Muestra de Arte Joven Injuve: un «viejoven» de 35 años
El que fuera el primer certamen de promoción del arte joven tras la democracia está de cumpleaños en Tabacalera (Madrid). Sin nostalgias

Quizás para otro tipo de acontecimiento, la efemérides habría resultado irrelevante: 35 años. Tiene más sentido celebrar, por ejemplo, los 25, lo que ocurrió precisamente en este mismo espacio, las abrumadoras salas de Tabacalera. Sin embargo, en el caso de este repaso a lo que han dado de sí tres décadas y media del programa de arte joven del Instituto de la Juventud (Injuve), dependiente hoy del Ministerio de Derechos Sociales, es pertinente.
Porque es en esa edad en la que se suele situar la línea de corte de la mayoría de los premios que apoyan el arte joven, y, por lo mismo, edad en la que se da por hecho que comienza la profesionalización de los artistas, ya sin andamios o ayudas. Y, ¿se ha hecho mayor la Muestra de Arte Joven? Ahora lo vemos.
Por otro lado, ¿por qué fijarnos precisamente en este programa de promoción de lo emergente, habiendo como hay ahora tantos otros (quizás nunca los suficientes)? Aquí, en Madrid, La Casa Encendida celebra ahora Inéditos (destinado a jóvenes comisarios, lo que, generalmente, de forma indirecta, beneficia a artistas) y, en breve, la Sala de Arte Joven apostará por Circuitos, savia nueva en el ámbito regional. Pues, curiosamente, porque fue el primero. En un momento, año 1984, en el que el panorama patrio en lo que al arte contemporáneo se refiere era un desierto. Reparen en que estos días el Museo Reina Sofía cumple 30 años. Solo hace falta que hagan la cuenta…

Para ilustrar la andadura de una propuesta (y demos gracias de que sigue viva), que, como todo, ha tenido sus luces y sus sombras, entre ellas, el lugar «infesto» en el que presenta ahora anualmente sus resultados, una sala a modo de zulo en Ortega y Gasset, pésimamente ventilada, el comisario seleccionado, David Armengol, ha optado por un recorrido «más sentimental» y menos cronológico, en el que el título Un momento atemporal trata de poner en un mismo nivel, un mismo presente (o pasado, o futuro) todo lo ofertado.
Un centenar de obras de 60 autores desde las que analizar no solo el devenir de una convocatoria, sino también el desarrollo del arte español de las últimas décadas. Quizás en este sentido, se habría preferido a un comisario menos «lírico-poético» (las relaciones entre muchas piezas están cogidas por los pelos) en favor de una selección que ayudase a «leer» la magnitud de la propuesta. Porque es el espectador el que, deambulando por las salas, tiene que «descubrir», casi leyendo atentamente datos técnicos en cartelas, cómo, con el tiempo, la Muestra de Arte Joven pasó de ser un premio a unas ayudas a la producción; cómo en los inicios se separaba por disciplinas; cómo, en los ochenta, se «llena» de instalación, en los noventa de fotografía y en los dos mil de vídeo; cómo dio pie a una colección; o cómo hay temas recurrentes (paisaje o identidad. Poca lectura política).

Por una vez, no solo no están todos los que son, sino que tampoco son todos los que están. Lógicamente, el comisario no se va a poner a decir a quién quiere más, si a papá o a mamá, pero un espectador ojo avizor se dará cuenta de carreras de las que no hemos tenido más señales de vida, al menos por estos lares (como la Tamara Kuselman de la entrada, o el fotógrafo Javier Longobardo de la XII edición);de otras que se desinflaron (como esos Ibon Aranberri o Sergio Belinchón que lo «petaron» en los dosmiles, cuandoeran el perejil de todas las salsas); de autores siempre fieles a sus estilos (Fernando Renes, Marlon de Azambuja, Bleda y Rosa) a otros que han dado un giro de 180 grados en lo suyo (Diana Larrea o Miguel Ángel Tornero); también el buen ojo en su día de los jurados eligiendo obras o artistas: aquí están, por citar a algunos, Patricia Gadea, Mateo Maté, Itziar Okariz, Cristina Lucas…
Sin duda, cuando Armengol se pone el traje de comisario le salen los mejores capítulos del recorrido: son el bosque de esculturas de la entrada (Peio Irazu, Juan Luis Moraza, Nuria Fuster, Marco Godoy) y la idea de «recurrencia» y de «en suspenso» del final.
Larga vida a una propuesta vieja, con alma de adolescente.
