Victoria Civera. «El tiempo es circular en el silencio». Patio Herreriano (Valladolid)

Victoria Civera: «Somos figuración y abstracción. El ser humano es una ficción»

Patio Herreriano (Valladolid) condensa 50 años consagrados por esta creadora al arte en múltiples facetas. Una retrospectiva que la reivindica como fundamental del panorama español

Es necesario regresar a Victoria Civera (Sagunto, 1955), porque su compromiso con el arte, con la pintura, con el objeto, ha sido siempre sincero. Su ir y venir por la figuración y la abstracción, su transitar por España y Estados Unidos, su defensa de la mujer sin herir al hombre. Por eso, perfecto el título de ‘El tiempo es circular en el silencio’ para su retrospectiva en Patio Herreriano en una creadora que siempre está volviendo y siempre está de vuelta. Descubrirla es comprender que se la conoce de toda la vida. Y viceversa.

—Bonita frase la de ‘El tiempo es circular en el silencio’.

—¿Es esta una retrospectiva en sentido estricto de Victoria Civera?

—Es una retrospectiva diferente a otras anteriores. Reúne piezas que antes no se habían mostrado. La exposición parte de mi llegada a Nueva York en 1987, 1988. Y en ella se explica el comienzo, desde la práctica de la pintura, al objeto y después al ensayo constructivo, todo desde la pintura. Este doble proceso se muestra en una única sala. Todo va creciendo sin abandonar la forma circular, que ya en los años 80 comencé a utilizar, como la espiral. Ambos eran motivos recurrentes dentro de los formatos rectangulares de mis pinturas.

—¿Qué fue lo que le llevó al arte y lo que hizo que decidiera que este sería su modo de vida?

—La enfermedad. Cuando tenia ocho años caí enferma, teniendo que hacer reposo en cama. Mi madre y mi padre descubrieron que era muy observadora, que me gustaba dibujar. Me compraron lápices de colores Alpino, y como no había papel, mi padre me traía planos técnicos defectuosos de la fábrica donde el trabajaba para que yo dibujara mis fantasías. Comenzó todo en aquella habitación pequeña. Afuera mediodía, sobre las dos de la tarde a pleno sol, con aquella estrecha pero intensa ranura de luz que se escapaba a la función de la contraventana.

Algunas de las salas de la exposición de Victoria Civera en Patio Herreriano. (Fotos: VÍCTOR HUGO M. CABALLERO)

Fueron las niñas y los niños los que entraron en mi habitación por aquella rendija, proyectándose mágicamente sobre la pared donde se apoyaba mi cama. Podía ver sus siluetas, sus formas y colores deformándose hasta desaparecer y, desde entonces, aquella hora se convirtió en la hora mágica durante mi enfermedad. Cuando decidí ser pintora tenía ocho años. Este recuerdo me hizo construir la primera pieza volumétrica, titulada ‘Habitación anónima’, ahora instalada en el claustro del Museo Patio Herreriano.

—Se habla de usted como una pionera, en tanto que predijo el papel de lo figurativo en el arte, en una época, la suya, en la que se imponía la abstracción pictórica, en la que, en cualquier modo, se inicia. ¿Ha sido siempre tan radical la separación entre figuración-abstracción en su obra?

—Nunca dejé la abstracción por la figuración, ni viceversa. Fluctúan las dos juntas, dentro y fuera. Somos ambas cosas, todo está en todo, somos una ficción. La abstracción está en nosotros porque, en parte, nuestro organismo está adecuado a responder espontáneamente a estímulos primarios, pero no me interesa excesivamente la idea de abstracción como un camino único, determinista de depuración, por lo menos no por ahora. Sigo trabajando mezclando las dos cosas.

Practico la pintura y la instalación sin una evidencia de ánimo de representar una realidad fiel, crítica o reflejo del dolor ajeno. Para ganarme la vida, mi ética no me dejaría exponer el dolor social en una galería comercial. Esto no significa que no tenga conciencia ni compromiso social. Lo que está en mi obra no es ajeno al mundo pero no es esclavo al mundo, está filtrado por mi experiencia. Mi práctica es mi compromiso con la vida, conmigo misma. Trato sobre todo de aprender y, escuchando, observando el canto del pájaro, cuidar lo mas cercano: mi familia, mis amigas y amigos, mis seres queridos y la esfera donde habito.

—Lo mismo podríamos decir de su diálogo alternativo con la pintura y lo tridimensional. ¿Qué cuentan las esculturas que no cuentan las pinturas, y viceversa?

—Las construcciones, como las pinturas, son una necesidad de seguir, de habitar en esta tercera dimensión. Están llenas de carga emocional: estoy en ellas, desde un compromiso, conmigo, como individuo, y reflejo del mundo. Soy bastante aleatoria y caprichosa, y los caprichos no son previsibles, salvo que quiera hacer uso de autocensura respecto a mi proceso de trabajo, cosa poco habitual. Soy por tanto apasionada y dispersa. Busco un orden en el desorden y por necesidad desordeno ese orden. Escucho mi ritmo biológico desde una estrategia abierta, de permisi- bilidad. Mis obras adquieren un desarrollo lineal ondulante y asimétrico, como cartografías biográficas incompletas, para llevarlas a la forma sin literalidad.

Algunas de las salas de la exposición de Victoria Civera en Patio Herreriano. (Fotos: VÍCTOR HUGO M. CABALLERO)

En ‘Germinales’, especialmente, las pequeñas pinturas, hablo del vacío interior y, desde su necesidad de silencio, genero una plena conciencia de lo que ocurre a nuestro alrededor. Las series como ‘Humo y Zinc’, ‘N. Y. Blanco y Negro’ son pinturas intimas y herméticas, de búsqueda e intuición, un sentir un estado emocional de dolor dentro de un vacío en el refugio mínimo de la soledad. ‘Alma de jardín’, piezas que nacen como islas del interior, en diálogo jugando con lo que ocurre a tu alrededor. Buscando y encontrando, reciclando materiales como soluciones.

Suelo estar abierta, prefiero elegir las piezas sin que me obligue la idea de una lógica constructiva o narrativa. Eso sí: procuro inventarme un contexto capaz de propiciar un sistema de relaciones, de tensiones para hacer que cada voz pueda crecer paralelamente al recorrer la instalación. Su presencia y energía depende mucho del contexto y el carácter de la sala donde vayan a ser expuestas. Las del Museo Patio Herreriano, en su formato, generoso, saben acoger bien para mostrar obras de arte plurales.

—¿Se puede hablar de cambios radicales en su producción o la suya ha sido una evolución o transición lenta?

—Creo que mi obra son años de trabajo, casi medio siglo, donde el disfrute en la práctica conlleva solucionar problemas, dolor, curación y lentitud. No sabría dejar salir las cosas de otro modo, pues esa transformación es crecimiento entre la génesis y la formación de la idea. Se dan siempre así.

—¿Sería el traslado a Nueva York uno de ellos?

—A finales de los 70, trabajé con medios diferentes: pintura, fotomontaje, objetos, instalación… Creo que he sido consecuente conmigo misma. Soy así, como las estaciones del año, necesito cambios, pero siempre enraizada con mi esfera, mi raíz, mi estructura, mi infancia. Necesitamos cambios migratorios y esféricos.

—Una de las salas de la muestra de Valladolid está dedicada a sus tondos. ¿Qué le seducía de este formato para, igualmente, haber extendido su uso en el tiempo?

—El círculo aparece después de hacer junto con Juan y Joaquín una muestra grande instalativa titulada ‘Contexto’, radicalmente comprometida con el medio ambiente, ecológica en todos sus aspectos. El círculo aparece un poco después preparando mi primera individual para el MAS de Santander. Estaba embarazada de nuestra hija. Ella, como mis pinturas, se gestaron a la vez, mientras la preparaba. Coincidió a la par, sentada en la mesa de dibujar mirando hacia el bosque.

Algunas de las salas de la exposición de Victoria Civera en Patio Herreriano. (Fotos: VÍCTOR HUGO M. CABALLERO)

Allí dibujaba con acuarelas y carboncillos círculos, dianas, que luego pinté sobre cuadros de gran formato que presenté en Madrid en la galería Montenegro. Creo que la maternidad y la crianza es el punto álgido de la creación. La Historia de la humanidad nos ha educado en la idea de que la mujer no podía ejercer ni practicar todas las Bellas Artes; esto solo era un privilegio para unos pocos, y hombres. El ser humano, el rey de la esfera, es el animal más violento de todos los animales, mata a los de su especie y, destruye sin miramientos la tierra que nos contiene.

—Es evidente la presencia de la figura femenina en muchas de sus obras. Ahora que impera un discurso feminista en el arte, ¿se lee mejor su obra?

—No lo sé. Espero que esta exposición ayude un poco más a entender la obra que vengo realizando durante casi medio siglo. Creo que el feminismo empieza por una misma, en la práctica vital que toda mujer ejerce en el día a día. Somos conscientes, o no, de nuestra Historia y de nuestras necesidades, por las que debemos luchar y revindicar. No vamos en contra del hombre, sí del abuso, la discriminación y toda forma de violencia. Las guerras matan. El amor crea y la vida es creación como ya dije antes.

Después de realizar la instalación ‘Creciendo al revés’ (2000) decidí empezar la serie de las pinturas de las mujeres. El primer cuadro lo titulé ‘Saliendo del paisaje’. En esta obra se puede ver a una mujer saliendo de un fondo de paisaje romántico a modo de G. D. Friederick, parcialmente enmarcado por márgenes de lino crudo. El pie de la mujer, que ya ha salido de ese paisaje cultural, avanza decidida y toca el límite del cuadro. La figura femenina está saliendo pues de un paisaje cultural histórico, pintado por el hombre, del marco de la Historia de la cultura.

—¿Considera que de alguna manera le haya favorecido esta atención especial que se tiene ahora hacia las prácticas artísticas desarrolladas por mujeres?

—No. Pero avanzamos y no vamos a parar. Para nada. Espero que sea solo una cuestión de atención especial, oportunismo o una mera circunstancia política. Yo no lo pienso así. Hoy somos mas conscientes que nunca de nuestra marginación y nuestra mala educación, tanto de hombres como de mujeres, algo que hemos creado, heredado y alimentado todos, durante siglos, a lo largo de la Historia de la humanidad.

—Su pareja, Juan Uslé, es artista, como lo es la hija de ambos, Vicky Uslé. El compartir profesión tantos miembros en una familia, en su caso personal, ¿ha sido más una ventaja o un inconveniente?

—Juan es mi compañero, amigo, colega, padre de nuestra hija; durante casi cincuenta años que convivimos juntos, siempre nos hemos apoyado mutuamente. Hemos sobrevivido a muchas dificultades con nuestra hija en Nueva York, pasado momentos difíciles, económicos y de todo tipo. Y seguimos ahí, por suerte, amor y respeto; siempre estamos muy unidos y ahora más que nunca. El compañero de Vicky, Rubén González, es el padre de nuestros nietos y también nuestro ‘estudio manager’. Hablamos de arte, compartimos libros, nos hacemos crítica de estudio, compartimos amigos sin complejos ni barreras insalvables por diferencias de edad. Como es natural, tenemos nuestras diferencias y discusiones, pero el respeto y la admiración mutua nos favorece a tirar hacia delante. Compartir en intimidad esta profesión es difícil y a la vez enriquecedor.

Algunas de las salas de la exposición de Victoria Civera en Patio Herreriano. (Fotos: VÍCTOR HUGO M. CABALLERO)

Pero no siempre es así en la sociedad. Recuerdo que desde que empecé a estudiar Bellas Artes, lo primero que me dijo un profesor de pintura, fue que los sobresalientes y notables eran para los chicos… Y, en el mundo del arte, las comparaciones y las malas formas hacia las mujeres son devastadoras, las ha habido siempre y sigue habiéndolas. A mi hija, las comparaciones se las hacen con muy malas formas y con muy mala leche. Ya solo por llevar los apellidos que lleva le toca, a ojos de los demás, caminar con una carga grotescamente pesada. También nos utilizan a las dos a veces para tomar contacto profesional con Juan. Eso es igualmente molesto. En esta profesión hay mucho machismo hacia la mujer española. ¡Y más si tus características físicas no reúnen los códigos anglosajones! [ríe].

—¿Qué es lo que se mantiene en su obra desde sus inicios y que cree que abandonó hace tiempo?

—Creo que sigo siendo una niña ilusionada jugando con legos, pensando que hasta las cosas más simples me parecen las mas bellas, como los sapos verdes, los haikus y las estrellas silenciosas que gustan de brillar a solas. Sigo aquí cumpliendo años, sesenta y siete, y espero mantener esa actitud y no cambiarla. Continuar creyendo que el tiempo es circular aún en el silencio.

—Al ser cíclicos, ¿permite esta muestra conocer sus intereses actuales?

—Sí, claro que sí. Pero es una retrospectiva, que abarca muchos años, pero no todos. Faltan los primeros, ciertas obras de los noventa, algunas instalaciones, y mis trabajos últimos y actuales.

—¿No cubre pues todas sus facetas? En algunos textos se la define también como ‘performancer’.

—Esos años fueron los setenta. Cuando aún en la escuela o, recién salidos, nos empeñábamos en influir en la vida y en la calle.

—¿Y ahora?

—Me toca descansar un poco, pero ya estoy pensando en ponerme a pintar en Saro. Antes de venir a España, dejé terminadas en Nueva York dos grandes pinturas de la serie de mujeres. Hay algún proyecto en marcha, pero prefiero que, hasta que no se formalice lo suficiente, no hablar de ello.

La artista, en Patio Herreriano
Victoria Civera. ‘El tiempo es circular en el silencio’. Museo Patio Herreriano. Valladolid. C/ Jorge Guillén, 6. Comisario: Javier Hontoria. Hasta el 17 de septiembre

 

 

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