Uno de los acontecimientos de la temporada que ahora comienza es el cambio de sede en Madrid de la galería Elvira González. Con ello se formaliza el paso de testigo de la veterana galerista a sus hijas. Con ellas hablamos, de pasado y de futuro

Retira Elvira González (Madrid, 1937) unos papeles de la mesa en la que vamos a realizar la entrevista y aparece una foto dedicada de José Tomás:«Yo es que soy taurina», confiesa esta mujer con el candor con el que todo lo expresa. «Quieren que esta sea mi mesa en el despacho de la nueva galería, pero yo prefiero sentarme allí», dice señalando a la estancia, justo enfrente, en la que trabajan los asistentes. La veterana galerista, con una biografía inabarcable, fundadora primero de Theo y luego del espacio que lleva su nombre, se «retira» después de 50 años («ahora me toca opinar sin imponer», recalca). Cede el testigo a sus hijas, Elvira e Isabel, que llevan pilotando la nave de manera más intensa desde los últimos dos años, aprovechando el traslado de la galería a una nueva sede en la calle Hermanos Álvarez Quintero, en Madrid. Hablamos con todas ellas para repasar el pasado y el futuro de esta firma.
La primera pregunta es para Elvira. ¿Es la inauguración de este espacio una despedida definitiva?
Elvira González: No es que sea una despedida. Es más bien un traspaso de gestión, aunque hemos de reconocer que ya estaba un poquito avanzada. En los últimos dos años han sido mis hijas las que han trabajado de verdad. Soy de las que piensan que uno se jubila trabajando menos. Pero estaré por aquí. A partir de ahora voy a tener una opinión, pero que no será una imposición. Soy respetuosa con el trabajo de todo el mundo. Y, además, ellas lo hacen muy bien, así que, ¿para qué?
Soledad Lorenzo sí que fue de las que optó por retirarse. Juana de Aizpuru dice que morirá con las botas puestas…
E. G.:El privilegio que yo tengo es que cuento con dos hijas que se ocupan de la galería, que además ha sido otra especie de hijo para mí. De forma que la transición aquí es normal y lógica. Nada brusca. Era una cosa que se veía venir y que tenía que ser así. A ello se une que tienen tanta pasión por el arte como la he tenido yo. Su visión es más joven, pero partimos de la misma educación.
Lo que sí que es cierto es que esto es una bienvenida a algo: ¿A qué exactamente?
Isabel Mignoni: Para nosotros es un reto. Trabajando en la línea habitual de exposiciones, con nuestros artistas de siempre, incorporando gente nueva, contamos ahora con un espacio de dimensiones más grandes y que se “expone” más a sí mismo hacia la calle. El reto pues es hacer algo más ambicioso. Y habrá que exigirles la misma complejidad a los artistas. Nos estamos complicando la vida pero en un sentido muy positivo: al pedirnos más, también haremos mejores exposiciones y daremos más al público.

¿Qué es lo que ha propiciado el cambio?
I. M.: Algo tan sencillo como que no nos renovaban el contrato del local anterior. Este pertenecía a un edificio que era del mismo propietario, que ahora lo ha querido vender para hacer apartamentos. Sin embargo, es cierto que llevábamos un tiempo buscando un sitio más grande. Al trabajar en un primer piso, teníamos muchos problemas para exponer esculturas con un cierto peso, por ejemplo. Pero no queríamos cambiar de barrio, queríamos mantenernos en la zona, pero en ésta hay muy pocos locales comerciales grandes y todos muy del XIX. Sin embargo, muy accidentalmente y muy de sorpresa, nos encontramos con este espacio vacío y nos lo pensamos poquísimo. No habíamos visto muchos locales.
El espacio lleva la firma de Marcos Corrales, un arquitecto que las conocía bien.
I. M.: Sobre todo porque él nos diseñó el espacio de General Castaños y porque su padre, José Antonio Corrales, fue el arquitecto de la galería Theo en Marqués de la Ensenada, y, más tarde, de Theo Espacio. Yo además conozco a Marcos desde hace años, nos encantaba la casa de sus padres, su disposición, de forma que sabíamos que los queríamos para diseñar nuestras galerías. Así que el diseño de este lugar se ha desarrollado de forma muy natural, porque nos entendemos muy bien. Marcos ha sido visitante de todas las exposiciones durante nuestros 15 años en General Castaños. Hemos hablado mucho de arte, de las galerías que nos gustan, de la imagen que quieres dar al exterior, de cómo te percibe la gente, está casado con una artista…El entendió rápidamente nuestro deseo de abrirnos a la calle, de hacer muy fluido el discurrir por las salas, el desarrollo de partes más privadas y más públicas…
Cuando uno lleva a sus espaldas una marca como la de Theo, primero, y la de Elvira González después, es imposible hacer borrón y cuenta nueva. ¿Qué es lo que va a permanecer de esas experiencias en este espacio?
Elvira Mignoni: ¡Hay tantas cosas que no se podrán hacer y que hizo galería Theo!
I. M.: ¡O en galería Elvira González!
E. M.: Esos proyectos con Rothko, con Chillida… Nos queda que son cosas que hemos hecho, bien mis padres, bien ya nosotras, aunque yo también trabajé en Theo.
E. G.: Pero todo trabajo debe verse como una continuidad, a pesar del espacio.
I. M.: Una curiosidad que nos hemos traido hasta aquí es lo que nosotros llamamos “los cajetines”, que son los ficheros con las fichas con cada obra que ha entrado desde los orígenes de la galería Theo. Hablamos del año 1966. Si tiras de esos ficheros, te das cuenta de gran privilegio que tuvimos de trabajar con tal artista o tal coleccionista.
E. M.: Por eso no se puede pensar en el borrón y cuenta nueva, sobre todo porque ya llevamos muchos años trabajando con mi madre y porque muchos de los proyectos se han consensuado con ella de forma natural. Lo que ocurre es que posiblemente nosotros ya no podremos hacer una expo con un mondrian. Tampoco tendría sentido, porque comercialmente no funcionaría.
E. G.: ¡Pero comercialmente no se hacen las cosas! Estoy segura de que cuando yo hice esa exposición con ese mondrian del que hablas tampoco era comercialmente lógico hacerla. Y el caso es que se vendió fuera, al museo de Stutgart.
E. M.: No renunciamos a nada. Al contratrio: nos encantaría hacer cosas que ya se hicieron en el pasado.
I. M.: Yo tengo una admiración enorme por la gente que comienza una galería desde cero, sin archivo de clientes, contactando con los artistas por primera vez, sin fichero histórico para tirar cuando quieres hacer una colectiva… Nosotros hemos tenido la suerte enorme de que mi madre ha sido tremendamente ordenada y lo tenía todo apuntado en sus libros. No podemos renunciar tampoco a eso. Al revés. Hay que aprovecharlo y exprimirlo. Y la idea es hacerlo incorporando a gente nueva.
E. G.: Lo importante es darle seguridad a la gente a la que le has vendido algo. Porque jamás te desvinculas de la pieza. Yo tengo muy buena memoria y sé a quién le he vendido qué. El mejor fichero está en mi cabeza.

Elvira, habló antes de educación. Usted fue hija de bailarina (Elvira Lucena) y de escultor (Juan Cristóbal). Dicen que eso forjó su personalidad, su sensibilidad hacia el arte, y que dio pie a un tipo de galerista diferente.
E. G.: En el fondo, lo que debe guiar a todo galerista es el entusiasmo, el interés, la curiosidad y la pasión que pone. ¿Si me sirvió mi educación? Claro. Me facilitó un camino y me hizo ver el arte como algo natural en la vida. Quizás me resulte más extraño el trato con un científico. Con un artista, para mí, es algo común. Yo no les he criticado nunca y les he tomado tal y como son. Recuerdo que, bailando con Pilar López en Londres, yo era la que instaba para ir a la National Gallery, y había una compañera que repetía con insistencia: “¡Más ensayo y menos museo!”. Y yo le contestaba: ¡Pues para bailar goyescas tendrás que ver cómo son los cuadros de Goya!”.
¿Ocurrió lo mismo con Isabel, Fernando y Elvira? ¿Tener los padres que tuvieron hizo más fácil dedicarse a lo que se dedican o mayor responsabilidad?
I. M.: La pena es que nosotras no bailamos…
E. M.: Aunque suene pedante, para nosotros, estar en una galería era tan natural.
I. M.: Salíamos del colegio y nos quedábamos esperando por aquí, por donde pasaba Palazuelo, que al principio no entendías nada de lo que decía, porque se ponía entre místico y matemático, pero todo eso te calaba. Chillida hablaba del peso de la luz, que nos sonaba raro, pero con el tiempo te das cuenta de que todo eso forma parte de tu gramática. Y piensas en los que no hayan vivido así y empiecen con un proyecto como este.
E. M.: Sin embargo, desde que mi madre abrió su primera galería hasta ahora ha cambiado todo muchísimo. Antes había una parte muy romántica en esto y hoy tienes que ser más transaccional, echarle más cabeza a nivel económico. Todos esos cambios los hemos ido asumiendo de forma natural, pero yo recuerdo venir con mi madre los sábados a abrir la galería y tenerme a mí aquí haciendo dibujitos. A mí hoy no se me ocurriría traerme a mi hija a la galería porque es un espacio más profesionalizado de trabajo, más burocrático. Yo creo, por ejemplo, que lo primero que Theo aportó al ámbito galerístico español es que fue una galería que se preocupó por viajar, ver qué pasaba fuera, recuperar artistas, como los de la Escuela de París. Nosotras generamos ese hábito de manera que, para nosotros, hacer ferias fuera, algo que ahora parece que es la salvación de la galería, era y es lo natural.
I. M.: Es lo que nos ha permitido, por ejemplo, sortear toda la crisis, y estar conectadas con el exterior, porque teníamos el hábito de viajar y hacer contactos.
E. G.: Sin embargo, perder la parte romántica es perder el disfrute.
Justo cincuenta años después de que lo hiciera Theo y algo más de viente de que lo hiciera Elvira González ponen en marcha este nuevo espacio, que, sin embargo, no se muda de barrio. ¿Por qué seguir apostando por esta zona?
E. M.: Porque vives casi donde trabajas, y nosotros tenemos jornada continua, de forma que los recados de la hora de la comida los hacemos aquí. Me siento muy a gusto en este barrio.
E. G.: Yo cuando empecé, lo hice en General Castaños, cuando no estaba Juana de Aizpuru, ni estaba nadie. Hemos generado tejido.
I. M.: Además es un entorno muy céntrico, muy bien comunicado, a la gente no le da pereza venir, porque no tenía mucho sentido buscar una nave inmensa en las afueras si luego no va nadie a verte. Y aquí a la gente le gusta venir. A ello se suma que este barrio ha crecido mucho en los últimos años.

¿Waltercio Caldas para inaugurar por algo en especial?
I. M.: Estaba en el calendario, que lo hacemos con mucho tiempo, pero es que además Waltercio Caldas es un artista cuyo trabajo potenciará que el espectador repare en el espacio. Su obra es de referencias espaciales, y las esculturas, que ahora viajan con él, siempre dialogan con el espacio. Era ideal para estrenar esta galería.
Es más grande que la anterior, lo que permite nuevas posibilidades. ¿A qué nos referimos?
I. M.: Sobre todo, nos va a permitir vender más.
E. G.: ¡Por amor al arte, hay que vender más para poder seguir!
E. M.: Una de las cosas que a mí más me gustan del cambio es que para artistas nuestros como Olafur Eliasson, con el que celebraremos un proyecto paralelo en otra de las salas en los mismos días, o Juan Asensio, los nuevos espacios son un reto. No los conocen. Y las esculturas van a poder entrar bien. Pero también es un reto para nosotras. Disfrutamos mucho con los montajes, para mí son uno de los momentos del trabajo que más disfruto, y también van a suponer comenzar de cero. Antes ya lo teníamos todo muy claro. Eso motiva mucho. Una galería debería cambiar de espacio justo por esto cada cierto tiempo.
I. M.: En General Castaños estábamos muy a gusto, pero justo para acabar con esta monotonía estábamos planteándonos lo de hacer pop-up exposiciones en otros entornos, para dar la posibilidad a los artistas que se conocen el espacio de hacer cosas nuevas. ¡Nunca hemos podido exponer cuadros grandes de Barceló, y los tiene maravillosos! Ahora es el momento. Ya no nos limita el espacio.
E. M.: El espacio es muy importante para los artistas. Si tú te mueves, eso también les genera un movimiento a ellos.
I. M.: Que terminas transmitiendo a la gente, y que se traduce en ventas…
Curiosamente, en Madrid han surgido en los últimos años muchas galerías, pero todas ellas de tamaño ínfimo. En Barcelona ha sido al contrario: las históricas han tendido a espacios casi de museo. ¿Por qué han optado ustedes por esta inercia, no tan de la ciudad?
I. M.: No es que nos hayamos confundido de ciudad. Al revés, yo creo que son los de Barcelona los que quieren venirse para acá, que es donde hay vidilla. Han sido valientes. Pero es que en Barcelona hay unos locales que no encuentras en Madrid.
E. M.: En Barcelona se encontraron muchas galerías con el mismo problema que fue el final de los alquileres baratos. Eso les obligó a irse. Sin embargo, el metro cuadrado en Madrid es mucho más caro que en la Ciudad Condal. Si no tienes muchos medios y quieres empezar con una galería, tienes que hacerlo en un espacio pequeño. Si lo haces bien, acabarás creciendo.
I. M.: Madrid no es una ciudad con grandes locales. Es una villa.
E. G.: Es una ciudad manchega.

Por cierto, ¿cómo se llevan las galerías históricas como esta con las nuevas hornadas de galeristas?
I. M.: Fenomenal. Les admiramos mucho. Hacemos mucha vida en conjunto, sobre todo en los aviones de las ferias…
E. M.: Y en las mismas ferias, porque en Madrid, por culpa de la crisis, todos estábamos más en nuestro espacio y preocupados cada uno por lo suyo. Yo respeto tanto lo que hago que respeto mucho a los demás. Cualquier persona que tenga una galería como yo, se lo merece. Si para mí es difícil y tengo mi bagaje, imagínate para ellos.
E. G.: Con la crisis que hemos sufrido, las galerías que han subsistido es porque son verdaderas galerías por vocación.
Elvira hacía referencia al heroiscismo del galerismo cuando ella se inició. Pero, ¿no siguen siendo estos tiempos heroicos para el galerismo en España?
E. G.: Siempre ha sido difícil montar una galería en España y mantenerla. Por eso hablamos de vocación.
I. M.: Lo que yo sí que noto es que el galerista ahora tiene un cierto reconocimiento social. Ya no eres un bicho raro. Cuando mi madre decía que tenía una galería es como el que decía que tenía una librería.
E. G.: Pero es que cuando yo empecé había poquísimas. Estaba Juana Mordó y Biosca y poco más…
E. M.: Abrir una galería ahora es ya de por sí una inversión porque muy pronto tienes que pensar en ferias. Y necesitas muchos contactos.
E. G.: Cuando yo empecé, a la administración ni la veías ni la esperabas. Hubo un periodo en los ochenta, noventa, con las autonomías y las cajas, que estos agentes empezaron a entrar en las galerías y a comprar. No a mí, por supuesto. Eso potenció que surgieran muchas. Cuando la administración se ha vuelto a retirar, las que han quedado son las galerías verdaderamente vocacionales. Por eso es tan importante para una galería fomentar el coleccionismo, crear nuevos coleccionistas.
Precisamente, galerías como la suya han ayudado al nacimiento de un coleccionismo tanto público como privado en España. ¿Cómo se ha llevado con unos y con otros?
E. G.: Mi coleccionista ha sido más privado que público. Eso lo puedo decir bien alto. Pero es que un buen coleccionista te enriquece con sus ideas. El problema es que a partir de los noventa llegó la especulación al coleccionismo español y eso dañó a muchos de ellos. Antes la conversación no era tanto sobre dinero. Era más sobre el artista, la técnica…
I. M.: Hay gente que ya compra pensando en vender. Hay coleccionistas que sabes que son futuros vendedores. Antes no ocurría eso.

¿Debe un galerista ser coleccionista?
E. G.: Si puede, ¿por qué no? Es lo ideal. Muchas veces el galerista es coleccionista porque se queda cosas que no ha vendido y que realmente quería comprar.
E. M.: A mí me encantaría tener una megacolección, pero todo depende de las posibilidades de cada uno. Pero lo cierto es que yo no concibo vivir en una casa con las paredes en blanco. Ahora bien, ya hay que empezar a precisar que no todo el que compra arte es “coleccionista”.
E. G.: Y puede ocurrir que tengas una colección, vengan mal dadas, y haya que vender. A mí me pasó. Hay cosas que no podré volver a reponer, pero me queda el poder decir que viví con ellas.
I.M.: Y aún así hoy tiene una colección muy bonita…
¿La mostrará publicamente algún día?
E. G.: No. ¿Para qué? Hacemos muchas exposiciones al año. No hace falta. Además, imagínate que me surja una venta. El que evita la tentación evita el peligro.
Pregunto a las hijas, ¿hay tercera generación de galeristas ya en marcha?
E. M.: Yo tengo cuatro hijos; Fernando, un niño de cinco… Hay uno de ellos al que le gusta mucho el arte, sus conocimientos son muy superiores a los de cualquier miembro de su generación, pero yo no le veo todavía en este mundo, aunque esto es algo que siempre podrá tenerlo.
E. G.: En cualquier caso, ese hijo suyo del que habla será coleccionista.
E. M.: También es verdad que nosotros teníamos unos padres familiarizados ambos por el arte y la cultura. En mi casa, solo ocurre por mi lado, y mis hijos tienen muchos más estímulos, una educación muy diferente a la que tuve yo.

Hablábamos antes de los cajetines y la buena memoria de Elvira. ¿No se ha planteado lo de escribir sus memorias?
E. G.: ¡No, no, no! ¿Para qué?
E. M.: Se lo han propuesto. Además la suya no es una biografía al uso, por sus padres, por su marido, por su pasado como bailarina, la gente de la que se rodearon… Un privilegio. Y es divertida…
I. M.: A mí me parecería una cosa muy divertida de leer. Y luego tenemos un archivo fotográfico estupendo…
¡Podrían escribírsela ustedes!
I. M.: ¡Pero es que ella tiene infinita mejor memoria que nosotras! Yo creo que debería hacerlo.
E. M.: Y, aunque suene egoísta, aunque no sea para que lo lean los demás, lo podría hacer para nosotras. Es un testimonio de cosas que hemos vivido también de otra forma, porque ella nos metía de forma natural en su trabajo, en sus viajes…
I. M.: Tenemos hasta el nombre de quien se lo podría hacer: Ana Gurruchaga. Hablar con ella, mirar fotos y ella te lo ordenaría todo…
E. G.: Hay una editorial que me dio un avance y le tuve que devolver el dinero. Mi madre dio conferencias en los archivos internacionales de la danza en París, y nunca se han clasificado. Ana Gurrichaga las ha puesto en orden y en principio me ha pedido un texto para contextualizar aquello y me está costando un trabajo. Me pone depresiva. Es la consecuencia también de tirar de memoria. Te acuerdas de mucha gente que falta.

Texto ampliado del publicado el 3 de septiembre de 2016 en ABC Cultural (Número 1.245)