«Pertenezco a la generación que ha tenido que volver a casa de sus padres»
Cuando se es promesa emergente, el camino no es nada fácil. Pero Gil Gijón tiene ya un discurso –en torno a la memoria– y una técnica –basada en los restos que ésta deja– que convierten a este autor en un artista de los que «Darán que hablar»

Qué le interesa. La memoria, el tiempo y la identidad han sido tres ejes principales en mi obra hasta el momento. Esta nace, sobre todo, a raíz de cómo se ha ido alterando la percepción de los dos primeros conceptos hasta conseguir una sociedad que los ha obviado por completo, y, junto a ellos, todo lo que guarda relación directa, como la vejez, la muerte, la Historia, el olvido… Unas historias en las que cada vez hay más una conexión con la memoria colectiva de una época donde están surgiendo nuevos intereses, en un principio anexionados a los anteriores, pero que, poco a poco, están cobrando mayor importancia, y de los que me interesa reflexionar sobre los convencionalismos sociales y cómo funcionaban las normas de comportamiento, estableciendo así paralelismos con la actualidad.

De dónde viene. De momento, me he movido por varias ciudades españolas gracias a los concursos y convocatorias en los que he participado: Barcelona, Madrid, Valencia, Córdoba, Sevilla, Alicante, Ciudad Real… Pero, sobre todo, he tenido más presencia en Valencia a través de las actividades realizadas con la Universidad y, en los últimos años, con la galería Kir Royal, con la que trabajo actualmente. Gracias a ella, que ha creído en mí desde el principio, he estado presente también en la escena internacional, participando en ferias de arte emergente comoSetUp Art Fair, en Bolonia (Italia), y, dentro de España, en JustMad6, en Madrid.
De los proyectos que he tenido hasta el momento, destacaría quizás dos. Uno de ellos fue realizado el año pasado junto con un gran profesional y amigo, Pablo Allepuz, que me comisarió una exposición individual en las Galerías Cardenal Salazar de la Universidad de Córdoba; y, más recientemente, la exposición colectiva que organizamos en mi ciudad, Puertollano, junto con el que fue mi profesor de dibujo y uno de sus alumnos actuales más jóvenes (de 6 años). No es sin duda una de las más importantes, pero sí de las que he hecho con más cariño porque, desde el principio, la planteamos con la intención de educar a un público para nada especializado ni acostumbrado a ver arte contemporáneo.

Supo que se dedicaría al arte desde el mismo momento que… Desde siempre me gustó crear en un sentido muy amplio: disfrutaba inventado cosas, dibujando planos de casas o máquinas, cosiendo trozos de tela, componiendo música a base de pequeños fragmentos que iba juntando o escribiendo poesía. Todo era como un puzle en el que cada pieza tenía que encajar. Pero si he de señalar un momento decisivo, sería cuando abandoné la carrera de arquitectura técnica y decidí que, a partir de ese momento, todos mis esfuerzos se encaminarían a convertir el arte en mi profesión. Mientras el resto de compañeros y amigos seguían con sus carreras y su prometedor futuro, yo volví a mi casa, me apunté a clases de dibujo y pintura, y me puse a estudiar Historia del Arte para ir adelantado el año siguiente cuando comenzara Bellas Artes.

¿Qué es lo más extraño que ha tenido que hacer en el mundo del arte para «sobrevivir»? A parte de los típicos encargos de cuestionable buen gusto y de trabajar, ya no gratis, sino encima pagando, lo peor sin duda (y el problema es que no creo que sea para nada raro) es volver a casa de mis padres. Por suerte, tengo una familia, ahora reconvertida en mecenas, que me apoya incondicionalmente en este mundo a veces tan extravagante que es el arte contemporáneo. Sé que soy muy afortunado al poder plantearme, al menos por un tiempo, dedicarme al cien por cien a mis proyectos, en vez de tener que estar buscando un trabajo para poder comer, por eso intento rentabilizar al máximo mi tiempo. Lo mejor es que aun así no me puedo quejar de cómo me va todo y debo sentirme afortunado. He conseguido que los gastos de producción de obra no superen los ingresos, así que ya sólo me queda quitarme esos lujos de comer y pagarme un techo para poder decir que puedo vivir del arte.

Su «yo virtual». Tengo una web que hice de forma autodidacta, junto con un compañero, hace unos años, en la que muestro mi obra de manera más profesional, sin la celeridad de las redes sociales, aunque también más estática. No la actualizo tan frecuentemente. Por otro lado, está Facebook. Ahí tengo una página a modo de agenda en donde doy a conocer las actividades en las que participo, subo fotos de procesos, piezas terminadas, las exposiciones que voy realizando… Me resulta interesante esta herramienta para que la gente pueda entrar en cierta manera en la cotidianidad de un artista, que puedan entender y valorar más el trabajo y el esfuerzo que conlleva una obra de arte. Antes también tenía blog y alguna cosa más, pero he desistido. El problema de las redes sociales es que ahora parece que necesitas estar siempre omnipresente en todas ellas, y eso se convierte en un problema cuando dedicas más tiempo a actualizar tus cuentas, que a trabajar en tu obra.

Dónde está cuando no hace arte. Me gusta mucho la enseñanza, y he realizado algunas actividades con museos y galerías. Me encantan sobre todo los niños y cómo lo cogen todo al vuelo. Son muy intuitivos, aunque están también muy contaminados e hiperestimulados. Pero admito que aún estoy demasiado recluido en mi «taller» y que tengo obsesión por sentir en todo momento que estoy aprovechando bien el tiempo. Por eso, cuando no estoy produciendo es porque estoy preparando alguna beca o concurso. Si leo, seguramente sea algo relacionado con la memoria, el arte o algún ensayo sobre sociología. Y cuando no me apetece hacer nada, internet es mi ventana al mundo para ver qué exposiciones hay interesantes, leer artículos y ver artistas y más artistas. Tengo una gran cuenta pendiente aún en este sentido, porque me encantaría colaborar en colectivos, crear proyectos de gestión cultural y estar más en contacto y trabajar con otros artistas.

Qué se trae ahora mismo entre manos. Sigo produciendo obra de polvo y su variante transparente, porque, pese a que hará casi cuatro años que empecé este proyecto, a penas tendré poco más de una veintena de obras (de hecho, el primer año sólo conseguí que saliera bien una prueba). Voy a presentar unas cuantas de esas piezas en una colectiva a finales de octubre en Madrid, en Espacio Trapézio, junto con el resto de residentes de la segunda convocatoria de Residencia a Quemarropa, en la que tuve la gran suerte de que me seleccionaran. Pero además estoy inmerso en un nuevo proyecto que no tiene nada que ver con lo anterior y con el que estoy muy ilusionado. Ahora mismo todo es un caos, sólo hay papeles escritos por todos lados, pruebas que no sirven para nada, y he vuelto a dibujar y pintar. No sé aún muy bien por qué, pero me está sirviendo mucho para desintoxicarme de tanto retrato de polvo. Espero tener algo que enseñar más definitivo para comienzos del próximo año.

¿Cuál es su obra favorita hasta el momento? Me gustan mucho las dos de polvo que tengo en gran formato, y es muy especial para mí la escultura de polvo de las gafas o el guardapelo. Pero tengo claro que, si tuviera que elegir una, sería el último retrato de polvo que he terminado. Ni siquiera tiene título aún. Llevaba ya un tiempo preocupado porque me encontraba con el problema de no poder reproducir en polvo algunas antiguas fotografías, ya que era imposible conseguir los sedimentos de las personas que aparecían en las imágenes. Entonces surgieron los retratos transparentes. Fue una casualidad, ya que estaba con una prueba sobre metacrilato, cuando me di cuenta de que el aglutinante que utilizo como adhesivo para el polvo, al secar, por ser totalmente transparente, produce una sombra al colocarlo a cierta distancia de la pared. Entonces supe que ya tendría la solución al problema. En este último retrato hay un grupo de cinco personas, cuatro niñas en primer plano y una mujer mayor detrás, pero solo tres son visibles en el cristal que hace de soporte (las que están reproducidas con polvo). El resto de la imagen sólo es visible gracias a un foco de luz, al proyectar la sombra sobre una superficie. El recuerdo es algo que está siempre presente, pero que no es evidente a través de nada físico.

¿Por qué tenemos que confiar en él? No sé si deberíais o no, quizás os recomendaría lo contrario. Normalmente animo primero a no confiar, porque prefiero cuestionar y analizar el por qué las cosas son así y no diferentes. Mi método es trabajo, trabajo y trabajo, y mi forma de hacer arte nunca ha pretendido que mi obra fuese algo dogmático, que reflejara mi opinión sobre temas concretos como si yo tuviera alguna verdad absoluta. En cambio, prefiero que se conviertan en una escusa para generar una reflexión, donde yo sólo marco el principio y cada uno trazae su camino y encuentra un final. Además, me gusta pensar en el público, por eso, para mí, el contenido conceptual es tan importante como el resultado plástico. Para obtener la atención de un público no tan especializado, yo opto por atraerles y ponérselo aparentemente fácil construyendo diferentes profundidades de significado como en estratigrafías; ya cada uno es libre de excavar y descubrir hasta el nivel que quiera. Por eso quizás me gusta tanto que los espectadores se pregunten el por qué, que no se dejen engañar por trucos fáciles, que no sean dóciles y, cuando alguien les marque un camino, lo tomen y lo recorran, pero que marquen otro como plan B… Por si acaso.
Texto publicado en ABC.es el 22 de septiembre de 2015