Cristóbal Ochoa: «Uso mi cuerpo como símbolo de rebeldía al poder»
«En este exilio que me tocó, siempre estoy buscando refugio y buscando mi lugar». Así de taxativo se muestra este venezolano recién aterrizado en España, cuya labor, con importantes picos en la ‘performance’, ya da que hablar
Nombre completo: Cristóbal Ochoa. Lugar y fecha de nacimiento: 19 de junio de 1986 en Caracas (Venezuela). Residencia actual: Madrid. Formación: Licenciatura en artes visuales, pero no terminé la tesis por motivos políticos. Estudié en la antigua IUESAPAR, ahora UNEARTE en Caracas. Ocupación actual: Artista.
Qué le interesa. Mi trabajo está compuesto por varias líneas de investigación. Abordo temas como la migración, la integración, el lenguaje, la violencia, la sexualidad y cuestionamientos sobre el poder en todos sus espectros, pero también me interesan temas estéticos relacionados con la abstracción geométrica. Los medios que uso para expresarme son la fotografía, el ‘performance’, el videoarte, la cerámica escultórica y la pintura. Mezclo lo artesanal con lo tecnológico, lo documental y lo artístico, lo lúdico y lo ambiguo para crear mi universo.
Me interesa llegar a un público diverso, sobre todo aquellos que no buscan el arte, por eso me valgo de algunos artilugios como la seducción, el humor o lo polémico y, en el caso de mi obra matérica, la pulsión háptica, la ilusión óptica, el color y las texturas orgánicas. Soy una persona curiosa y abierta, hablo con todo el mundo, a veces voy con mi cámara por la calle y hago fotos sin planificar nada. Soy un coleccionista de historias, anécdotas, imágenes y hasta de objetos que encuentro en la calle. Toda esta apertura al mundo me brinda la inspiración que necesito para crear mis obras. Uso mi cuerpo y en especial mis nalgas como símbolo de rebeldía al poder. Revelarlas al mundo es un acto que me libera de muchas cosas.

De dónde viene. He tenido la oportunidad de exponer en países como China, Corea del Sur, Colombia, Estados Unidos, Perú, Inglaterra, España y Francia. En mi país, Venezuela, he participado en varias colectivas como ‘Jóvenes con FIA’. He expuesto con las galerías Beatriz Gil, Viloria Blanco, la Sala Mendoza o la Gsiete. también he participado en certámenes como el Salón de las Artes del Fuego, donde gané un premio. Y he sido reconocido con dos premios en la mención «artista joven»: en el Premio Armando Reveron y en el Premio Omar Carreño.
Recientemente, Francia aportó mucho a mi carrera. Tuve tres excelentes residencias artísticas que me permitieron crear algunos proyectos importantes; hice un performance en el Teatro de Chatelet. También expuse videoarte acompañado de una acción que duró cinco horas en el Palais de Tokyo. Recibí en París una beca importante de la ADGP. En España llevo apenas unos meses.

Supo que se dedicaría al arte… Tuve dos momentos: El primero, cuando un vecino, amigo de mi madre que sabía que yo pintaba algunas tonterías coloridas y estaba urgido por un regalo de bodas, se le ocurrió pedirle a un chaval de 14 años una pintura como presente. «¿Cuánto cuesta la obra?», me pregunta. Yo, muy emocionado le digo: «¡Tráeme el iPod que estaba por salir en Estados Unidos y eso es lo que vale la pintura!». Así fue. Fue mi primera venta. Eso definitivamente marcó un momento especial en mi vida. Claro, yo era un chaval, la obra muy mala y mis ambiciones eran las típicas de cualquier adolescente. Recuerdo sentir ‘felicidad’ de haber transformado un lienzo en un objeto tan innovador.
El segundo momento: Yo fui criado como un niño ‘pijo’ (vamos, un niño al que no le faltó nada y que estudió en los colegios y universidades más privilegiadas en un país donde la diferencias sociales están muy exacerbadas): hablar y vestir de un modo, tener la piel blanca y además tener cabello rubio, es algo poco aceptado en algunas zonas o muy aceptado en otras.
Dentro de esta burbuja en la que crecí nunca me sentí cómodo: algo no estaba bien, todos me caían mal. Yo me aislaba y no me sentía a gusto, siempre sentí la necesidad de criticar todo aquello que me rodeaba, de hablar de ello, pero no tenía cómo. Pero yo era eso, me costó aceptarme. Pasé mucho tiempo haciendo caricaturas de todas las personas que me rodeaban en mi escuela. Era mi forma de expresar angustias de ese momento.
«Nunca he sabido a dónde pertenezco. Sumado a mi exilio, es un tema que me ocupa y está muy presente en mis obras»
A mis 22 años decidí romper la burbuja y estudiar en una universidad que quedaba en una de las zonas más peligrosas de Caracas, ese lugar donde tus padres te habían dicho no ir jamás. El reino de las hienas en El Rey León: El famoso 23 de Enero, donde está enterrado Chávez. Allí quedaba la antigua Reverón, todo un emblema del arte venezolano, universidad de donde han salido muchas promociones de excelentes artistas. En ella fue donde me encontré con aquello que le daría sentido y rumbo a mi vida.
No fue nada fácil ser aceptado por la comunidad de artistas por lo mismo: yo era un chico ‘pijo de aspecto’, y hasta me pusieron de sobrenombre a mi y un compañero que también era rubio ‘las hermanas Hilton’. Hoy día me causa mucha risa, pero en ese entonces me hacía sufrir porque me costó mucho hacer amigos en ese lugar. Luego, gracias a mis propuestas artísticas, fueron aceptándome poco a poco.
Así empezó mi camino a una transformación, a un renacer, por eso la transformación y el tránsito es algo que está muy presente en mi obra. Nunca he sabido a dónde pertenezco, sumado a mi exilio, es un tema que me ocupa y está muy presente en mis obras.

¿Qué es lo más extraño que ha tenido que hacer en el arte para «sobrevivir»? Se me ocurren muchísimas cosas, sobre todo por venir de un país como Venezuela, donde siempre haces de todo para sobrevivir.
Contaré una anécdota, que no sé si es algo raro pero fue muy divertido y significativo para mí: en 2013 me habían invitado a China a un simposio de ceramistas y a una exposición colectiva en Seúl. Era una gran oportunidad. En ese momento, yo no tenía el dinero suficiente para pagar el pasaje ni el que necesitaba para estar un mes en China y Corea del Sur, pero acepté la invitación: sí o sí tenía que conseguirlo.
En ese momento, yo contaba con el patrocinio de la empresa Sharpie y Prismacolor Venezuela, pero ellos no daban sino materiales para mi obra, así que les pedí dos cajas de 72 marcadores para rifarlos en mis redes sociales y así conseguir el dinero necesario. Muchos de mis seguidores de ese momento querían apoyarme y se animaron en comprarme un número de mi rifa virtual. Se vendieron todos los boletos. Además me donaron dinero extra y así fue que logré viajar a China y Corea, lo cual fue una experiencia inolvidable. De ese viaje puedo sacar 100 anécdotas más.

Su yo «virtual». Mis redes sociales y yo somos indivisibles. Mi yo en redes es bastante parecido al yo real. Tampoco soy de los que muestra qué come ni con quién sale, pero si uso mis redes como bitácora de vida, sobre todo mi Facebook, donde me siento más cómodo.
Sufro de mala memoria o de memoria muy selectiva. Mis redes me han servido de archivo personal. Digamos que esa es la parte positiva. La negativa, pues que lucho contra la adicción de estar siempre en Instagram viendo todo lo que pasa, todo lo que dicen. Creo que, como muchos, me siento en una relación tóxica con la red social.
Sin embargo, es la herramienta más útil para los artistas en este momento: todas las galerías, coleccionistas, comisarios y periodistas tienen el ojo puesto en tu Instagram. Pocos van a tu página web, así que procuro tener una especie de portafolio flash de lo que hago sin mezclarlo mucho con mi vida privada. Sigo las cuentas que sigue todo el mundo, no soy tan ‘underground’ a la hora de informarme. No mencionaré ninguno medio en específico porque no soy consumidor rutinario de información en un solo sitio.

Dónde está cuando no hace arte. Di clases a niños y adolescentes cuando viví en Francia; en especial, me invitaban a enseñarles cómo el arte era un arma potente contra las dictaduras. En París pertenecí a una asociación de artistas en el exilio «Atelier des Artistes en exil». Compartí espacios, diálogos y participaciones conjuntas durante dos años con artistas de la República Democrática del Congo, Siria, Yemen, Sudán del Sur, Irán, Pakistán, Afganistán, Ucrania, Birmania y Haiti. Artistas que huían de sus países por diferentes razones. Estos intercambios cambiaron mi manera de verme en el mundo, de ver mi conflicto como uno más y no como el único, ni el peor.
Actualmente mis intereses van hacia crear una residencia propia que acoja artistas extranjeros y españoles, tener una red con la comunidad de artistas de Carabanchel y Usera y ser parte del circuito de arte español, el cual encuentro muy acorde con mis gustos. De momento, la acogida ha sido muy rápida y encuentro a los artistas españoles muy disciplinados pero, al mismo tiempo, con alma y calidad humana. Hasta ahora no me he sentido ‘de afuera’.

Le gustará si conoce a… Tengo diferentes referentes: desde Vasarely, que fue el primer artista que conocí cuando era apenas un niño de 8 años hasta Julio Le Parc, Gego, Alejandro Otero, Cruz-Díez o Soto, que de algún modo influyeron en mi atracción por un arte formal, geométrico o cinético. Luego, creadores como Mario Merz, que me hizo interesarme por el arte povera. Trabajé en mis inicios en la universidad investigando mucho su obra.
Pero la artista venezolana y profesora en mi universidad Antonieta Sosa me hizo descubrir todo el movimiento del performance. Esta increíble profesional marcó a muchos artistas de mi generación. Me gustan autores como Senga Nengudi, Rebeca Horn, Marina Abramovic, Matthew Barney, Alfredo Jaar, Tracey Emin, Oliafur Eliasson, Ai Wei Wei, Santiago Sierra, Doris Salcedo y Juan Loyola. Y fotógrafos como Enrique Metinides, Martin Parr o Michael Schmidt me han inspirado de alguna u otra manera.
De mi generación o más jovenes, destaco, por ejemplo, a Orion Lalli, artista brasileño radicado en Francia. Y acabo de conocer el trabajo de un artista peruano, Julio Urbina, que llamó mucho mi atención. Estoy actualmente conociendo a los españoles y el panorama artístico local, visitando estudios, incluso adquiriendo obras (tengo alma de coleccionista). Recientemente compré un dibujo a Ana de Alvear en Corner Gallery, que, por cierto son mis vecinos de estudio: Carlos Cartaxo y Sandra Val, dos excelentes artistas que me han acogido como de la familia.

Qué se trae ahora entre manos. Mis investigaciones más recientes se centran en hacer piezas que no generen un impacto negativo en el medio ambiente, sobre todo por la tecnología que he creado para realizarlas. Estoy trabajando en unos lienzos de gran formato. En ellos compongo con imanes que he cortado previamente y luego pinto con pinturas ecológicas. En mi Instagram pueden ver un vídeo que muestra un poco la forma en las que las realizo. Están enfocadas en mis investigaciones estéticas de mis inicios. En París (2017-2022), mi obra tomó un rumbo digital; estando aquí en Madrid, quise volver a la materia.
También trabajo con piezas que puedan ir en mi cuerpo sin ser necesariamente un performance. Por ejemplo, hace poco hice dos piezas compuestas por varios calzoncillos de la marca Calvin Klein: con ellos genero una pieza única que va en mi cuerpo y voy con ella a algún sitio donde pueda mostrarla sin que haya un contexto específico para eso. Hace poco realicé una de ellas en la feria de arte Estampa o en las calles de Madrid, entrando a bares o tiendas. Cuando hago acciones con mi cuerpo procuro ser el mismo Cristóbal de siempre, sin entrar en estados de trance o actuación, ni cara de Marina, normal. Sigo conversando con la gente, uso mi móvil, como si nada pasara.
También tengo una obra que estoy desarrollando con las bolsas de papel de las tiendas de lujo (Dior, Chanel, Louis Vuitton, Saint Laurent…), o el contrario, las de no-lujo. Me interesa el tema de las marcas y el impacto de ellas en la sociedad y el planeta. He trabajado con lo que significa la firma LIDL en Francia, y ahora acá en España con Zara, H&M, El Corte Inglés y Primark.

¿Cuál es su proyecto favorito hasta la fecha? El que más me hace sentir orgulloso es ‘Los conos de madre’, una performance que realicé durante cinco años en las calles de diferentes países, donde participaron muchos amigos y personas maravillosas. Este mismo trabajo atrajo la atención del artista español Eduardo Arroyo, que me invitó a participar en una exposición curada por él en Matadero hace ya algunos años. Este mismo trabajo me hizo ganar un premio en el Festival de las artes de Brighton y he entrado a varias colecciones importantes con sus fotografías.

¿Por qué tenemos que confiar en él? Sobre la confianza: En estos momentos, al fin tengo un estudio donde investigar y producir a tiempo completo. Cuento con un mecenazgo importante que me permite dedicarle todo mi pensamiento a la obra. La vida me dio esta oportunidad de oro y la estoy aprovechando al máximo, una historia muy bonita. Mi mecenas confió plenamente en mí, me dio luz cuando quería tirar la toalla en París y a ella le debo mi energía actual y un nivel de profesionalidad que no tenía hace un año.
Como inmigrante, siempre está latente el tema de la confianza y querer ser aceptado, apoyado, querido. En este exilio que me tocó, siempre estoy buscando refugio y buscando mi lugar. De momento, estoy feliz en España y creo que es el lugar donde debo estar ahora.
En este poco tiempo que llevo en Madrid ya han pasado situaciones maravillosas en el ámbito profesional: una coleccionista española, Fátima Mahou, y otros nacionales han decidido confiar y apostar en mi obra, y eso ya eleva mi nivel de compromiso en mi nueva etapa en España. Aunque aún no tengo galería aquí.
De aportar algo en especifico… No sé, pero todo inmigrante siempre trae algo nuevo que contar.

¿Dónde se ve de aquí a un año? Me veo aquí en Madrid. Estoy completamente enamorado de esta ciudad y de la gente que vive aquí.
¿A quién cedería el testigo de esta entrevista? A Orion Lalli, un artista brasileño que admiro mucho, además de ser mi amigo.

Defínase en un trazo.
Texto publicado en la web de ABC Cultural el 27 de marzo de 2023