sellan y entra hacia la planta cero de la misma. Llega a Juan Gris. Vuelve corriendo al control, preguntando entre sofocos]
-Señora, pero… ¿Y dónde están los muñecos de cera?
-¿Disculpe?
-Sí, sí: los muñecos de cera. Claro, como se pronuncia igual que el Museo Tussauds de Londres, pues imagino que tendrán lo mismo aquí, ¿no?
-Esto… Mire… Esto es de pintura.
-¡Pues vaya! No me interesa. Adiós.
«Lamentablemente el grupo es cerrado –aunque comenzó siendo público, explica Gurrea Suárez– básicamente porque no todo el mundo tiene el mismo sentido del humor y porque la finalidad de la iniciativa no es en absoluto molestar a nadie». Además, sus promotores (entre los que se encuentran profesionales del Museo Thyssen, del Museo del Prado y del Museo Reina Sofía, entre otras instituciones), en activo y de generaciones posteriores, pretenden que «los integrantes se sientan lo más relajados posible para que participen con su mejor anécdota sin sentirse coartados». Aún así, Gurrea reconoce que no se esperaban el éxito alcanzado.
Y, aunque nosotros como espectadores nos creamos que lo nos sucede en el museo es la primera vez que ocurre, los participantes de «Tontunas de visitantes» cuentan con clásicos de manual que aplican a la primera de cambio: Y ahí están los típicos «Esto no es una mochila, es mi bolso» (en versión femenina) o «esto no es un paraguas, es un bastón» (para ellos). Y de nada servirá que respondamos con un «¿Y si me lo pongo delante? ¿y en la mano?» o acusemos al prójimo («¡Esa señora lleva un bolso más grande y le han dejado ustedes pasar!»).

Pero hay reacciones desconcertantes, que dejan sin palabras al más pintado, como querer saber si los vasos y platos los ha diseñado Isabel Quintanilla para Duralex; si las crucifixiones expuestas son «de antes o después de Cristo»; si hay que ver todos los cuadros antes de cambiar de sala (de hecho, es duda recurrente conocer por qué pared se ha de empezar), o ponen en el brete de tener que decidirse por papá o por mamá. Nos referimos a que, al preguntar les qué es lo que quieren visitar, estos se interesan por lo que hay, se les responde que una exposición temporal y una permanente, y el cliente, sin miramientos, pide una entrada para «la más bonita». Pero esta «salida» se lleva la palma:
-Disculpe, ¿estos símbolos significan que para pasar por este pasillo las mujeres deben llevar falda y los hombres traje y corbata?
-No, señora. Indican universalmente que tienen baños masculinos y femeninos a su disposición…
-¡Ah!… ¡Pues a ver si lo ponen claro!
Aunque a veces, si uno pone la oreja, hasta aprende cosas. Como que Frida Khalo no era Frida Khalo, sino «una representación de cómo los mexicanos pintaban a Cristo con la corona de espinas». O que si uno se acerca demasiado a los cuadros «baja la campana de seguridad y te asfixias» (están avisados). Ahora bien, hay momentos en los que deberían abofetearnos como turistas. Sobre todo cuando, con nuestra actitud, los que llenamos los museos hacemos sentir a su personal como monos de feria. Y no nos referimos al «no funciona la audio-guía. ¿Sales tú y me la cambias?». No:
Una temporal cualquiera. Grupo de jubiladas. Una de ellas se aparta del grupo y pregunta:
-Oye, ¿vosotros sois funcionarios, no?
-No, somos subcontratados.
-Pero qué hay que hacer para trabajar aquí?
-Bueno, la mayoría estudiamos una carrera de letras y…
Desde su sala se pone a gritar:
-¡Juani! ¡Que no son de integración! ¡Que son normales!
Porque el interés no solo se queda en preguntar lo que el vigilante apunta o lo que el vigilante lee. Hay quien quiere intimar mucho más:
-Hola, ¿es verdad que van a abrir otro museo en Málaga? [Se refería al Thyssen Carmen Cervera]
-Sí.
-¿Y qué tengo que hacer para poder entrara a trabajar en un puesto así como el tuyo en el que no hay que hacer nada, salvo estar rodeada y disfrutar de tanto arte?
-Pues mire, no lo sé. Tal vez haber hecho algo terrible que mereciera el castigo de la Santa Inquisición en otra vida.

Sin duda alguna, son las nuevas atribuciones las que obligan a este tipo de profesionales a morderse la lengua antes de soltar una carcajada. Porque, claro, ¿cómo reaccionar cuando le preguntan a uno por las «crisálidas»(que no «grisallas») de Van Eyck? ¿O cuando descubre que en El Prado no se custodia el «Coloso» de Goya, sino El Coloso de Rodas? ¿Estará en la nueva expo del Bosco su «Jardín Tres Delicias»? ¿Y cómo se le quedó la vista a Van der Weyden cuando acabó su «Desprendimiento»? En el Museo Reina Sofía, el «Guernica» (que debe pronunciarse «Güérnica» si uno es un guiri auténtico) y su autor son un clásico:
-¡Quiero poner una reclamación! ¡No tienen ustedes nada bien indicado cómo llegar al pabellón especial del Guernica [o Güérnica]
o
-Disculpe: ¿Dónde hay un cuadro de Picasso?
-Justo enfrente, caballero.
-No, pero ese no es de Picasso. Ahí pone «Pablo Picasso». Yo quiero ver uno de Picasso Picasso.
-Señor. Él es Picasso Picasso.
-No, no, El pintor no se llamaba Pablo… [que conste que este no es el mismo sujeto que preguntó por el «Arlequín de Pegaso»]
Hay anécdotas sobre todo lo que olvidamos en los museos (también zapatos y litronas), sobre visitantes que, a pesar de poner un sillón delante, se siguen comiendo un espejo; los que saludan en el espejo; los que llaman a sus amigos a través del espejo. Los que, en el apartado de «parecidos razonables» ven un X Men en el retrato de los Reyes del Hall del Thyssen o a Ruiz-Gallardón en el de Hugo Erfurth. Si se ha encontrado reflejado en alguna de estas anécdotas, sonría. Si no es así, la próxima vez que saque su entrada o pida una indicación a un miembro del personal de sala, hágalo también. Son seres humanos. Y pidan que les den paso a este grupo privado.

Texto publicado en ABC.es el 24 de mayo de 2016