«Tratado de Paz», acto central de la Capital Europea de San Sebastián 2016

Donosti firma la paz con su Capital Europea

Los Reyes inauguraron el proyecto central de la Capitalidad Europea de San Sebastián: la muestra «Tratado de Paz». Una exposición con múltiples ramificaciones que fijan desde el arte los significados de este etéreo concepto

"The State", fotografía de Richard Hamilton, de la exposición central de "Tratado de Paz"
«The State», fotografía de Richard Hamilton, de la exposición central de «Tratado de Paz»

Nos quedamos con una apreciación de Pablo Berastegui, (último) director de San Sebastián 2016: «Esta capitalidad europea está construida para atraer talento, no visitantes». Nada que objetar, sobre todo con una ciudad enseñoreada como Donosti, que mira con cierto desdén al turismo de masas. Y, en esa línea, debe leerse Tratado de Paz, su propuesta más ambiciosa, un proyecto de proyectos que nos reconcilia, tras sus altibajos, crisis y dimisiones, con DSS2016, y que esta semana inaugura sus contenidos en sus sedes principales: el Koldo Mitxelena y el Museo San Telmo. 

Una cita compleja, que pone el dedo en la llaga de una propuesta, la de Donosti, que, por seguir usando palabras de sus responsables, nunca intentó ser «simpática» al ponerse como reto repensarse como ciudad y como ciudadanía, sobre todo cuando se ha visto afectada durante décadas por la lacra del terrorismo. Hacerlo es un síntoma de madurez. Y en manos de un comisario complejo, Pedro G. Romero, con vocación enciclopedista, que tiende a abrumar con los contenidos y a no reducir la dificultad de las cosas, sino a sacarle a ésta el máximo provecho, potenciando además el trabajo en red y la colaboración con otros agentes.
Por ello, no se acerquen a Tratado de Paz con la intención de «pasar la tarde» o dedicarle unos pocos minutos. Una propuesta, además, que ya contó con una serie de actos previos a modo de prólogo en 2013 y cuyos resultados definitivos se completan ahora.

La intención de esta macro-exposición queda bien resumida en su enunciado. Porque no es esta una cita (o conjunto de citas) cuya misión es analizar el concepto de paz en contraposición con el de guerra, sino esbozar un auténtico «tratado» sobre el término; «Paz» con mayúscula y «paz» en minúsculas, señala G. Romero, es decir, abordando las construcciones que maneja el imaginario colectivo y también las formas políticas que nos ha legado el arte y el derecho, y entendiéndola a lo largo de los siglos «como Pax Imperial, expresión de victoria, fórmula de conciliación, como abandono de la violencia, como goce o como alegría de vivir».

"La urraca en el cadalso", obra central de "tratado de Paz", de Pieter Brueghel el Viejo (taller)
«La urraca en el cadalso», obra central de «tratado de Paz», de Pieter Brueghel el Viejo (taller)

Al ser la capitalidad de San Sebastián «la excusa», su base de operaciones o exposición central se repartirá entre el Museo San Telmo y el Koldo, pero no será ni mucho menos la única forma de abordar sus exploraciones. Su punto de inspiración, de hecho, es la figura de Francisco de Vitoria y la Escuela Ibérica de la Paz –o de Salamanca–, fuente del Derecho Internacional de las Gentes, que asumió la política como forma de atajar la guerra y terminar con la violencia, como fórmula para resolver conflictos, y que impregnó de contenidos morales determinados comportamientos, como el análisis de la expulsión de los moriscos de la Península o el trato de los indios del Nuevo Mundo (y ambos temas, actualizados en política de bloques contra el Islam y neocolonialismo, conectan con nuestra realidad presente).

La categoría de los museos que ceden obra (hasta 21), del Reina Sofía al Prado, pasando por el Pompidou, el Artium o el MACBA, ya marca el calado de las 400 piezas expuestas, en las que los cruces de tiempos están a la orden del día. Así, creadores como Farocki, Nancy Spero, Baldessari o Picasso han de medirse a Goya, Zurbarán o Holbein el Viejo, cuya Urraca sobre el cadalso (en realidad, una copia de su taller familiar) se concibe como imagen icónica que resume todo el proyecto.

Éstas se distribuyen, entre las dos sedes, en nueve apartados (más un prólogo y un epílogo), los nueve ámbitos argumentales propios de los asuntos en los que la Escuela Ibérica dividía cualquier tratado de paz («Territorios», «Historia», «Emblemas», «Milicia», «Muertos» –bisagra de los dos centros y presente en ambos museos–, «Población», «Economía», «Armas» y «Tratados». Pero ahora bien: en un giro de guión y poniendo también en duda la legitimidad del museo para hablar de paz y sus representaciones (concepto que nace con el del Louvre, celebración del triunfo del pueblo sobre el clero y la aristocracia que, con el tiempo, sirvió para acumular los botines de guerra de las campañas napoleónicas), los diferentes apartados temáticos sirven así mismo para reproducir esquemáticamente estancias de centros emblemáticos o exposiciones que han abordado en las pasadas décadas reflexiones semejantes a las de Tratado de Paz. De la «experiecia americana» tras la Conquista de Vasco de Quiroga, impulsor de la primera muestra de artesanía de la cultura Michoacán, al español Salón de Reinos o la galería de Espejos de Versalles, que conmemoraban respectivamente la Pax Austriae y la Pax Borbónica, hasta los memoriales sobre el Holocausto o Hiroshima, o experiencias más contemporáneas como la muestra Del Tercer Mundo de La Habana de 1968, germen de su bienal, o la Exposición de Arte Internacional en Solidaridad con Palestina, de 1978.

"The Devil Opens a Night School...", de Doujak y Barker para DSS2016
«The Devil Opens a Night School…», de Doujak y Barker para DSS2016

A partir de ahí, comienza el bombardeo de estímulos y piezas (no sólo obras de arte), cuadros de primer orden como Muchachos jugando a soldados, de Goya, El canto de las espigas, de Maruja Mallo, los tres últimos Atlas de Warburg, el vídeo de los Premios Nacionales de Pere Portabella, lienzos de los maestros barrocos contestados por la fotografía de Sophie Ristelhueber… Junto a libros, documentos u objetos como los relojes detenidos en Hiroshima, el único cañón de las Guerras de África que no se convirtió en «león» del Congreso o las pinturillas de Bronislaw Czech, deportista, en las fichas de sus compañeros del campo de concentración nazi. Nada desentona, todo tiene un sentido.

Pero ahí no acaba la cosa, ni mucho menos. Dos proyectos más desbordan las premisas de este Tratado de Paz. El primero se ha venido a llamar Casos de estudio y propone ocho exposiciones de pequeño formato que repasan grandes hitos de la Historia de España cuyo escenario fue local y que recorren todo el territorio de la vascofonía (con la excepción de Barcelona y Salamanca). Guillermo Zuaznabar revisa las Paces de Urtubia que anexionaron Navarra a Aragón y Castilla (Museo de Oteiza); Javier Portus y Olivier Ribeton recomponen a partir de 140 obras clásicas (algunos Velázquez) lo que fue la Paz de los Pirineos (esto es, un intercambio de cromos para «atar» el enlace entre los hijos de Luis XIV y Felipe IV) en el Museo de Bayona; la abdicación de Carlos IV y Fernando VII se recrea también en esta localidad. Es un trabajo «ornamental» de José Ramón Aís. El Abrazo de Bergara llega hasta el de Juan Genovés en el Museo Zumalakarregui, gracias al comisariado de Mikel Alberdi; de vuelta al Koldo, joyita en clave feminista, donde el Pacto de San Sebastián anticipó la II República. La banda sonora la pone La Argentina (Isabel de Naverán); los periplos del Guernica de París al MoMA los recuperará Valentín Roma en el Museo de Bellas Artes de Bilbao en otoño. Sin duda, la propuesta que más ampollas levantará será la de Carles Guerra en Artium: el tema son las Conversaciones de Argel y la posterior falsa tregua de ETA. Hasta el comisario general se deja «contagiar» de la eufemística terminología (la del «conflicto vasco») cuando lo explica. Este ejercicio «antiperio- dístico» viajará en noviembre a la Fundación Tàpies. Por último, San Telomo y la Universidad de Salamanca se hermanarán gracias a José María Sert.

Por otro lado, bajo el epígrafe Afueras se reúne intervenciones específicas de artistas contemporáneos en diferentes localidades vascas, orquestadas por agentes locales. Ibon Aranberri ha inaugurado ya en Eibar una propuesta que genera una relectura de los inventarios de su industria armamentística. En Lazkao, el argentino Eduardo Molinari conecta su labor en torno a la Naturaleza con los Archivos Benedictinos (localidad en la que dice la leyenda que se custodian otros archivos: los de ETA). El 16 de julio, en plenas fiestas patronales de Pasaia, Ines Doujak y John Barker mentarán al diablo en una pieza audiovisual. Mitra Farrahani hermana en Azkoitia a los menores sacrificados del altar de Santa María la Real con los nuevos mártires: los niños soldado. A principios de septiembre, en Azpeitia, Juan Luis Moraza invitará a deconstruir el juego de la «soga-tira». Alejandra Riera ocupa un cine-club cerca de Hendaya para proyectar allí –ohpera-muet–. Por último, Asier Mendizábal, en Zegama, pone en paralelo la destrucción de un monumento al autor del Cara al Sol (Ojo: Amanecer en Zegama, en el original) con una imagen de San José inacabada… Por si les sabe a poco, además, un programa pedagógico, publicaciones, un nuevo capítulo del Archivo F. X. del propio Pedro G. Romero… ¿Alguién pensó alguna vez que disfrutar de la paz sería sencillo?

"Muchachos jugando a soldados", de Goya
«Muchachos jugando a soldados», de Goya

Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 11 de junio de 2016
(Número 1.238)

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