El IVAM de Valencia se llena de «fakes», subproductos artísticos y documentales con los que, desde una mentira, se ponen en entredicho verdades asumidas

Les recomiendo que, antes de atravesar la Galería 7 del IVAM, aparquen sus certezas en la puerta. La colectiva Fake. No es verdad, no es mentira va aprocurar poner a prueba su capacidad de atención –también de fascinación– y dejar en entredicho todas aquellas instituciones y creencias que usted tenía por válidas e infalibles. Sin ir más lejos, este crítico confundió nada más llegar al vigilante de sala con una figurilla de látex de Eugenio Merino (hasta que se movió y pensó que podía ser el del famoso proyecto de Juan López Segurata, propiedad de la Colección Botín). Nada es lo que parece.
Porque, como apuntaba Nietzsche, las verdades son ilusiones que se han olvidado que lo son, y Fake, por primera vez en España, se propone revisar algunos de los mejores ejemplos de este formato o subgénero, documental o artístico, que en manos de los creadores es un arma de primer nivel para dinamitar la autoridad de estamentos como la ciencia, la universidad, el museo o los medios de comunicación, todas esas instituciones que se creen en posesión de la verdad absoluta y que además determinan cómo debe establecerse su difusión entre los demás.
Se tratará, por ello, no tanto de situar al espectador ante obras o proyectos con los que se engaña a los sentidos, puesto que al que se pretende despertar o agitar es al juicio y al mal llamado «sentido común». En un arco temporal que va de uno de los ejemplos más paradigmáticos del género como fue la retrasmisión radiofónica de la invasión de la Tierra por los extraterrestres en 1938 de Orson Welles (que sirve de prólogo), hasta el falso documental sobre lo que «realmente» pasó en el 23-F del programa de La Sexta Salvados (que no se incluye en la muestra), lo que esta cita propone son en realidad 44 casos de estudio independientes en los que el fake ha servido para cortocircuitar el sistema y dejarlo con las tripas al aire.

Los hay que no pasan de la anécdota, pero que son realmente efectivos para poner caras coloradas. Como el vídeo de Pilvi Takala (Real Snow White), intentando acceder a Eurodisney disfrazada de Blancanieves e interrumpida en su propósito por los agentes de seguridad, por temor a ser confundida con la «real», mientras dentro, el merchandising de la firma invita a consumir productos para parecerse a ese y otros personajes. O un falso partido entre México y Brasil (2004), de Miguel Calderón, retrasmitido en circuito cerrado (los espectadores creían estar sintonizando con Televisa), en un bar de Sao Paulo y que acabó con trmenda paliza a la canarinha.
Otros, que por su ternura y su manera de rizar el rizo, da pena que no sean ciertos (como el que ilustra que el origen de la paella, tal y como cuenta Victor Serna, esté en los fills de puta, niños hijos de meretrices adoptados por la burguesía valenciana «a los que los primeros enseñaron a estos sus costumbres, también gastronómicas»). Y un último bloque, que pese a basarse en gestos más o menos contenidos, sí han tenido grandes repercusiones, sobre todo cuando se han hecho eco de ellos los medios que, contraviniendo una de las máximas del periodismo como es la de contrastar la información, dieron sus datos por buenos. Y ahí quedan para la Historia Comando Arte Libre S-11, que acabó con la labor universitaria del artista Lucas Ospina, cuando aprovechó el robo de un famoso grabado de Goya en Bogotá para reivindicar la autoría del crimen a través del falso comando homónimo; la represalia de los medios al saberse traicionados fue su propia cabza: o el Dow Chemical (2004) de The Yes Men, con la reacción en cadena resultado de que un falso representante de la empresa química declarara en directo en la BBC que su compañía indemnizaría a los afectados por el desastre de Bhopal de 1984: caídas en bolsas y nuevo escarnio tras la negación de esa posibilidad.
Los proyectos se agrupan en cuatro apartados («Infiltraciones», «Heterónimos», «Docuficciones» y «Descréditos»), en un montaje que también juega al extrañamiento, a que el espectador se cuestione lo que es o no arte (dejando restos del montaje anterior, cartelas dispuestas sobre cajas, paredes que parecen acabadas de pintar, pedestales del revés…). Porque el arte y, sobre todo el museo como institución (y ahí está Fauna, la apuesta de uno de los padres del fake español, Joan Fontcuberta, esta vez junto a Pere Formiguera), son terreno abonado para la disciplina. Por ejemplo: quedan en solfa el valor del producto artístico (al meter un coche en una galería, como hizo con La balada del valor de uso Octavi Comeron en 2011, y exigir el IVA correspondiente –por entonces del 8%– para la obra de arte frente al 18 del producto comercial); también la ilusión de la idea, aplastada por la burocracia (Oficina de ideas, de Isidoro Valcárcel Medina); o los mecanismos de control del museo (y ahí queda Las Cajas Chinas, de Montse Carreño y Raquel Muñoz, que intentaron colarle al MNAC un supuesto legado de grandes vanguardistas perdido durante la Guerra Civil).

Grandes heterónimos han nacido en este sector, del Jusep Torres Campalans de Max Aub (aquí se exhiben partes de las críticas en prensa de sus expos y hasta un fotomontaje de Josep Renau con su única «imagen conocida»), al Pavel Jerdanowitch de Paul Jordan-Smith o el Lenin Cumbe, pintor de pantallas de televisión, de Agustín Parejo School, que fue una especie de heterónimo en sí mismo.
Los camuflajes artísticos e infiltraciones llegan al mundo del deporte (sin ir más lejos, a la liga regional de baloncesto con Passion D. I. y su nuevo código para este juego); de la ciencia (Antonio Martínez Ron desafió la autenticidad de Stonehenge usando de parapeto a National Geographic); de la seguridad privada (con Domingo Sánchez Blanco haciendo de guardaespaldas de grandes directores de museo); del circuito comercial (las inserciones en billetes y botellas de Coca Cola de Cildo Meireles o de Peggy Diggs, denunciando la violencia doméstica en cartones de leche); de internet (No Fun, de Eva y Franco Mattes, proponiendo falsos suicidios en una conocida página de chateo con web-can); del star sistem (Carlos Pazos o el Guillermo Trujillano grabando videoclips e insertándolos en la emisora Radio Taxi)…
No obstante, los mejores ejemplos (también por la fe en el canal) son los documentales audiovisuales. Sobre todo, porque en este campo se demuestra cómo el fake se puede volver arma de doble filo y herramienta al servicio del poder. El ejemplo más lamentable es la cinta Theresienstadt, de 1944, con la que los nazis, para tapar la boca a Cruz Roja, recrearon un mundo feliz en un campo de concentración checo, cuyos artífices, judíos y presos, acabaron, tras los servicios prestados, en la cámara de gas de Auschwitz. Tras el sobresalto, queda tiempo para terminar con leyendas urbanas, como la de la falsa llegada del hombre a la luna con el mismísimo Kubrick de cómplice (0), golpes de Estado en Rusia… semanas antes del verdadero de 1991 (Miguel Ángel Martín y Manuel Delgado) y explosiones atómicas a la hora del hombre del tiempo, como la organizada por Ztohoven en 2007.

«Fake. No es verdad, no es mentira». Colectiva. IVAM. Valencia. C/ Guillén de Castro, 118. Comisario: Jorge Luis Marzo. Http: //ivam.es/. Hasta el 29 de enero