Isabel Muñoz («La antropología de los sentimientos». Tabacalera)

«He he admitir que no estoy segura de nada y sí preparada para cualquier cosa»

En 2016, Isabel Muñoz se alzaba con el Premio Nacional de Fotografía. Su actual muestra en Tabacalera, «La antropología de los sentimientos», es un repaso a los méritos de su trayectoria mientras ilumina facetas menos conocidas de la autora barcelonesa

Isabel Muñoz en Tabacalera (Foto: José Ramón Ladra)

Tres años ha estado trabajando Isabel Muñoz en esta muestra de Tabacalera que no quiere que leamos como una retrospectiva al uso. Tres años, en los que se cruzó el Premio Nacional de Fotografía y en los que esta creadora ha comenzado a volcarse en el audiovisual y en el sonido. En el fondo, para ella La antropología de los sentimientos es un compendio de sus obsesiones; de su necesidad y deseo por responder a las preguntas eternas (¿de dónde venimos? ¿A dónde vamos?… A la que ella añade una tercera: ¿qué les dejaremos a las generaciones venideras?). Y una oportunidad para descubrir facetas de esta fotógrafo que pasamos por alto o descuidamos.

Escribe uno de los comisarios que, aunque pueda parecerlo, esta exposición no tiene nada de retrospectiva. ¿Cómo entender entonces “La antropología de los sentimientos”?
Esta muestra se ha gestado en tres años. La consecución del Premio Nacional de Fotografía también hizo que derivara en otra cosa. Por eso sí que quizás nació como una retrospectiva, pero cuando los comisarios comenzaron a indagar en la obra decidieron que había que hacer un retrato novedoso, una especie de viaje a lo largo de lo que ha sido mi vida, de sus aspectos menos conocidos, para descubrir a través de mí. El núcleo coherente y potente sobre el que pivota la muestra son mis obsesiones, que se siguen repitiendo hoy, no sólo porque el ser humano es obcecado, sino porque yo soy muy obsesiva. En el fondo, se trata de preguntarnos de dónde venimos, a dónde vamos, qué hemos aprendido…

Y por qué lo hacemos todo tan mal.
Hay cosas que las hacemos muy mal. Por eso otra pregunta básica es qué vamos a dejar a las generaciones venideras, a esa juventud que es el futuro. Para mí, el cuerpo es un libro en el que se pude leer a la perfección lo que somos. Y al ponerlo al límite, al estudiar su relación con el sufrimiento y el placer, la impunidad de la injusticia, el amor, la sensualidad, la dignidad, se da pie al hilo conductor de este viaje.

Muñoz, en Tabacalera (Foto: José Ramón Ladra)

¿Y qué es aquello de Isabel Muñoz que aún no conocíamos?
Por un lado, lo que se muestra aquí es mucha imagen inédita, sobre todo porque en España no se habían exhibido. Pero lo que más me ha emocionado de trabajar con estos comisarios es que han visto cosas que van más allá de lo que estaba contenido en una imagen o una serie. Esto se ha convertido en una búsqueda en aquello que se supone que soy yo, de lo que he aprendido… Cuesta explicarlo. Cuando tú hablas del otro, siempre estás allí. Quizás lo que potencia la selección es rescatar ese yo, esos «mis sentimientos», que están en estas lecturas de los otros. Creo que han sido muy valientes por descubrir esta posibilidad.

Tres años “desenmarañando”, pues, el trabajo. ¿Qué ocurre cuando uno se enfrenta a todo su corpus?
Yo soy muy obsesiva. Y trabajo por temas y por lo que a mí me emociona y revuelve. Y una vez que has dado voz a eso, no es que te olvides. Tienes a todos los personajes dentro de tu corazón y los vuelves a ver después, de alguna manera. Pero todos esos cajones, compartimientos, en los que van cayendo, han provocado gracias a esta expo sensaciones nuevas que no conocía al contar con más de año y medio trabajando, a sabiendas de que lo que eligiera iba a estar aquí. Eso para mí ha sido un gran tsunami a nivel creativo porque también me ha permitido avanzar, descubrir las posibilidades de las fórmulas audiovisuales de última generación, como los vídeos de la entrada, conocer qué es lo que hay más allá de una impresión bidimensional. A mí no se me habría ocurrido por mí misma hacer una pieza así porque no era consciente de mis propias posibilidades. Esto también vale para algunos de los temas o las investigaciones de las series. Me gusta evolucionar como ser humano y como artista, que para mí es lo mismo, y descubrir nuevas formas de contar. De hecho, estaba buscando. Ya no tenía suficiente con la imagen fija. Había comenzado a trabajar con testimonios, por eso el salto al vídeo, al sonido… Y este año y medio ha sido muy potente para mí, por muchas razones. Sobre todo, a nivel creativo. Sus sensaciones son extrañas y aún no me ha dado tiempo a digerirlas.

Dice que es una mujer obsesiva. Las obsesiones no cambian. Quizás sí la manera de enfrentarse a ellas.
Por un lado, desde luego, está la experiencia. Pero no es solo eso. Tú vas cambiando. Y a mí me gusta que así sea. Y todo se refleja en la obra. Yo aprendo de la vida muchísimo. Quisiera que eso se reflejara aquí. Con ciertos conocimientos, incluso te puedes atrever a cambiar cosas. Sin embargo, he he admitir que no estoy segura de nada y sí preparada para cualquier cosa. Y con la honestidad de volver a cambiar. Después de años defendiendo lo analógico descubro lo digital, como puede pasar que cambie en el discurso. Por ejemplo, yo nunca pensé hacer naturaleza, porque siempre pensé que esta es tan mágica que yo no aportaría nada nuevo. De repente, hay un hilo conductor en ese “de dónde venimos”, que me hace conectar los intereses…

Suelo preguntar a los premios nacionales si su galardón sirvió para algo. Veo que en su caso, sí que sirvió.
Sirve, sí. A mí me ha valido para ir más allá de lo que era yo antes del premio. Cuando lo recibes, te sorprendes. Yo necesito amar y de repente descubres que esto es como una pirámide y que la gente que te quiere se alegra, pero también lo hace la gente que quiere a su vez a esa gente… Eso genera una  energía maravillosa. Y me ha sorprendido, a lo largo de este año, descubrir la importancia que tiene. Es una explosión creativa muy grande: no sólo ayuda a pensar en el pasado, sino que es un gran regalo que te dan para seguir. Eso es lo más importante.

«Kudo San» (2016)

Hay quienes piensan que un Premio Nacional tendría que venir aparejado de una gran exposición y en el Museo Reina Sofía. Usted la tiene aquí. ¿Está contenta?
¿Yo? Desde luego. Primero porque este espacio es maravilloso. Hace dos años se había pensado que sería el Centro Nacional de Fotografía, en un país que lo pide a gritos. Hay generaciones que están desapareciendo y con ellas su obra. Pero además es que hay otras más jóvenes que necesitan de un lugar para dar voz a lo que están haciendo. El espacio es importante, pero más aún lo es el poder contar. Es lo que le digo a todo el mundo: “Cuando te den esa oportunidad para hablar, aprovéchala”. Soy el mejor ejemplo. Nunca puedes decir que una muestra es la más importante. Esta es una de las más importantes, pero quizás la otra fue cuando se descubrió mi trabajo en el Mes de la Foto en París. Yo entonces presento el trabajo en una galería de muebles horrible, con unas esculturas horrendas, pero nunca sabes quién la va a ver. En mi caso, paso por allí un crítico, Patrick Roger, que apostó por ella, con todo lo que vino después. Hoy, estar aquí es un privilegio. Y poco se habla del equipo que hay detrás, de los comisarios, acostumbrados a trabajar en los mejores museos; hasta todos los que han gestionado (luz, sonido…) lo que no se ve. Aquí hay mucho esfuerzo físico, como en el ballet, que no se ve en el escenario. Incluso esa implicación llega hasta el equipo de mi propio estudio. Todo eso luego se nota.

Como lo ha mencionado, aprovecho para hacerle la pregunta ahora: ¿Qué sensación le produce saber que esta será una de las últimas expos, y además de fotografía, de este lugar antes de que se convierta en otra cosa?
¿Sabes qué pasa? Que yo soy muy positiva, y hasta que no vea eso, no me lo creeré. Me gustaría que esto siguiera siendo el futuro Centro Nacional de Fotografía, que siguiera gestionado por esas personas que llevan luchando por este espacio muchos años. Claro que es importante que se muestre la colección Cisneros. Pero en Madrid hay tantos edificios que se podría elegir para ella otro. No podemos perderla, es un privilegio poder tenerla. Pero no podemos olvidar que necesitamos el museo de la fotografía. Ha habido gente muy buena que tenemos que preservar, y cada vez habrá gente más buena.

Imagen audiovisual de la serie «Agua»

¿Cree en la evolución de la especie, a lo Darwin?
Quizás lo que ocurre es que ahora se tiene más oportunidades para prepararse. En nuestra generación suplimos esa preparación trabajando mucho. Las comparaciones dependen de muchas cosas. Mi generación contó con el FotoCentro, en el que lo pasábamos de maravilla y aprendíamos muchas cosas sobre la vida. El acceso a las tecnologías ahora es mayor. Antes costaba salir fuera, pero te das cuenta tras haber vivido épocas doradas que este es un momento complicado para la juventud. No me gusta comparar, me gusta luchar.

¿Hay pocas fotógrafas españolas o precisamente necesitamos de un centro como ese para descubrir que no es así?
Las hay y cada vez habrá más. Es un problema de género, es un problema cultural y es un problema político lo que le ha costado a la mujer llegar a obtener sus derechos, pero creo que cada vez su presencia es mayor. Sin embargo, el centro lo necesitamos por eso y para no perder un patrimonio muy rico. Es una cuestión también didáctica. Tenemos que conocer lo que pasó antes. Esto no puede ser un adiós al Centro Nacional de Fotografía. Porque la fotografía española está viva.

Prefiere apuntar que su fotografía no es antropológica, pero en ella está siempre presente en ser humano…
Yo prefiero que cada uno defina lo mío tal y como lo perciba, y tal y como le emocione. No me importa que se diga que es antropología porque, en el fondo, la antropología es una curiosidad por saber más de nosotros. Y esa necesidad y deseo está en todos nosotros, pero también en los fotógrafos, en los periodistas, en los comunicadores. La curiosidad antropologica está en mi trabajo. De hecho, he de admitir que si yo tuviera que hacer una carrera ahora, estudiaría antropología y sociología. En su día pensé en Exactas, así que me habría equivocado de pleno.

¿Es el fotógrafo un voyeur por naturaleza?
Depende de lo que a ti te diga la palabra voyeur.

Defínamela usted.

Si el voyeur es una persona que disfruta mirando, no lo diría de un fotógrafo tal cual. El fotógrafo necesita mirar, pero, en mi opinión, el suyo no es un acto en solitario. Ese acto existe porque hay un otro que lo va a terminar. Si ese otro no existe, para mí no hay un interés por fotografiar. Y voy más allá: detrás de cada imagen hay una historia, y si yo supiera en algún momento que la voz que intento modular con lo que voy haciendo no sirviera para nada, yo dejaré de hacer fotos. Yo necesito ver para luego compartir.

¿Se esconde detrás de la cámara o se «empodera» gracias a ella?
La de empoderar es una palabra que no me gusta nada…

¡Yo la odio también!
Yo la rechazo porque rechazo el poder, que es oscuro y te destroza. El poder es efímero. Sí que es cierto que el acto de fotografiar se nutre de una energía o magia especial que lo mismo la cámara capta de tus propios sentimientos, y que se relaciona con lo que vive el que es objeto de la foto. Me pasó incluso con los primates: ¿Sabes lo que es enfrentarse a una niña que trabaja en un burdel, que ha estado trabajando toda la noche, y que, cuando se planta delante de tu cámara sabe que algo pasa o trasciende en el acto fotográfico y saca esa dignidad que todos tenemos de no sabes dónde antes de disparar? La cámara genera una relación especial, y por eso no quiero que sea un filtro, porque en lugar de dejarme alcanzar ese momento lo entorpecería.

Imagen de la serie «Locura»

Lo mismo la cámara es un catalizador…
Lo que es la cámara, que yo tengo una relacción muy física con ella, es un medio que te permite poder dar voz al otro. Yo no quiero, por eso, que sea un filtro. Y si alguna vez los he reflejado, son una nueva búsqueda. Como las máscaras: ¡siempre fuera!

Estamos sentados ante el audio de sus derviches y reparo en que comenzó con bailarines y músicos y que cada vez da más importancia al sonido.
Ahora que lo dices, tengo que apuntar que yo soy disléxica, de forma que la música tiene una lectura que potencia la creatividad. Yo nunca he podido seguir la melodía y la palabra a la vez en una canción. Ahora, vuelvo a eso, que es un acto muy “primitivo”, muy “sensorial”, y lo que yo siento lo traslado a los otros: son los movimientos del que está debajo del agua, una sensación de ingravidez, de quietud, de volar, que intento transmitir con el sonido. Eso lo descubrí cuando estaba rodando Imprescindibles con Yolanda Villaluenga, que tuve tiempo para “verme a mí misma”, algo que no es muy habitual. Me acuerdo que llegamos a una escuela cerca de las minas de coltán donde había muchos niños fantasma que sufrieron la violencia y que eran los testigos de que una realidad tan cruel había pasado. Entonces fue cuando me planteé hacer una pieza en la que se viera a los niños y el sonido completase la información que faltaba. Eso me llevó a ocuparme luego del sonido de las ballenas, del de la respiración en los trabajos sobre Japón, que además te conecta a realidades como las del vientre materno o cuando haces el amor, hasta llegar a momentos como cuando sufres o cuando mueres, que también cuentan con sus sonidos.

Seguro que le han preguntado muchas veces que por qué el blanco y negro. Yo le preguntaré si sueña usted en color.
Es curioso, porque normalmente soñamos en blanco y negro, pero todos tenemos recuerdos de sueños en los que los colores eran muy, muy potentes. Así es como yo uso el blanco y negro y también el color, que empiezo a emplear por dos cuestiones: una, porque voy buscándo un tono más onírico, y otra, porque en series en las que quieres dar voz de alguna manera, el blanco y negro crea intemporalidad y distancia, y no quiero que eso ocurra. Quiero estar allí y que el espectador que haga suyo eso también entre en la escena. Y también por eso los tamaños.

Declara que persigue la imperfección. Cualquiera lo diría ante los resultados que le proporciona la platinotipia….
Esperé 25 años para poder entrar en ese mundo secreto japonés que yo llevaba buscando mucho tiempo. Es curioso porque en un momento te das cuenta de que ya estabas en eso que persigues. La fotografía hoy ha llegado a unos grados de excelencia y calidad que, aunque la busques, si te paras, te das cuenta de que la tienes. A través de los platinos, la técnica me permite que nunca dos copias sean iguales. Y el hecho de que el proceso sea muy manual y artesanal, potencia las diferencias. Esa es la imperfección a la que me refiero, que además demuestra una gran potencia. Cuando fui a Japón me contaron que hubo un periodo en el que ellos también habían llegado a esa excelencia o perfección en la cerámica, de forma que se preguntaron: “¿Y ahora qué?”. Entonces fue cuando decidieron romperlas y recomponer los fragmentos con oro… Es un poco eso. Además, nunca sabes si vas a poder repetir una foto porque los colores no serán los mismos. Cuando saqué las primeras con esta técnica -en el año 2006, aún lo recuerdo- tardé siete años en volver a hacerlo. Otra de mis obsesiones es tener la imagen con la mayor calidad posible. Ha habido trabajos que he dejado de hacer porque veía que los resultados no tendrían calidad y podría darse el caso de que luego quisiera hacer en grande y no pudiera. Más tarde me he arrepentido. ¡Al menos ahora tendría esa imagen en pequeño! Pero en esos momentos me obcecaba.

Obra de la serie «Álbum de familia» (2015-2016)

La escala monumental es la propia de la pintura de Historia. Usted se maneja bien con ella. ¿La escala dignifica a sus personajes?
Yo me muevo más con el efecto espejo, el hecho de ver al otro a tu escala. Eso hace que el mensaje llegue de forma más inmediata. También la forma de mirar no es la misma cuando estás a la misma altura que tu interlocutor. Pero los comisarios han jugado a generar llamadas mezclando tamaños. También con las alturas a la que están situadas las obras. Los tamaños grandes también te invitan a recorrer la imagen, a pararte. A disfrutar de los detalles.

¿Fotografía analógica o digital?
Ahora diría que las dos, porque me gusta coger lo que me aporta cada una. Las nuevas tecnologías me ayudan a perfeccionar mi forma de contar. Por eso voy de una a otra, sacando y descubriendo. Por eso diría que mestizaje, en el que creo en todos los ámbitos.

Audrey Hoareau define la suya como “fotografía paliativa”. Ese es un adjetivo, en este caso, muy bonito.
A mí me parece maravilloso. Mucho de lo que ves es mi forma de “curar” o “curarme” cuando vuelvo de ciertas realidades que forman ya parte de mí para toda la vida. El corazón vuelve seco y necesita de esos paliativos. Y es curioso porque, cuando hice la pieza de la entrada, lo hice para que tuviéramos una herramienta para “limpiarnos”, como hacen los bailarines de butoh, que canalizan un sufrimiento, un dolor, la muerte. Y, de alguna manera, estoy planeando una serie ahora bajo estas últimas cuestiones.

Le he leído en otra entrevista que no basta con recoger con la cámara el cielo, la belleza, la estética: también hay que retratar el infierno. ¿Cómo se consigue eso con una estética como la suya?
Casi prefiero que sean otros los que respondan a esa pregunta. Pero cuando yo conozco “un infierno”, lo primero que me planteo es cómo se lo voy a contar a los demás desde la luz. Es decir: ¿Cómo se entra en la oscuridad? Yo lo intento actuando como lo hago para vivir. Cuando estamos metidos en un hoyo, buscamos una luz. Esa luz existe. La diferencia es que esa luz yo la transformo en imágenes.

¿Se puede decir que cuanto más bella es una imagen suya más oscura su historia?
No me gusta generalizar o medir, pues cada imagen contiene una historia. Yo no me atrevería a decir eso. Quiero que cada historia se transmita tal cual es. El sufrimiento, gracias a Dios, no se puede medir. Tampoco con una imagen. Somos seres humanos y cada uno lo sentimos de una forma. Y lo que para ti es un gran dolor, no es percibido igual por otro.

Le dejo la pregunta más difícil para el final: aquella en la que me tiene que definir qué es el cuerpo para usted.
Es complicado. Son muchas cosas. Pero a mí me interesa de él que habla de los demás. Es un libro de lo que somos, de lo que han sido nuestros antepasados, gracias a la genética. Lo que ocurre es que muchas veces estamos acostumbrados, más acostumbrados, a mirarlo que a verlo. Si tuvieramos tiempo para verlo te darías cuenta de que no cuenta la misma historia en cada uno de nosotros. A través del cuerpo expresamos buena parte de lo que somos.

Obra de la serie «Nuevo dioses» (2016)

¿También el suyo? Le pregunto ahora por los autorretratos…
No me gusta el autorretrato. Prefiero pasar desapercibida. Pero me he hecho tres. Uno en el que no se me veía el rostro; otro, que fue un encargo y que me pidió un amigo. Por último, en la muestra, hay una pieza de una serie que habla del Congo y de la locura, donde sí que quise estar presente. En esa pieza buscaba hablar que ellos son nosotros y nosotros ellos. No me interesa el autorretrato, por eso valoro tanto cuando alguien me deja retratarlo.

¿Y ahora qué?
No puedo dejar de soñar. Sigo con el proyecto del agua, del mar, del medio ambiente. Sigo con el conjunto con el que arranca esta muestra, dedicado a Japón, y estoy preparando una serie sobre el dolor de las personas que mueren en el mar Mediterráneo. Me inspiró Japón, pero yo ya he estado en Siria, en el Norte de África, en Turquía, y tengo una preocupación especial por lo que son las fronteras. Llevaba tiempo queriendo ponerme con esto, desde que conocí a esos niños que se ven obligados a vender chalecos salvavidas a gente que está desesperada y que no saben que esas prendas no van a servir para nada. Y me volvió a revolver ver lo que está pansando con esos barcos de bomberos españoles que lo que quieren es salvar vidas y a los que están acusando de traficantes. Todo esto me ha llevado a querer ocuparme de la ceguera que tenemos en torno a un problema acuciante como es el de la inmigración y que estamos trasladando distorsionado a nuestros hijos y a nuestros nietos. ¿Creemos de verdad que nos van a quitar nuestro puesto? ¿Eso justifica determinado sufrimiento? En absoluto.

Obra de la serie «Mitologías» (2012)
Isabel Muñoz. «La antropología de los sentimientos». Tabacalera. Madrid. C/ Embajadores, 51. Comisarios: François Cheval y Audrey Hoareau. Hasta el 17 de junio

Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 5 de mayo de 2018. Nº 1.328

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