Las mil y una galas
El MNAC de Barcelona reivindica el papel de Gala como coautora de la obra de Salvador Dalí y aporta nuevas lecturas del personaje, más allá de las de esposa y musa del artista

No es ésta, ni mucho menos, la primera exposición dedicada a la figura de Gala. Es el suyo un fruto demasiado apetecible como para haberlo dejado de lado. De hecho, no pasó ni un mes desde su muerte, en 1982, cuando se celebraba en el Museo Dalí de Florida la muestra Homenaje a Gala (1893-1982). También es verdad que la sombra de Dalí, su compañero sentimental durante buena parte de su vida, es alargada, y que ha terminado por «ocultar», también por deformar, la potente imagen de la rusa (recordemos que nació como Elena Dmítrievna Diákonova en Kazán, en 1894).
Reparen en la frase que acabo de escribir porque es fundamental para entender la originalidad de esta muestra: En ella me refiero a Dalí como «pareja de Gala» y no al revés. La mujer, si no por delante del hombre, al menos al lado, jugando en el ring surrealista bajo las mismas reglas y en igualdad de condiciones.
Exposiciones sobre Dalí también se han hecho muchas. Aún recordamos la que el Museo Reina Sofía le dedicó hará unos veranos (ese museo no ha vuelto a ver jamás sus salas tan llenas). De forma que, en ese deseo del MNAC de llevar a cabo proyectos conjuntos con otras grandes instituciones catalanas (y ahí queda esa muestra que Vicente Todolí comisarió para recordar a Tàpies junto a su fundación, y la ilusión por revisar en el futuro las figuras de Picasso o Miró), a la hora de aliarse con la Gala-Salvador Dalí de Figueras, lo fácil (y hasta aburrido) era volver a apostar por él.

Me dirán: «Claro, pero en plena era del #MeToo, de cierta sensibilización hacia la visibilidad de la mujer en todos los ámbitos sociales y de la cultura, estaba cantado que había que volver a Gala». Sin embargo, quizás pocas veces haya estado tan justificado devolverle la voz a una mujer, acabar con el tópico de la esposa-musa, sujeto pasivo, en pos de una imagen mucho más activa (también creativa) de la figura de nuestra protagonista. Basta una declaración de las Confesiones inconfesables de Dalí para disipar de pleno cualquier sospecha: «El método paranoico-crítico es, ante todo, Gala». Gala es Dalí como Dalí es Gala. Tanto monta. No se hable más.
Con esa intención construye como comisaria Estrella de Diego Gala Salvador Dalí. Una habitación propia en Púbol. Me vuelvo a detener antes de entrar en harina. Primero, para hablar de De Diego, en absoluto una recién llegada al universo «galiniano». A la rusa la lleva estudiando desde finales de los noventa, y en 2003 publicó en Espasa Las vidas ocultas de Gala Dalí; un texto, por otro lado, utilizado por Monika Zgustova como fuente bibliográfica para La intrusa. Retrato íntimo de Gala Dalí, que estos días coloca en las librerías Galaxia Gutenberg (la misma firma que –y sigue la concatenación especular- dio a la imprenta el diario inédito de Gala en 2011, una vez descubierto que se encontraba mezclado con los papelotes de Dalí… Como tantas otras cosas, y como esta muestra barcelonesa demuestra).

Segundo, para hacer referencia al subtítulo. El de «la habitación propia» (muy a lo Virginia Woolf). Púbol como espacio privado, castillo que Dalí entregó a su amada como prueba de «amor cortés» y en el que supuestamente (y sólo supuestamente) Dalí podía entrar con invitación expresa de su esposa (que él mismo diseñaba, lo que le provocaba cierta excitación, pues alimentaba su vena masoquista). En él Gala, la inexpugnable (una fotografía en el recorrido, de autor anónimo e intervenida por el artista, la plasma como la mujer con un castillo en la cabeza –Tête à Chateau– o una mujer castillo en sí misma), podía ser ella misma: curiosa a veces; amante de la literatura; de alma rusa; religiosa, camaleónica…
Éste sería el capítulo con el que arranca la expo. También el que más atraerá a los fetichistas (no faltan los juguetes de infancia, los libros y los discos de ópera, los vestidos de Dior, de Elsa Schiaprarelli, del mismo Dalí…). Y aquí le entra a uno la duda de si realmente se «empodera» (palabra tan al uso ahora) una figura femenina cayendo en el tópico de enseñar sus modelitos o sus frascos de perfume. Lo mismo se está haciendo ahora con Frida Kahlo en Londres, en el Victoria & Albert, donde se llega incluso a mostrar su pierna ortopédica, tirando bien de la cuerda del morbo. También si se consigue llamándole por el apellido del «marido». En España no hemos tenido nunca esa necesidad… Detalles de los cortinajes de las sobrias estancias de la vivienda original, aquella en la que está enterrada, así como grandes espejos (Gala como reflejo de Dalí; Dalí como imagen proyectada por Gala) marcan el diseño sobre el que pivota toda la muestra.

Y así, a lo lago de su propuesta, hace acto de presencia Gala, o todas las Galas, la mujer y el personaje que se traviste de sí misma a lo largo de toda su vida: la niña rusa, pero también la fémina que parecía un «efebo» (rasgo éste que conquistó a Dalí. Él por su parte se convirtió en reto para ella por su ambigüedad sexual); la mala de la película para Breton y Buñuel; la devota (siempre llevaba encima una imagen de la Virgen de Kazán) pero también la devoradora de hombres (nunca se le perdonará haber ido acompañada por jovencitos que podían haber sido sus hijos); la madre desprendida, la lectora compulsiva, la intrusa de la que habla en su libro Zgustova, que puede ser casi entendido como el guion sobre el que se escribe esta Historia.
Y, por encima de todo, la tesis que echa por tierra la idea de Gala como figurante, de esta autora como simple musa, primero de Paul Éluard –al que abandonó por Dalí, después de haber convertido lo suyo en trimonio con Marx Ernst. Él fue el pagafantas de todo este embrollo–, luego del pintor catalán. Gala Salvador Dalí reivindica a su protagonista como pieza clave para terminar de entender el movimiento surrealista. No en vano, fue ella la que incitó a su primer marido a escribir, a la que De Chirico pidió ser su marchante… Y, sobre todo, como artista, con dos grandes obras maestras: el Castillo de Púbol (se encargó de supervisar hasta el último detalle; la expo da fe de las correcciones sobre los diseños de Dalí y las cartas a su guardés para proteger su intimidad) y, sobre todas las cosas, el propio Salvador Dalí. Solo así se entiende que la mujer obsesionada por el dinero (no tanto por la fama: de hecho, tiende, en un ejercicio de collage surrealista, a eliminar su rostro en las fotos personales, incluso en las firmadas por grandes como Gyenes) abandonara la vida acomodada que ya llevaba con el poeta francés en pos de la incertidumbre que ofrecía el joven emergente catalán.

La cita del MNAC testifica también el escaso corpus de obra que ella desarrolló como artista: documentación de algunos objetos surrealistas, hoy en paradero desconocido, junto a fotos en la que se la ve trabajar activamente en el pabellón El sueño de Venus que Dalí preparó para la Exposición Universal de Nueva York. Éste incluso llegó a desarrollar una firma compartida, Gala Salvador Dalí, y a reconocer que no habría línea de sus memorias que no hubiera sido «editada» por Gala.
Pero la comisaria va más allá: si parte del proyecto artístico de Dalí fue generar un personaje, Gala, al participar del mismo baile, también estaba desarrollando una performance que era lo que Dalí documentaba en sus cuadros. Quizás la tesis fuerza un poco demasiado la máquina, pero se compra fácilmente en tiempos de sensibilidad feminista. Y ahí queda la tercera sección de la expo (la segunda sería la que se ocupa del periodo con Éluard), la eminentemente «pictórica» (y por ello, una miniretrospectiva de Dalí dentro de la cita) en la que nos reencontramos con 60 de sus obras maestras con Gala como (¿algo más que una?) musa, provenientes sobre todo de la Fundación homónima pero también de otras 18 grandes pinacotecas del mundo. Gala por Ernst, por Brassaï, por Cecil Beaton, por supuestísimo que por Salvador Dalí. Pero sobre todo, Gala por Gala. No se la pierdan.
