Erwin Olaf («Celda de emociones». CAC Málaga)

«He vivido mucho al límite. Ahora lo que quiero es una silla»

 Erwin Olaf es uno de los fotógrafos europeos más laureados. En los últimos diez años, los que repasa en el CACMálaga, se ha producido una transición en su obra, más introspectiva y melancólica. Bienvenidos a esta «Celda de emociones», titulo de su retrospectiva andaluza 

Erwin Olaf en el CAC Malaga (foto: Nito Salas)

Es capaz de movilizar a todo un equipo, de realizar uno y mil castings para encontrar al modelo correcto para lo que el llama sus «películas en un solo fotograma». Porque la relación de Erwin Olaf (Holanda, 1959), con la fotografía es de amor/odio. La respeta tanto como le es infiel con la pintura o con el cine. Y con ella suspende momentos, ofrece fragmentos de tiempo en lo que lo importante es lo que no se ve, lo que está por ocurrir. Y eso nos pone el corazón en un puño. Ese es el sentido de Celda de emociones, título de su muestra en el CACMálaga, en la que repasa su última década.

Le entrevisté hace diez años en Madrid. Esta exposición recoge precisamente los últimos diez años de su trabajo. ¿Qué ha ocurrido desde entonces?

Bueno, me estoy haciendo viejo, me salen canas… Pero creo que el mayor cambio ha sido que he pasado de ser fotógrafo a artista que usa la cámara como técnica. Y también es evidente el paso de la fotografía pura a las instalaciones, los vídeos. Asimismo, creo que el contenido de las fotos es un algo más profundo. Lo que hago ahora es más intenso.

Afirma que la fotografía no le interesa, que realmente prefiere la pintura, pero que no tiene paciencia para ella. Sin embargo, en estos años ha sido infiel a la técnica con el cine.

Durante mi juventud me inspiró la fotografía pura y dura: Helmut Newton, Mapplethorpe, Witkin… Pero ahora todo está demasiado cerca: cuando veo una buena foto, no me inspira, la sensación que me transmite sólo es negativa, porque me da la impresión de que todo se ha hecho ya. Pero hay muchísimos buenos fotógrafos… A lo largo de los últimos veinte años, he ido fijándome más en la pintura, porque la pintura permite crear un mundo a pinceladas, y también con una técnica, esa forma con la que los pintores cuentan historias sobre el lienzo, yendo más allá de lo que se ve en el cuadro. Lo mismo ocurre con el cine: no es sólo la acción, sino también la música, el montaje, la iluminación, el movimiento… Eso me inspira cada vez más porque, por así decirlo, me siento limitado cuando sólo hay fotografía.

«Berlin Olympia Stadion Westend. Autorretrato. 25 de abril de 2012»

La fotografía es bastante fría, sobre todo la de estudio. Con la fotografía de guerra lloras: cuando ves a gente sufriendo y muriendo de hambre, eso crea una emoción. Pero la técnica de la fotografía en sí misma es fría, siempre con la misma superficie. No hay pinceladas… Ahora pienso en cómo lograr que la gente que ve mis fotos se emocione más. Y no hablo de llorar, sino de crear un diálogo. Como con la música. Cuando escuchas una canción bonita se produce un subidón. Sin embargo, cuando visitas una exposición la mayoría de las veces te limitas a pensar mentalmente: «Bonita, bonita, un asco, bonita, otro asco, bonita…». Pero lo que yo persigo supone un cambio muy lento. Hay tanta fotografía hoy, que nosotros, como artistas que usamos la cámara, tenemos que trabajar duro para seguir siendo frescos y no resultar falsos: le hago una foto al culo de mi abuela, lo cuelgo y eso ya es arte. Y no es verdad. Sólo es una fotografía bonita, y hay muchas fotografías bonitas.

 Eso es trabajar como fotógrafo en los tiempos de Instagram. ¿Cómo se consigue?

Pues no teniéndolo. Yo borré mi cuenta allí; también mi cuenta privada de Facebook. He de decir que al principio, en los setenta y ochenta, lo veías todo: todas las películas, todas las exposiciones… Ahora soy muy selectivo, sobre todo con la fotografía, porque todo está hecho. Tienes una idea y luego alguien te dice: «¿Ah, sí? ¿Conoces a tal fotógrafo? Pues hizo eso también». Así que te vuelves un poco ciego… Me refiero a la enfermedad de la gente que vive en su propio mundo. Como en un cascarón. Yo cada vez me meto más en el mío. Claro que veo la televisión, voy al cine y todo, pero me inspiro mejor cuando veo la burda realidad cotidiana… Es una tontería, pero estoy en el sofá y de repente tengo una idea. O cuando vas, por ejemplo, al Museo del Prado, camino por los pasillos, me siento y disfruto… Porque hay siglos y siglos de por medio. Y la técnica no es mi técnica: es la técnica de pintar de hace doscientos años. Eso me puede inspirar muchísimo.

¿Y el cine?

En ese caso tengo que remontarme mucho más lejos. Uno de los periodos más importantes de mi vida, en el que más me eduqué –de manera autodidacta, porque no había escuelas de arte, ni tenía padres artistas; los míos eran gente corriente–, fue cuando tenía 17 años y me fui a vivir por mi cuenta… En el mundo habían surgido los movimientos punk y okup. Era una época dura, a principios de los 80, y la vía de escape era el cine. Así que iba a ver películas italianas, Pasolini, Fellini, Visconti…; cine español –recuerdo El espíritu de la colmena–; alemán, con Werner Herzog, Fassbinder… también francés, como Tati… Todo eso aún me influye. Y me caló muy hondo su capacidad para, por ejemplo, hacer llorar, pero, sin embargo, en dos segundos hacer reír… Ese es su encanto.Y la luz…

Retrato de Troy de la serie «Grief»

Empezó trabajando en blanco y negro, luego llegó la explosión de color y el Photoshop. Dice que cada vez lo usa menos. ¿Crecen las emociones cuando decrece el barroquismo?

Digamos que en los 80, el blanco y negro ya funcionaba como una especie de Photoshop en sí mismo. Por ejemplo, una piel fotografiada en blanco y negro da un tono más suave, no ves en ella los defectos del cuerpo. Ahora intento usar Photoshop en ese sentido, como herramienta para controlar el color. Es cierto que antes, digamos de 1998 a 2004, lo usé mucho para eliminar arrugas, para crear un mundo mágico. Pero luego fui descubriendo que eso borraba muchísima emoción. Y lo que hace que una foto sea emotiva es poder ver la imperfección. No debería eliminarse demasiado. Si bien es cierto que intento crear mundos imaginarios, en los sueños también debería haber imperfecciones. He reducido muchísimo el uso de Photoshop. Pero al principio era una locura… «¡Vamos a darle la vuelta a todo!», pensaba.

Dice que con el tiempo su trabajo se ha vuelto más introspectivo y melancólico. Sin embargo, la gente que le conoce dice que en su día a día es muy positivo, muy de celebrar las pequeñas cosas. ¿No hay una contradicción en ello?

Hacerse viejo también lo hace a uno más consciente de su relatividad. Además, hace ya 20 años me enteré de que tenía un enfisema pulmonar. Podría decirse que un enfisema pulmonar es algo negativo, a lo que te enfrentas al subir escaleras, caminar por la playa, ir al gimnasio, en bicicleta… Pero también puedo decir: «¡Hey!, ¡vamos a celebrar la vida ahora mismo, no mañana!». Eso me hace mucho más consciente de que la ambición puede ser muy negativa. También la agresividad… Antes lo era mucho. La enfermedad supuso un gran cambio en mi vida, y coincidió con el fin de una relación sentimental de muchos años. Me volví introspectivo. El 11-S también me hizo darme cuenta de que formaba parte de este mundo civilizado, o mejor dicho, occidental no civilizado. Me dije: «Formo parte de este mundo occidental y me gusta. Estoy reflejado en él hasta la médula…

«The Kitchen», de la serie «Hope»

Así que tengo que celebrarlo, tengo que defenderlo, tengo que estar agradecido». Pero eso no borra la melancolía. Puedes estar feliz y melancólico: creo que tengo la mejor casa del mundo, adoro mi apartamento, pero aun así puedo estar sentado en el sofá y sentirme en un momento concreto solísimo. A veces cuando viajo, y estoy, por ejemplo, desayunando solo en el hotel, puedo analizar la habitación y ver situaciones melancólicas, ver a más gente desayunando sola, y pienso: «De ahí puedo sacar una historia». A mí la melancolía me ayuda más que la felicidad pura a crear un mundo o una historia. Es más profunda, y forma parte de ese todo. Independientemente del éxito que tengas o de lo feliz que seas, siempre habrá minutos, horas o semanas de tu vida en las que te sientas así… Y es algo que te enriquece, sentirte así de «infeliz» puede hacerte más fuerte al final.

 «A medida que cumplo años, me doy más cuenta de que nacemos solos y de que moriremos solos». ¿Trabaja para trascender?

No. Es la definición de una persona solitaria. Eso es a lo que me refiero cuando hablo del aspecto melancólico de mi trabajo. Ese es el efecto. Pero no es doloroso. Es una conciencia, una conclusión a la que he llegado, y lo veo ahora. En un abrir y cerrar de ojos estás completamente solo: mi madre de 82 años se cae de la cama y en un segundo su vida cambia por completo. Ahora está sufriendo. Era una persona feliz, dicharachera, y ahora es una anciana que está muy triste y completamente sola. Puedo ir a verla, cogerle de la mano, tocarle el pelo, hacerle parecer más digna y que no sea solo una vieja ahí sentada, pero eso es algo que puede pasar en la vida, y es lo que pasará. No puedes entrar en su interior: está sola. Aunque yo sea su hijo, aunque mis otros hermanos y yo la abracemos, su soledad está ahí. Pero supongo que así es la vida.

Comenzó como fotorreportero. No sé si sería muy atrevido decir que ahora se encuentra justo en el otro extremo, porque eso anularía el carácter crítico del trabajo. Pero, ¿dónde reside este para usted?

Sigo teniendo influencias del periodismo, como por ejemplo en la serie «Berlín». Para mí Berlín refleja lo que siento que está pasando ahora en Europa. Y eso lo traduzco, no de manera periodística, no haciendo fotos de manifestaciones, o de llegada de refugiados… Todo eso lo traduzco en mi cabeza. Me encanta el periodismo, leo tres periódicos todos los días, tengo que ver las noticias, es una adicción, y luego lo traduzco para mí, en trabajos como «Hope», «Grief» o «Rain». «Grief» menos, pero «Hope» y «Rain» son fruto del 11-S. Es mi traducción artística de una investigación periodística. Pero no puedo… Nunca me gustó… Siempre hay alguien con una camisa horrible de fondo que se carga tu foto. Quiero hacer una traducción, pero basada en la observación del periodismo, los tres periódicos que leo y todos los programas que sigo.Lo que es curioso es que cuando carga más las tintas de lo político recurre al pasado: «Grief» se centra en la muerte de Kennedy; «Berlin», en la República de Weimar…

Doble retrato de «Le Dernier Cri» (2006)

Es una elección estética. Porque si lo hago de una forma demasiado literal se pierde la traducción. Soy una persona estética, educada con el cine y la pintura, como he dicho, pero al elegir, por ejemplo, los sesenta, pones una capa entre el mensaje y el receptor. No quiero ser demasiado literal, quiero ser más poético. Quizá suene demasiado grandilocuente, no quiero darme aires, pero quiero «recitar un poema»; y no siempre se entiende un poema desde el principio: tienes que releerlo de nuevo, y luego una vez más, lentamente, hasta que vas comprendiéndolo. Quiero que cuando los espectadores miren mi trabajo éste se les revele poco a poco. Uso esa metáfora. Pero aquello fue hace 12-14 años, y yo solo puedo hacer cosas cuando las siento reales. Ahora me da la sensación de que cuando haga algo basado en los setenta o los ochenta, ahí hay truco. Y no quiero que lo mío se convierta en un truco. Últimamente estoy empezando a pensar en que necesito desplazarme de nuevo a mi propia época.

 Su labor tiene gran aceptación en el ámbito publicitario y de la moda. Curiosamente considera que trabajar en estos ámbitos le permite mantener su independencia respecto al ámbito del arte. ¿A qué se refiere?

Podría decirse que hay dos telarañas: una es la del mundo artístico y la otra es la del mundo publicitario. Yo soy, por así decirlo, una mosca, y tengo que evitar caer en una u otra. Porque el mundo del arte tiene tantas reglas, reglas tácitas, como el de la publicidad. En cierto sentido, el mundo de la publicidad es muy honrado. Te dicen: «Queremos vender un producto», y cuando no les gusta te piden quitar esto o hacer esto. Y al final dicen: «Nos gusta, porque podemos vender nuestro producto». Está muy claro: entras en ese mundo, comunicas, lo haces lo mejor que puedes y te vas. Con el arte, la cosa se vuelve íntima, es mucho más difuso, como la moda. ¿Por qué nos gusta una cosa, por qué nos gusta ese diseño, y luego nos parece anticuado, aunque las prendas siguen siendo de calidad?

Hice una serie, «Fashion Victims», donde cubría con bolsas de marca las cabezas de varias personas desnudas. No gustó el de Boss, no pareció lo bastante bueno y no se vendió nada… Los de Chanel se agotaron en tres meses. ¿Por qué? ¿Cuál es la diferencia? A veces, en el arte, te preguntas, ¿por qué este artista o esta exposición es mucho mejor? Todos los periódicos le dan cinco estrellas, vas y dices: «No lo entiendo». Y luego vas a otra y piensas: «¡Ah! Me gusta, esta es muy bonita», y tiene una estrella. La telaraña del mundo del arte es muy subjetiva. Uno tiene que ser todo lo puro que pueda consigo mismo. Así que no hay que seguir las reglas. Yo hago lo que hago. Si no se acepta en ese mundo, o en ese otro, me puedo sentir independiente. A fin de cuentas, la publicidad también es un rollo, siempre tienes que andarte con pies de plomo…

Es fácil caer en el tópico con su obra: la perfección, la minuciosidad, el glamour… Yo prefiero definirlo como artista de tiempos suspendidos.

Sí, sí, eso me intriga… Durante unos cuantos años no me gusté demasiado. En «Grief», cuando entras en la habitación, ves a esa mujer sentada al fondo, y en los últimos años he empezado a preguntarme: «¿En qué piensa?, ¿Por qué está ahí sentada?, Qué le ha pasado?». Esa foto crece lentamente en mi interior. La hice, aunque luego la rechacé. Pensé que era idiota, rígida, y poco a poco me planteé: «¿Quién es esa mujer?». Eso es lo que quiero crear dentro de este mundo de la estética. No me importa el cliché, el del artista y el de la fotografía artística siempre debería ser un tanto antiestético. Hablando de telarañas, esa es la mía, basada en la estética, la belleza y la precisión; y cuando las moscas se acercan a mí, las atrapo y les pego un bofetón. Y espero que los espectadores se despierten y digan: «Estoy en medio de este mundo estético, pero, ¿qué quiere decir?, ¿Cuál es la segunda o la tercera capa?». Ese es el mayor trofeo que puedo conseguir. Que alguien empiece a crear su propio mundo, su propio diálogo, se haga sus propias preguntas. ¿Acaso no es lo que deberíamos hacer los artistas? ¿Empezar un diálogo? ¿Hacer pensar a la gente? ¿Hacerte pensar a ti mismo? Porque no sabes la respuesta a todas las preguntas. Eso es lo que yo siento, no puedo ser de otra forma. Me gusta la estética. Cuando has llegado he visto tu camisa y me he dicho: «Me gusta esa camisa, el color». Siempre estoy preocupado con la estética. Así soy yo.

«Karussell Berlin» (2012)

Cuando era joven, recuerdo que en mi casa había un pequeño vestíbulo. Y mi madre me contaba que cuando mi padre volvía del trabajo yo me enfadada muchísimo porque pisaba a mi perro. Pero yo no tenía perro, estaba en mi imaginación, ¡y mi padre no podía saber que había un perro ahí! Yo me echaba a llorar y todo… jugaba a que tenía un perro. Por eso me aparté del periodismo, de la realidad, porque soy mucho más soñador. Sin embargo, no quiero limitarme a crear estética, belleza sin más, porque últimamente hay un montón de belleza en las fotografías. ¿Cuántos fotógrafos hay en el mundo que hacen todos los días fotografías preciosas, fantásticas? Lo más importante para mí en esta telaraña estética son esas dos o tres capas de las que hablaba.Sin embargo, no puede con las imperfecciones técnicas, aunque luego le guste trabajar con modelos imperfectos.

Pasé de la fotografía de «choque», por así decirlo, a una más introspectiva. Antes era como llevar una especie de mochila, cada vez más pesada: peluqueros, maquilladores, escenario, alfombras… Todas las personas que hay detrás de la cámara. En los últimos dos años me dio la sensación de estar abrumado, de que era demasiado. Así que ahora he dado marcha atrás, he reducido el número de personas en el estudio, he hecho una serie de desnudos, aunque no están aquí. Y al hacerlos, me dije: «Vale, voy a hacer algo áspero». ¡Pero luego no puedo! Imaginemos a una chica gorda. Quiero hacerle una foto. Es imperfecta, no tiene la complexión de una modelo de pasarela, y luego, cuando llega al estudio, puedo hacer dos cosas: puedo hacer una foto estúpida de una chica gorda, pero también puedo hacer de ella una heroína. Quiero cambiarla, poner una luz bonita, y crear cierto drama con ella, una foto hermosa. Pero lo dramático en esa foto no es que sea gorda o fea; el drama está en que es una heroína gloriosa en ese cuerpo enorme. También a través de la expresión: sonríe, está contenta con su cuerpo, eso es lo que quiero comunicar, con una sombra bonita, con un fondo bonito. Ese soy yo.

Hablemos de sus vídeos. Lo importante no es el movimiento, ni la cuarta dimensión ni la narratividad: es el sonido. ¿Cómo se consigue esa misma atmósfera en una fotografía en la que no lo hay?

¡Es muy difícil! Muchos de los vídeos los hago después de las fotografías. Como en «Hope». Y cuando añades sonido en las exposiciones, te penetra en la piel mientras miras las fotos. Sin embargo, creo que se debería juzgar la fotografía por su cuenta. No quiero «poner sonido» a las fotos, porque son cosas distintas a los vídeos. Solo estoy jugando con ellos, y creo que es algo en lo que estoy mejorando lentamente. El vídeo Le Dernier Cri empezó como vídeo y luego se le añadió la fotografía. También Keyhole… Pero hay proyectos que hay que juzgar combinados en modo instalación, como Keywhole: la serie de fotografías y el vídeo tienen que configurar una historia. Y un vídeo sin sonido es increíblemente difícil. Se puede manipular y hacer cosas fantásticas con el sonido, pero, para ser sinceros, no soy tan bueno en eso. Tengo buenos ojos, pero mi oído da pena.

«Annoyed» en su montaje para La sucrerie de Lyon

Cuando mis amigos me preguntan «¿Has oído tal disco?». Yo siempre respondo: «No, no, no». Madonna, ¿quién es Madonna? [Risas].La incomunicación es uno de sus temas fundamentales. Y dice que está interesado en los diálogos sin palabras.El lenguaje corporal, por ejemplo. Creo que todos tenemos uno, y es tan intrigante llegar a leer el del otro… Pongamos que estás en un aeropuerto, esperando el avión, y a 15 metros de ti ves a alguien triste. ¿Cómo es posible? Porque si un elefante viese a esa persona pensaría: «Humano». También las expresiones faciales… Nos pasa una cosa, sonreímos, nos pasa otra, nos ponemos tristes… Los ojos arriba, abajo… Es increíble. Y si pones una mano así… Así que el lenguaje corporal y no comunicativo llena mucho más. Eso es lo que estoy investigando la mayor parte del tiempo, y también lo más interesante de la pintura. Rembrandt, por ejemplo, la mirada, los ojos de sus retratados… Cuentan mucho más que cualquier texto.

Mencionó el 11-S. Ahora mismo no ha pasado ni un año de los atentados de París. Comentaba antes la necesidad de disfrutar el vivir en esta parte del mundo. ¿Nace de ahí cierto hedonismo en el trabajo?

Antes había más del que hay ahora. Sí. Aunque aún quiero celebrar la vida, y especialmente en mi trabajo, pedir más libertad de expresión y más libertad para el individuo. Como individuos podemos hacer lo que queramos en esta parte del mundo. No hay iglesia, ni religión. Bueno, las hay, pero ¿a quién le importan? Hemos librado una gran batalla desde la II Guerra Mundial. Y creo que ahora tenemos que defender lo que hemos conseguido como artistas, como periodistas, como sociedad. Y los acontecimientos de los últimos diez años lo recuerdan. Recuerdo que en 2004 estaba en Madrid, en la estación, y que la galería Espacio Mínimo cerró por los atentados del 11-M. Estábamos en un taxi, alejándonos, y toda la policía se dirigía a la estación. Todo aquello era un capítulo más. Luego Londres… Por una parte, estoy cada vez más cabreado, y en mi interior la rabia hace que sea de derechas, un fascista total, pero eso no ayuda. Nosotros, yo, como artista, tengo que comunicar una y otra y otra vez: «Esta es nuestra libertad, esto es lo que representamos, lo que quiero defender».

Los desnudos, por ejemplo.

¿Qué hay de malo en el cuerpo? ¿Qué hay de malo en la sexualidad? Nosotros podemos y tenemos que celebrar la vida. Somos 7.000 millones de personas, cuando nos muramos, cuando me muera, a ninguna de estas personas le importará una mierda. Así que tengo que hacerlo ahora, sin herir a nadie; todos tenemos que hacerlo, tenemos que respetarnos los unos a los otros. A mí me importa una mierda que quieras ir vestida así, cubierta con una manta, pero no hables de mí. No hables de mi sexualidad, no hables de mi libertad. Como lo que pasó hace unos días en Roma, cuando cubrieron las estatuas. Para mí, como artista, fue fantástico, porque me dio una idea genial. También en Holanda se debatió en los periódicos sobre los desnudos en la calle. Cuando voy andando por París y veo las estatuas de la Plaza de la República, ¿qué tiene de malo el cuerpo?

«Keyhole 7»

Durante miles, cientos de años, hemos estado viendo cuadros de desnudos, estatuas, lo que sea. Tenemos que defenderlo, es nuestra cultura, es nuestra identidad europea. Creo que, aunque hablemos lenguas diferentes, compartimos una identidad. Cuando ocurrieron los atentados de Charlie Hebdo reaccioné haciéndome dos autorretratos con una mordaza en la boca, porque ya no podemos hablar ni en nuestra propia sociedad. Somos muy escrupulosos, pero luego la gente políticamente correcta te corta la cabeza. Yo no puedo ser siempre políticamente correcto; como artista, tengo que ser franco. Y no soy fascista, pero puedo estar cabreado, porque ha emergido una rabia. Cuando el Corán dice que las mujeres tienen que mantenerse a un metro de los hombres, me cabreo muchísimo. Y también cuando cubren estatuas. Porque es nuestra identidad. ¡No! Las mujeres tienen que llevar minifaldas, tiene que celebrar su sexualidad. También los hombres. Tenemos que respetarnos los unos a los otros.

Recuerdo haberle leído que el sentimiento más difícil de fotografiar es la sonrisa de felicidad.

Sí. La sonrisa es lo más difícil. Hay dos cosas que reclamo, que quiero recuperar: una es el cuerpo, secuestrado por la pornografía, que no me gusta, por eso hice la serie «Skin Deep». También la sonrisa ha sido robada por la fotografía comercial y publicitaria. Es increíblemente difícil recuperarla, porque es positiva. Intento hacerlo con los desnudos. Hice uno muy bueno: una mujer sonriente, completamente desnuda, muy agresiva. Pero la sonrisa, no sé, lo intento una vez al año, pero es tan difícil…Ha declarado alguna vez que en sus intervenciones públicas prefiere crear sensaciones positivas.

Aquí nos está encerrando en una «celda de emociones», título de la exposición. ¿Algún consejo antes de entrar?

Comprar muchos pañuelos. [Risas]. Me refiero a que a veces celebro una fiesta. Y quiero que la gente sea muy positiva. En una fiesta puedes controlar la música, el sonido, el momento en que caen los confetis y los globos. Luego están los invitados, la gente que llega y se sorprende… Ya estoy un poco cansado de eso y estoy pensando en retirarme porque ahora todo el mundo hace lo mismo: fiestas telefónicas, fiestas en la piscina… Me encanta la decadencia, y eso también forma parte de esa celebración de la vida, el caminar en el borde del abismo, que es lo que hago en mi vida. Ya llevo 30 años al borde del precipicio, pero ahora tengo 56, 57, y lo que quiero es una silla. Pero en mi trabajo, en la fotografía, en mis vídeos, estoy cada vez más interesado en el interior. La doble capa.

Erwin Olaf en Malaga
Erwin Olaf. «Celda de emociones». CACMálaga. Málaga. C/ Alemania, s/n. Comisario: Fernando Francés. Hasta el 1 de mayo
 Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 30 de enero de 2016

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