Francesca Thyssen-Bornemisza (coleccionista)

«Ya me tocaba ser una oveja blanca, no puedo ser más una oveja negra»

Desde hace meses, la Fundación TBA21 de Viena cuenta con sede en Madrid. Con Francesca Thyssen, su inspiradora, heredera de una larga saga de coleccionistas, abordamos el futuro del mecenazgo

Francesca Thyssen en su despacho en Madrid (Foto: Ernesto Agudo)

Considera Francesca Thyssen-Bornemisza (Lausana, 1958), que ha madurado: como persona (ahora le interesan con fervor las cuestiones medioambientales) y como coleccionista («Mi actitud antes era más de “he aquí este conjunto de grandes piezas estupendas”»). También lo ha hecho su TBA21, su fundación en Viena, que pronto cumplirá 20 años, que ha desarrollado una dimensión ecologista e investigadora con la TBA21-Academy, y que recientemente abrió oficina en Madrid. En esta ciudad charlamos con ella, en su céntrico apartamento, base de operaciones desde la que se compromete con cada uno de los proyectos que la fundación introduce ahora en el Museo Thyssen (el último, el de Joan Jonas). Así analiza ella todo lo sucedido.

¿Cuándo se dio cuenta de que el arte le interesa de verdad, que no es aquello que le inculcaba su padre?

Pues recuerdo estar en Nueva York, siendo adolescente. Estaba con mi padre y visitamos el Whitney o el Metropolitan, no puedo precisarlo. Era mi primera vez allí. Le acompañaba para ver una exposición de Courbet. Estábamos en un ascensor enorme, que se abrió y todo el mundo se subió a él. Yo salí con la multitud, mientras perdía a mi padre, que tenía que subir un piso más. Cuando abrí los ojos, estaba ante una muestra colectiva en la que había algunos artistas minimalistas. Ahora reconozco a Judd y a Carl André, pero también me interesaron algunas mujeres. No me lo esperaba: esperaba cuadros en las paredes como siempre había visto. Fue toda una experiencia. Y había una pieza muy extraña que se llamaba One dropped, one placed and one thrown [Uno caído, uno colocado y uno tirado], con tres canicas y tres trozos de telas. Me daba cuenta de que estabas atrapada por esas bolas. Empecé a jugar con ellas en mi cabeza, tenía ganas de jugar, era como una experiencia. Fue bastante sensual. Había mucha luz blanca.

Descubrí que, por lo menos, la estética y el marco conceptual de esas obras, aunque nadie me lo explicara entonces, eran espléndidos. Fue una especie de momento rompedor porque, naturalmente, hizo saltar por los aires todo lo que había aprendido, visto o experimentado antes. Fue como un tsunami que se llevó por delante toda la información que había acumulado. Fue muy fascinante. Sigo sintiéndolo dentro de mí y, por supuesto, ha provocado un vacío. Creadores como Mario García Torres están en esa línea, con la que hemos trabajado desde la fundación, también de una manera lúdica. 

Francesca Thyssen en su despacho en Madrid (Foto: Ernesto Agudo)

¿Se tiene que coleccionar con la cabeza o con el corazón?

Con el alma.

¿Eso está a medio camino entre ambas cosas?

Tu reflexión es interesante… Después de mucha meditación, me he dado cuenta de que no es una combinación, es algo propio. Por supuesto que todos tenemos nuestra formación estética y nuestras influencias, pero si puedes usar la intuición, es mucho mejor porque eres más receptivo y estás más abierto a lo que recibes. Si no, solo acumulas, solo compras. Pero esa relación entre el artista y tú, y cómo las cosas evolucionan y se desarrollan, es un proceso intuitivo. Creo que, para mí, de niña, siempre sucedía algo interesante cuando miraba la colección de mi padre. Pero era demasiado joven para saber qué era. Había un cuadro que me daba mucho miedo de Jesucristo después de la Crucifixión. Sus ojos te seguían por la sala. Esas cosas me daban bastante pavor. Para un niño pequeño, mirar a la muerte directamente a los ojos es una experiencia… Pero sí: Creo que necesitas comprar más por intuición.

¿Qué significa para usted que la TBA21 haya aterrizado en Madrid?

Ya me tocaba ser una oveja blanca, no puedo ser más la oveja negra. Y siempre he disfrutado estando en la periferia. Me gustan los lugares remotos. Siempre he querido hacer proyectos artísticos en los lugares más remotos, y los he hecho. Hemos apoyado las posiciones de los artistas en lugares de lo más extraños. Y creo que eso también nos ha llevado a una cierta curiosidad global que es insaciable, especialmente en lugares de Sudamérica.

Fernando Benzo [entonces Secretario de Estado de Cultura], me llamó a su despachó hace unos años. Y me preguntó qué haría falta para que participase en el Museo [Thyssen]. Echaban de menos la presencia de la familia. En cierta manera, fue una invitación muy bonita, muy auténtica. Le dije: «No soy muy buena implicándome si no tengo nada que hacer». Así de sencillo. Y dijo: «Hagamos una exposición». En mi teléfono tenía unos vídeos de John Akomfrah, acabábamos de inaugurarlo en Londres o estábamos a punto de hacerlo. Le expliqué que eso era sobre el antropoceno, sobre el futuro oscuro… Le encantó la música. Dijo que era como Pink Floyd. Hubo una conexión inmediata. La música era fantástica, y los vídeos increíbles. Y dijo: «Hagámoslo».

Estaba muy emocionada de que me invitasen a hacer una exposición. Lo había intentado durante años, y el momento nunca era el adecuado. Siempre había querido contribuir como fuera. Era la posibilidad de que eso sucediese. Y en el museo instaló Purple, ¿se acuerda?

Detalle del proyecto de Joan Jonas en el Museo Thyssen

Coincidiendo con un ARCO, sí…

Me di cuenta de que allí también sabían instalar arte contemporáneo. Luego surgió la posibilidad de seguir en ese espacio porque aquella fue una exposición muy buena. A todo el mundo le encantó. Pero no recibió muchas visitas, porque creo que la gente no entendió que Akomfrah estuviese en el Thyssen. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que es una lucha cambiar la percepción de la gente sobre arte contemporáneo en esa clase de público, y más una cuestión de traer a gente que normalmente va a La Casa Encendida, al Matadero y, por supuesto, al Reina Sofía. Era más cuestión de abrir un poco la flor de loto, de ver cómo podíamos hacerlo… Y también, de activación, en lo que está trabajando mucho Soledad Gutiérrez, además de  atraer a artistas jóvenes españoles. Nunca me he centrado en la nacionalidad concreta de alguien. Me criticaron por eso en Viena, porque me encanta mezclarme con artistas de todo el mundo. Pero es esencial dar impulso, si podemos, a algunos de esos creadores jóvenes. John era la perfecta invitación para trabajar.

El acuerdo con el Thyssen es por cuatro años. ¿Es el mejor acuerdo al que se podía llegar o es el acuerdo al que ha podido llegar?

Más habría sido muy difícil para nosotros. Somos un equipo pequeño, y llegar a conocer cómo trabaja un museo nacional y cumplir sus sistemas, sus métodos, no es sencillo. Hemos tenido que aprender rápido, porque hacíamos las cosas de manera muy espontánea. Ahora tenemos que dar muchos preavisos, trabajar las cosas con mucha antelación. Es diferente a lo que estamos acostumbrados y hay que adaptarse. En 2022 celebraremos nuestro 20º aniversario, y estamos viendo cómo vamos a presentarnos entonces… Han sido dos décadas de trabajo intenso.

Y creo que lo que queríamos traer a Madrid era algo más que solo un programa normal de exposiciones. Tenemos una experiencia, que queríamos compartir. No somos una kunsthalle. A lo largo del año tenemos muchas actividades más, y no solo en España. Para ser sinceros, habría sido demasiado para nosotros gestionar algo si nos hubiesen ofrecido más. También creo que no es una buena idea llegar a una ciudad que no conoces bien. Nos ofrecieron al principio una exposición durante un ARCO. Es muy difícil inspirar a la gente para que empiece a venir de manera habitual y ser parte de tu programa. Y estaba en nuestra inversión pagar por estas exposiciones a partir de la segunda. Era un 50%-50%. Me gusta eso. Empiezas de una manera bastante modesta, 50%-50%, con un programa.

Luego, EducaThyssen quedó encantado con nosotros. Estaba entusiasmada por convencer a Tita de entrar en algunos de nuestros programas. Aún tengo mucho que aprender, mucho que absorber, porque no puede ser de otra manera. Creo que este es un lugar en el que un poco de humildad nos permitirá llegar más lejos a largo plazo. Añadiría que, por supuesto es un museo nacional, y hemos recibido el máximo respeto que podemos recibir como familia al convertirse en museo nacional. Pero eso significa que tiene sus normas y hay preguntas que hacerse sobre el papel de la familia en el contexto de un museo nacional.

¿A qué se refiere?

Esto nunca ha sucedido en el mundo. No hay otro museo que se encuentre en esta situación. No es solo lo que piensa España sobre eso, ni lo que piensan sus ministros. Hay otros museos mirando cómo vamos a gestionar esto porque la relación entre lo público y lo privado ha sido históricamente un enorme fracaso. Y nunca ha habido está relación simbiótica basada en la confianza. Fundamentalmente, lo que quiero instaurar aquí es confianza, porque si no, no tengo absolutamente nada que decir o contribuir que valga la pena. Estoy muy emocionada con la oportunidad, pero tenía miedo de abarcar demasiado espacio y quería asegurarme de que eso se entiende.

Habló antes de nacionalidades. Supongo que habrá aprendido ya que el deporte nacional español no es el fútbol sino la envidia…

¡No tienen nada que hacer frente a Viena! Ustedes son unos aficionados. No tienen un Freud aquí… Encuentren a uno y luego podrán decir que saben lo que es ser envidiosos y celosos.

Al igual que tuvo problemas en Austria por el contexto local, ¿cómo va a funcionar con el nuestro?

En primer lugar, reconozco que no tengo una experiencia personal. He apoyado a Los Carpinteros, que son cubanos, pero solían vivir aquí en Madrid… No se trata de ir rápido en arte, de llenar los armarios con un puñado de obras en un año. Para nosotros todo es un proceso. Y una relación. Y tenemos una muy buena con Teresa Solar Abboud desde hace tiempo, y con Chus Martínez, que es una de las curadoras que trabaja en el programa de la Academia. Como consecuencia nos ha acercado a artistas locales. Incluyamos también a los latinoamericanos, porque allí tenemos buenos ejemplos.

El otro día me preguntaban lo mismo en otra entrevista. No creo que tenga que defender esto, acabamos de empezar, y, obviamente, la idea era mostrar partes de la colección que ya tenía. Pero parece que tiene mucho sentido hacer un descubrimiento de España. Me interesan específicamente los artistas de performance. Sé que Marina Abramovic viene aquí muy a menudo. En este preciso momento, como nos centramos en eso, buscamos performancers, pero nuestra mente siempre está abierta. Soy curiosa, sin duda. Eliminaría totalmente la responsabilidad del Museo Reina Sofía si hiciésemos arte español ahora. Creo que tenemos que mantenernos fieles a quienes somos, y somos una organización que es inclusiva.

Sede de la TB21 en Viena

Usted pone el acento en la producción artística. Eso es lo que la diferencia de su padre como coleccionista. ¿Qué gana con una actitud como esa?

Aprendes sobre la vida, básicamente. Provengo de una familia muy privilegiada, como sabe. Mi educación o mi formación digamos que fue la del estilo de vida de mi padre. Muy pronto, cuando fui a la Escuela de Arte en Londres, empecé a cambiar. Me interesaba mucho conocer a artistas desde el principio. Trabajé con la galería que hizo la primera exposición de Jean-Michel Basquiat, de Schnabel y de Keith Haring en Londres. Y no teníamos dinero para pagar la luz en la galería. Era una locura todo.

En aquel entonces no era más que una groupie del arte. Pero lo que experimenté a través de la relación con todos ellos fue ver el mundo de una manera totalmente diferente. Lo necesitaba mucho. Y les estoy muy agradecida. En cuanto surgió la posibilidad de trabajar como «comisaria», eso fue hacia 2004, muy al principio me decidí a probar. Luego, la historia explotó con Ernesto Neto. Era una manera de coger el trabajo cuando estaba terminado para seguir experimentado con él y hacer que otros artistas reaccionasen, como hacemos aquí en España. Eso se convirtió en la manera en que conseguía en cierta manera expresarme, y de aprender a mirar el mundo a través de ojos verdaderos y sinceros, no de los ojos de los medios. Me enseñó a abrir los ojos, y desarrolló mi sentido del humor. Tienes que tener un muy buen sentido del humor si trabajas con artistas…

¿En serio?

Si no tienes sentido del humor, olvídate. Hizo que mi vida fuese totalmente plena. Ahora miro el mundo con un espíritu mucho más generoso del que solía tener cuando era más joven. Puede que sea la experiencia de los mayores. Usted y yo nos conocimos por primera vez en Tokio, y entonces yo era bastante diferente. Mi filosofía entonces era «aquí están mis grandes y maravillosas obras». Era la primera vez que veía esas obras enormes en un único contexto. Fue bastante impresionante estar en el Museo Mori, en un edificio tan alto, más preocupada por los terremotos. Recuerdo los bloques de hormigón de Los Carpinteros. Teníamos que mantenernos muy alejados. Pero fue el principio de esa relación con Los Carpinteros la que también me ayudó a abrir la mente.

Ya que ha mencionado la exposición del Mori, una muestra que Madrid y el Thyssen le negaron, le hago esta pregunta, y prometo no volver a hablarle de Carmen Thyssen. Es cierto que su padre utilizó el arte para hacer diplomacia. ¿A usted le ha servido la TBA21 para hacerla con Carmen Thyssen y el Thyssen-Bornemizsa?

La verdad es que no. No creo. La diplomacia cultural que hacemos desde la fundación es la de hablar del cambio climático. Me gusta tratar temas que tienen sentido y son significativos. Nunca me había imaginado que un artista o una obra de arte podrían funcionar como lo hacen algunos de los que han pasado por la TBA21, dando una verdadera sensación de esperanza. Cada uno de estos creadores ha asumido una responsabilidad y se ha implicado con su contexto. La pieza de John Gerrard durante la COP25 fue otro milagro del Museo Thyssen, que nos permitió crear algo con dos semanas de antelación. Todo el mundo quería esa pieza, el Ministerio, el museo… Lo hicimos. Dice que hay mucha envidia en España, pero yo no la vi en ese momento. Creo que no hay espacio para la envidia siempre que te centres en lo que compartimos, ese deseo común de ser capaz de desarrollarse de manera positiva e inspiradora. Una vez más, entra en juego un poco de intuición femenina. Puedes ser una mujer muy radical y luego muy flexible, y tienes que mantener un equilibrio entre ambas facetas. Es el tipo de diplomacia en el que nos centramos.

Al principio le pregunté por ese clic que le llevó a amar el arte. Le pregunto ahora, ya que habla de cambio climático, y que se ha convertido en una abanderada, por este otro cambio, porque la TBA21 tampoco nace con esa vocación climática.

Creo que fue trabajar con Amar Kanwar. Pero, por supuesto, también los grandes encargos que se han acabado convirtiendo en ejes del proyecto. Con Ernesto Neto trabajamos con una comunidad que está muy arriba en el río Amazonas, muy cerca de la frontera peruana. También les ayudamos cuando les invitamos a Austria. Hicimos muchísimos talleres sobre remedios naturales, propiedades curativas de las plantas, botánica, para que ese conocimiento se compartiese en ambas direcciones, porque tenemos mucho que aprender de ellos. Esa fue una experiencia increíble, porque cuando llegas a la selva, lo primero que te dicen es «nosotros somos la selva y la selva somos nosotros». Parecía muy conceptual. Pensé, «vale, está bien, pero, ¿cómo funciona eso?». Y me encontré diciendo al final del viaje: «Yo soy la selva y la selva soy yo». Me sentía muy conectada, y me di cuenta de que habíamos perdido totalmente esa conexión.

Detalle del proyecto de John Gerrard para la COOP25 en el Thyssen

También vemos eso en muchas culturas indígenas, que decimos que son los conservacionistas originales de la Naturaleza, pero en realidad no, luchan para protegerla, no son los restauradores, porque son los que viven a través de la Naturaleza y con ella. Hemos perdido totalmente esa capacidad de relacionarnos con el entorno. Sencillamente, no la tenemos. Llevamos unas vidas locas. Y es un ejercicio interesante el de volver atrás y adoptar algunas de las ideas que nos pueden enseñar.

He viajado mucho por el Pacífico y he conocido a muchos pueblos indígenas, los maoríes y los polinesios, su conexión… Hay un verdadero chamanismo en toda esa zona, desde Sudamérica hasta los samis en el norte de Suecia. Tenemos amigos que participan en esos rituales que nos conectan otra vez con ese proceso de la Naturaleza. Me interesa cómo esas comunidades se defienden, y el conocimiento que tienen que transmitir es importante. Tenemos que escuchar un poco más. Sí, podría seguir hablando del sonido y de escuchar, porque escuchar es una manera muy importante de aprender. Y no solo a la gente, sino escuchar y oír a la Naturaleza y sus sonidos. Aquí solo oímos los sonidos de la calle y los pitos. Apagamos el sonido porque, si no, nos volveríamos locos. Creo que la propiedad de la escucha es muy fuerte.

Esta es una pregunta trampa. ¿Qué les diría a aquellos que consideran que, si hay que apostar por revertir el cambio climático, por qué dar dinero a la producción de un proyecto artístico y no a ONGs que trabajan por el cambio climático?

Es una buena pregunta, y la respuesta más correcta es que el arte y todas las formas de arte, especialmente el contemporáneo, pueden trascender muchas disciplinas. A los artistas, al menos los que conocemos y con los que hemos trabajado, les damos tiempo, les damos dinero para investigar, para viajar, para que puedan hacer trabajo de campo y conocer a científicos y especialistas, y, en algunos casos, también se convierten en parte del proceso.

Apoyamos así en cierta manera la investigación, pero la integración de todas estas cuestiones distintas a través del arte, de las lentes del arte. Eso es lo que realmente me fascina de estos proyectos. Porque creo que muchos científicos están bien financiados. Por supuesto, tienen que escribir artículos, recaudar fondos y hay muchos sistemas de ayudas que hacen posible eso. Si tienes algo, deberías poder encontrar el dinero. Empezamos a darnos cuenta de que había un posible puente que podíamos crear prestando atención a estas cosas.

Por favor: vengan a Venecia en marzo y vean nuestra nueva inauguración en el Ocean Space porque es el resultado de tres años de investigación, de recabar datos de muchísimas disciplinas que están muy desconectadas entre ellas, desde sistemas meteorológicos hasta sistemas de pesca y corrientes; desde sistemas de mareas hasta los que miden el aumento del nivel del mar, la sobrepesca, la exploración petrolera, la minería en aguas profundas… Todas estas cosas que forman parte de la destrucción del océano, llamémoslo «el impacto antropoceno», pero documentadas a lo largo de tres años y puesto en relación.

Los científicos tienen que seguir centrados en lo suyo, porque tienen que elaborar el siguiente ensayo, tienen que conseguir la siguiente financiación… Lo que podemos hacer nosotros es abrirles a otros investigadores, a los artistas. Nuestra responsabilidad artística es visualizar lo que hacen, es unirles de una manera que lo suyo sea comprensible para el público en general, que de otra manera nunca vería estos informes. El aumento del nivel del mar, por ejemplo. Qué va a pasar con Miami y cuándo, qué va a pasar con Venecia, cuándo… Siempre necesitas una crisis.

Ahora Reino Unido está bajo el agua. Vamos a estar bajo el agua más rápido de lo que creemos. Pero cómo va a pasar esto realmente, cuáles son las causas. Hay muchas influencias diferentes: el metano, los vertidos en el mar… Tenemos que ver la situación de una forma más general. No miramos la situación de forma general. Los artistas tienen esa increíble capacidad de mirar así. Son seres curiosos por naturaleza, son las antenas de nuestra época y pueden recabar esta información.

Esto es mucho más que arte….

La TB21-Academy, que es la dimensión de la TB21 que trabaja realmente en todos estos proyectos, hace solo cuatro o cinco años era la única organización artística que era observador en la Autoridad Internacional del Lecho Marino. Somos un observador en el organismo de la ONU. Cada año hacemos una intervención artística, pero al tiempo, también tenemos la posibilidad de hacer preguntas en su cumbre anual.

Con el Instituto de Ciencias Marinas italiano trabajamos también a menudo y lo hacemos estrechamente con científicos, biólogos marinos, meteorólogos, compañías de seguros, pueblos indígenas… Pero, para ser más precisos, es que tampoco somos una empresa de comunicación. No se trata de coger el cambio climático y poner una bandera, aunque esa pieza monumental de Gerrard que estuvo en Madrid a mediados de diciembre fue un mensaje muy poderoso con el que mucha gente se identificaba. Veías a los niños delante preguntándose qué es eso, cómo funciona, qué significa. Si la gente empieza a hacerse esas preguntas, ya habrás dado un gran paso.

Por eso tenemos dos estructuras distintas, porque las colecciones y las exposiciones de TBA21 se centran más en el legado de la familia, en trabajar con el museo, y quizás en volverse más tradicionalistas, pero los exploradores de verdad son los de la Academy. Trabajos como el de Joan Jonas proceden de residencias que fueron desarrolladas por la Academy. Les pusieron en contacto con científicos que estudian los corales, las ballenas, biólogos marinos… Todos tenemos que aprender trucos nuevos, todos tenemos que experimentar con la manera en que trabajamos. Esa es la magia y una experiencia extraordinaria que los artistas pueden aportarnos.

Detalle de la pieza “La gente se encuentra aquí hoy. Mañana en otro lugar”, de Ernesto Neto

El otro gran tema de la década es el feminismo. ¿Cómo liga usted y su fundación él?

Estoy leyendo un libro sobre el tema ahora, por lo que puedo contestar mucho mejor. Chus Martínez está muy puesta en estas cuestiones. Y Jonas, volviendo la mirada hacia atrás, hablando con ella sobre la importancia que le da a esto, ha sido una de los pioneras del feminismo en el arte. Entiendo que es algo que va más allá de coleccionar obras de mujeres artistas, algo que hago mucho. Trabajo principalmente con mujeres comisarias porque me parece que no compiten entre ellas, buscan soluciones: las mujeres resuelven problemas entre ellas, y, sin duda, ese es un asunto muy difícil en el mundo del arte. Puede ser muy agresivo. Me parece que la manera en que la gente se dirige a menudo a las mujeres, se les habla y se les trata dentro de nuestra comunidad es increíble.

Pero se está volviendo un tema que no acabo de enfocar bien porque yo soy una coleccionista y la gente siempre es amable conmigo, pero me he dado cuenta de que tenía que dar un paso adelante en su nombre. Pero me alegra ver que aquí, en España, sea un tema tan fuerte. Es una de las cosas sobre las que más tengo que aprender. Llevo mucho tiempo apoyando esta posición de las mujeres en el arte. Las mujeres artistas ocupan una parte desproporcionada en nuestro programa, y me parece que trabajar con ellas siempre es una experiencia extraordinaria. Monica Bonvicini, que viene a España y es amiga mía desde hace 15 o 20 años, es una de las artistas feministas «duras» más originales de las que hay hoy. Me encanta su trabajo. Me he dado cuenta de que está subrayando una parte de nuestra sexualidad y la manera en que nos están sexualizando al sexualizar ella a los hombres. Y lo hace de una manera bastante aterradora.

Ahora pasa temporadas más largas en Madrid por la propia Fundación. Solía vivir en Londres. ¿Qué piensa del Brexit, usted, que tiene orígenes escoceses?

Me horroriza. Estoy desolada porque se haya producido. Es algo político, un suicidio político. Yo hablo como una inglesa y parezco inglesa, por lo que nadie me acosa. Pero a todo el mundo que conozco que tiene acento le importunan. La xenofobia es terrible. Viví en Inglaterra en la década de 1980, en 1989, cuando todo cambió con la caída del muro. Quería vivir en Europa del Este, y lo hice. Me fui de Londres de un día para otro. No quería estar en un país en el que se hablase tan mal de los europeos del Este. Me he dado cuenta de que es un odio histórico que se remonta a un par de siglos atrás. Pensaba que la desconfianza hacia los europeos en general había desparecido, pero me he dado cuenta de que está volviendo. No quiero mudarme inmediatamente, pero no voy a estar mucho tiempo en Reino Unido, a no ser que las cosas cambien. Siempre quiero darle una oportunidad a un país para que se redima un poco. Procedo del centro de Europa. Mi corazón es de ahí. Es muy duro estar allí en este momento.

Acaba de pasar ARCO. ¿Usted compra arte de forma normal como un coleccionista, en galerías y ferias, o solo las produce?

Sí que compro algo en ferias, y todo eso forma también parte de la colección de TBA21. El año pasado vi a muchos a artistas peruanos porque estuve en Lima y compré algunas obras en ARCO. No me pregunte sus nombres… Encontré obras increíbles y muy bonitas. Luego volví a ver las galerías, porque no voy a Lima tan a menudo. Me alegré de volver a ver a esas galerías allí. Fueron muy amables. Tengo muchos amigos en Centro y Sudamérica, en México… Me encanta viajar a esos países. Visito a los artistas y las galerías que hay allí. La feria de arte es una bonita oportunidad para ponerme al día con ellos. Pero no voy a las ferias necesariamente para enriquecer la colección, voy allí para hablar con los artistas o con las galerías otra vez, para volver a ver a gente a la que hace tiempo que no veo y para entender un poco más lo que pasa en sus países. Pero ahora, con el cambio climático, intento frenar todos esos viajes.

Sé que recientemente visitó el Museo Thyssen con su madre. supongo que las sensaciones no son las mismas que si yo hago esa visita con la mía…

Ella había visto el museo antes, pero la última vez que estuvo aquí pasó dos semanas conmigo. Fue allí todos los días, y quedaba con ella a veces. Se emocionó mucho. La vi volver a conectar con tesoros a los que amaba de una manera muy personal e íntima. También tengo una historia personal e íntima con la colección, pero ver a mi madre ponerse tan emotiva fue increíble. Decía que eran como sus viejos amigos. Guillermo [Solana] no se cansaba, paseando y charlando juntos. Siempre siente curiosidad por las historias que hay detrás de los cuadros. «¿Qué pensaba Heini cuando…?» «¿Qué decía Heini…?». Tiene recuerdos increíbles que vuelven a aparecer cuando está delante de las obras… Es algo bonito. Hay miembros de la familia que todavía viven y que tuvieron esa experiencia profunda con las obras. Y es lo que los mantiene vivos en cierta manera. Todavía no es un mausoleo…

Creo que está pensando en componer unas memorias sobre su padre. ¿Quedan secretos que contar sobre el barón?

La mayoría de nosotros realmente no conoce mucho a mi padre. Es un poco un misterio. Cuando vino a España, ya era bastante mayor y también estaba muy enfermo. Me ha costado encontrar historias sobre su juventud. El archivo de la familia, que acaba de publicarse y digitalizarse, es enorme. He entrevistado a mucha gente para el libro, pero no soy realmente su autora. Pasamos, por ejemplo, dos horas con la viuda de Sotheby, y con algunos viejos amigos de mi padre. Es todo un proceso porque hay que cotejar los recuerdos con el archivo, las obras que adquirió a lo largo de su vida, para ver cómo coleccionaba. Juntar todo eso es como componer un gran caleidoscopio de un hombre al que no conocemos, en el sentido de descubrir a alguien que creo que fue una clase rara de coleccionista, alguien muy único.

Él tenía un sentido muy grande de la responsabilidad hacia su padre. Estaba muy centrado en mejorar el legado de su padre. Por eso, lo mínimo que podemos hacer sus hijos hoy es centrarnos en su legado como se centró él en el de su progenitor, y analizar el papel que desempeñó como persona, como coleccionista, como filántropo. Apoyó libros y también labores humanitarias, y su generosidad no conocía límites.

También fue un empresario muy inteligente, algo que mucha gente no sabe. Era un empresario muy bueno. Reconstruyó un imperio después de la guerra, lo que fue muy complicado, especialmente si tenías un nombre alemán. Invirtió en EE.UU. muy pronto, en empresas tecnológicas y otras cosas. Ahora es un momento de recopilación. Estoy segura de que aparecerán nuevas cosas con este libro, porque creo que no conocemos al hombre. Él era «papá». Estaba allí arriba, en un pedestal. No puedo escribir el libro o formar parte de eso. Puedo ayudar a recabar los datos, la gente, los archivos y las historias, pero eso depende del escritor. Será fantástico.

No me cabe duda…

Estuve en la exposición de Freud en Londres hace unos cinco o seis años. En la National Gallery. Allí estaba el retrato que le hizo Lucien Freud. Pero su cartela decía: «Retrato del Barón Thyssen-Bornemisza, coleccionista de arte español». Fui a ver al director, al que conocía, y le dije: «Sandy, ¿qué es esto? Está repetido también en el catálogo. La persona responsable de imprimirlo y de comprobar los datos, ¿qué ha hecho?». Y entonces pensé que solo lleva muerto seis años… Ya nadie habla de él aquí en el museo de Madrid. Paseando por él y por el departamento de conservación, donde se pasaba horas y horas viendo la restauración de los maestros, nadie lo recuerda… Le encantaba la restauración.

Recuerdo que, en Lugano, iba a ver constantemente cómo esos cuadros evolucionaban, cómo se limpiaban… Le fascinaba aquello. El director estaba emocionado de qué le preguntase por mi padre. La gente, de repente, recuerda a un hombre que era bastante humilde y bastante modesto en muchos sentidos. En cierta manera, estaba atrapado en su fortuna, que es una historia increíble, y no me había dado cuenta de ello hasta que hablé con personas que le conocían muy bien. Le encantaba tener una vida sencilla. Era un hombre bastante distinto al hombre en el que se convirtió y la manera en la que le percibimos.

Vuelvo a esa Francesca adolescente en el Whitney y le pregunto por sus hijos. ¿Tiene futuro la colección?

Siempre estoy observándoles. Es interesante, porque mi hija pequeña está estudiando relaciones internacionales en árabe en el SOAS, en Londres. Le interesa mucho la fotografía, el sonido, la música, especialmente todo lo que tenga que ver con Oriente Próximo. Le presenté a Walid Raad. Conoce a Walid porque hablamos con él por Skype varias veces antes de que empezase la universidad para que viese distintas maneras de hacer estudios árabes. Hoy, a los jóvenes, la generación anterior les dice que avancen y cambien las cosas. Sienten la presión de tener que desarrollar un impacto. Mi hija me pregunta cómo puede salir de su zona de confort, pero dentro de un colectivo o trabajando de una manera multidisciplinar. Ella es muy política. Le interesa mucho Oriente Próximo. Quiere hacer resolución de conflictos, y le interesan los temas relacionados con las mujeres. Y es muy lista, pero estudiarlo en la universidad de esta manera le ha dejado un poco insatisfecha. Está acabando su tercer curso, y solo tiene 20 años. Empezó muy pronto. Se va a tomar un año sabático antes de hacer su máster. Walid es ahora como su instructor. Es un camino interesante y quién sabe a dónde la llevará. Eleonor y Gloria son muy íntimas. Hay algunos grandes artistas a los que consideran amigos, y sé que les inspiran mucho, pero, de momento, tengo que conformarme con eso.

El futuro podría tener entonces nombre de mujer…

–Sí, espero que sí. Mi hijo es piloto de carreras. Llevarle a rastras a las Pirámides fue una experiencia que recordaré siempre. «Esas piedras viejas», decía… Nunca se sabe, en edades distintas viven cosas distintas. La más dispuesta a entrar en el mundo de los museos siempre ha sido Gloria. Porque creo que la pasión de los padres es lo que odian los hijos. Le dedicas mucho tiempo, y no les gusta eso. Si escribes, estoy segura de que intentas que lean un libro, y se niegan. 

Francesca Thyssen y Soledad Gutierrez, en el despacho de la primera en Madrid

Texto ampliado del publicado en ABC Cultural el 7 de marzo de 2020. Nº 1.415

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