150 aniversario de la Academia de España en Roma

Academia de España en Roma: 150 años y 1.050 becarios después

Sopla las velas una de nuestras instituciones culturales más longevas, que, 1.050 pensionados después, sigue mapeando la mejor creación española desde un entorno monumental inmejorable

Siglo y medio, que se dice rápido. Así, bote pronto, dos guerras mundiales, una civil, dos repúblicas, varios reyes y una dictadura. También una pandemia. La Real Academia de España en Roma nacía en 1873 con el fin de «fomentar el genio nacional», ofreciendo a nuestros artistas «algún campo de estudio, algún lugar de recogimiento y ensayo en la ciudad que será eternamente la metrópoli del arte: en Roma».

Ciento cincuenta años después, 1.050 becados (o pensionados, ¡qué bonita palabra!) mediante, la institución, adscrita hoy al Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación a través de la Agencia de Cooperación Internacional de Desarrollo AECID, mantiene intacta su vocación, con un legado, material e inmaterial, inabarcable, que sigue creciendo.

Y eso que no lo tuvo nada fácil en sus orígenes. Fue su impulsor Emilio Castelar (así lo recuerda una placa de mármol en uno de los claustros del complejo), en un momento de grandes dificultades para esa I República Española que la auspicia y que afrontaba una III Guerra Carlista, una rebelión cantonal y una insurrección en Cuba.

Claustro del complejo (Foto: Ignacio Gil)

Por eso es capital una de las frases del decreto fundacional del 5 de agosto de 1873 (se firmaría y publicaría el día 8 en la ‘Gaceta de Madrid’, el BOE de la época) de lo que se conocería primero como Escuela Española de Bellas Artes en Roma, providencial sobre su sostenibilidad en el tiempo: «Aprobando este decreto, demostrará el Gobierno de la República que, en medio de los dolores del presente le queda tiempo para preparar mejores días a las generaciones por venir».

Un milagro en el tiempo

«¿Qué tiene la Academia de España en Roma que celebrar 150 años después?», repite cuál letanía nuestra pregunta Ángeles Albert,su actual directora: «Fundamentalmente, 150 años de una institución única que sigue siendo fiel a aquello para lo que se creó, que es aportar un entorno adecuado para apoyar a creadores e investigadores. Es casi un milagro que sobreviva con nuestra Historia y la de Europa, pero lo ha hecho y fortaleciéndose. Así que celebramos que exista, que siga apostando por creadores que innovan, que no tienen miedo a arriesgar, que sea un espacio de libertad de opinión en el seno de una institución pública. Asimismo, celebramos la aportación de 1.050 hombres y mujeres que han escrito esta historia, algunos muy conocidos. Celebramos la contaminación y mestizaje que se produce entre ellos».

Nació entonces nuestra Academia tras otras tentativas frustradas que venían de lejos, como la que en el siglo XVII, primero con Felipe IV y luego con Carlos II, intentaba seguir el ejemplo de Francia en 1666, con el tirón que para los artistas de la época tenía la Ciudad Eterna (recordemos los dos viajes de Velázquez a Italia). O las pensiones establecidas por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que, desde 1758, se mantuvieron hasta la puesta en marcha de esta nueva institución, y a las que optó, sin éxito, Goya, que se pagó el viaje de su bolsillo. Tampoco la tercera, la de 1832, fue la vencida, ante la negativa de los Estados pontificios. De hecho, habrá que esperar a que Italia se unifique, llegar a 1873, para que Castelar diera vía libre al proyecto.

Ángeles Albert, actual directora de la Academia de Roma en España

Y aquí comienza la cascada de nombres propios que la institución ha recogido desde su arranque. El primero de ellos, el de Mariano Fortuny, que si bien no llegó a dirigirla, sí que agilizó, dados sus vínculos con Roma, los pasos para su afianzamiento. A él se debe la autorización para que el artista Aguader pudiera copiar el reglamento de la Academia francesa, y a él se le consultó su emplazamiento, al que pronto nos referiremos porque es otra de las joyas de este conjunto. Finalmente será José Casado del Alisal a quien se nombre primer director, pero es su repentina muerte (no llegó a tomar posesión) lo que le pasó la pelota a Eduardo Rosales.

Durante el siglo XIX, Roma formó parte del ‘Grand Tour’ por ser cuna del arte clásico, el renacentista y el barroco, y, por eso, parada obligada de artistas y coleccionistas. De ahí que se pensara en un destino como este para una institución así durante siglos, que, sin embargo, poco a poco, incluso en su época, empezaba a desdibujarse como foco. Es sabido como a principios del siglo XX, la mismísima Emilia Pardo Bazán incluía en su novela ‘La quimera’ (1905) una coda a modo de tirito: «Te has fijado en los envíos a Roma? […] Allí se aprende a imitar… Imitaciones. Ambiente europeo no ha vuelto a respirarse allí desde el siglo XVIII. […] Hoy la pintura debe estudiarse en Londres, y en París, y en Berlín… Y, dentro de poco, en Chicago».

«¿Bromeas? ¡Tengo que llegar a las fuentes!»

«Roma no es el epicentro del mercado del arte hoy –contesta Albert–, pero sigue estando en el centro de la creación y en el referente cultural. Y hoy, como hace 150 años, sigue produciendo la misma perplejidad al que llega a ella por primera vez. Cuando yo misma hago a los becarios la pregunta, por qué no París, Nueva York o Berlín, muchos contestan lo mismo: «¿Bromeas? ¡Tengo que llegar a las fuentes!». Conocemos la Roma turística, pero en sus cinturones, en la periferia, se producenmovimientos culturales alternativos muy interesantes, en los que los becarios tienen la oportunidad de salir de las zonas de confort. Además creo que es un error pensar que alguien hace una beca o decide un destino porque sea de moda en el sector. Eso es lo que hace que en esta ciudad sigan estando bien asentadas academias, como la nuestra, de EE.UU., Alemania, Francia o Reino Unido».

El compositor Hugo Gómez-Chao en su estudio (Foto:Ignacio gil)

Con respecto a estas instancias, la española tiene un aliciente más: su emplazamiento, o lo que es lo mismo, los claustros adaptados en el siglo XIX del antiguo monasterio de San Pietro in Montorio, ordenado construir por los Reyes Católicos entre 1481 y 1500 en lo alto del Gianicolo, en el Trastevere, donde supuestamente fuera crucificado San Pedro. Unas instalaciones alucinantes –cuya joya de la corona es el Templete de Bramante, imagen de su logo, y ‘taller’ de la becada 1.051: aquí se dice que se aparece una fantasma– a disposición de los pensionados y, además, primer BIC ubicado fuera de territorio nacionaldesde que se incoara expediente en 2022.

Pero no siempre fue esta su sede. De hecho, se pensó primero en Santiago de los Españoles, en la Piazza Navona. La primera promoción, la de 1874, acabó realmente en el Palacio de España y después en unos locales alquilados en Via della Croce. Sería el Conde de Portugal el que, aprovechándose de la ley italiana de supresión de corporaciones religiosas, quien convirtió el Convento de San Pietro en sede definitiva en 1876. Las obras de acondicionamiento, las que aportan ahora a la fisonomía sus dos características torres, con los estudios con algunas de las mejores vistas de Roma, comenzaron en 1879 hasta la inauguración oficial el 23 de enero de 1881. Se vive entonces la primera edad dorada de la Academia.

«El conjunto monumental, que nos cimbrea a todos, está en el ADN de la institución desde sus orígenes –repasa su actual directora, la número 30 en todos estos años–. También el ser una residencia donde es obligado convivir y, desde hace tiempo, presentar un proyecto final [que no siempre fue así]. Se han ido incorporando otras disciplinas creativas, el cómic o la gastronomía, entre las más recientes». Pero como novedades, como testigos de que esta es una institución flexible del siglo XXI, desde hace unas décadas se entiende no sólo como ámbito de proyección de nuestra cultura en el exterior, sino además como un importante centro de producción creativa.

Amelia Aranguren, becaria de este año, en las terrazas de la Academia

«Acompañamos a los becarios en su proceso creativo y les ponemos en contacto con otras academias y con la ciudad de Roma. Contamos con un programa de visitantes internacionales, pasan profesionales de España y de otros países, que dialogan con los residentes y establecen sinergias. Tenemos claro que aquí ya no se viene a ‘hacer lo mismo’, sino a dar un paso más. Ofrecemos el tiempo necesario y el espacio necesario para arriesgar, para perder el miedo», remata Albert. El pasado fin de semana fue precisamente jornada de puertas abiertas para conocer los avances de los becarios de la edición 2022-2023.

Lista de ‘invitados’

Pero, ¿quiénes han pasado por la Academia en estos años? ¿Es realmente lo más granado de nuestra cultura? La directora, en este sentido, se muestra cauta: «No siempre en todas las épocas. La Academia ha tenido también sus sombras, que tienen que ver con muchas circunstancias de nuestra Historia y de los procesos de selección, que no siempre han estado en manos de profesionales». De hecho, desde 1973, cuando se cumplió un siglo de vida, se crea el patronato y se decide en el nuevo reglamento la supresión de las oposiciones por un concurso de méritos para elegir a los residentes. Desde 2013, las aplicaciones, además, han de pasar por un complejo jurado paritario que hace una primera criba, y por una entrevista en una segunda ronda («porque un documento escrito lo aguanta todo y, en ocasiones, no sabes ni quién lo ha escrito»). Así se fija la lista final.

El templete de Bramante, una delas joyas arquitectónicas del conjunto

La directora cree que, desde hace unos años, «sin ninguna duda llegan artistas muy importantes, creadores muy importantes, algunos de los cuales no optaron antes a la beca –esta tiene la ventaja de que no estipula ningún límite de edad para aplicar– porque Roma no les ofrecía lo que les ofrece ahora, como estar en un momento vital o profesional en el que se la pueden permitir, o, en el caso de muchas mujeres, porque ya han superado el parón de la maternidad. Por eso yo creo que donde hay un mayor aprovechamiento de las becas es en las carreras medias».

El 150 aniversario lleva aparejado una programación especial que, en cierto modo, ha permitido poner en valor a algunos de estos nombres: como el de Gregorio Prieto, que llegó como pintor entre 1928 y 1931 (antes las becas eran de tres años, con la obligación, incluso, de viajar por otras ciudades europeas en ese tiempo), y salta a la fotografía con Eduardo Chicharro, desarrollando uno de los conjuntos básicos de nuestra vanguardia en esta materia. O Pepe Espaliú, que pese a su enfermedad, decidió dar el salto a Roma al final de sus días. O Rogelio López Cuenca, nombrado Premio Nacional poco después de trabajar con él. O los integrantes de la colectiva realizada en los últimos meses ‘Tomar la casa’, una serie de artistas –Miki Leal, Sonia Navarro, Miguel Ángel Tornero, Irma-Fernández-Laviada (que, como anécdota podemos contar que se reencuentra en la Academia con su tío abuelo, también pensionado, Manuel Álvarez-Laviada…)– que plantaron en la Academia la semilla de Nave Oporto.

Hace unos días, un concierto en la iglesia del complejo recordaba a Valentín Zubiaurre, el primer pensionado. Un músico. También lo fue la primera mujer, María de Pablos, para lo que hubo que esperar 55 años (si no tenemos en cuenta el dedazo de Carlota Rosales, en 1887, ‘pensión extraordinaria’ por ser la hija del director). Antes, durante y después, nombres destacados como los de Tomás Bretón, Muñoz Degrain, los Benlliure; los arquitectos García de Paredes, Rafael Moneo o Luis Mansilla; pintores como Pepe Carretero, Guillermo Pérez Villalta, Sigfrido Martín Begué; Carlos Pardo u Óscar Esquivias, escritores…

Los pensionados comparten estancias como la cocina

Durante años, la denominada Sala de los Retratos de la Academia, antiguo despacho de los directores, recogía retratos de los ‘alumni’ más insignes. Hoy es la segunda sala de una exposición dedicada a Joaquín Sorolla, la primera en la Historia en Roma, que forma también parte de los actos del aniversario en Italia. Es en el despacho de la responsable actual donde se depositan obras que tienen un significado espacial: un gran cuadro deteriorado de Ángel Massip, para que los artistas tengan claro la importancia de la conservación de sus obras; una pieza de Teresa Peña, la primera artista en 1965; otro cuadro de Manuel Ortiz Echagüe,como ejemplo del ‘doppo Roma’, lo que puede llegar a ocurrir tras la beca; un pequeño jardín botánico de papel de Àngels Viladomiu (¡maravillosa sexagenaria en la Academia!), para no olvidar lo que supuso la pandemia…

Un legado inabarcable

Porque el legado que deja para el futuro la institución es incuantificable. O sí: una colección de más de 1.000 obras, accesible ya en el Sistema Integrado de Documentación y Gestión Museográfica DOMUS, procedente de las donaciones de los becarios (dos obras si están con una beca de más de 4 meses, una si no superan ese tiempo). En Roma se atesoran los fondos desde los años setenta. Antes, las piezas se mandaban a Madrid, a la Academia de San Fernando, para que valoraran allí si había que ampliar las becas. Otras acababan decorando despachos en Exteriores.

En la actualidad, se está completando lagunas recurriendo a artistas que no habían donado. Han respondido muy positivamente autores como Juan Luis Moraza, Darío Álvarez-Basso, Félix de la Concha… Y la colección también incluye partituras, grabaciones, películas, originales de cómic o páginas manuscritas de los escritores, por no hablar del fondo documental, que se está digitalizando, con toda la correspondencia o informes que supuso la valoración de los becarios. Más la biblioteca (Fondo Colomé) o el conjunto de yesos para que los artistas copiaran del natural. No nos olvidemos de las publicaciones propias.

antigua Sala de los Retratos, hoy espacio de la muestra dedicada a Joaquín Sorolla (Foto: I. GIL)

Hasta en uno de los jardines descansa un hórreo auténtico, a escala 1:1, resultado de un expolio cultural en los 2000. Se mantiene ahí también para llamar la atención sobre este gran problema con el patrimonio, que a veces tiene un final feliz.

«Los primeros años fueron de un nivel altísimo –repasa Albert–. También ha dependido de los directores, con resultados potentes durante los cursos de Jorge Lozano, Blanco Freijeiro, Felipe Garín o Charo Otegui». La dictadura, pese a que en su arranque supuso prescindir de plano de los que no se significaron con el alzamiento, fue fructífera. Antes de la misma, Valle-Inclán la dirigió de 1933 a 1936. A Juan Contreras López de Ayala le tocó, en calidad de, comisariar el Pabellón Español en la Bienal de Venecia en 1954 y 1956.

Y el futuro de la Academia pasa por su ampliación y restauración en varias fases, con una dotación de seis millones de euros para ello. Curiosamente, la apertura de plicas hace exactamente un año dio como ganador del concurso internacional a un estudio que integra a Jesús Aparicio, Jesús Donaire y Lola Milans,antiguos pensionados. Los trabajos rehabilitarán el claustro, con pinturas de Pomarancio e il Lombardelli, y los estudios, mientras que en el llamado Jardín de los Becarios se construirán espacios polivalentes, talleres para el trabajo sucio que ahora se desarrollan en el jardín.

Sobre estas líneas, el hórreo abandonado en el Jardín de los Becarios

También almacenes. Y nuevos talleres para becados con necesidades especiales (con familias, con movilidad reducida…). Se reorganizarán las circulaciones para que los visitantes –para los que la institución está abierta de forma gratuita–, no se encuentren como ahora con los becados en su vida diaria. Y se recuperará lo que ahora se denomina ‘Jardín Romántico’, la entrada original al emplazamiento, cerrada desde esos primeros días. Para una segunda fase quedarán las intervenciones en el Templete de Bramante y la iglesia.

La resaca de los fastos (en una triple dirección: España, donde Albert reconoce que la institución «es poco conocida» por lo que se implementan acciones en las 17 Comunidades Autónomas con la complicidad de algunos patronos como Santi Eraso, Estrella de Diego o José Ramón Espinar); Roma (con un concierto, en el Auditorio Nazionale, homenaje a la primera becaria; exposiciones de Joaquín Sorolla, de cómic…) y el mundo (foto en Washington; vídeo en la red de Centros Culturales de Latinoamérica…) han de dejar la institución encarrilada en sus exigencias de futuro. Si París bien valía una misa, Roma seguirá valiendo una beca.

Obras de los Fernández-Laviada en los pasillos que llevan al auditorio: Escultura de Manuel; pedestal de su sobrina-nieta Irma.

Texto publicado en ABC Cultural el 7 de abril de 2023

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